SCP-ES-303
Puntuación: +27+x

Ítem #: SCP-ES-303

Clasificación: Seguro

Procedimientos Especiales de Contención: SCP-ES-303 debe ser contenido en un depósito de 230x82 mm. Actualmente, este frasco se ubica en el almacén de objetos seguros del Sitio 34. La experimentación con SCP-ES-303 está actualmente prohibida con el fin de la preservación de la anomalía.

En caso de que un individuo humano ingiera a SCP-ES-303, este será considerado una instancia SCP-ES-303-1, y deberá ser puesto en cuarentena dentro de una celda de contención humanoide de alta seguridad sellada herméticamente. La sala contará con un depósito de oxígeno de alta capacidad, el cual renovará el aire de la habitación gracias a un sistema automatizado posicionado en el exterior de esta misma; y será restaurado cada dos meses.

En caso de que se encuentre una grieta de un tamaño considerable en dicho cubículo mientras una instancia SCP-ES-303-1 es alojada en él, deberá ser notificado y se realizará un protocolo de respuesta rápida para la recontención, además de una cuarentena total para todo el Sitio hasta la terminación del incidente.

En caso de la fuga de una instancia SCP-ES-303-1, se tratará de incapacitar por medios mundanos y/o anómalos. En caso de que la neutralización de la instancia sea necesaria, esta se tratará de reducir con equipamiento mundano; su cuerpo será preservado en la morgue de cadáveres anómalos del Sitio 34 para su posterior estudio.

Descripción: SCP-ES-303 es una sustancia químicamente semejante al plasma sanguíneo humano del tipo 0-. Este no muestra signos de putrefacción ni otro tipo de polución en ella, además de que diversas pruebas han mostrado que esta repele todo tipo de sustancia capaz de contaminar la sangre. Además, SCP-ES-303 ha demostrado ser incapaz de coagularse.

Los análisis indican que SCP-ES-303 contiene el código genético de al menos 6 personas, de las cuales ninguna ha logrado ser identificada.

Desprende un intenso aroma generalmente asociado al olor del vino tinto, además de que diversos reportes indican que el sabor SCP-ES-303 también resulta ser idéntico al mismo tipo de bebida alcohólica anteriormente citada.


Debido a que, tras el descubrimiento de SCP-ES-303 sólo se logró recuperar un litro de la anomalía; no se han podido estudiar sus efectos en los humanos ni las características y evolución de una instancia SCP-ES-303-1. La única certeza que se tiene sobre sus características es que, en lo que parece la etapa final del desarrollo de la instancia; estas podrían llegar a medir aproximadamente 10 metros.

A continuación, se mostrarán (en orden cronológico) dos de los registros remanentes relacionados al único incidente conocido de SCP-ES-303-1.

Los siguientes documentos constan de una recopilación del Expediente Nº 5219 de la Comisaria Especial de Seguridad, los cuales hablan de una investigación llevada a cabo por la Guardia Civil rural respecto al incidente anómalo.

Las siguientes hojas han sido recopiladas del diario privado del sacerdote andaluz “Narciso Ortega Maldonado”, quién fue la única instancia SCP-ES-303-1 conocida hasta el momento. Todos estos eventos transcurrieron en Granada, España, 1946; durante la postguerra y dictadura franquista.


Andalucía, Central Administrativa de la Comisaría Especial de Seguridad / Cuerpo de la Defensa Civil Contra Amenazas Contranaturas de la Comisaría Especial de Seguridad, a 30 de Mayo de 1946.

ALTO SECRETO

Boletín informativo

Sumario:

La siguiente lista de documentos ilustra los eventos de naturaleza extranormal transcurridos entre un periodo de 2 meses aproximados desde el 4 de Abril hasta el 26 de Mayo de 1946 en el municipio de █████████, Granada, Andalucía.

Etiquetas

Consideración ilustrativa .–. Contranaturo .–. Demoníaco .–. Blasfemo .–. Trashumano .–

Núm. 5219

Andalucía, Puesto rural de la Guardia Civil, Granada, █████████

Destinado a la Institución para el Estudio de Rarezas Sobrenaturales (Sala de Archivos), Sevilla

A 30 de Mayo del año 1946 (█)

ALTO SECRETO

DISPONIBLE


a todo investigador de la Comisaría Especial de Seguridad que desee acceder a la consecuente información

INFORMO

de cierto evento inusual transcurrido en el pequeño pueblo de █████████, Granada.

Los hechos referidos involucran (principalmente) al excomulgado Narciso Ortega Maldonado, y al panadero Juan José Pérez Martín, originario este último de dicho pueblo.

A continuación, se le mostrará la transcripción de la entrevista realizada por el capitán Ricardo Garrido de la Cierva al capitán de la guardia civil Alfonso Rodríguez Jiménez tras el incidente ocurrido en dicho municipio.

Testimonio del entrevistado:

[Se le pregunta al capitán sobre la antigua actitud del excomulgado Narciso]

Pues bien, algunas malas lenguas lo maldecían, diciendo con sus labias ansiosas de morbo que fue desterrado a este pueblucho nuestro por culpa de su calvario con la bebida; que no había día que su aliento no oliera a alcohol mientras predicaba la palabra del Señor, y que por vergüenza para la iglesia aquí se encontraba ahora.

Aún así, siempre ha sido un buen hombre de fe, fiel al Señor tanto como a sus ideologías. Cuando lo conocí tenía ya sus años, a lo mejor cincuenta y poco, mas su pasión al dar la misa desprendía un júbilo propio de un muchacho joven; cosa que desconcertaba al ver su largo y canoso vello facial y su piel arrugada. A juzgar por lo que he conocido de él, le diría que fue un hombre feliz.

Pero claro, eso fue antaño.


Hoy, a día cuatro de Abril del año cuarentaiseis, he hallado lo que con pasión he identificado como un milagro. Esta maldita (y espero que el Señor me perdone por emplear ese término) pertinaz sequía nos está dejando sin comida. No poseemos plantaciones ni verduras, ni ganado ni carne; todo lo que veo son pobres mozuelos obligados a trabajar duramente bajo el sol tratando de sembrar sin éxito; causado esto por las ansías de contemplar los frutos brotar.

Ahora, los hechos me estaban haciendo perder la esperanza hacia el régimen que alguna vez respeté, suerte tengo si al final del día un trozo de pan acompaña mi plato de cerámica a la hora de la cena.

