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Mujeres jóvenes, casi unas adolescentes, junto a hombres viejos. Hombres jóvenes, casi unos muchachos, junto a mujeres mayores. En cada pareja que formaban parte del círculo se observaba ese contraste, como si buscaran resaltar el hecho que se encontraban en los extremos de la vida. Hacía horas que había pasado la algarabía, el banquete y la bebida, los gritos y los cantos, las ofrendas y la danza alrededor de la gran hoguera. Ahora predominaba el silencio, sólo interrumpido por el ruido que hacían los cuerpos desnudos entrelazados sobre la hierba, moviéndose casi al unísono, y los ocasionales gemidos de placer al llegar al clímax.

El ciervo se limitaba a observar en silencio, como lo hacía cada noche del equinoccio de primavera, tal como había sido desde tiempos inmemorables.

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Mientras la crisis económica y la sequía asociada al cambio climático azotaban a los pueblos de los alrededores y de la península, Fontana di Cervi parecía inmune a los desastres externos. Sus campos y viñedos producían año tras año en abundancia, sus animales de corral y vacunos eran fuertes y saludables, y sus vigorosos habitantes no pocas veces llegaban al centenario, a pesar de las difíciles condiciones en que subsistían. La felicidad de sus habitantes hubiera sido mayor si nacieran más niños –era un tema de conversación recurrente de las nonnas al encontrarse en el mercado o a la salida de la iglesia, dedicándose a criticar abiertamente a las mujeres más jóvenes por su falta de prole- pero parecía que la prodigiosa fertilidad de sus vacas y cabras no alcanzaba a llegar a las personas. Sabían que estaban mejor que la mayoría de los pueblos de Cerdeña, pero no por ello perdían de vista de que muchos de ellos estaban envejeciendo y que, aunque a diferencia de otros lugares los jóvenes no abandonaban el lugar donde habían nacido, pronto se verían obligados a aceptar a extraños, primero como trabajadores y luego como habitantes, lo que perturbaría la tranquilidad y su forma de vida.

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Fue una serie de hechos en apariencia sin relación los que llevaron a la Cofradía de los Caballeros de San Jorge a tomar medidas. Primero, el padre Giovanni, quien había servido en la pequeña iglesia Di Santa Purezza por más de seis décadas, y que aquejado por los primeros síntomas de Alzheimer había acordado su retiro, había fallecido mientras dormía pocos días antes de trasladarse a la capital. Tiempo después, su reemplazante, el padre Valentino Pellegrino, tras ocupar su cargo por sólo un año había pedido abandonar el sacerdocio para dedicarse a ser agricultor en la región. Y mientras en la capital estaban analizando enviar a un diácono a hacerse cargo de esa sacristía huérfana, la iglesia había resultado seriamente dañada como consecuencia de un incendio, perdiendo todo su tejado y parte de su estructura.

Por ese motivo se encontraba Piero Moretti conduciendo camino a Fontana di Cervi esa fría tarde de enero. Confiaba que su Fiat Punto no llamara demasiado la atención, y que salvo si le preguntaban directamente lo tomaran sólo por un turista que había decidido adelantar sus vacaciones. Porque Di Santa Purezza no era sólo una iglesia de cerca de 500 años de antigüedad sino también el lugar donde se resguardaba una reliquia de Santa Marta la Pastorcita, siendo su deber como representante de la Cofradía averiguar el destino del santo objeto e intentar su recuperación.

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Tras pasar la noche en una rústica hostería, único lugar del pueblo con alojamiento para turistas, Moretti comenzó sus indagaciones a primera hora del día. Fontana di Cervi era el típico poblado agrícola como tantos que abundan por la península, lugares en muchos aspectos abandonados por el progreso, y cuyo estilo de vida parecía no haber cambiado en siglos. A esas horas había pocos habitantes, principalmente mujeres y ancianos, ya que la mayoría de sus habitantes estaban trabajando en los campos de los alrededores. Se dirigió caminando a la alcaldía, edificio rustico de madera y piedra, para preguntar acerca de Di Santa Purezza.

Según su investigación previa los habitantes de esa región provenían de los sardos, orgulloso pueblo que ocupaba la región desde tiempos inmemorables. Aunque habían recibido influencias culturales de los fenicios, de los romanos y de los bizantinos, y posteriormente habían abrazado el cristianismo, luchaban por mantener su legado, preservando y restaurando estructuras como la nuraga1 que había visto en los límites del pueblo, además de conservar las piezas arqueológicas que encontraban en los campos y bosques para su uso propio, rara vez cediéndolas a los museos de otras regiones.

Perdido en sus pensamientos se encontró en el vestíbulo de la alcaldía con una estatua de piedra negra, de unos cincuenta centímetros de altura sobre un soporte de madera. La estatua tenía un cuerpo humanoide, con características sexuales tanto femeninas como masculinas, siendo en general una representación convencional no realista que tendía a la voluptuosidad, aunque el rasgo que más llamó su atención fue su cabeza, que representaba una cabeza de cérvido. El conjunto le provocaba cierta incomodidad y sensación de pudor, sensaciones confusas en ese contexto.

