En el Camino que Nadie Conoce

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Por la mayor parte, mi memoria me eludía. Aún así, puedo recordar quién era en el Viejo Mundo. Era Nadie, alguien que existía para nadie más que para mí mismo, y yo mismo me sometía a la misma rutina día tras día.

Esto duró hasta que el Armagedón se avecinó sobre nosotros y bañó nuestras cabezas como olas furiosas en un día con viento. El mundo que quedó atrás era uno silencioso, libre de las multitudes de gente sin rostro en las que solía mezclarme tan fácilmente. Ha pasado mucho tiempo desde que vi a alguien más.

Y aún así sigo siendo Nadie, atravesando la misma rutina ambulante.

He estado aquí por lo que bien podría haber sido una eternidad. No recuerdo la primera vez que encontré mi propósito, anidado detrás de esa maldita puerta. Una vez que leí los últimos mensajes de más allá del horizonte, supe lo que tenía que hacer. Tenía que preservar lo que había sido abandonado para juntar polvo en una capilla que solo era parcialmente de este mundo.

Hoy encontré mi santuario como una ligera entrada; estaba tallada en uno de los salientes rocosos justo al lado del sendero que yo había trazado en la orilla del lago a lo largo de los años. Tenía otro camino polvoriento que subía hacia ahí y culminando en una vieja puerta destartalada pintada de verde oscuro. La puerta ya hacia mucho tiempo que había sido dejada a la misericordia de la naturaleza; Podía oler le podredumbre comiéndosela desde el interior incluso desde antes de que la empujara. Casi era un aroma que tranquilizaba con su familiaridad.

Sólo me llevó un empujón experimental para que la puerta se abriera de par en par ante mí; Me encontré nuevamente rodeado por las paredes pétreas de una capilla, frías y secas al tacto. Nunca había ventanas, pero el el sol de la tarde brillaba por encima, a través de agujeros en la pila de rocas, esparciendo rayos de luz a través de toda la cámara. Estaba casi vació, con el único amueblado real siendo una alfombra borgoña en el centro del suelo de la capilla.

Finalmente, un maltrecho armatoste de metal y cristal se había desplomada de lado al otro lado de la habitación. Mis dedos danzaron sobre su coraza y la pantalla se encendió con un blanco apagado después de un momento. Había una imagen familiar en el cristal, el rostro de un brillante dios del cielo.

Lo que quedaba de las palabras del Viejo Mundo brilló en la pantalla mientras iniciaba mis ritos diarios.


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Verificando credenciales de la Iniciativa Horizonte…

Accediendo a los Textos Universales…

Ha ocurrido un error al recuperar la base de datos general; accediendo a los archivos guardados…

Dos texto(s) encontrados.

  • Los Viajes de Sn. Dracios a las Tierras de Jarad, Capítulo 16;
  • La Cuarta Carta de Nayvidius.



Con un destello de luz, mis ojos pasaron sobre las Últimas Palabras. No sabía quién las había dejado aquí, o por qué estas sobrevivieron cuando las otras no. Todo lo que sabía era que debía tener cuidado de preservarlas. Es mi deber registrarlas, ya que podrían ser los últimos atisbos hacia el Viejo Mundo de antes.

He intentado tratarlas bien, justo como cualquiera que viniera antes que yo. Intenté desempolvar el armatoste lo mejor que pude, intenté limpiar su demacrada superficie con el agua del lago. Una vez intente arreglar la puerta — mucho tiempo antes de que me percatara de la naturaleza de esta cámara.

Leo la primer parte de las Últimas Palabras en voz alta y salen como ruidos desordenados hacia la brisa.


El Bautizo del Rey Mendigo de Virgil

16 El Santo se dirigía hacia el centro del pueblo y se encontró con gran mercado. 2 Los puestos estaban alineados con una gran variedad de buena comida y bebida, y llenos de muchos comerciantes y guerreros. Aún así, Sn. Dracios sólo podía ver a un hombre de entre la multitud. 3 Era Una figura demacrada cubierta en los trapos de su pasado; un simple mendigo. Sus brazos emancipados extendían un cuenco vacío, pero los hombres de Virgil caminaban por delante de él como si fuese un espíritu, apenas lanzándole una mirada.