Mas eso era antes. Ahora, puede que el Generalísimo Franco no nos ofrezca comer semillas desde la palma de su mano, pero alguien por encima de él ha tenido piedad; y su bondad sangrante se ha cernido sobre nuestro pueblo.

Al bajar después de misa a las catacumbas de nuestra iglesia, tras dar la noticia de que las reservas de vino ya no daban para hacer la consagración, pude observar de primera mano la gracia divina que había hecho presencia.

De los ataúdes de nuestros antepasados devotos, cual sacrificio en nombre del prójimo, corría un líquido rojizo como la vid, que fluía hacia un socavón circular semejante a un pozo, anteriormente inexistente posicionado en medio de los 4 fallecidos.

El aroma a vino tinto añejo alcanzó rápidamente mi olfato, inundando de felicidad y esperanza mi corazón. No negaré que sentí cierta inquietud al ver este líquido bendito surgiendo de las tumbas, pero al agacharme y degustar todo lo que las palmas de mis manos me permitían acaparar, deleitandome con su cálida caricia recorriendo mis interiores; supe que no había razón para temer.

Mi hambre voraz quedó totalmente saciada con un sorbo, y con pasión subí a la azotea de la iglesia para abrir mi corazón ante el Señor por tal regalo, extendiendo mis brazos bajo la luz de luna y gritando mis gracias con tal vehemencia que mi voz llegaría al mismo paraíso.

Dios ha tenido piedad, y yo me ocuparé de transmitir esta a todo nuestro pueblo.


[…]

[Se le pregunta al capitán sobre Juan José Pérez , panadero del pueblo]

Alguna vez he tenido que intervenir en los bares por algún percance, los solía ocasionar junto a sus amigos. No había fin de semana que no les viera a todos ellos rodando por las calles, tratando de agarrarse a las paredes para no caer en la vergüenza del alcohol y desprendiendo un desagradable tufo a cerveza.

Pero la cosa es, que se ganaba la vida honestamente. A veces incluso he llegado a oír que enviaba a su hijo pequeño a entregar comida a los más hambrientos del lugar. Y sus hijos, esa es otra. Incluso con lo borracho e irresponsable que ha llegado a ser el hombre, sus mozos son los más educados y nobles de todos. Nunca los he visto romper ni una ventana, ni pegarse con otros chicos; ni siquiera decir palabras malsonantes.

En cuanto a su mujer, es una ama de casa, también bastante noble por cierto. Me entristece pensar en qué futuro les espera con esta sequía voraz, sin nadie más para cuidarlos.


5 de Abril, 1946.

Escribo esto con mi pluma bajo la luz de luna que entra por la ventana de mi dormitorio en la planta alta de nuestra iglesia, y con paz y alegría, degusto el exquisito vino en una copa ornamentada. De hecho, me atrevería a decir que es el mejor licor que he tenido el honor de catar.

“¡Tomad!” “¡Tomad y comed la carne de cristo, humedecida en su sangre, derramada en nuestro nombre!” “¡Pues veréis que por gracia divina, el azote de la hambruna, desaparecerá de vuestros estómagos!" Grité con pasión a todos los aquellos presentes en la iglesia.

“¡Por fin piedad!”, todos nuestros devotos obtuvieron una respuesta a sus plegarias, y sus cuerpos se vieron saciados por fin.

No veo felicidad equiparable a la de deleitarse con las sonrisas de un pueblo, que con pasión han puesto sus esperanzas en un ser todopoderoso, y con su infinito amor por fin ha demostrado su poderío bondadoso. Y más aún el saber, que yo he sido el encargado de predicar su palabra y mandato.

Con este regalo caído de los cielos, ni los cultivos ni la carne serán nuevamente necesarias. La fe ha traído consigo, por fin, algo más que esperanza.


[…]

[Se le pregunta al capitán sobre el incidente ocurrido en la tarde del 6 de Mayo]

Algo comenzó a cambiar en ese hombre a mediados de Abril.

Todo empezó cuando se esparció el rumor de aquel "vino milagroso", del cual aclamaban que al beber un solo sorbo, por gracia divina el hambre cesaría su tormento.

Yo, como buen católico que soy, estuve en la misa en la que anunció el "milagro"; aunque tras leer sus hojas de diario pongo en duda que sea algo bendito.

Al hacer la consagración, como bien dijeron todos aquellos murmullos que pasaron de boca en boca, saciaba el hambre y te llenaba el estómago de una cálida sensación de satisfacción.

La felicidad se plasmaba en el entonces sacerdote, observando con pasión las caras de asombro de nosotros; los devotos. Pensé, que tras tanta desdicha y desgracia, por fin algo pudo calmar nuestro dolor causado por la quebradiza tierra infértil.

Pero, como es normal, muchos de nuestros vecinos más escépticos ante la verdad de Dios, a la iglesia únicamente se pasaban en busca de la caricia del vino de Narciso; nombre que por cierto se le acabó atribuyendo a este, pues en los milagros ya no creían.


15 de Abril, 1946.

Me estoy percatando de que en todos estos últimos días la iglesia se vé mucho más alborotada, rara es la eucaristía en el que las dos hileras de bancos no están llenos.

Claro está, que el rumor del “vino milagroso” se ha extendido por las lenguas sedientas del pueblo. Susurros claramente se distinguían entre la multitud de “creyentes”, cuyo respeto era igualable al encontrado en una comida familiar.

Quién soy yo para denegar la entrada a las puertas de nuestra iglesia a aquel a quién considere un falso cristiano, para negarle el favor que nos ha brindado en estos duros tiempos.

Mas no toleraré mayor falta de respeto ante la comunión con el Señor. Si se aprovechan de su bondad sin mostrar amor hacía él, que se encarguen de labrar su propio terreno, pues esta iglesia nos pertenece. Nunca es tarde para comenzar a profesar la fe.

Acabo de terminar otra copa, esta vez me he quedado con algo de hambre, pero sería egoísta beber más.


[…]

Después de que todo nuestro pueblo asistiera día sí y día también, ya fueran buenos creyentes o no, el hipócrita de Narciso acabó fulminando su ira contenida por estos aprovechados cuando el panadero Juan José dijo una frase; una tan blasfema que prefiero no enunciar.

