☦Nadie entró a la tierra de lo sueños.☦
En este lado, él es referido como Nadie. Uno podría llamar a ese nombre un juego de palabras. Una broma de palabras. Una tajada de humor dentro de las palabras. Pero en realidad, es solo un recordatorio de que la gente hace bromas cuando no se sienten confortadas. O quizás, no hay una descripción exacta de Nadie. La gente enfrenta con humor a las cosas que escapan a sus palabras, por defecto.
Para los sueños, con palabras distintas y confort distinto, Nadie porta otro estandarte. Es algo que no discutiremos aquí, pues los sueños hemos acordado mantener del secreto de Nadie, y Nadie sería incapaz de confesarlo incluso aunque fuera capaz de desearlo.
Sin más que añadir, Nadie y los sueños poseen algo que los humanos pueden identificar como amistad. Los sueños pueden darle a Nadie una probada de la única cosa incomprensible para él. ¿Qué da Nadie a cambio? Bueno, Nadie es justamente un excelente conserje.
La noche comienza como muchas cuando Nadie decide finalmente descansar la mente y regresar con sus viejos amigos. El grupo conocido como el Colectivo Oneiroi está allí para darle la bienvenida, aunque tienen sus propios nombres para sí mismos. Nadie tuvo que decir ni una sola palabra mientras era sostenido, envuelto en la locura peculiar de los sueños, y se disponía a trabajar.
Nadie fue dejado en un mundo totalmente bajo el agua, a pesar de que podía respirar bien. Se encontró lleno de peces bajo el cinturón, aletas en los codos y las membranas entre los dedos. Cualquier sorpresa que sentía no era relevante; ya estaba muy acostumbrado a la adopción de todo tipo de identidades por ahora, y así comenzó a nadar.
Esta tierra se deslizaba silenciosa dentro de cada grieta y hendidura de las ruinas por las que deambuló. No había gente, ni siquiera un soñador. La luz se precipitó en la ciudad mucho más profundo de lo que un sol puede estirar sus rayos, salpicando todo en un baile de agua y luz. Quizás la Atlántida desapareció de la realidad cuando se hundió, abrazada por los siempre cambiantes paisajes justo bajo la superficie de la existencia. Pero esta no era la Atlántida, o eso es lo que Nadie quería creer.
Allí donde hubiera luz, estaba atada a una sombra, pero lo mismo no podía decirse en reversa. Nadie encontró lo que buscaba en una iglesia cubierta de corales y arrecifes. Se deslizó sobre el prado del color, pasó el banco de peces de neón y anguilas ceñidas e iridiscentes. La tajada de tinta negra se destacó entre la luz, sin miedo y con hambre. Allí era donde había encontrado a su presa.
Los Oneiroi que traían los sueños a la realidad no podían hacer su trabajo si los sueños estaban contaminados con lo que se conoce como lo inquietante, los primigenios, y los dioses antiguos. Al mismo tiempo, no podían luchar contra ellos o tocarlos. En su lugar, estaban desafortunados para ver a su rebaño precioso de sueños ser devorado por estos lobos del vacío más allá del sueño. Necesitaban a personas como Nadie, quien era quizás solo lo suficientemente inquietante, para hacer de perro ovejero.
Así que Nadie nadó hacia el pequeño vacío que había irrumpido el sagrado territorio Oneiroi. Encontró una lanza en su mano, procurada espontáneamente por el sueño. Se sentía fuerte con el deseo de vivir en paz, una plegaria desde el sueño por el éxito en la caza de Nadie. Él la presionó mas que lo necesario para reafirmar en su ambiente que no fallaría.
Desde el charco de nada apareció una serpiente gigante empapada en aceite, rezumando desesperada por el agua. Con sus cinco docenas de ojos, la entidad inquietante se volvió hacia Nadie el tritón y abrió sus trescientas bocas para llenar al sueño con sus chillidos. Nadie volteó la lanza de una mano y golpeó el agua con su cola tan fuerte como pudo, endureciendo sus nervios mientras corría a través del monstruo.
