El último rey de Hy-Brasil estaba parado en los muelles de su reino, el cual había sido reducido a nada más que una aldea. Una tormenta había venido a Hy-Brasil, rayos y relámpagos, como la furia de un dios. Delbáeth era un hombre humilde, que quería que su legado fuera uno de renacimiento gradual para una tierra a la que le habían arrancado el corazón. Esto había sido su esperanza, el enfoque de todo su reinado.
Pero frente a él estaba el monstruo que había matado a su padre, a su tío, a su primo y a su casa. Había muerto hace cinco años y aquí estaba de nuevo, con el doble de tamaño que en el pasado. La cosa se alzaba tan alto que su cabeza estaba entre las nubes de tormenta, fuera de vista. Era una cosa horrible - demasiados brazos y faltaban tentáculos, un mezcladillo de partes que pertenecían a una miríada de bestias.
De cualquier manera, un mundo justo no le permitiría vivir y aquí estaba de nuevo, aún así, desprovisto de razón y desprovisto de justicia.
Él había estado lejos de Hy-Brasil cuando la primera ruina de Hy-Brasil había destruido la isla - así fue como sobrevivió - pero ahora estaba aquí, listo para morir con su gente. El resto del mundo ya había colapsado en llamas y ruinas, infligidas por los malditos krakens que habían surgido de un sitio de la Fundación en Japón. Hy-Brasil era afortunada, pues evitó a la mayoría de las bestias, pero incluso los lugares más grandiosos caen con el tiempo.
El monstruo era demasiado grande para nadar en el océano, así que se había levantado sobre sus tentáculos y se arrastraba hacia la ciudad. Estaba haciéndose un camino que lo llevaría justo hacia Delbáeth, mientras él observaba el progreso del titán con disgusto. Nada sobre el estaba bien, y su tercer ojo gritó en su cabeza que tan horrible era. Hizo su mejor esfuerzo para olvidar los gritos, para que pudiera observar la muerte de su patria.
La bestia se arrastró junto a él y Delbáeth la miró en uno de sus cinco ojos, tratando de mirar profundamente en su alma. Su tercer ojo penetró la mente de la bestia. Nada más que instinto dirigía a esta abominación. El Armageddon no era más que una forma de vida para ella.
Había muchas protecciones mágicas en Hy-Brasil, demasiadas. No habían hecho más que hacer la isla un objetivo para la primera bestia y ahora una horda de sus sucesores seguirían su camino. Cazaban mediante magia y confundían la magia con una fuente de comida. ¿Tal vez lo era? ¿Tal vez se alimentaban de la misma magia? Han pasado cosas más extrañas. Pero en cualquier caso, vendrían a Hy-Brasil y no encontrarían nada que matar, sólo una ciudad que destruir.
En otro mundo quizás esto no estaría pasando. En otro mundo Delbáeth podría haber sido más afortunado. Podría haber sido capaz de formar un pacto para salvaguardar el mundo de monstruos como este, y podría haber tenido la oportunidad de reconstruir Hy-Brasil. Pero no es prudente dejarse distraer con los destinos de otros mundos, pues el que existe es todo lo que importa. En este mundo este desgraciado mundo, habían miles de monstruos y no los hombres suficientes para matarlos.
Al resto del mundo difícilmente le había ido mejor, cayendo ante las bestias cuando surgían del mar. América se condenó a si misma con sus propios misiles nucleares. Cierto, la única manera de destruir una de las bestias era con armas nucleares, pero los insensatos apuntaron sus armas hacia ellos mismos y jalaron el gatillo. Sí, su fuego atómico vaporizó al monstruo atacando Nueva York ¿pero que le había pasado a Nueva York en el proceso?
Otras naciones - al menos aquellas con la opción - se les dejó una elección del diablo. ¿Querrían morir a las cinco manos de abominaciones que no pertenecían a este mundo, o a manos de los viejos miedos familiares que siempre pensaron serían su fin? Justificaron su elección diciendo que no se estaban matando a ellos mismos activamente, sólo dejando que el final los envolviera.
Delbáeth agarró más fuerte la lanza en sus manos, mientras la bestia se arrastraba hacia el corazón de Hy-Brasil. Arrancó su espada de su vaina y empezó a brillar con una luz brillante. Juntos, eran la mitad de los Cuatro Tesoros de los Tuatha Dé Danann, los últimos remanentes de la cultura de su gente. La lanza le había pertenecido a Lug y la espada a Nuada Airgetlám I, por el cual nombraron al tío de Delbáeth, rey antes que el.
Eran armas envueltas en mito y niebla. Se decía que ninguna batalla sostenida contra la lanza sería perdida y ningún adversario podría escapar de la espada. Si las leyendas fueran ciertas, Delbáeth, habiéndose armado con ambas, se levantaría inexpugnable en la costa rocosa de Hy-Brasil. Empuñadas en sus manos estaban las armas más poderosas alguna vez forjadas, armas de un gran y terrible poder.