Al escuchar dichas palabras, el excomulgado agarró firmemente una estatuilla de Cristo crucificado que yacía en el altar, presidiendo la iglesia. Iba a tomar venganza por la mancillación del nombre de Jesús, y la sangre del blasfemo se expandió en el crucifijo.

Todos intervenimos, yo el primero, pero gran suerte es la que tuvo el panadero, pues no había sufrido mayores daños más allá del dolor; por lo que tras recuperarse al menos puedo decir que tuvo la redención de sus pecados gracias su merecido sufrimiento.

He de disculparme, pues aunque apartara a Narciso de aquel hombre; y le reprochara por su imprudente agresividad, no le proporcioné mayor castigo. Esto porque, en aquel momento, comprendí su valentía al enfrentarse al pecador que trataba de mancillar la imagen del Señor.


17 de Abril, 1946.

Dios me perdone.

Esta tarde he tenido una confrontación con Juanjo, el panadero. Él, como es costumbre en todos estos últimos días, ha asistido a hacer la “comunión” con Dios junto a todos sus colegas; se veía que llevaban copas de más.

Mientras intentaba dar misa, sus labios no se sellaron en momento alguno. Cuchicheos y risas descontroladas que patéticamente trataban de contener, no cesaban de sembrar una profunda repulsión en mi fija mirada.

“Y Jesús dijo: ¡El que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra!” Exclamé con entusiasmo.

Y aunque me tiemble el pulso al escribir esto, que quede constancia de su respuesta: “¡Sé vé que el Jesucristo se quería trincar a la puta!” Exclamó entre risas.

Y en nombre de la defensa de mi palabra, en nombre de mi juramento, agarré la escultura de Jesús crucificado que posaba en el altar; expectante ante los devotos. Con paso lento me dirigí a los 4 hombres, que caían del banco incontrolados por el júbilo.

Y yo me dirigí hacía el panadero, cruz en mano. Solo un golpe fue necesario para ahuyentarlos, pues sabía que más palabrería sólo alimentaría su desprecio.

Oh Dios, en qué mundo estoy, donde el respeto se basa en la dureza y agresividad; mas no en la bondad y en la palabra.

No permitiré más la entrada de sucios blasfemos a este suelo sagrado, no sin mi previo consentimiento.

Mientras estaba limpiando la sangre que le quedó al crucifijo, junto a una copa de aquel vino en la misma mesa, este se derramó por un codazo producto de mi nerviosismo nacido de mis agresivos actos. Mientras secaba la bebida, noté que ese característico carmesí no es el del buen vino tinto añejo.

Es rojizo como la sangre.


[…]

[Se le pregunta al capitán respecto a los incidentes posteriores con el excomulgado.]

Justo al día siguiente en misa, el hombre no lucía esperanzado; mas su mirada contemplativa denotaba un contagioso temor.

Sus arrugas se extendían por toda su piel, siendo las de su rostro opacadas por sus ojeras negras como la noche.

Y en sus ojos, el horror. No aparentaba sentir culpa alguna por los acontecimientos del día anterior, su expresión no era de arrepentimiento.

Su voz era a duras penas un alarido, que apenado trataba de enunciar la palabra del Señor; pero en vez de sermones, solo lágrimas salían de su rostro.

Mas todo su miedo interior se desató, a la hora de la consagración con vino y ostias.

Mientras descubría la copa con sangre de Cristo, su cuerpo comenzó a temblar de forma alarmante.

Y su mirada lentamente descendió, con ojos tan abiertos y rojizos como el sol del atardecer, solo para observar detenidamente el cáliz.

Antes de que una última lágrima cayera en la sagra bebida, instintivamente secó su cara con el paño que antes tapaba el vino.

Ante todo el asombro y desprecio proveniente de la expectación de todos los allí presentes, el excomulgado únicamente les devolvió la mirada; igualmente aterrorizada, y comenzó la consagración, cuya letanía todos repitieron con cierto grado de repulsión.

Una vez todos salieron por la puerta, quise preguntarle a Narciso qué es lo que le pasó, pero antes de llegar a él ya había subido las escaleras que llevaban a su dormitorio.

Fue rápido en subirlas, demasiado para su estado demacrado.


Acabo de bajar a las catacumbas al escuchar estruendos inusuales provenientes de los sepulcros.

Al descender por las escaleras con candelabro en mano me acerqué a los ataúdes, donde parecía que estaba el orígen del ruido. Dejé mi luz apoyada en el suelo, tratando de hacer equilibrio para no caerme en el pozo carmesí.

Me agaché lentamente para escuchar mejor, y fui respondido con una agitada pero moribunda respiración.

Con el corazón en la mano, me apresuré a levantar el sarcófago. No había ningún muerto. Estos sarcófagos no tenían la finalidad de permitir el descanso de ningún fallecido, pues no había cadáver alguno, sólo un hombre agonizante.

Gran parte de su piel y carne había sido desgarrada de sus amarillentos huesos. O quizás sólo fue consumida por el paso del tiempo, pero había algo que estaba brotando de él. Entre sus derruidas costillas se veían rosados y sangrantes pulmones, que con suspiros doloridos trataban aspirar aire. De las cuencas oculares brotaban dos ojos jóvenes, que al volverse a abrir tras despertar del descanso supuestamente eterno, solo vieron oscuridad; y solo sintieron sufrimiento.

Y en su pecho, un corazón. Un corazón cuya rojiza sangre no alcanzaba a su cuerpo. Si no que, inútilmente, esta corría fuera del sepulcro. Fuera del sepulcro, hacia el pozo de vino.

Voy a agarrar la escopeta de caza colgada en mi habitación junto a los perdigones, no puedo mantener a esas abominaciones bajo este santo territorio más tiempo.

Puede que un ser se haya apiadado de nosotros, brindándonos su bendición con intenciones bondadosas. Pero no todo ser proviene de los cielos, mas quién soy yo para denegar su ayuda.


Cosecha


30 de Abril, 1946.

Hoy, el panadero, con una venda en la cabeza y una expresión que (no negaré) mostraba su vergüenza al pisar de nuevo estos suelos, se acercó a mí tras la misa; suplicandome a llantos que le brindara una botella de vino para él y sus pequeños mozuelos.

