Peligro Biológico
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- El Sector B ha pasado a función defensiva. Mantengan sus posiciones hasta nuevo aviso.

- ¡Amati!

- ¡Presente!

El búnker se cerraba. La compuerta era pesada, chirriaba y parecía más sólida que el mundo. Étaca la miró, aterrada como estaba, y quiso encontrar algo de solaz en aquella sensación.

- ¡Calibax!

- ¡Presente!

Su apellido apenas llegó a su consciencia. Estaba demasiado entretenida pensando. ¿Qué ocurría? ¿Quién les atacaba? ¿Por qué les atacaban? ¿Qué les iba a pasar? Oyó más disparos tras la compuerta, pero se cerró y ni un ruido la atravesó.

- ¡Pérez Pietro!

- ¡Aquí!

Era una investigadora de primera, pero sólo tenía veintidós años. Era una cría, hasta para los estándares del Sitio-91. Era una academia para recién llegadas que recibía el despectivo nombre de "Guardería." Los mejores del Sitio-34 habían pasado por aquí, según había oído; Étaca siempre había sospechado que los que no habían dado la talla habrían sido enviados a lugares menos interesantes.

- ¡Pérez Larraosa!

- ¡Presente!

O al otro lado de la compuerta. La Fundación necesitaba carne de cañón. Se estremeció porque el pensamiento no sonaba a ella; muchas veces las ideas se anticipaban a ella y daban conclusiones absurdas. Siempre eran aterradoras, y le aterraba aún más el que sólo le resultaran absurdas porque no le gustaban.

- ¡Torque!

- ¡Pre… -una tos de fumador, húmeda y ahogada, rompió el silencio tenso de la sala; se oyó hasta por encima del estruendo de fondo-! ¡Presente!

Y ahora, en aquella guardería tan bien protegida, algo estaba arrasando las entradas y destruyendo los pasillos, algo mataba guardias e investigadores como quien quebraba ramitas. Les había oído, o eso creía. Un grito rápido, un grito breve y un quebrarse suave, húmedo, como un estruendo amortiguado. Pensar en el sonido le dio náuseas.

- ¡Turk!

- ¡Presente!

El Sitio-91 era un Sitio de Mando. Por lo poco que sabía ella de la Fundación, el Sitio-91 no debería tener ni tan siquiera una anomalía. Pero algo, no, algo había ahí fuera.

- ¡Valiente!

- ¡Aquí!

Y la oficial de seguridad bajó la tableta con la lista. La sala segura estaba llena y el personal en entrenamiento en sus asientos. Al resto del personal no había que pasarles lista, pensó Étaca; sabían dónde tenían que estar.

- Muy bien.

Pero varios asientos estaban vacíos. Dos de los investigadores más mayores, un par de veteranos, sollozaban. Uno de ellos tenía una herida en la cara. Uno de los guardias se apoyaba contra la pared al lado de la compuerta como Étaca había visto que hacían a veces en los vídeos de entrenamiento que les habían enseñado sobre seguridad operativa a los novatos en su primera semana. Como si algo fuese a atravesar aquellos veinte centímetros de metal y mecanismos de hidráulica y una pistola fuese a hacer algo para pararlo.

El otro guardia había sacado la pistola y la miraba. Ponía y quitaba el seguro. Cruzó una mirada con Étaca, y el vacío triste y desesperado en aquel rostro hizo que volvieran las náuseas.

- Muy bien -repitió la oficial de seguridad. Era una mujer imponente; musculosa, dura, de edad media y pelo muy bien recogido en una trenza larga. Su uniforme parecía hecho para ella-. Escúchenme. Se ha producido una brecha de contención de un objeto humanoide. El objeto en cuestión no es rápido. Por tanto, si lo ven, escapen de él mientras Lázaro, Juan y yo nos liamos a tiros para entretenerlo. Si ven algo que no parezca humano, se trata de eso…

- ¿Por qué nos lo cuenta si estamos ya en la sala segura? -susurró Álvaro Pérez Pietro, que estaba en el asiento de al lado. Era un tipo grandullón, amable pero asustadizo. Sus neurosis siempre las atemperaba su prima, pero ahora mismo Marina Pérez Larraosa también estaba nerviosa y algo apartada de su asiento-. Este búnker es antiatómico, y creía que hacían esas puertas para resistir cañonazos…

- Supongo que no hay que temerse a ningún cañón humanoide, pues -dijo Étaca. Lo lamentó de inmediato. Quería que sonase gracioso, pero Álvaro parecía estar pensándoselo.

