Pugilización Aberrante: Nuevo Talento
Puntuación: +4+x

Al Señor Azul le disgustaba trabajar en equipo. Su forma de pelear era muy directa, avanzando de frente sin detenerse, incluso permitiendo que lo rodearan. Una actuación, que incluso para los impulsivos y testosteronados miembros del Centro consideraban imprudente. Producto de la confianza ciega en sus mejoras mecánicas que volvían a su cuerpo un tanque imparable e impenetrable que honraba a su dios mecánico con cada golpe. Nadie podría seguir su avance y menos mantenerse firmes en medio de la masacre, incluso sus aliados aberrantes como él, a excepción del Maestro. Por eso prefería trabajar solo, porque le resultaba más conveniente.

Por lo que cuando le dijeron que tendría que ir a una misión junto a un “nuevo talento” su reacción fue predecible. Ya era problemático para él trabajar junto a alguien más, que sea un novato en su primera misión hacia las cosas peor. No podía llevar a cabo su trabajo mientras hacía de niñera a la vez. Lo mejor que se le ocurrió fue decirle al nuevo que se quedase atrás mientras se encargaba de la pugilización para evitar que muriera. Un razonamiento que fue confirmado como correcto al ver al susodicho “nuevo talento”.

El hombre medía unos 1,87 metros de alto y pesaba unos 70 a 80 kilogramos; lo encontró esperando apoyado sobre su auto. Portaba una máscara de gas y vestía unos jeans y una camisa hawaiana desabrochada que dejaba expuesto su torso cubierto de tatuajes tribales mesoamericanos y quemaduras que se extendían hasta sus manos. No parecía alguien confiable.

—¡Ey! Hola amigo, ¿eres Azul? —lo saludó el hombre de la máscara cuando se acercó el hombre de hierro.

—Así es, ¿usted es el Señor Naranja? —respondió con formalidad el gigante ajustando el saco de su traje. Intentó descifrar de qué zona era el acento de la voz del hombre de la máscara, pero no pudo reconocerlo.

—El mismo, pero llámame Alejandro. No me gusta el naranja. ¿Cuál es tu nombre ‘mano?

—Cárdenas, pero prefería que se me refería a mí como “Señor Azul” o “Azul” a secas si lo prefiere, Señor Naranja.

—Como digas amigo —a pesar de tener la cara oculta, la expresión de abatimiento del hombre era fácilmente adivinable por su tono de voz.

Ambos hombres subieron al auto, el Señor Azul al volante y el Señor Naranja de pasajero, hacia el lugar de la misión. Viajaron en silenciopara el gusto del hombre de hierro.

—Entonces… ¿Cómo entraste en esto? —preguntó el enmascarado de improvisto.

—¿A qué te refieres? —respondió el gigante sin apartar la vista del camino.

—A esto de golpear tiburones.

—Cuestiones personales —respondió Azul ocultando sus deseos de venganza.

—Está bien… —solo pudo decir Naranja a esa respuesta tan cortante.

—¿Y tú, porque te uniste al Centro? —preguntó simplemente por cortesía.

—Me dijeron que aquí podría conseguir buenas peleas y hacerme más fuerte.

—¿Más fuerte?

—Sí, más fuerte, más rápido, más duro. Esas cosas ‘mano. —respondió con desinterés.

—Ja, tenemos motivaciones similares.

—¿En serio? —preguntó intrigado.

—Sí, también quiero hacerme más fuerte.

—¿Para qué?

—Para matar a alguien.

—Mmm… Sí, yo también quiero matar a algo. —respondió sintiendo un poco de empatía Naranja por Azul.

El hombre de hierro le dio algunos vistazos a su compañero, que había caído en silencio, y observaba por la ventana el paisaje. Con una revisión más cuidadosa, notó que sus quemaduras no eran manchas blancas amorfas en su piel, sino que parecía que formaban un patrón extraño desconocido por su cuerpo. La pregunta sobre el origen de las mismas surgió en su mente, pero ya que su información personal no era de su incumbencia.