Después de que ninguna de las tumbas continuaran desprendiendo la sangre, la cantidad de vino ha decrecido rápidamente. Ya la mitad del socavón era ya visible, el vacío resultante por cada botella de vino que lleno para tomar en el almuerzo, es claramente notable.

“Disculpeme, pero me temo que las reservas son muy limitadas. Siento darle la noticia, pero dudo que para fin del siguiente verano pueda consagrar la misa con sangre de Cristo.” Le contesté.

Con un entrecejo arrugado y una mirada de desprecio, lentamente me dio la espalda.

“Lávese mejor usted la boca. Su aliento huele a vino, sacerdote.” Dijo antes de abandonar el sitio.

Igualmente, tras las blasfemas palabras que salieron de sus sucios labios hace unas semanas, sería un hipócrita si le proporcionara esa bendición sin antes haber buscado la absolución.

Tengo hambre, voy a tomar otra copa.


[…]

El posterior incidente fue, sin duda, mucho más vergonzoso.

Por la actitud de Narciso en los últimos días, llegué a pensar que su desdicha podría estar causada por una enfermedad de la que alguna vez oí hablar llamada "Parkinson".

Se dice que por cada día y noche que pasa empeora, se caracteriza por causar agresivos arrebatos de espasmos.

Pero descarte esa hipótesis al poco rato. Ese hombre no era solo víctima de su cuerpo rebelde, también de su adicción.

Esta vez no se le veía ni arrepentido ni aterrado, sino desesperado. Es increíble las emociones que se pueden diferenciar dentro de unos ojos igualmente abiertos.

La última vez, las lágrimas brotaron de su rostro al observar el vino. Ese día, el sudor era lo que predominaba en su piel.

Aquella vez no presenciaba al vino con repugnancia, al contrario, lo contemplaba con codicia.

Tal era la ansia que el excomulgado sentía que sus jadeos de abstinencia resonaban con eco en la sacra iglesia.

Y cuando levantó el cáliz, la sangre de Cristo, el repulsivo "hombre" vertió toda ella en su boca; corriendo por su barba y tintándola de rojo vergüenza.

Tras esa tarde, ni él más fiel de los devotos se atrevió a volver a pisar esa iglesia, pues no era devoción lo que se encontraba en esta.

Era blasfemia.


4 de Mayo, 1946.

Hoy me han reprochado por tomar un sorbo de la copa de vino a la hora de la consagración. Estoy aborreciendo su sabor a alcohol, su invasivo tufo, y sobre todo su espesa y roja textura.

El hambre me consume, más que nunca. Antes lo sentía como un vacío que poco a poco se intensificaba, pero que un trozo de pan podía calmar por otro rato más.

Lo que ahora me atormenta, no es hambre. No, no lo es, es un dolor punzante que ataca sin piedad a mi corazón y fe; doblegandome como a su rebaño, y él transformándose en mi pastor, guiando mi voluntad en mi contra con su sonrisa de sorna cruel.

Escribo esto mientras las gotas de vino caen de mi barba manchada. Me atormenta pensar que, realmente, está ensangrentada.

He tratado de rogar al Señor para que me perdone mi egoísmo, mas siempre vuelvo a buscar su consuelo de espesas gotas carmesí y aparto mis manos entrelazadas hacia el cielo para volver al sepulcro, y agacho mi cabeza para beber como si de un perro se tratara.

El pozo se acaba, mi cuerpo tiembla, mi ansia aumenta, mis lágrimas brotan, mi esperanza se disminuye.

Todo lo que me queda es subir a la azotea de la iglesia cada noche, para gritar desesperado en busca de clemencia por mi castigo divino. Y ver cómo mis brazos tratan de alargarse en un constante temblor, en busca de tocar el paraíso que ya no sé si seré capaz de tocar con mis pies descalzos.

Franco nos ha dejado a nuestra merced, a los hombres que alguna vez clamaron su nombre y a las víctimas que acaban fusiladas por sus ideologías; todos ellos sin nada que echarse a la boca. Pero esta vez, alguien más allá de su poder nos ha brindado esta bendición, pero ahora es mía la culpa por no haberla repartido cual panes multiplicados a mi pueblo hambriento.

Ahora, entregaría botellas enteras de vino a todos mis vecinos. Pero cuando el hambre me vuelva a azotar, cuando las gotas de sudor nublen mi visión, cuando un constante y sediento jadeo comience a escapar de mi boca; beberé con desespero toda esa botella sin siquiera antes poner la maldita sangre en una copa. Y la sangre volverá a recorrer todo mi cuerpo como un río de vergüenza.

Dios se apiade de mi débil alma.


El pozo se ha acabado, mis brazos han servido a mí voluntad y hambre, y se han estirado metros para alcanzar los últimos resquicios de sangre.

Tengo hambre, necesito más comida.

Pan. Pan y sangre de Cristo.

Esos muertos no tienen demasiado pan, están muertos.

Necesito un corazón viviente, un corazón latente.


[…]

[El capitán es preguntado respecto al asesinato de Juan José Pérez]

Fue grotesco, grotesco era su dormitorio, como su rostro; que ahora perdurará por siempre en mi recuerdo.

Era la noche del 5 de mayo. Estaba soñando plácidamente en nuestra casa cuartel, cuando el teniente Álvaro me despertó con celeridad.

"¡Despierte!" me gritó; "¡Le necesitamos!"

Me metió gran prisa para que me vistiera apropiadamente con mi uniforme, no me dijo nada más allá de que "se había cometido un asesinato".

Como es obvio, no era la primera vez que la vida de un hombre era arrebatada fríamente por las manos del lobo con piel de cordero, al que alguna vez llamábamos vecino; pero desde el momento en el que me levanté de mis aposentos supe que había algo más.

Me guiaron a la casa del panadero, en la puerta se encontraban su esposa e hijos; con un llanto tan potente que su dolor se podía sentir desde que desperté de mi cama, se veía que su época de luto no se les hará placida.

Mientras entrábamos a la casa, otros de nuestros compañeros estaban hablando en el portal sobre “que no, que la puerta y el resto de ventanas estaban completamente impolutas. Que debió entrar desde el piso de arriba.” Estos comentarios generaron una gran curiosidad en mi afán por los misterios, al tiempo que sus caras de confusión y pavor mermaban mis ganas.