- … pero no hay por qué temer infecciones ni corrupción…

- ¿Qué? ¿Qué? Ha dicho infección, ¿no? -Étaca sentía que el corazón se le escapaba del pecho, que le faltaba el aliento, que la vida se le acababa.

- Por favor, Calibax -le cortó el profesor Hopper, su supervisor-. No se preocupe. La compuerta es de sello hermético, mientras esté cerrada no pasará nada.

- … y estamos aislados del ámbito exterior, pero contamos con raciones de emergencia y un circuito de reciclado de aire…

A lo lejos sonó una explosión que se notó más que se oyó dentro de la sala, y las luces se apagaron.


A lo lejos dejó de oírse combate, y al final, las las luces se encendieron, pero para entonces nadie estaba tranquilo. Étaca estaba aterrada. Podía oler orín en el ambiente y podía notar que incluso Hopper estaba asustado. La única que parecía en control de la situación era la oficial de guardia.

- Tranquilidad, tranquilidad -dijo, volviendo a extenderse las mangas que se había arremangado para trastear con una caja de cambios-. No pasa nada. Serenidad. Ha parecido mucho más tiempo, pero sólo han sido dos minutos y medio a oscuras.

- ¿Y el generador de reserva? -medio lloró, medio gritó Marina.

- Lo reservamos para cuando sepamos que no tenemos generador principal de la base. Y ahora…

Pero la oficial era una columna en mitad de una riada.

- ¿Qué le pasaba al generador principal?

- ¿Qué es la anomalía? ¿Qué objeto es?

- ¿Alguien sabe si es 008?

- ¿Han desplegado ya algún destacamento? ¿Vienen a rescatarnos?

Y, sobre todo:

- Por favor, no quiero morir.

Étaca lo susurró varias veces. No creía. Nunca había creído. Nunca había sospechado que suplicaría a un amigo mágico en el cielo, ni que buscaría entre los recuerdos de una infancia infeliz algún pequeño retazo de fe, de ritual o de encantamiento con los que conjurar el peligro. Casi oyó a su abuela: "Cuando una vive el peligro, se hace niña."

Le castañeteaban los dientes. Los hombros le saltaban. Las uñas estaban clavadas en las palmas.

- Por favor, no quiero morir…

- Manténganse en sus asientos. Tranquilos. No hay nada que temer.

La oficial iba de asiento en asiento, ofreciendo palabras de aliento y una mano firme. Los ánimos se calmaron, y Étaca lo veía; Johannes Turk contaba bromas con la voz temblorosa, y hasta el guardia que miraba la pistola sonrió. Hopper recobró el color. Hasta Klaus Torque ganó algo de temple y se atrevió a pedir disculpas por haber tenido una pequeña "pérdida", explicando que no había podido ir al baño antes de la alarma.

- Hay un baño al fondo a la izquierda, en realidad.

Todos se rieron de buena gana cuando habló Lázaro. Eran risas nerviosas, pero risas.

Y aún así, Étaca dijo:

- Por favor, por favor, no quiero morir.

Lo decía muy, muy bajito. Lo decía muy, muy rápido. Lo decía como cuando le pedía a nadie en concreto que su madre no le pegase, que su padre no le gritase, que su hermano no encendiese una cerilla con la que le iba a quemar. Lo decía para que no se oyese. Pero la oficial lo oyó, se acercó y le puso una mano enorme sobre el hombro izquierdo.

- Escucha, Calibax.

Y señaló al techo. Y Étaca escuchó. Y oyó lo que la oficial quería que oyese.

- Ni un tiro. Deben estar reconteniéndolo ya.

Étaca empezó a llorar. Lloraba de puro alivio, porque quería creer que todo había acabado, pero también de miedo, porque no creía que todo fuese a ir bien. Álvaro le dio un par de palmaditas inseguras en el otro hombro. Hopper le miró con compasión.

- Tranquila, Eti. Ya está. Un mal trago.

Pero su pupila no pudo tragarse la amargura que le escalaba por la garganta y dijo:

- No quiero estar aquí. Quiero irme a casa.

Hubo un momento de silencio. Hopper suspiró, triste.