- Hermosa, ¿verdad? – dijo una voz a sus espaldas.

- Es curiosa, me recuerda a la Venus de Willendorf. ¿Qué han dicho los arqueólogos? – preguntó Moretti.

El hombre a su lado sonrió y se presentó como Filippo Abis, alcalde de Fontana di Cervi.

- No la han visto los arqueólogos, aunque debo suponer que en cada pueblo de la isla debe haber una igual, Italia siempre ha sido rica en objetos arqueológicos. Usted viene como turista ¿verdad? Espero que no venga a cazar ciervos, se han visto pocos este año y no queremos que desaparezcan.

- No, mi interés va por la historia. Magnifica nuraga la que tienen, he visto muchas otras pero ninguna en tan buen estado de conservación. Aunque mi interés principal es por la iglesia Di Santa Purezza.- replicó Moretti.

Con una expresión triste y moviendo la cabeza Abis dijo:

- Si venía interesado en conocerla lamento informarle que fue destruida hace un par de meses por un incendio, y que aún no podemos iniciar su reconstrucción. Hemos esperado que desde Roma nos envíen recursos, pero nuestra solicitud no ha recibido respuesta. Ahora sólo podemos reunirnos los domingos en la plaza a leer las escrituras. Si el padre Giovanni estuviera con vida…

- Creo que sus ruegos han sido escuchados- replicó a su vez Moretti con una sonrisa- Soy representante de una aseguradora de Roma, necesito visitar a Di Santa Purezza para hacer una evaluación de los daños y un presupuesto para su reparación. Le doy mi palabra que haré todo lo posible para que pronto puedan reparar el edificio.

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Tras agradecerle efusivamente a su acompañante por su buena disposición, Moretti lo despidió, ya que necesitaba tranquilidad para lo que iba a hacer. Después de tomar notas y fotografías tanto de interior como del exterior de la iglesia durante media hora, y de asegurarse que nadie lo observaba, se dirigió al interior. El edificio había resultado bastante dañado con el incendio, perdiendo todo su techo y gran parte de sus bancas y otros objetos de madera, pero las paredes de piedra habían resistido bien. Siguiendo las instrucciones que le habían dado en Roma, comenzó a tantear la parte inferior del altar hasta que parte de una losa se hundió, tras lo que la empujó en diagonal, desplazándola. Con una linterna de mano iluminó el interior del pequeño nicho, volviendo a tantear hasta que una piedra se movió. Usando el cuchillo de su navaja suiza como palanca, desplazó la roca, encontrando un bulto envuelto en una tela de arpillera antiquísima, que tras revisar rápidamente, confirmó que correspondía al objeto de su búsqueda.

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Debido al estado de las carreteras y a las pocas horas de luz que restaban decidió tolerar por una noche más la incomodidad de la hostería en que se había alojado. Lo hacía también en parte para no despertar suspicacias (¿Quién viajaría cientos de kilómetros desde la capital hasta un pueblo a la mitad de la nada para irse al día siguiente?) y por curiosidad. Porque, a pesar de su rusticidad y pobreza, el lugar había llamado su atención. Aunque los habitantes no eran especialmente amistosos y se notaba que no le gustaban mucho los extraños, sobre todo a los más ancianos, tampoco eran abiertamente hostiles y hasta el momento no había recibido ningún insulto o comentario grosero.

A la mañana siguiente se dedicó a recorrer los alrededores en su automóvil. Además de la nuraga que había visto cerca del acceso al pueblo, encontró a otras tres nuragas de menor altura, causándole algo de molestia ver rayados en sus paredes, principalmente representaciones con mayor o menor talento de ciervos, al igual que en varias murallas de las casas del pueblo. También había zonas del suelo de las cercanías quemado, como si hubieran hecho fogatas, no sabiendo explicar los habitantes de los alrededores las causas de esas marcas. Paseó por los bosques, disfrutando de la belleza de sus antiguos árboles y de la tranquilidad del lugar. Tras volver al pueblo y almorzar, se despidió de Abis, agradeciéndole su hospitalidad y buena disposición, antes de emprender su viaje de retorno a la capital.

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Tras regresar a Roma, Moretti entregó el objeto recuperado, que correspondía a tres falanges y a parte de una espiga de trigo, a sus superiores, siendo esta reliquia posteriormente clasificada como R8942-CSSJ y almacenada en el Sector 5 de los archivos del Vaticano. Después de un par de días de descanso Moretti volvió a sus labores habituales, mientras esperaba una próxima asignación por parte de la Cofradía.

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Ese equinoccio de primavera las danzas y ruegos fueron tanto en agradecimiento por las bendiciones recibidas como para pedir perdón por no poder mostrar abiertamente su fe. Entre los danzantes de ese año estaba Piero Moretti, quien con el corazón henchido de deseo por la Madre Ciervo le cantaba alabanzas a la única diosa que podía adorar.

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