Continuaron viajando hasta que se hizo de noche. Al final llegaron los pugilistas a una planta de potabilización de agua. En el ese lugar habían reportado una actividad inusual, posiblemente simpatizante, por lo que tendían que investigar, eliminar cualquier amenaza y, de ser posible, detener algún involucrado para obtener información. Bajaron del vehículo e ingresaron por la parte de las piscinas para llegar al edificio principal.

—Quédate aquí —ordenó el Señor Azul al Señor Naranja a medio camino del edificio principal—, aquí tendrás menos riesgos.

—Como digas jefe —respondió el Señor Naranja sin protesta.

El Señor Azul se encontraba desconcertado con respecto al nuevo. En un principio pensó que sería uno más de los descerebrados e impulsivos montones de músculos que componían el Centro por su vestimenta y actitud relajada inicial. Pero su actitud calmada durante el viaje y que no presentara resistencia a su orden lo desconcertaba. Pero eso no era importante, había que revisar ese lugar primero y sería más fácil pelear ahora que entraba solo.

El Señor Naranja suspiró dentro de su máscara de gas. Él estaba acostumbrado a tratar con personas como ese hombre, arrogantes y cabezas duras, por su anterior carrera militar, pero de igual manera le disgustaba. Él respetaba la cadena de mando, como ese sujeto era su supervisor en ese momento, él debía de obedecerlo, aunque no le gustara.

Él solo deseaba encontrar oponentes dignos de su arte marcial y esperaba que ese pelirrojo no le hubiera vendido gato por liebre.

El hombre de la máscara observó al cielo nocturno con inquietud. Las sombras se extendían con densidad a su alrededor con la luz pobre de la luna que no lograba traspasar las nubes, generando un nerviosismo en el hombre que aún no descubría cómo eliminar. Luego bajó su vista a la piscina. La superficie negra del agua sucia estaba en calma, no había ni una brisa que la perturbase esa noche fría. Pero el escalofrío no lo abandona. Observaba fijamente la superficie ennegrecida por la noche y la tierra, como si fuera oscuridad liquida lo que estuviera frente suyo. Se mantuvo a la espera por largos segundos hasta que sintió algo. Levantó la cabeza y observó a la muerte descender sobre él.

Con unos reflejos sobrehumanos, el Señor Naranja logró esquivar el ataque en picada de la bestia que procedió a realizar un giro imposible para evitar chocar contra el suelo y volvió a retomar vuelo cortando el aire con un silbido.

Los sensores del Señor Azul detectaron el silbido y se volvió a ver lo que ocurría. Eso lo dejó expuesto al ataque. Otra bestia había atacado buscando cortar el brazo al gigante, pero las gruesas láminas de su piel no recibieron ni un rasguño por la embestida. En ese momento se dio cuenta de lo que se enfrentaban. Tiburones voladores de la peor clase; tiburones espada.

Armados como un largo pico aplanado de hasta un metro y medio, como los peces espada o marlines, pero, a diferencia de estos, es óseo y se encuentra afilado en los bordes de la “hoja”. Además, pueden volar, vivir en la superficie y son absurdamente rápidos. Alcanzando velocidades de hasta 200 km/h. Ser desmembrado por un tiburón espada no era una posibilidad, sino un hecho que iba a ocurrir cuando te enfrentabas a uno.

El Azul maldijo para sí. Al revisar el cielo nocturno, logró detectar un cardumen de al menos ocho individuos más los dos que ya los habían atacado a unos cientos de metros sobre sus cabezas. Él no tenía miedo por su seguridad, los picos de esas bestias se romperían antes de perforar su cuerpo forjado, pero no podía decir lo mismo de su compañero. No sabía de sus capacidades, pero las cicatrices que tenía no indicaban que pudiera sobrevivir a un desmembramiento.