Un hedor propio de la sangre me abrumó al dar el primer paso en las escaleras, pero ni un solo rastro de confrontación o remanentes propios de un asesinato estaban presentes… Aún.

Al subirlas vi a Fernandez, otro de mis compañeros, apuntando algo en una libreta. Antes de que pudiera al menos dar un paso más para dirigirme al dormitorio del panadero, este me advirtió.

Su frialdad siempre ha sido inmensurable, pero está vez se hacía notar un temblor que trataba de disimular. Estaba en su mano derecha, con la que sostenía la pluma que usaba para escribir sus notas.

Al levantar la mirada hacia su rostro, un frío sudor me respondió, y con su mano predominante refugiada tras su lomo me explicó que; quizá, solo los criminólogos deberían no solo estudiar, sino que también ver el cuerpo de forma directa.

Mis ojos se desviaron para observar la presencia de cristales rotos que se habían desperdigado por todos lados, y pensé que posiblemente pudieran haber sido originados en el dormitorio que se posicionaba a la derecha de esa sala en la que nos encontrábamos.

Pregunté un porqué, y su contestación fue más una advertencia.

Me dijo que, es verdad, que ya habíamos visto casos desagradables con anterioridad. Pero que algo resultaba diferente en este; que es necesario un espíritu fuerte para mirarlo a los "ojos".

La mayoría de estos jóvenes no han tenido que disparar un arma en su vida, vienen de estudiar directamente al cuartel; y me atrevería a decir que otros no han hecho el servicio militar por capricho y que sus adinerados padres han pagado para que este deseo se les haga realidad. Pero al final del día, todo hombre necesita un trabajo honrado, y acaban aquí igualmente. Por ello, no tome su advertencia como tal, sino como cobardía.

Lo aparté y caminé con determinación a la otra habitación, sellada por una cortina de coloridas cuentas que se ondulaban por el viento, dejando entrever lo que en la habitación yacía.

(El capitán de la guardia civil traga con fuerza. El sudor en su frente es claro.)

Extendí mi brazo en la esquina de la cortina para poder pasarla, a la vez de que un impuro hedor a muerte me atacaba sin piedad alguna; arrastrando mi mente a los recuerdos tortuosos de la guerra.

Y ahí estaba… No podría decir que aparentara tener un rostro calcinado por los violentos azotes de las llamas, tampoco era parecido a aquel compañero cuya cara despellejaron los rojos en un incomprensible acto de sadismo, únicamente atribuible a la más salvaje de las bestias; ni con los desventurados cuyas heridas pútridas por la enfermedad se extendió en su epidermis; hasta que se vieron obligados a arrancarla.

Le diría… Que ni siquiera aparentaba un asesinato. Su expresión, su cara, los huesos que quedaron expuestos al aire… No fue asesinado, fue devorado.

Solo sangre seca se encontraba a su alrededor, y ni una gota más brotaba de él; se sentía que el cuerpo estaba ya falto de ella.

No fue devorado por una bestia, fue lo que pensé. No digo esto solo por sus cicatrices propias de dentaduras más semejantes a las de un humano que a las de cualquier otro animal; el ser no solo sentía hambre.

Su carne fue despegada con un sádico afán, su cuerpo fue mutilado con satisfacción. Una actitud así no viene de la natural necesidad de un animal hambriento, viene de la crueldad de un hombre.

Sus ojos ya no le pertenecían, solo sus cuencas más oscuras que el abismo prevalecían; pero no eran necesarios para poder relatar lo último que vieron antes de que su cuerpo cesara su sufrimiento por la más piadosa de las muertes. Pero incluso después de fallecido, pareciera que continuaba recayendo sobre el tormento del dolor.

Por la situación, ví que el panadero estaba durmiendo en su cama, pero que algo lo sacó de esta y le hizo… Eso. Las sábanas y cojines estaban tirados por los suelos, ensangrentados.

Y cuando alcé la mirada más allá del difunto apoyado en su mesita de noche, observé la luna tras su ventana. El frío viento de la noche ondulaba la cortina, y la luna alzándose entre la penumbra del anochecer se dejaba vislumbrar con su adormecedora caricia.

Y bajo esta, una sola cosa. La única que se diría está más cerca de tocar la luna, cielo y estrellas. Más que cualquier rascacielos o avión, más que cualquier invención diseñada por el hombre; pues la creación de estas no son encomendadas por nuestra propia voluntad. La iglesia dominaba el paisaje tras los cristales rotos.

Álvaro interrumpió mi detenida observación posando su mano en mi hombro, sobresaltando mi guardia. Tras regañarle por su inadvertida presencia, me dijo que bajara a hablar con las ahora viuda y huérfana; ya que sus sollozos habían cesado lo suficiente como para escuchar sus palabras.

La mujer nos dijo que esa noche durmió con la niña en el piso de abajo por culpa de una pesadilla; dejando a su esposo a la merced de las tinieblas nocturnas. Bajó silenciosamente hasta la habitación de la hija con la que estaba cogida de la mano, quien anteriormente subió a su cama matrimonial para pedir su caricia maternal.

Una vez ambas acostadas, mientras la madre la abrazaba para que sus temores abandonaran su mente; el sonido de los cristales rotos resonó por la casa. De un solo salto, la madre salió de la cama, a lo que siguió su hija. Dijo que era posible distinguir ruidos; más bien sollozos, provenientes del dormitorio.

Al atravesar la cortina que daba paso a la habitación, un grito despertó a todos sus hijos, y a su vez espantaron unos brazos. Unos grisáceos, dijo, o que eso era lo que le permitía ver la oscuridad. Alargados, más bien retorcidos, que se enroscaban en el rostro de su marido arrastrándolo fuera de la ventana; y como si de ramas se trataran, hundían sus dedos en garganta y nariz.

Y esas extremidades desaparecieron tras la ventana; y al sacar las manos del hombre, no salió de él sangre alguna; ni tampoco gemidos de dolor. El hombre estaba muerto, de un momento para otro, devorado. Primero lo vió la esposa, después lo vio la hija, después el hijo y; por útlimo, el más pequeño. Todos ellos, reunidos, juntados por los jadeos de calvario.

Todos aglomerados, solo para observar atónitos el cuerpo mutilado de forma sanguinolenta que era el padre de la familia.


