Ojos A La Mar

Puntuación: +10+x

Mis ojos a la mar, mi alma a la eternidad



Estoy sentada en mi solitaria recamara, llena de estantes con libros, cuadernos, pergaminos, códices de tantas épocas por la que he atravesado en mi extraña y duradera existencia. He vagado por este mundo, de alma en alma, de cuerpo en cuerpo, buscando una respuesta imposible. Este día ha sido tranquilo, mi hija lentamente se ha acostumbrado a la dureza de mis enseñanzas y sus llantos ya son menos comunes. Trato de convencerme a mí misma que estoy haciendo lo correcto. Pero ver las heridas en sus brazos, sus ojos tan cansados de vivir, siendo tan joven. Oírla decir “Elena, me lastimas mucho” mientras llora es… Yo…

¿Acaso debo recordar aquellos momentos de mi vida novel?

Entre toda mi biblioteca personal, se encuentra el primer libro que escribí. Cuando por primera vez vi la luz del mundo.

Mi pecho se siente tan frío y mis músculos se tensan.

Empiezo a leer sus páginas en busca de confort, para recordarme por qué he decidido tomar este arduo camino.


ojos%20a%20la%20mar_0.png

Dos finas hileras trágicas estaban a punto de entrelazarse. Por un lado, en una pequeña isla de lo que sería conocido después como Nuevo Mundo, se encontraba un pueblo diezmado por un sinfín de catástrofes. Bajo sus propias palabras, los Mensajeros de Cólera se encontraban entre ellos, provocando enfermedad y muerte en todos lados; su gente era hábil con lo desconocido, teniendo hechiceros y curanderos, aún así, sus intentos era fútiles.

En los últimos días, inmensas tormentas golpearon contra sus pequeñas viviendas. En una noche sin el cobijo de la blanca luz de la luna, los sobrevivientes se juntaban en las orillas de la playa, rezando a sus dioses por salvación, realizando rituales de magia y de símbolos. Tan solo quizás, sus plegarias serían escuchadas… Incluso si sus deidades realmente no existían.

Del otro lado, una historia más antigua que el astro rey de nuestra Tierra se había desenvuelto, otro pueblo azotado por una guerra estelar librada por incontables generaciones, uno de tantos perdidos ya hace eras. En medio de la desesperación e incertidumbre, serían los causantes de una Gran Penumbra. Al menos eso es lo más conocido por quienes supieron alguna vez de estos seres. Poco se cuenta de cómo trataron de enmendar su error, por supuesto, en vano. Perdieron sus cuerpos, su mundo, su historia y quedaron como errantes entre el silencio oscuro de las estrellas. Esperando la oportunidad de redimirse.


¿Pero de quién buscaban el perdón? ¿De la ambivalente Sechud, madre del universo e innumerables desgracias? ¿De los lagomorfos Vidnepas nacientes de la primera galaxia? Pudieron haberse resignado a vagar por la infinidad, lamentándose de todos sus errores, o simplemente desaparecer en las corrientes oscuras del cosmos. Pocos podrían entender la razón para aferrarse a su propia existencia, después de todos sus errores y fallas. Ni siquiera tenían una verdadera justificación para continuar su lucha. Ellos comprendían el significado de poder ser, en contra de todas las probabilidades y adversidades que conlleva eso.

Y después, oyeron la desesperanza invadiendo los corazones humanos.

Como estrellas bajaron del cielo, en auras monocromáticas.

Ni una palabra fue mencionada. Solo se abrazaron hasta volverse un mismo pueblo.

Ese día, la muerte fue vencida y Alitza fue fundada, celebrándose bajo la Ceremonia a la Marea Durmiente.

Entre las hojas veo un dibujo de mis padres, festejando por primera vez junto a mí dicha ceremonia. Una celebración llevaba a cabo en las orillas de la isla durante la noche, la unión del mar y la arena. Uno representaba a los viajeros del espacio y otro a las personas originarias de la Tierra, respectivamente.


La recombinación entre los pueblos permitió continuar su existencia, y para los viajeros estelares, su ansiada necesidad de volver a vivir. Seguían luciendo como simples humanos, pero en el fondo de su ser, estaban escondidos los secretos del universo, conocimientos adquiridos por sus salvadores y a disposición de un futuro desconocido. En esté recién nacido pueblo, nació una pequeña de pelo blanco y ojos grises, de tez ligeramente morena, llamada Elena; hija de una hechicera curandera, Erandi y un padre guerrero, Kinich. Su modesto hogar se encontraba cerca de las ahora míticas orillas dónde sucedió su milagro, lugar de prácticas para Erandi.

El día era soleado, la brisa del mar acariciaba el juvenil rostro de Elena y otra adolescente, con ojos llorosos, mirando con curiosidad a su madre, quién tenía algunas horas practicando en un pequeño roedor herido. Pasaba sus dedos sobre la herida, cubiertos en una extraña mezcla verde, ganando un ligero brillo al entrar en contacto con el animal.

—Tranquilo, pequeño —el animalito se movía de un lado a otro—, es por tu bien.