El tiburón espada surcó los cielos, realizó un giro para descender en picada y embistió una vez más contra el Naranja, cortando los 150 metros que separaban al hombre de la bestia en apenas unos segundos. Para un pugilista, ese tiempo era suficiente para esquivar y tal vez contraatacar, pero el largo del pico y la flexibilidad de ese tiburón lo complicaban, sin contar la oscuridad. La situación no era favorable para los pugilistas.

El Señor Naranja levantó sus puños mientras sonreía bajo su máscara con seguridad por su victoria y demostrar que era digno.

La bestia pasó sobre las piscinas, volando más rápidamente que el viento. El hombre lanzó un jab cuando el tiburón aún estaba lejos, golpeando solamente el aire. El escualo solo estaba a un segundo de reclamar la cabeza del humano para sí cuando, frente al puño del hombre, una luz brillante naranja surgió y se expandió. Una explosión de fuego color ámbar empujo al tiburón en el aire, desorientándolo. Luego ocurrió una segunda explosión, ahora bajo los pies del pugilista, que le dio el impulso para acortar rápidamente la distancia y conectar un puñetazo a la bestia. La tercera explosión iluminó la noche con una luz sagrada y esparció los restos del selacio por las piscinas.

El Señor Naranja voló hasta el otro extremo de la planta hasta que tocó de nuevo el suelo, extendió sus brazos y gritó a los cielos su desafío:

—¡VENGAN! ¡OFRECERÉ SUS CORAZONES A LOS DRAGONES!

Dos tiburones abandonaron el cardumen y atacaron en conjunto por los francos del Señor Naranja. El enmascarado analizó la situación, supo que el más rápido era el selacio que atacaría por su derecha. Lo esquivó agachándose al último segundo y dejando que pasara por arriba de él. Cuando el escualo de la izquierda estuvo al alcance, avanzó evitando la hoja de hueso de la bestia y conectó un gancho bajo la mandíbula. Convirtió su cráneo en astillas quemadas. Su compañero volvió a la carga contra el pugilista. Este dio un paso fuerte y una cortina de fuego se levantó frente suyo. El tiburón atravesó la cortina sin problemas, pero no pudo evitar ataque sorpresa del enmascarado que lo convirtió en tripas carbonizadas.

El Señor Azul observó la escena con asombro. ¡Ese poder era espectacular! Le recordaba a cómo el Maestro atacaba con su magia, pero esto era algo diferente a la pugimancia que él realizaba. No había rastros de EVE tras los ataques del Señor Naranja que él pudiera detectar. La pregunta sobre lo que estaba haciendo ese hombre lo invadió, pero fue disipada al detectar una emisión repentina de radiación ionizante.

Radiomancia, un arte con el cual se interactúa con las fuerzas nucleares de la creación. Es una disciplina bastante reciente según lo que había averiguado y la cual no usaba el EVE para funcionar. Eso era todo lo que sabía sobre radiomancia el gigante, al no ser un arte taumatúrgica como tal, no podía ser usada por el Maestro para enfrentarlo, por lo que no le interesó investigar más.

—Realmente es interesante este sujeto —admitió el gigante.

Mientras estaba sumergido en sus pensamientos, el tiburón espada de antes volvió a atacarlo, esta vez yendo contra su pierna. Obtuvo los mismos resultados, dañó su ropa, pero su piel de hierro estaba intacta. Eso ya lo estaba molestando. Esperó la siguiente embestida de la bestia y lanzó un jab contra la misma. El tiburón pudo esquivarlo con velocidad y volvió a tomar vuelo. Azul sabía que iba a ser un tedio el conectar un golpe con esas cosas.

El Señor Naranja se encontraba en guardia mientras cuatro tiburones espada volaban a su alrededor. La muerte de tres de sus hermanos ya había hecho que tomaran precauciones. Lo rodearon como un grupo de caza, buscando cualquier abertura para reclamar una de sus extremidades o su cuello. El enmascarado había tomado una postura defensiva. Él cerró sus ojos, ya que no lo ayudarían en esa ocasión, y se enfocó en lo que podían decirle sus oídos y su piel. El aire frío golpeaba contra su torso casi desnudo, y el sonido de partes mecánicas moviéndose a lo lejos entraba por sus orejas. Se concentró buscando cualquier señal de peligro.