Lo hizo una y otra vez, tallando agujeros con su valentía hasta que la gran serpiente fue asesinada. Entonces, agarró el cadáver y lo empujó de nuevo hacia el charco de la tinta desde donde había venido. El portal se filtraba lejos como agua entre las manos de uno, dejando sólo un tramo blanco de corales muertos a su paso.
Nadie se apoyó en el coral, exhausto. Las anguilas y peces nadaron sobre y alrededor de él, besando lo blanco e imbuyéndolo de vida una vez más. Se hundió en el color, a la deriva en el océano de luz.
Se quedó en un descanso sin sueños hasta que fue despertado por una amiga Oneiroi, una mujer joven desde el cine negro, toda blanca y negra. Lo secó con una toalla, silenciosa en cada cosa que hacía. El olor del color aún se aferraba a él incluso mientras el agua se secaba. Aún tenía hedor a ese color, incluso al despertar.
La siguiente tierra que le fue encargada estaba totalmente del revés. Nadie cruzó el cielo nocturno como un cometa brillante, ardiendo por la fricción con la atmósfera. No se sentía diferente a entrar en una ducha que estaba solo un poco demasiado caliente, pero no se acostumbraba a ese ardor de la misma forma que con el de la ducha. Planeaba tan cerca de las estrellas que casi podía saborear su hidrógeno.
Nadie se preguntaba, por un momento, por qué los Oneiroi o cualquier otro querría abandonar este lugar de imposibilidad y magia. Entendió por qué, lógicamente. Pero en el cielo, uno con las estrellas, se concedió a sí mismo una incursión temporal dentro del asalto emocional. Se permitió disfrutar el presente, planeando en su propio júbilo emocional, montando la corriente en chorro de la emoción de ser un cometa en el cielo nocturno.
A través del horizonte de un sistema solar muy lejano, Nadie pudo oler el hedor familiar de una herida. Le recordaba a la sangre y las infecciones, el olor de un hospital con demasiados pacientes o una cárcel con muchos compañeros de celda. El olor destrozó su pequeño alivio, trayéndolo de vuelta a la tierra en un sentido metafórico. Él se frotó su rostro-cometa con extremidades imposibles, por los cometas sólo tenían colas para llamar extremidades.
Dio una vuelta, y dos contra el tejido del cielo nocturno, entonces volvió su trayectoria hacia el hedor pútrido. Allí, tan claro como el día, yacía una cicatriz profunda en la tejeduría de las estrellas. Brillaba con un rojo doloroso, derramando pus verde ácido que apestaba tanto a agonía que Nadie derramó lágrimas de cometa al planear en su presencia.
Esta no era una herida que pudiera ser derrotada o combatida. Era una herida infectada en un sueño, derramando pesadillas a algún soñador desafortunado más allá de este cielo. Nadie se dirigió hacia la herida. Llegó hacia el interior profundo de algunas emociones perdidas hace mucho tiempo. En el rostro del miedo, hizo brotar los pequeños trozos que poseía para combartirla. Esperanza. Fe. Júbilo. Invocó las emociones que había sentido apenas momentos atrás, agotándolos con una única expresión de perdón dentro del dolor.
Nadie no era una criatura emocional, pero lo era lo suficiente. Su luz menguaba. El ambiente irritaba contra él como un rallador de queso en la piel. Estaba perdiendo cohesión. Estaba desmoronándose. Pero era lo suficiente.
La silenciosa mujer despertó a Nadie con un beso incorrupto. Se apartó de ella tan pronto como él entendió su situación. Ella inclinó la cabeza, un lado de los labios de color gris oscuro inclinándose en una sonrisa de complicidad. Su mano izquierda se extendía hacia él mismo, cada dedo rizándose hacia atrás como los pétalos de una flor. En su palma habían tres fragmentos andrajosos de lo que solían ser personas. Eso era por lo que venía. Todo lo que había hecho esta noche era por esos resecos fragmentos de personas, recuerdos de vidas enteras ya pasadas. Las cogió y mantuvo las piezas en su pecho.