- Claro. Claro, lo entiendo -el anciano suspiró, pero le dedicó una sonrisa afable de esas enmarcadas en barba, barba bien recortada, barba elegante-. Eres joven, Étaca. Podemos decir a Reclutamiento que vuelva a hablar contigo en, pogamos cinco o seis años.

- Habiendo estado tan poco tiempo con nosotros, creo con una dosis pequeña de amnésticos saldrá adelante sin mayores complicaciones. Bueno, a lo mejor hasta se acuerda de alguna cosa buena -añadió la oficial con una sonrisa. Étaca cerró los ojos llenos de lágrimas.

- Lo siento, lo siento mucho, soy una tonta… - se secó los ojos y miró a los presentes, recomponiéndose como podía.

- Para nada -insistió Hopper-. Para nada, para nada. Es normal. Con veintipocos años, yo…

La puerta chirrió y se abrió muy, muy rápido.

Un brazo largo y en carne viva, demasiado largo, demasiado rojo, chasqueó mientras se desplegaba y aplastaba algo que gritó bajito, sólo un momento antes de que sonara un crujido rápido y suave.

Otro brazo había entrado antes de que pasara ni un instante, y atravesó el pecho de la oficial. La sangre que le cayó del pecho no era del todo sangre.

El tercer y el cuarto miembros que entraron eran demasiado blandos y flexibles, no eran brazos. Ventosas del tamaño de manos se asieron a rostros a los que sorbieron los ojos de sus cuencas y la lengua de sus bocas. Étaca lo supo por los ruidos que hicieron.

Juan se pegó un tiro en la cabeza. Lázaro disparó varias veces, pero la sangre le salpicó la cara, e hirvió entre gritos poco antes de que algo le arrastrase por la puerta.

Los Pérez murieron deprisa; una guadaña creció del cuerpo de la oficial, quien aún pudo asirla antes de que segara una tercera vida con ambos brazos. Habría sido la vida de Étaca, pero en su lugar la forzó a clavarse en su estómago, donde se alojó hasta que el pecho se le rasgó bajo el chaleco antibalas con un gruñido: unas fauces hechas de costillas, un corazón que era una lengua palpitante. La oficial, y sólo entonces Étaca se dio cuenta de que ni había llegado a conocer su nombre, expiró sin haberse tambaleado siquiera.

Hopper cayó al suelo. La nuca estaba abierta como un cráter por el que nacían dos miembros y un rostro sin dientes ni ojos ni nariz. Apenas podía llamarse rostro, pero Étaca sabía que era un rostro. Y le miraba.

Ya no quedaban personas en la sala segura. Una alarma lloró el grito de agonía del Sitio-91. Hubo pequeñas explosiones. Hubo mensajes automatizados. La Carne los ignoraba.

El cuerpo que ya no pertenecía a la oficial, sino a un horror sin nombre, le olió con interés. Étaca había pasado de un terror profundo e insalvable a una serenidad técnica, práctica, objetiva. Era una cualidad que le había salvado en su infancia: que todo esté más lejos cuando sufres, y cuando sufres todo queda más lejos.

Apenas lo notó cuando todo cuanto fue el torso mortal de una oficial sin nombre le clavó diez centímetros de cada uno de los veinte colmillos que sobresalían de su pecho en la tripa.

Y sí se percató del fuego atómico que les envolvió al detonar el sistema de seguridad del Sitio-91, pero de algún modo logró no sentir calor, dolor o lamento siquiera.

Tan sólo llegó a pensar que todo aquello había sido decididamente extraño.


Étaca Calibax despertó.

O quizá fuese algo muy optimista decir que despertó. Ni siquiera abrió los ojos, porque no tenía ojos que abrir. Quizá debiera decirse que pasó por un momento del coma a la duermevela más piadosa, porque en ese momento era consciente sin mucha certidumbre de que le faltaba gran parte del abdomen y de que sólo estaba viva por la carne antinatural que festonaba sus heridas.

Étaca Calibax perdió la consciencia.


Étaca Calibax recobró algo parecido a la consciencia una vez en los dos meses que siguieron.

Le estaban haciendo algo.

No distinguía formas ni colores, sólo luz y oscuridad, a través de unos ojos que habían ardido pero que volvían a llenar sus órbitas.

No distinguía voces ni ruidos, pero sí oía, y oía sonidos con tímpanos nuevos.

No sentía frío ni calor, pero sí notaba algo. Notaba varias cosas que no podía explicar. Pero también sentía que las sábanas estériles estaban empapadas de sangre, y que el tubo que le bajaba por la garganta le daba oxígeno, y que habían cables, y que habían manos enguantadas.