El aire se movió a su derecha.

Rápidamente, se giró para encarar a la bestia mientras el fuego de Tonatiuhtcipactli nacía en sus puños. Arrojó un derechazo para frenar al tiburón, pero este lo esquivó junto a su explosión hacia abajo y pasó junto a sus piernas. El Señor Naranja sintió ahora el peligro en su espalda. Un segundo tiburón buscaba reclamar su brazo izquierdo. Lo levantó y dio un paso a su derecha. El tiburón dejó su marca a la altura del riñón en el pugilista. El dolor fue una chispa que brilló rápidamente y luego desapareció en su sistema nervioso. Ahora buscaba quién sería el próximo en atacar y por dónde.

El tercer tiburón fue de frente, buscando el cuello. Los ataques combinados de sus dos hermanos habían dejado al hombre en una posición incómoda para volver a esquivar, menos lanzar un puñetazo. Por lo que no temió al fuego de sus golpes y embistió. El Señor Naranja ciertamente no podía conectar un golpe. Al menos no contra el tiburón.

Chocó sus dos puños y una explosión más poderosa que las anteriores ocurrió, calcinando al tiburón a unos pocos centímetros de su objetivo. Una demostración impresionante de poder para una situación apremiante como esa. Pero tuvo su costo. Al no tener una base firme donde pararse, la onda de la explosión también hizo retroceder al Señor Naranja hacia atrás. Hacia el agua.

Naranja cayó en la piscina oscura. La luz de la luna no lograba penetrar esa agua turbia, sumergiéndolo en un manto denso de oscuridad que lo aplastaba y no le dejaba respirar mientras descendía lentamente hacia el fondo.

“Esto es malo”, era lo único que podía pensar el pugilista. Tenía que impulsarse para salir lo más pronto de situación. Se movió para salir disparado como un cohete fuera del agua, pero fue incapaz de concentrar su poder. Sintió que todos sus músculos se tensaban ante un frío inconmensurable, como si la temperatura del agua hubiera descendido a cien grados bajo cero en un segundo. Luego escuchó un susurro en su cerebro. Un susurro maligno que le recordaba la maldición que caía sobre su ser.

Morirás solo en la oscuridad y sin esperanza

El agua se movió ante la entrada de dos proyectiles que buscaban asesinar al humano. Naranja empezó a atacar con frenetismo, lanzando golpes y explosiones a diestra y siniestra. Un tonto solo pensaría que el fuego de Tonatiuhtcipactli podría ser apagado con un poco de agua. Las explosiones agitaron la superficie de la piscina con violencia y daño las paredes de la misma.

Cuando las explosiones terminaron, Naranja salió a la superficie donde los restos de dos tiburones espada flotaban. Él intentó recuperar el aire tras su arremetida salvaje, pero el agua que se había filtrado en su máscara y no salía. Intentó quitársela para volver a respirar, pero eso le costó un segundo de concentración. Un segundo que el último tiburón espada aprovechó yendo contra la espalda del hombre. Atacar el torso resultaba contraproducente para esos seres al quedar clavados en sus víctimas por sus largos picos que dificultaban el liberarse. Incluso uno podría quedar atrapado bajo el cadáver sin posibilidad de escape. Pero la necesidad de eliminar a ese hombre valía la pena tomar ese riesgo.

Antes de que el tiburón pudiera reclamar la vida del hombre, fue ensartado con el cuerpo de uno de sus semejantes y mandado a volar lejos. Naranja vio a su alrededor buscando una explicación y vio a Azul acercándose al borde de la piscina con su traje destrozado, pero ileso.

—¡Gracias hermano! —gritó el hombre al saber quién había sido su salvador.
Él no respondió, solo extendió su mano para ayudar a su compañero a salir de la piscina. Ya fuera del agua, el guerrero solar pudo ver los cadáveres de dos tiburones espada en el suelo frente al edificio principal.