El Rey Delbáeth, Señor de los Tuatha Dé Danann, Soberano del Reino de Hy-Brasil, Amo de la Gente Feérica, sosteniendo las armas usadas para ungirlo como rey, parado en frente de un Kraken, se sentía como si no fuera más que un niño fingiendo ser rey.
Por lo que entendía, la espada y lanza habían sido empuñadas durante el primer ataque en Hy-Brasil. La primera ruina de Hy-Brasil había caído en esa batalla, lo que hablaba del poder de la espada, pero el necio que había agarrado la lanza para pelear también había muerto. La bestia había atacado por otra hora, y en esa hora habían arrancado el corazón de Hy-Brasil
Delbáeth miró hacia los cielos tormentosos, dejando que la lluvia golpeará su cara. Las protecciones que habían controlado en clima de Hy-Brasil se habían roto cuando el resto de la isla murió y estuvo sujeta a la misma atmósfera que el resto del mundo. El había crecido en una hermosa tierra de suerte y luz, y ahora era el momento de morir en una tierra rota de oscuridad y decadencia.
La Coalición había venido con toda su fuerza antes, bombardeando y atacando a la primera bestia. Pero no había señal de ellos está vez. Delbáeth no sabía si estaban ocupados en otro lugar, tratando de salvar los últimos remanentes de civilización que aún existían o si ya habían caído con el resto del mundo. Pero la razón por la que no estaban aquí no tenía importancia, solo su ausencia. No estaban aquí y nada lo cambiaría.
El último rey de Hy-Brasil volteó hacia la bestia. Pensó en su tío, su padre y toda su familia muerta en Hy-Brasil hace todos esos años. Habían muerto bajo la lluvia también, pero no lo esperaban. El, sin embargo, estaba listo. Se preparó para lo que vendría después y regresó su mirada al monstruo que devoraba su ciudad.
Delbáeth gritó. Muchas mujeres en su linaje se habían vuelto banshees después de fallecer, y las canalizó para volver su voz un coro. Lloró por la muerte de su reino, por la muerte de su legado, por la muerte de su gente, por la muerte del mundo. El lamento retumbó por toda la ciudad, el último grito de Hy-Brasil.
Con lágrimas corriendo por su cara, Delbáeth miró a sus armas y se dió cuenta de lo verdaderamente inservibles que eran. Los Tuatha Dé Danann eran un pueblo literal y su magia no era diferente. Si no se usaban exactamente como se debía los encantamientos de las armas no tendrían efecto. Encontrarían cualquier laguna y la explotarían.
La espada prevenía el escape ¿Y eso en qué ayudaría? Cualquier golpe de la espada no sería más que un rasguño para la bestia, uno que sanaría en segundos. No querría escapar de la espada y por lo tanto la espada no sería de ninguna utilidad en absoluto. Esa magia era fuerte frente a hombres mortales enfrentándose a saqueadores féericos, pero el ataque no tenía ningún parecido. La espada abatía hombres, no monstruos.
La lanza era igualmente inservible. Una mosca atreviéndose a morder a un dios no es una batalla y apenas es un ataque. El asalto de la Coalición al Kraken había sido una batalla, pues habían traído armas que rivalizaban al poder de la bestia. Pero la Coalición no estaba por ningún lado y las únicas armas que Delbáeth tenía a su nombre eran dos artefactos inútiles que apenas había entrenado para empuñar. La Coalición cazaba dioses y Delbáeth cazaba ciervos.
El kraken se había levantado del suelo y su cabeza regresó a las nubes por solo un momento, antes de volver a caer para liberar un diluvio de llamas. La ciudad se encendió, justo como lo había hecho antes, pero está vez no habría salvación. Estos fuegos eran finales, pues todos los valientes del resto del mundo ya no estaban, y los últimos remanentes de Hy-Brasil ya habían partido.
Ahora era el momento para actuar, ya sea huir o luchar. Tenía los recursos para tratar de encontrar uno de los últimos vestigios de humanidad o huir de este mundo hacia otro plano, como la Biblioteca de los Errantes. Este no sería el final, a menos que así quisiera… pero miró al dragón acuático quemar su ciudad, un fuego propio de él empezó a arder, muy dentro suyo.
Puso la espada de regreso en su vaina y agarró la lanza con sus dos manos. Sabía algo de hechicería y la trabajo alrededor suyo, llenando los huecos con la magia natural de su pueblo. No estaba preparado para la batalla, pero nunca lo estaría. Estaba, sin embargo, preparado para dar un mensaje. Nadie estaba alrededor para oírlo, pero eso no era de importancia. No lo estaba haciendo para nadie mas que él.
Delbáeth cargó.