4 Sn. Dracios se movió a través de la multitud, apartando a los marchantes hasta que pudiera llegar hasta el vagabundo. Los comerciantes no le hicieron ningún gesto mientras se acercaba a él. Era como si siquiera acercarse al mendigo llevase a Dracios al borde del Cielo. 5 "¿Cuál es tu nombre, tú que eres humilde? El buen Santo le preguntó al mendigo. "Yo no tengo ningún nombre más que el del Rey de los Mendigos." El vagabundo del mercado de Virgil le contestó. "Mi nombre se ha perdido en la historia." 6 El Santo se paró frente al Rey Mendigo de Virgil y le preguntó. "¿Por qué los hombres de Virgil te tratan de esta manera?" "La historia ha intentado reclamarme como lo ha hecho con mi nombre. Ellos no pueden verme, justo como tampoco pueden verte ahora." Le respondió, con su voz teñida de los suspiros de la edad. 7 El buen San Dracios le predicó sobre la sabiduría de Abraham y apodó al vagabundo como אף אחד, y le ordenó el esparcir las palabras del Señor a los hombres de Virgil. 8 Finalmente, vertió su agua sobre la frente del Rey Mendigo y el polvo y la suciedad fueron limpiados de su frente con la voluntad del Señor. Con esto, el buen Santo continuó a través del mercado y hacia el camino del Este a Jarad.

9 En su camino de vuelva hacia el mar, Sn. Dracios volvió a atravesar el pueblo de Virgil. No encontró signos de אף אחד, aunque un niño joven le dijo al santo que el Rey Mendigo de Virgil predicó en el pueblo por siete años hasta que se fue hacia el camino del Norte a Anatolia.




El viento veraniego silbó a través de los árboles afuera de la capilla, haciendo crujir las hojas mientras corría a lo largo del cielo. Las olas del lago saltaban gentilmente sobre la orilla; por un momento pude sentir la realidad de afuera deslizarse delante de mí, deslizarse a través de mí. Mis brazos fueron impulsados por los vientos del Norte. Mis dedos se lanzaron a través del profeta electrónico oxidado ante mí. Fue como si hubiera otra presencia en la capilla, sentada a mi lado y guiando mis movimientos.

La luz del sol en mi periferia se hizo más y más brillante detrás de mis ojos. Mi mano volvió a desplazar mi escritura archivada; miré cómo una nueva tomaba su lugar.

Dejé que los vientos y corrientes de la naturaleza fluyeran a través de mí mientras volvía a empezar a leer.


La Cuarta Carta de Nayvidius

5 Mientras deambulaba hacia los caminos del Sur, rodeado por vagabundos y comerciantes, me encontré con un hombre sin nombre. 2 Él declaraba haber sido enseñado por el gran emperador de los vagabundos y predicaba las palabras de San Abraham y San Dracios desde las generaciones pasadas.3 Se dirigía al Norte, hacia la gran ciudad de Damascus para esparcir su evangelio; las grandes enseñanzas de su ancestro de ir más allá de uno mismo. 4 En efecto, él dijo que aquellos como él eran conocidos sólo como אף אחד y que él no buscaba nada más que esparcir las enseñanzas de su gran emperador. Una vez que sus discípulos hubiesen dejado que estas enseñanzas entraran en sus corazones, entonces dejaría de ser אף אחד y ellos empezarían a esparcir el evangelio en el mundo. 5 Le deseé el bien en sus viajes y miré cómo desaparecía en los caminos del Norte. No sé qué aconteció en su peregrinaje, ya que nunca regresé a Damascus.




Una vez que la última palabra salió de mis labios, vi que el sol había pasado por sobre la pila de rocas y hecho que los rayos de Helios rociaran la carcasa oxidada. La pantalla se oscureció. Podía sentir la presencia a mi alrededor disiparse de vuelta al cosmos, con los silbidos del viento y la corriente del lago silenciándose a sí mismos en mi cabeza.

Era hora de irse.

Abrí la puerta podrida, dejando que se balanceara hasta cerrarse silenciosamente detrás de mí mientras regresaba a mi camino. No miré hacía atrás, sabiendo que mi capilla ya se habría ido. Tal vez la encontraría mañana, atascada en la playa como una trampilla oxidada. Aún así, la encontraría. Siempre lo hacía.

Algún día finalmente entenderé lo que se suponía que significaba todo eso. Tal vez pronto entenderé lo que los susurros del Viejo Mundo han estado intentando decir.

Tal vez soy solo otro אף אחד, un mendigo sacerdote como en las historias. Si esto es verdad, entonces, justo como mis antepasados, preservaré estas Palabras que aún tenemos hasta que pueda decírselas a alguien más.

Hasta entonces, seguiré siendo Nadie, caminando solo a través de un mundo joven.

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