—¡Buen trabajo Azul! ¡No tuvieron oportunidad esos pescados con nosotros!

—Tus manos están quemadas —declaró Azul sin darle atención a la emoción de su compañero.

Naranja vio sus manos. El dorso y sus dedos tenían quemaduras de segundo y tercer grado. El riesgo constante de usar el tlanex es el ser consumido por la llama de los dragones si no logras controlarlo. El fuego ámbar es el más peligroso solo por detrás del fuego esmeralda. Incluso con su talento innato para el uso del tlanexpoloa, es un fuego que fácilmente puede devorar a uno. Y los tiburones lo habían obligado a llegar a su límite.

—Descuida, ya me encargo. —dijo el Señor Naranja a su compañero sin mostrar preocupación.

Concentrándose, pudo canalizar el poder y un fuego rubí cubrió su mano por unos segundos. Luego, cuando se extinguió, la piel quemada se había curado por completo, dejando varias cicatrices donde las quemaduras eran más graves. Un experto médico en el tlanextia podría haberlo hecho eso sin dejar ni una sola marca. Azul se mostró interesado con las capacidades no solo ofensivas sino de apoyo que ese hombre podía dar. También notó que Naranja respiraba de manera agitada dentro de su máscara.

—¿Estás bien?

—Sí amigo. Perfectamente. Deme un minuto, nada más.

Aunque podía usar otros tipos de tlanex, no le resultaba tan fácil como con el tlanexpoloa, requiriendo de una mayor concentración para lograrlo. A pesar de ser un prodigio sin igual, su talento aún tenía sus límites. Aunque soñaba en poder pelear a la vez que se curaba, sabía que era imposible. Nadie podía usar dos tipos diferentes de tlanex al mismo tiempo. Tras recuperarse, continúo cerrando sus heridas, dejando más manchas blancas sobre su piel.

—¿Puedes continuar? —preguntó Azul.

—Claro, sin problemas —respondió sin mostrar ni una pizca de cansancio en su voz Naranja— ¿Y tu amigo?

—Esas cosas no pueden hacerme nada —respondió con arrogancia, golpeando su pecho y provocando un retumbar metálico.

Naranja no pudo resistirse y mi dio propio golpe para comprobar.

—¡Como los tenpoz!

—¿Cómo los qué?

—Ah… Creo que los llaman mekanitas, ¿no?

Azul miró duramente a su compañero.

—Eh… Perdón hermano si te ofendió, no fue intencionado.

El Señor Azul mantuvo la mirada fija.

—Qué tal si continuamos, ¿te parece? —tras decir eso, el Señor Naranja se apresuró para llegar al edificio principal de la planta potabilizadora y derribó la puerta de entrada con una patada ardiente de color ámbar.

El señor Azul lo siguió detrás, adentrándose en la oscuridad, pensando que, aunque no cumplía con sus estándares, el chico nuevo no estaba nada mal.

El edificio principal estaba a oscuras, mientras las grades bombas de agua trabajaban.

—Mierda, ¿dónde se enciende la luz? —dijo el hombre de la máscara buscando con la linterna de su teléfono alguna palanca o parecido para encender las luces.

—¿Estás nervioso? —preguntó el hombre de hierro al notar el nerviosismo del enmascarado.

—No.

—¿Qué pasa? ¿Le tienes miedo a la oscuridad?

—¡No! Solo que no me gusta estar a oscuras.

El Señor Azul se permitió una sonrisa de autosatisfacción mientras revisaba el lugar.

El primer nivel estaba vacío, por lo que bajaron al subsuelo por una estrecha escalera metálica junto a grandes tubos que descendían a las profundidades donde el ruido de las bombas transportando agua retumba. Al final de la escalera se encontraron con una puerta de acero cerrada con llave. Azul simplemente la derribó y avanzó.

