El impulso que traiciona

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—Todo empezó cuando las mantarrayas empezaron a salir de los ductos de ventilación.

El Dr. Daniel Horatio Aeslinger, el psicólogo con una asignación temporal al Sitio-82, golpeó ligeramente su lápiz contra sus labios.

—Continúe, Agente Bouchard.

El hombre enfrente de él vaciló.

—Bueno, al principio ni siquiera nos dimos cuenta. Quiero decir, cuando tienes a una cosa lagarto gigante permanentemente en su período premenstrual, y a un fenómeno inmortal homicida en una caja de regalos de piedra en contención, las mantarrayas no están exactamente en la parte alta de tu medidor de oh-mierda. Supongo que simplemente lo registre como algún tipo de sonido húmedo mientras masticaba mi almuerzo.

Aeslinger se aclaró la garganta.

—Así que, estaba comiendo su almuerzo y las matarrayas empezaron a emerger de los ductos de ventilación?

—Sí. Al principio sólo fueron mantarrayas. Después vinieron los tiburones.

—¿Tiburones, dice?

Aeslinger empezó a garabatear notas.

—Tiburones, sí. Por supuesto, la mayoría no cabían, así que se quedaron atorados. Juro que nunca había escuchado un sonido como ese. Algo así como Emerson intentando subir las escaleras a procesamiento, arriba en el piso 14. ¿Conoce a Emerson? Es este mórbido obe…

—Conozco a Emerson, sí. Ocasionalmente trabajo con él. De vuelta a los tiburones, por favor.

—Ehh… Claro. Así que ahora hay mantarrayas dando vueltas por ahí, tiburones bramando desde los ductos de ventilación, mandíbulas chasqueando continuamente, y nosotros sólo estamos sentados ahí, mirado el desastre. Y ahí fue cuando ocurrió.

—¿Sí?

—Un tiburón tigre logró liberarse y caer justo encima de Helen Stapel, ya sabe, ¿de contabilidad?

Aeslinger parecía horrorizado y por un momento, "profesionalismo" fue sólo otra palabra en el diccionario.

—Oh por Dios, debió haber sido un baño de sangre.

—No realmente, el tiburón la golpeó en la cabeza y ella rebotó en la mesa. La noqueó de inmediato.

Aeslinger se enderezó y asintió.

—Oh. Bueno, una pequeña victoria entonces. Cualquier día en que alguien no sea mordido por la mitad por un tiburón tigre que cae del cielo, es un buen día.

Bouchard lo miró divertido.

—Supongo, doc. De todas formas, después de como 15 minutos, ya no había ninguno más de ellos. Las mantarrayas y la mayoría de los tiburones estaban muertos o muriendo, y el tiburón tigre está dando vueltas tratando de morder los tobillos de las personas. Y todo este tiempo, nadie dijo nada. Gritos, claro, pero ninguna conversación.

—¿En serio? Qué raro.

—No realmente. Digo, claro, hemos visto un montón de mierda rara. Viene con el empleo, supongo. Pero, bueno, nunca tuvimos mariscos cayendo del techo. Es una cosa nueva. Así que todos estábamos un poco perplejos.

Más garabatos.

—Ah, ya veo. ¿Y qué pasó entonces?

—Bueno, como dije, nadie dijo nada, nadie se movía, y entonces de repente, el Dr. Cameron entró. Traje de buceo puesto, snorkel y gafas de buceo en la cabeza. Dice algo sobre hacer un mal cálculo en la alineación de una cosa entre realidades, bla bla bla, cosa de la calibración de flujo, y cómo todo se solucionará pronto. Entonces se va de nuevo, dejándonos en una cafetería llena de mantarrayas y tiburones.

—¿Cómo le hizo sentir eso?

—Como llamar para reportarme enfermo al día siguiente.

—¿Por qué?

—Por que no me gustan los peces, y estaba muy seguro de que los tendríamos para el almuerzo por al menos unos días.

Aeslinger parpadeó.

—Cierto. Ahora, Agente Bouchard, ¿está seguro de que no se le olvidó nada?

—Supongo.

—¿Está absolutamente seguro?

—Afirmativo.

—Agente Bouchard, ¿sabe por qué está aquí?

—No realmente. Ferguson me llamó a esta oficina y me dijo que me reportara con usted.

—Agente Bouchard, ¿por qué golpeó a ese tiburón tigre del que estaba hablando?

—Yo… Ehhh…

—Agente Bouchard, tengo aquí algunos testimonios firmados por varios de sus colegas. Voy a leer uno de ellos.

Aeslinger revolvió una pila de papeles en su escritorio y pareció encontrar el que estaba buscando.

—Ah, aquí está. Ahora, el Agente Fitzroyce dijo que, y cito: "Algo se apoderó de Bouchard. Nunca había visto esa mirada en sus ojos antes, pero él simplemente saltó y cargó contra esa cosa" —Aeslinger leyó—. Ahora, ¿qué dice sobre esto?

—¿Y-yo realmente no creo que haya hecho nada que nadie más no haría…? —Bouchard respondió y se retorció en su silla.

Aeslinger dejó su lápiz y juntó sus manos enfrente de sí.

—Vamos, Agente Bouchard, no andemos con preámbulos con el arbusto infestado de tiburones: ¿SCP o SPC?

Daniel se recostó y vio temblar los labios del agente.

—Eso era lo que pensé. Erickson, Winkler, pueden escoltar al Agente Bouchard a las celdas de detención temporal del quinto piso, hasta que averigüemos cómo se las arregló para hacer la transición a esta realidad —Aeslinger les dijo a los dos miembros del Personal de Seguridad del Sitio-82 que habían entrado silenciosamente.

Bouchard se levantó, y por una fracción de segundo pareció estar preparándose para una pelea. Luego bajó la cabeza y asintió. Sin decir palabra, se fue con su escolta.

Aeslinger cerró sus ojos, pensó por un momento, y entonces escribió una posible solución.

Hasta que el punto de entrada de la infiltración SPC haya sido encontrado, pongan carteles de tiburones en las paredes de concreto. Cualquiera que se reporte al personal médico del sitio con fracturas en sus manos, es un sospechoso.

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