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Después de anotar todo lo que la apenada progenitora declaró, y de sacar algunas fotos del caso, volví al cuartel junto a mi compañero Álvaro, preguntándome este mientras íbamos de camino si me había impactado; y confesando con bochorno que esta misma noche sería incapaz de dormir serenamente.

(El capitán suspira levemente. Hágase notar la indecisión en su enunciación.)

Y con una mirada, por encima de la suya propia, le dije con desprecio:

"Ya he exterminado una orgullosa cantidad de rojos, y repetidas veces he enviado sus sucios cadáveres a unas imponentes pilas de cuerpos" le contesté. "Un vecino, ya sea mutilado o devorado mientras su corazón aún era latente, no tiene comparación a ver tus compañeros masacrados por escoria… Y he de admitir, que esas mismas atrocidades resultan placenteras para el autor; si se les aplican a las personas correctas."

No me gustan los niños que juegan a los soldaditos como afeminados… Que nunca han pisado el frente… No tienen coraje alguno.

(El capitán se queda cabizbajo, en silencio. Gotas de sudor fluyen de él.)

[Se le cuestiona al capitán respecto a su aparente nerviosismo ante la descripción de la situación]

Hombre… A ojos de un soldado, la presencia de un cadáver mutilado duele más en tiempos de paz.

[Se le instiga a detallar el procedimiento de la investigación del caso]

El día después, tras hallar el cadáver, no tuvimos pista ni teoría alguna de quien pudo haber sido el intruso que cometío el asesinato; y las declaraciones de la mujer solo nos descorcentaban más aún. No la creímos en lo absoluto, pensamos que sencillamente fue presa del pánico y presentó alucinaciones que no eran reales; eso pensábamos. Toda la mañana estuvimos alrededor de una mesa, intentando sacar teorías que fueran consistentes, mas no lo logramos, y todo acabó en discusiones nacidas de la incertidumbre.

Personalmente, tuve la tentación de exponer mi temor a que el hombre fue más una presa de un ser hambriento que una víctima de un asesino; pero debido al escepticismo que todos poseíamos a todo aquello ajeno que no engloba la gloria infinita del Señor, decidí no agraviar los gritos de desacuerdo.

Ese mismo día, que cayó un domingo por cierto, fuí a la iglesia a orar y calmar mi mente; pero un bizarro panorama me causó una mirada confusa. Las puertas de la iglesia estaban inusualmente selladas. Ojeé mi reloj de pulsera, y las siete y media marcaban, la entrada debió llevar abierta un tiempo ya.

Inclusive tras los bochornosos incidentes respecto a Narciso, yo seguí asistiendo a la iglesia cuando mi trabajo me lo permitía, e inclusive si el sitio acababa vacío el sacerdote siempre lo abría para aquel que estuviera dispuesto a hacer la comunión junto a él. Me agaché levemente para observar el interior tras un pequeño agujero producto de la desgastada madera.

Y solo el abandono respondió; las velas votivas estaban apagadas, y la copa de vino que debía estar en el altar yacía en el suelo. Entonces ví una luz, una luz cálida de vela, proveniente de las escaleras que daban paso al dormitorio de Narciso.

Al dar unos pasos hacia atrás, observé que su ventana también estaba cerrada; y recordando su inusual y enfermizo comportamiento que padeció esos últimos días; pensé que quizá le había ocurrido algo.

Tras unas pocas patadas logré derribar la puerta; “todo sea por salvar una vida de un hombre santo” pensé.

Subí frenéticamente las escaleras, pasando todas las ornamentas y estatuas de santos que miraban al suelo; apenados. Y en la cama estaba, recto y cruzado de brazos en una pose funeraria, lo cual descompaginaba con su rostro pánicado, con la mandíbula tan abierta al punto de que parecía que estaba descolgada. Y su mirada estaba fija en el cielo, parecía disgustado por lo que ahí le dio la bienvenida.

Su cuerpo era flaco, se veía débil y sus huesos se marcaban, estaban cerca de sobresalir de su carne. La piel era grisácea, su pulso era nulo, y su barba y boca estaban mancilladas de sangre. Sangré que, pensé, era propia.

Rápidamente traje a todos mis compañeros a la escena, incluido el forense. Algunos mencionaron sus pensamientos, “que esto estaba relacionado con la muerte del panadero”, opinión que no compartí. Estuvimos revisando la zona, a lo que vimos una puerta que descendía a lo que parecían ser las catatumbas.

Decidimos entrar para limpiar toda la zona en caso de que algo se nos escapara, yendo yo el primero. La sangre se nos heló al ver tumbas destapadas, habían sido exhumadas.

Nos dirigimos a inspeccionar los cuerpos, y cuando nos acercábamos, me confundió la presencia de moscas que por el aire volaban aún revoloteando las tumbas.

El hedor a putrefacción se hacía cada vez más intenso alrededor, por cada pequeño paso lento que dábamos la fatiga incrementaba. Al bajar mi cabeza para contemplar a uno de los difuntos, una mirada me respondió.

“¿Cuánto tiempo llevan estos hombres aquí enterrados?" Pregunté a mis compañeros, sin apartar la vista. Se encontraban tras mi espalda, acobardados. “Años, si no que décadas; y me atrevería a decirle que a lo mejor siglos.”

“Y… Cuánto… ¿Cuánto tarda un cadáver en perder los ojos?” volví a preguntar.

No hubo respuesta, me volteé para repetir mi cuestión, y todos tenían una expresión perpleja. Sin alzar la voz, todos comenzaron a rodear los sepulcros, recuerdo que Álvaro tuvo que apartarse para vomitar en una esquina. “Tienen ojos, carne, piel… ¿Órganos?” Dijo uno.

“Esto es un milagro” escuché por ahí. “Esto no es natural, pero mucho menos algo bendito” Le respondió otro. “¡Callaos!” tuve que gritar. El silencio sepulcral se hizo, y todas las lenguas se calmaron. Nuestras miradas se entrelazaban ocasionalmente, hasta que el forense se detuvo para echarle un vistazo mientras aún temblaba del sobresalto.

“Estos huesos amarillentos son una clara muestra de la descomposición y decrepitud”, enunció. En cambio, asustado, contradijo esto aclarando que la carne, piel y órganos que aún presentaban los cuerpos eran propios de un fallecimiento reciente.