Una explosión resonó en el sótano del edificio, aturdiendo al hombre enmascarado. Cuando pudo recuperar el sentido, vio que su compañero había sido derribado cerca de él y una gran bola metálica descansaba en sus pies. Se levantó a tropezones para llegar a la puerta y ver tras de ella. Encontró a dos hombres junto a un gran cañón de barco al final de un pasillo.

—¡UNO SIGUE VIVO! —gritó uno de los hombres que empezó a disparar hacia el Señor Naranja.

El enmascarado intentó cubrirse mientras las balas intentaban alcanzarlo. Hubo un par de disparos hasta que se detuvieron; eso significaba que, o se había quedado sin balas, o estaba esperando a que se asomase. En cualquier caso, tenía que ser rápido para eliminar al tirador. Acercándose al borde de la puerta, concentró su poder para crear una pequeña bola de fuego naranja, la cual arrojó al otro lado. La bola de fuego explotó con poco poder destructivo, pero como en llamarada brillante como el sol cegador y tan sonora como su cañón. Sin perder el tiempo, Naranja avanzó mientras el tirador estaba aturdido.

El simpatizante de los tiburones intentó hacer un disparo a ciegas, pero su tiro falló y el puño del enmascarado conectó con su rostro, noqueándolo. El segundo simpatizante estaba en el suelo, aterrado y pidiendo piedad. Naranja le dio una patada en la boca que lo hizo callar.

—Buen trabajo —escuchó detrás de sí Naranja. Al voltear, se encontró a Azul avanzando hacia él.

—¿Estás bien? —preguntó con preocupación el hombre de la máscara.

—Sí, se necesita más que eso para lastimarme, pero si me aflojó unas turcas adentro —se vio obligado a admitir el hombre de hierro por haber sido tomado por sorpresa.

—Qué bueno que estés bien. Ahora, ¿Qué hacemos con-?

El Señor Naranja no pudo terminar su pregunta debido al flujo de sangre que empezó a salir de su cuello. El hombre cayó de rodillas con una mano en su cuello intentando detener el desangrado. El Señor Azul intentó dar un paso, pero también sintió como algo intentó cortarle su propio cuello. Lo que sea que lo hubiera atacado, era rápido. Y no era uno. Varios ataques vinieron de diferentes direcciones, yendo contra las articulaciones o puntos vitales La mente del pugilista solo tuvo una respuesta a esa situación.

—Crías.

Habían utilizado los instintos paternales de los tiburones espada para hacer que protegieran el lugar. Las crías de esos escualos eran igual de rápidas que sus padres, pero con picos menos largos. Incapaces de desmembrar a una persona, pero sí de provocar heridas fatales, como habían demostrado. No representaban un peligro para él, sus padres no pudieron ni causarle un rasguño, pero pugilizarlos sería más difícil por su menor tamaño y el poco espacio que tenía para moverse. Sería como intentar atrapar un ratón capaz de correr a la velocidad de un fórmula uno. Iba a ser un proceso lento hasta que pudiera predecir sus ataques.

Una llamarada de fuego de repente cubrió al gigante de hierro y casi la totalidad del pasillo. El fuego tan pronto como surgió se extinguió y pequeños escualos cayeron al piso cocinados. El Señor Azul admiró su traje convertido en ceniza y luego al hombre que se levantaba del suelo.

—Pensé que habías muerto.

—Se necesita más que eso para matarme —respondió con ironía a su compañero, con una nueva cicatriz en el cuello.

“O al menos ahora sí”, pensó el Señor Naranja tan analizar su logro. El estilo de vida de la SPC daba resultados bastante rápidos.

—¿Por qué hiciste eso? —interrogó el Señor Azul.

—Era más rápido y seguro para matar a estas cosas. Tenía la corazonada de que serías ignífugo, por lo que supe que estarías bien.

El gigante no respondió. Estaba algo molesto por tal acción y que quemara su traje, pero le quito importancia. De todas formas, ya estaba roto.

—Parece que aquí hay algo —declaró Naranja dándose la vuelta y entrando en una habitación al final del pasillo.