Ella sonrió de nuevo con solo un lado de sus labios. Su voz reverberaba fuera de ella, cálida y rica. "Oneiroi te lo agradece". Esa voz pulía fuego en las venas de Nadie per él no se acercó; estaba acostumbrado a ella y a su presencia. Intentó abrir su boca para hablar, pero su garganta se secó con el repentino calor. Quizás no estaba tan acostumbrado a ella como pensaba.
La mujer se rió y habló de nuevo. "Eres libre de ir a donde quieras ahora. Asumo que sabes el camino de regreso. Un placer hacer negocios". ¿Era su imaginación, o ella hizo énfasis en esa palabra: placer? Nadie intentaba encontrar las palabras, pero ella ya le había lanzado un beso, y se había ido, como un recuerdo o un ensueño pasivo.
Habiéndose ido, Nadie pudo recuperar el enfoque. Se levantó y se acomodó entre los espacios en los sueños. Se exprimió dentro del silencio en los pensamientos propios. Se escabulló en el silencio entre inhalar y exhalar. Luego de poco, Nadie fue a ninguna parte, a las tierras entre las tierras, donde la existencia no lo era todo.
Allí, abrió su palma presionada y miró hacia los fragmentos por los que había hecho tanto. Estaban resecos, marchitos, viejos. Pero estaban exactamente como los quería, los momentos de conocerse a uno mismo. Los momentos de vidas de personas que poseían identidad, que se identificaban a sí mismos. Tomó uno de los fragmentos y lo llevó a su boca. Los recuerdos se entremezclaron en su lengua, dulces como la nostalgia.
El primer recuerdo fue aquel de un hombre mirando a su esposa cocinar. Estaban ambos envejecidos con el pasar de los años, pero el lazo entre ellos era fuerte y joven. Su cuerpo se había resecado y arrugado con las cicatrices del tiempo, pero para él seguía radiante como la luz del sol. Bebió su café, sonriendo para sí con la calidez que sentía cuando ella entró en sus pensamientos. Se preguntaba qué sería de él sin ella.
El momento desapareció en el tiempo de un pensamiento. No era suficiente. Nadie tomó el segundo recuerdo y lo llevó a su boca, tragándolo, sediento de algo que no podía nombrar.
El niño se trepó en la pierna de su madre. Tenía solo tres años, pero podía entender pequeñas complejidades incluso entonces. Sabía que la cocina era un lugar donde estaba la comida. Conocía la oscuridad del sueño. Sabía que el exterior era mucho más grande de lo que podía esperar comprender. Mientras la pequeña niña era alimentada por su madre, ella creía absolutamente que su madre era su mundo entero.
Ese se desvaneció incluso más rápido que el primero. Nadie inhaló, intentando atrapar desesperadamente las retazas de pensamiento que se disipaban en su recuerdo. Cerró los ojos e intentó calmar el temblor de su cuerpo con poco éxito. El último. Aún le quedaba este. Se encontró cubierto contra la parte trasera de su garganta. Trató de aferrarse a incluso una pequeña parte mientras se llenaba de calidez, orando por algo que no podía entender a cosas en las que no creía.
algoalgoalgo los árboles a lo lejos le recordaban a alguien Los plantó por él. Para que así pudiera recordar por siempre el hombre que cambió su vida…
Pero se había ido como humo ante un fuerte viento antes que pudiera saborearlo. Nadie observó a su palma ahora vacía, buscando fragmentos de los fragmentos. Levantó la vista hacia el mundo ante él, en la tierra de las cosas que aún no lo eran todo. El lugar en el medio.
Nadie miró alrededor suyo en la tierra de las casi-cosas, a solas.