“Había sido devorado por la podredumbre, pero a su vez no”, declaró como un pensamiento expuesto. “Ha sido devorado” dijo, y su voz se quebró, sólo con estas últimas palabras. Agarró uno de los brazos esqueléticos, acercándolo a él para inspeccionarlo. Lo soltó, se tapó la cara con ambas manos y suspiró. Nos explicó que tenía marcas, marcas de dentaduras. Y no, no eran animales.

Y tras eso, comprobó el resto, y todos las tenían. Marcas de dientes humanos. Dejamos al forense con los cuerpos, confundidos por sus palabras, y confiscamos el diario y una botella de vino que escondió en su armario. Y entonces revisamos las memorias del hombre… Si le soy sincero, ninguno sabíamos qué pensar.

[Se le pregunta al capitán si estuvo presente en los acontecimientos de la noche del día 26 de mayo]

Me temo que no, ese día tuve que asistir a una reunión en el gobierno civil. No pude hacer mucho más que leer el diario. Entonces, ¿Esto sería todo?

[Se le reprocha al capitán por su severo intento de engaño a su superior y al régimen, y se le informa de la denuncia interpuesta por sus compañeros con anterioridad; no se recibe respuesta por su parte]

[Tras unos segundos de silencio, se le advierte de que sería destituido en caso de que no testifique]

¿Pero qué le han dicho…?

[Se le entrega una carta con las declaraciones de otro de los guardias civiles, donde declara la cobardía y pánico de la que su capitán sufrió en un momento de necesidad.]

Afeminados de mierda…

Fin del testimonio

Tras esto, el ahora ex capitán, Alfonso Rodrigo Giménez, fue apresado y envíado al calabozo. Se le llevó a un tribunal militar y fue expulsado del cuerpo sin honores.

Debido a que no nos ha llegado a brindar valiosa información referente al incidente mencionado anteriormente, se optará por entrevistar al teniente Álvaro Martín Alonso.

Esta entrevista es fechada en el día 30 de Mayo, 1946, en █████████.

Bañado en la gloria de la grandeza de España
- Capitán Ricardo Garrido de la Cierva

Andalucía, Puesto rural de la Guardia Civil, Granada, █████████

Destinado a la Institución para el Estudio de Rarezas Sobrenaturales (Sala de Archivos), Sevilla

A 30 de Mayo del año 1946 (█)

SECRETO

DISPONIBLE


a todo investigador de la Comisaría Especial de Seguridad que desee acceder a la consecuente información

INFORMO

de cierto incidente inusual transcurrido en el pequeño pueblo de █████████, Granada, en la noche del 26 de Mayo.

Los hechos referidos involucran (principalmente) al excomulgado Narciso Ortega Maldonado, originario de dicho pueblo.

A continuación, se le mostrará la transcripción de la entrevista realizada por el capitán Ricardo Garrido de la Cierva al teniente de la guardia civil Álvaro Martín Alonso respecto sus recientes vivencias; quien tuvo que ser medicado debido a las experiencias traumáticas que vivió.

Testimonio del entrevistado:

[Tras proporcionarle calmantes, se le volvió a cuestionar respecto a los acontecimientos]

Ya… A ver, era de noche y estábamos todos durmiendo en nuestros barracones, cuando me despertaron. No me quedó claro qué pasaba, pero el cuerpo moribundo del forense que yacía en la entrada del cuartel lo decía todo. No tuve tiempo de pararme a verlo detenidamente, mas un médico lo estaba atendiendo; y a juzgar por el reguero de sangre que lo acompañaba, supe que vino corriendo hacia nosotros.

No hubo un sólo intercambio de palabras, yo sólo seguí al resto… Y a su vez, el rastro rojizo que yacía en la áspera tierra. Al alzar la mirada para ver el origen de ésta, casi caigo al suelo. La iglesia se plantó, imponente, hacía mí.

“‘¡’Enga, hijo; entra!” Me gritaba nuestro capitán. Entré, como bien me dijo, y seguidamente escuché un chirrido tras de mí. Al girarme, ví como él sellaba la entrada con un mueble, encerrándonos a propósito. Escuché gritos de discordia entre mis compañeros y mi superior; pero mi superior nunca cerró su bocaza no paró de decir que “había que hacer sacrificios”.

Volteé a mi alrededor, y la oscuridad sólo estaba interrumpida por la cálida llama de un candelabro. Al ver al suelo, ví que el rastro sanguinolento continuaba, ahora brillante por la luz; y se dirigía a unas escaleras que descendían a mi izquierda.

No traía mi rifle conmigo, no me dío tiempo siquiera de prepararme como es adecuado, sólo yo con mi coraje y mi rabia me encontraba en el suelo mancillado, que ya nunca más sería sagrado. Los ornamentos y estatuas de santos redimidos, que con dolor miraban al cielo, estaban expectantes a mis pasos. Y al alzar la mirada, sólo una cristalera de un Ecce Homo dolorido y sucio se postraba ante mi mirada perdida.

Escuché una respiración… Proveniente de mi costado izquierdo. Después fueron gemidos, que trataban de rasgar algo de aire de este lugar, pero sólo en tos resultaban. El descenso de las escaleras de piedra estaba cubierto por la negra noche, con una oscuridad que me hizo sufrir de la más cruel impotencia.

Mis pupilas se inundaron de esa oscuridad, y mi respiración agitada comenzó a ir en macabro unísono con aquella que se escuchaba tras esa capa de misterio. Mi pulso comenzó a temblar, y comencé a distinguir un ruido. Era como las ramas de un árbol que caen al suelo por culpa de un arrollador temporal ventoso, o como el crujir de la madera retorcida. El dolor de cabeza con el que desperté ahora era una jaqueca insoportable, que por cada sonar rítmico proveniente del sepulcro se hacía más y más desesperante.

La iluminación de las velas era consumida por las tinieblas, y las tinieblas comenzaban a consumir mi mente. Pero algo comenzó a surgir de ellas. Ya no se escuchaba el crujir de las ramas desde la garganta del abismo, ahora eran pasos. Pasos lentos, mas profundos, como tambores que resonaban en mi interior; y de mi interior surgían gritos sordos de temor.

Los pasos comenzaron rectos, firmes; como una armada que se dirige a un poblado que pronto será aniquilado, con una sádica certeza de que la muerte será desatada; y de que la sangre volará como pájaros liberados al vuelo. Pero los pasos se acercaron, sin cesar su ritmo, y algo cambió. Ya no se escuchaban ni rectos ni firmes.