Los pugilistas hallaron una habitación secreta donde los simpatizantes parecían vivir. Había un par de camas, basura en el piso y monitores que mostraban imágenes de las piscinas del exterior. Azul se acercó a los monitores, mientras que Naranja tomó un rollo de cinta adhesiva del lugar y fue a amordazar a los simpatizantes de los tiburones.

En los monitores estaban sobre un escritorio y en las pantallas se podían ver seis cámaras que mostraban el exterior, donde se encontraban las piscinas y los restos de su enfrentamiento. Sobre el escritorio, había algunos papeles, recibos de envíos y notas, y una laptop. Mientras revisaba sus hallazgos por información relevante, una de las cámaras notificó de un movimiento en el exterior. Al levantar la vista, el pugilista pudo ver cómo un grupo de una docena de hombres entraba corriendo hacia el edifico principal.

—¡Fuck! ¡NARANJA! ¡VIENE COMPAÑÍA!

—¡¿Qué?! ¡La puta! ¡¿Podemos subir?!

—¡No! ¡Ya están dentro! Ten —dijo entregando la laptop y algunos papeles al enmascarado.

Posicionándose detrás del cañón, el gigante de hierro esperó mientras las pisadas de los simpatizantes se hacían más fuertes mientras descendían. Cuando el primer enemigo entró en su vista, arrojó rápidamente el cañón contra él, aplastándolo. El Señor Azul iba a avanzar para pugilizar a esos individuos cuando el Señor Naranja se filtró en el pasillo, le entregó repentinamente la laptop y se adelantó.

Los simpatizantes habían sido tomados por sorpresa por el cañón, eso le dio una oportunidad al enmascarado para atacar. Eliminó de manera explosiva a los primeros tres simpatizantes que encontró, obligando al resto a retroceder hacia la escalera. Uno de los enemigos lanzó un tajo con un machete que el Señor Naranja pudo bloquear para proceder a desamarlo y eliminarlo con una un combo flameante. Uno de los simpatizantes arrinconados en la escalera sacó una escopeta y se preparó para disparar al pugilista. Pero no llegó a efectuar el disparo debido a la gran bola de cañón que destruyó su cráneo. Al mirar rápidamente hacia atrás, Naranja admiró a Azul arrastrando a simpatizantes que había amordazado.

El combate continuo. Quienes no caían bajo el fuero del hombre de la máscara, eran arrojados por la escalera para ser aplastados bajo el puño del hombre de hierro. Cuando el último de los enemigos fue pugilizado, entre los dos pugilistas cargaron a los simpatizantes que habían detenido y con prisa corrieron hacia su vehículo.

—Fue emocionante —declaró el Señor Naranja cerrando la cajuela del auto con los dos simpatizantes dentro.

—Algo.

—¿Las misiones del Centro son normalmente así?

—La mayoría. Somos la cabeza del martillo que siempre golpea y destruye a los enemigos del hombre.

—Me gusta, me gusta.

—¿Eres un fanático de la violencia?

—No necesariamente, pero la violencia suele conducir a la gloria.

—Mmm… ¿Te puedo hacer otra pregunta?

—¡Claro! ¡Dispara hermano!

—¿Por qué usas una máscara de gas?

—Pues… Evita que el olor de la carne quemada llegue a mi nariz, y me veo genial con ella.

El Señor Azul suspiró y se sentó detrás del volante. Aún no sabía qué pensar exactamente de ese sujeto, pero debía admitir que él no estaba nada mal y sabe bien cómo pelear. El Señor Naranja reclamó el asiento de copiloto, contento de haberse unido al Shark Punching Center. Había encontrado la guerra que quería, la que necesitaba para lograr convertirse en lo que deseaba ser y que Tlaneyanco no podía ofrecerle.

El guerrero solar aspiraba lograr la fuerza de los antiguos héroes y el camino de golpear tiburones era él que le permitiría conseguirlo.

Si no se indica lo contrario, el contenido de esta página se ofrece bajo Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 License