Étaca Calibax fue sedada de nuevo, por su propio bien.


Étaca Calibax despertó una vez más dos semanas más tarde.

De nuevo, fue algo gradual. Los enfermeros del Sitio-34 le atendieron lo mejor que pudieron. Poco a poco, le cambiaron vendajes y curaron heridas. Le sondaron y vaciaron de cuanto no era oportuno, le alimentario por el lado contrario y vieron que su sangre todavía manaba roja, pero no de ese tono que te hace pensar que prefieres morir.

Días después, logró articular unas palabras y se le consideró preparada para ser informada.

Los cirujanos dijeron que había sido un caso único. Al principio, el personal de contención había propuesto que se le ejecutase, pero varios especialistas lo habían impedido; ¡había sobrevivido a SCP-610 y a una explosión nuclear! Sí, las quemaduras y la pérdida de vísceras parecían catastróficas, pero respiraba. Eso ya era un milagro digno del tiempo de los investigadores de la Fundación. Ella misma tuvo que admitir, jadeo a jadeo, fonema a fonema, que no les faltaba razón.

Los cuerpos de sus colegas, según parecía, habían cubierto el suyo, con lo que no ardió por completo; al fin y al cabo, era un búnker a prueba de bombas atómicas. La Carne no la había consumido, tan sólo devorado (la diferencia se le escapaba); decían que la radiación la había quemado hasta hacerla, si no inofensiva, al menos más manejable para su propio cuerpo. Había perdido metros de intestino, gran parte de la pared abdominal, el útero, la vejiga y el bazo; varios órganos que podría haber generado SCP-610 habían aparecido en su lugar, con loque no se había desangrado de inmediato. Y todo lo que había producido le mantuvo con vida y murió horas después de que la encontraran.

La Fundación había reparado su cuerpo, dijeron. Medicina experimental, dijeron. Lo mejor que la ciencia no anómala podía ofrecer, dijeron.

Días más tarde, le quitaron la venda que cubría sus ojos. Consiguieron que dejase de gritar un par de horas después.


Una noche, se despertó entre los pitidos de las máquinas que abultaban el lado izquierdo de su abdomen de plástico. Olía a heces. Se había arrancado uno de los tubos que alimentaban su colon durante el sueño porque había tenido una pesadilla. Dolía.

Pero lo que dolía había sido el fuego atómico, ese lanzazo súbito de cuerpo entero. Y la mordedura; ¿cómo explicar la sensación de que habían arrancado parte de sus tripas? ¿Cómo entenderla? ¿Con qué podía compararse? Y, por encima de todo, el olor a carne quemada, a carne torturada por una llamarada que debería haberla reducido a cenizas en aquel horno subterráneo mientras los cuerpos se apilaban sobre ella. La peste a ceniza y ozono, la furia electroquímica que llenó sus fosas nasales sin incinerarlas; la rabia, la retorcida gloria biológica de la Carne que quería defenderla; la tristeza, la desesperación de su mente descarnada, distante, sorprendida.

Lo sintió todo a la vez.

Y se preguntó si alguna vez volvería a estar cuerda.


- Hola, Étaca.

La joven tenía veintitrés años. Todo iba bien.

- Me llamo Richard. Richard Barnard. Pero por favor, llámame Reach. Como el verbo alcanzar, en inglés.

La joven abrió los ojos, que eran saltones y mucho más grandes de lo que deberían ser para su órbitas. A veces le dolían, pero funcionaban bien. Los colores eran diferentes, más vivos, pero se distinguían bien. Todo iba bien.

- Me han dicho que has querido hacerte daño hoy, Étaca. Que has cogido unas pastillas.

La joven vio el rostro seco y mal afeitado, y la sonrisa triste, y los ojos atentos tras unas lentes sucias, y a través de la nube acolchada de las drogas que no habían logrado matarla se percató de que no estaba contestando.

¿Iba todo bien?

- Sí -respondió-. Pero no ha salido.

Empezó a llorar. El extraño le puso una mano en la cabeza calva y otra en la mano que le quedaba.

- Llora -oyó que le decía-, llora hasta que lo necesites.

Vio que todo iba mal. Por eso podía empezar a mejorar.


La joven cumplió veinticuatro años el muy lluvioso día en que salió del Sector de Investigación Biomédica del Sitio-34, y estaba enfadada.