Ahora eran un amasijo de estampidos, muchos para ser causados por dos piernas. Eran irregulares, lo que antes sonaba erguido ahora parecía un animal desesperado por consumir a su presa, que corre hacia ella sin mayor miramiento.

Unas luces se hicieron visibles, estaban demasiado separadas para ser ojos; demasiado grandes, e iluminadas. Pero el infierno se desató bajo la iglesia, y ví a un muerto; que fallecido estaba, pero su cuerpo no cesó de actuar, mas ya no lo hacía como un prójimo… Ví como sus brazos y piernas se agarraban al suelo y techo para cazarme.

Y el rostro, el cual había tomado por muerto, se abría paso en la oscuridad con una avidez que denotaba salvajismo, pero a su vez, la pérdida de toda humanidad y muerte de con la que vino al mundo. La oscuridad de ese lugar su cuerpo ramificado opacó, y su corteza grisácea que ahora era su tez la envolvía. Su rostro avanzó desde las tinieblas… Comenzó a abalanzarse sobre mi inmóvil cuerpo. Al suelo me tumbó, cerniéndose sobre mí, mientras gotas de sangre caían en mi piel y un hedor a vino mareaba mis sentidos.

Sus ojos ya no parecían estar asustados como cordero, estaba hambriento como lobo. Su mandíbula seguía abierta, no denotando un aspecto moribundo. El deseo se podía sentir, oler; como el apestoso alcohólico que sueña con habitaciones llenas de botellas y barriles de licor y cerveza. Estaba deseoso de mi carne, sus dientes se entre cerraban y abrían repetidamente con ritmo lento, con mordidas que ansiaba asestar en mí.

Su cara… Se alargaba y contraía por cada respiración como si de arcilla siendo moldeada se tratara. Y su boca seguía abierta, dejando ver sus interiores roídos como la malgastada madera. Como ramas, sus brazos se entrelazaron en mi torso, levantando mi cuerpo tendido.

Mas… "Esto", alzó la voz. "Este ser es lo que soy, Esto soy yo, ya no más hombre soy, no más humanidad prevalece en mi alma. Solo gula, gula y avaricia, pecado mundano y castigo divino es lo que soy. Lo que fue fé y esperanza hacia el cielo; ahora en nada más que alaridos desesperados dirigidos al cielo, en busca de descanso y perdón, se han transformado. En nada más, pues ya mi mente no es capaz de albergar otra cosa que no sea dolor… Y hambre. Quémame, muchacho. Quema mi cuerpo, quema mis pecados, y quema mi legado. El único aliento de Narciso está pasando por tus oídos ahora mismo. Cuando termine de alzar la voz, cuando nada más que gritos de sufrimiento se escuchen tras mi embriagada boca y ni una palabra se distinga entre ellos; ahí sabrás que ya no más hombre hay en mí, y podrás darme por muerto; y deberás darme descanso".

Esa fue su súplica. Y con lo que quiero pensar era su brazo, se estiró metros para agarrar un candelabro que emitía la única luz visible, y me lo dio en la mano; con unos dedos con una estructura extrañamente humana. Me dejó ver claramente su cara, y ví sus ojos. Ya no estaban tan hambrientos; ahora lagrimeaban.

Con otra de sus extremidades, derribó de un sólo golpe la barricada. El capitán huyó en pánico hacia la nada, y yo lentamente me alejé… Y cuando me aparté lo suficiente, candelabro en mano, me giré a la iglesia.

De la puerta, ventanas y cristaleras comenzaron a surgir. El árbol germinaba, y sus frutos impuros por el pecado se comenzaban a mostrar. Nada más que gritos de sufrimiento se escuchaban; y retumbaban con eco por toda la planicie que me rodeaba. Ví como su cuello, agrietado como la corteza, trataba de alzarse al cielo; con ojos de desesperación.

Ya no buscaba ni pan ni sangre, ahora sólo buscaba perdón y descanso; como los berridos provenientes de un matadero.

Mientras todos observaban exhaustos, yo me acerqué a él, y bajó su mirada dirigida al cielo. La bajó, no para verme a mí, si no a las llamas que portaba. Aceptó su purificación, y ví un último atisbo de Narciso en su aciaga mirada.

Y los fuegos consumieron la iglesia, quedando el excomulgado libre otra vez, como ceniza que vuela con el viento hacia el firmamento… Sólo el recuerdo purificado del rostro de Narciso permaneció, como nada más que una imágen. Nada más prevaleció.

Fin del testimonio

Actualmente, se está evaluando si el teniente Álvaro debería continuar en el cuerpo o ser destituido de su cargo debido a las repercusiones mentales de los hechos.

Aquí una fotografía del pobre excomulgado que nos dío el hombre:

Verg%C3%BCenza

Respecto al caso, nosotros nos hemos encargado de que todos los involucrados no tuvieran conocimiento sobre la intervención paranormal entre ambos fallecidos. Respecto al forense, quien resultó violentamente atacado por Narciso, actualmente continúa hospitalizado.

No veo necesario tratar de eliminar el conocimiento sobre la “sangre sobrenatural”, pues suponemos que esta pasará a la historia como una mera leyenda que las madres narrarán con su dulce voz a sus hijos ya arropados en sus camas.

Y, en mi más sincera opinión, no pienso que el excomulgado haya recibido un castigo como tal “divino”, y mucho menos que lo que pasó en esas catacumbas fuera un milagro. Dios puede tener sus víctimas, a las que les da un merecido castigo por sus pecados; pero una “víctima” nunca arrebataría una vida, pues no sería sufrimiento ajeno, y el panadero parecía un buen hombre.

Dentro de los planes de Dios, el puro no sufre, y el blasfemo es sancionado; pero siempre hay algo que se escapa de sus planes. Unos seres, que algún día clamaron su nombre y tocaron sus trompetas, y ahora tienen su venganza corrompiendo y mancillando el nombre de sus hijos.

Daré este caso por cerrado, mas la guerra contra la impureza que va más allá de lo carnal aún no ha concluido.

Esta entrevista es fechada en la noche del 30 de Mayo, 1946, en █████████.

Bañado en la gloria de la grandeza de España
- Capitán Ricardo Garrido de la Cierva

Fin de los registros

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