- Dijo que estaría aquí.

- Dale algo de margen. Sabes que siempre se retrasa un poco.

Reach estaba de pie, junto a ella, en uno de los helipuertos del Sitio-34. Sostenía un paraguas grande que les cubría a los dos; a él, con una barba de tres días que nunca parecía poblarse del todo, con las gafas manchadas, con su maletín y con una gabardina raída; a ella, con su maleta enorme llena de planos y proyectos de sus tres doctorados y con una tripa notablemente menos voluminosa, pero aún con muchos tubos debajo de su gabardina.

- ¡Es una piloto de helicóptero, Reach! No una chófer de buses urbanos, ¡ya está tardando!

- Es una piloto, y una escolta, y una oficial de seguridad memética… -Reach se inclinó de hombros e hizo girar el paraguas distraídamente. Cayeron gotas de agua a su alrededor- Es alguien fiable y que tiene muchos clientes, por decirlo de alguna manera.

- ¡Bah! Más un robot que otra cosa. Aún no le he encontrado las cosquillas.

- Sonia me dice que eres la única con la que se puede jugar al mus en el Sitio-34, por cierto.

- No, sólo soy la única con la que le dices que juegue.

Reach le dirigió una mirada seca.

- No.

- ¿Cómo que no? -Étaca se envaró- ¡Siempre que viene se para y juega conmigo, desde la tercera vez! Seguro que interpretó que le ordenabas vigilarme para que no volviera a hacerme daño.

- No tuve que hacerlo. Ni siquiera implicarlo -Reach suspiró-. Soy un memeticista, Étaca. Si tengo que hacer que alguien haga algo, se lo diré muy claramente o nunca se enterarán de que se lo he dicho.

Étaca gruñó. Reach sonrió con paciencia.

- No puedes creer que te mereces algo mejor que una celdita donde se experimente contigo porque más de la mitad de tu cuerpo está reconstruida.

- No puedo creer que me merezca algo mejor porque no me merezco algo mejor -dijo Étaca, aún arisca-. También me bastaría con eso. A lo mejor algún video de lo que hagan con mis planes. Y sólo puedo pensar que me acogéis en tu Área porque tengo ideas interesantes.

- Has mejorado tus propias prótesis, Étaca. Has corregido a los cirujanos de la Fundación mientras trabajaban con tu propio cuerpo. Eso no lo hace una cualquiera.

- No, pero sí lo hace alguien que sepa lo que hay que hacer. No es culpa mía que esos matasanos no tuvieran ni idea…

Reach se rió por lo bajo. Étaca gruñó, esta vez con menos agresividad que antes, lo que para ella era casi como sonreír.

- No te rías. No tengo ni una pizca de 610 en el cuerpo, pero sí tengo varios órganos artificiales.

- ¿Sí? No tenía ni idea.

- Cállate, so.. so psiquiatra.

- Dí lo que quieras, pero yo sigo ofreciéndote mis servicios.

- Mira, Reach -la investigadora se cruzó de brazos, con el bastón colgando de uno de ellos-. ¿Sabes por qué dije que no quería ni un gramo de amnéstico?

Se miraron. El sonido de la lluvia les arropaba como una manta fría y apelmazada.

- Siempre he supuesto que no querías olvidar.

- Difícilmente podría olvidar algo así. Este año y medio han sido los más duros de mi vida. Pero en el centro de quien soy ahora está la experiencia más traumática que he tenido, y junto a ella los cinco o seis minutos en los que me he sentido más vulnerable. Más frágil. Más indefensa -se mordió el labio, pero sólo por un momento y en señal de frustración que otra cosa-. Mis colegas me apoyaron en ese momento. Murieron segundos después, pero ese sentimiento… esa profunda desesperación, seguida de un destello de esperanza…

- ¿No querrías olvidar la desesperación?

- ¿Qué valor tendría entonces el destello? ¿Qué valor tendría el último momento de sus vidas? -agotada, volvió a apoyarse sobre su bastón. Era un bastón metálico y tenía varios aparatos que había encargado al Departamento de Ingeniería y Diseño del Área-08. Un adelanto, les había dicho-. Me definen mis recuerdos, y escojo, libremente, recordar el mejor momento de mi vida… aunque sea seguido del peor. Un momento de alivio y paz, aunque fuese seguido de tragedia. Porque es mío, y no me lo quitarás.

Firme, separó sus piernas y se apoyó con tanta solidez como pudo en su bastón para encararse con Reach. Tuvo que levantar la mirada; era mucho más alto que ella, pero aún así él siempre miraba al cielo. A ella, los ojos le brillaban.

- Porque escojo recordar los últimos momentos de sus vidas, no los momentos de sus muertes.

Hubo una pausa en la que oyeron acercarse a un vehículo por las calzadas entre los helipuertos y uno de los complejos del Sector de Investigación Biomédica. La lluvia rellenó el resto.

- De todas formas -siguió Étaca-, mis órganos… Es todo experimental, trastos únicos. Trasplantes artificiales. Interfaces trans-especies. Estoy a un paso de ser anómala. Algún día se me romperá algo, y si no me traéis aquí a tiempo para que lo arreglen… ¿qué?

El memeticista le miró, entretenido; se estaba resistiendo a sonreír.

- Tu cara está haciendo algo raro. Dile que pare.

- No te lo he llegado a contar.

- ¿El qué?

- La mayor parte de las piezas de las vísceras artificiales que te han instalado aquí provienen del Área-08. De mi Área.

Étaca entrecerró los ojos.

- No, vienen de varios sectores…

- Según los informes. Pero producimos casi todas las piezas importantes y gran parte de los armazones. Y podríamos producir todas. Tenemos el personal y las instalaciones.

- ¡Y me lo dice ahora!

Intentó sonar enfadada, pero no pudo.

- ¡Sabes que, en el fondo, esto significa más trabajo extra para mí! Más trabajo de taller, más investigaciones avanzadas, más contactos con Ingeniería para que sepan qué quiero…

- Te he recomendado a la Directora porque creo que puedes aportar mucho, no porque necesite que trabajes para mi, querida. Descubrirás que nuestra cubierta de fabricación tiene todo lo que necesitas.

- ¿Cubierta? Espera. ¿El Área-08 es un barco? -Étaca chasqueó la lengua-. Mi gozo en un pozo, me imaginaba algo más grande… por lo que me habían contado.

Reach se rió de buena gana ante tanta suspicacia. Era un sonido cascado, casi roto.

- Nunca estás satisfecha con nada, Calibax.

- No desde que ardí viva mientras me disolvía un monstruo, para qué voy a decirte una cosa por otra. ¿Por? ¿Debería satisfacerme la mediocridad, o puedo volver a intentar conseguir tanto como pueda antes de que algo de esto -se dio dos palmadas en la tripa, que sonó a lona de goma y al líquido que acarreaba- se rompa y termine con lo que queda de mi?

Sonó el tableteo de las aspas de un helicóptero. Se imponían al continuo bombardeo de las pesadas gotas de agua que les calaban hasta los huesos pese al paraguas que compartían, y a ambas también se impuso un sol de atardecer que se escabullía entre lo más bajo de las nubes y lo más alto de las montañas de un horizonte extraño.

- Voy a vivir, Reach -entrelazaron sus brazos, apoyándose el uno en la otra-. Pero viviré mi vida, y la viviré bien. No me conformaré con menos. No me toques las narices; si puedes ayudarme, avísame. Y si puedo ayudarte, avísame. Pero no me marees la perdiz.

- Vale, vale… -Reach guardó silencio unos momentos-. No es un barco, tranquila. Es más grande -volvió a guardar un silencio forzado, mientras Étaca dejaba que se cociera en su propio jugo. Miraba al frente, sin dirigirle ni un segundo de su atención, con las cejas arqueadas y una pizca de desdén en el gesto, pero él no se rindió, y terminó diciendo-: Por cierto, creo que es porque le caes bien.

Étaca tardó un momento en darse cuenta de lo que decía su colega.

- ¿A quién, a Sonia? Vaya, aquí tenemos a un genio en recursos humanos, que le den una medalla al talento o algo así.

- No, no. Que le caes bien. Ya sabes, que a mi robot personal le caes bien tú, una ciborg. Pensaba que te haría gracia…

- Reach. Ella es un robot, yo soy un bioborg porque casi todo lo que tengo son órganos producidos por ingeniería genética. Cállate.

- ¿Para qué me voy a callar si lo que quieres es seguir corrigiéndome?

- Mira que eres cansino, leches.

Así intercambiaron puyas dos amigos rotos en la noche que tardaron en llegar al Área-08.


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