Tras unos minutos, el líquido verde había sido absorbido y la herida estaba ausente.

—Ten, querida —pasó al roedor a las manos de su dueña—. Cuídalo más, que a pesar de poder sanar graves heridas, no podría traerlo de la muerte.

—¡Sí! —limpiaba sus lágrimas de tristeza, ahora reemplazadas con felicidad—. De verdad, no sabría como agradecerle.

La chica se fue del lugar contenta. Erandi sentía como sus manos comenzaban a dolerle, siguiendo de un sangrado lento pero continuo. Elena puso las manos de su madre en dos vasijas con agua. El dolor de la mujer podía verse en su rostro, mientras sus brazos le temblaban.

—No te preocupes, hija —respiraba profundamente—. Estoy bien.

—Lo sé, eres muy fuerte —Elena limpiaba las manos de su madre con un trapito—. Debes serlo para cuidar a los demás, ¿no es así?

Erandi sonrió y sacó las manos del agua.

—Sí, veo que lo has aprendido bien —Erandi acarició el pelo de Elena.

—No lo suficiente, mamá. Sé muy poco y eso me provoca… —Elena apretó sus puños.

—Debes calmarte, eres muy joven y tienes un camino largo por delante… ¿Elena?

Su hija solía perderse en sus propios pensamientos, repitiéndose que aún debía seguir aprendiendo, practicando, para llegar a ser como su madre o incluso superarla. Saber que estaba tan lejos de esa meta provocaba un estruendo en el centro de su ser.

—Te estoy hablando —su tono se volvió más serio.

—Perdón… Yo…

—No te preocupes, ¿sabes qué día se acerca, no es así?

—¡Es verdad! —su estado de ánimo cambió repentinamente, ahora llena de emoción al abrir sus ojos y sonreír— ¿Está vez papá va a poder ir? Hace un par de años que no los veo bailar bajo las luces mágicas en la arena.

—Sabes que él ha estado ocupado y no le gusta perder tanto el tiempo. Pero, ¿adivina qué? Está vez si va poder ir.

Al oír esto, Elena se abalanzó con su madre y la abrazó.

—Gracias, mamá.

—No tienes que agradecerme, la principal prioridad de una madre es el bienestar de su hija.

Elena siguió cuidando a su madre, incluso desde pequeña empezó a comprender los valores y responsabilidades de lo que implicaba una relación entre madre e hija. Mientras tanto, los habitantes de la isla comenzaban las preparaciones para la Ceremonia a la Marea Durmiente. Los comerciantes ocupaban puestos más cercanos a la playa, vendiendo atuendos llenos de detalles que reflejaban su pasión por las estrellas y el mar. Instrumentos musicales para tocar melodías movidas, y otros objetos más con un significado únicamente ritualista.

La pequeña peliblanca miraba los puestos detenidamente, deteniéndose junto a su madre para que le comprara su comida favorita, consistente en algún gran insecto cocinado o un coctel de frutas. Al llegar a su casa, Elena preparó la comida para sus padres. Siempre trataba de aprender un nuevo platillo o encontrar nuevos sazones. Pensó en como su madre cocinaba con magia, aunque siempre que ella lo intentaba, terminaba evaporando el platillo.

Otra parte de la rutina de la joven, era preguntarle a su padre sobre sus entrenamientos y formas de combate, ansiosa de crecer un poco más para practicar formalmente junto con él. Durante las horas más profundas de la noche, salía a escondidas a la playa, en el mismo lugar dónde Erandi realizaba sus curaciones, Elena se sentaba en la fría arena, rodeada por la oscuridad y solo acompañada por una lámpara de fuego tenue. En secreto, leía textos de su madre y su padre, algunos hablaban de las posibilidades ocultas dentro de la magia conocida, mientras otros sobre armas especializadas con su portador. Cuando se cansaba de leer, miraba con anhelo la bóveda celeste y regresaba asustada a su casa, para caer dormida.


Veía el cielo como si fuera un cruel recuerdo. Han pasado siglos desde ese entonces y el sentimiento aún sigue siendo el mismo. Arraigado en el núcleo de lo que soy. Ver las estrellas y sentirme juzgada por su luz. Pero, oh, la Luna, en su presencia puedo sentir como…

Siempre me ha querido muerta.

Vuelvo a pensar en mi niñez. Mi madre siempre trató de advertirme de los peligros ocultos de sus conocimientos de hechicería. Una magia primitiva basada en el poder del alma, en conjunción de sustancias naturales. La veo ahora y me doy cuenta de todas sus limitaciones. Me esmeré tanto en comprenderla para romper su propio paradigma, y ahora que lo he logrado, siento que aún me falta un largo camino para llegar a explotar su verdadero potencial. Solo así, podré salvar a mi hija de su destino injusto.


ojos%20a%20la%20mar.png

El día de la celebración había llegado, todos esperando el atardecer para comenzar a salir de sus hogares. La isla tenía diferentes playas y cada una tenía su temática preferida dependiendo de las personas que iban. Para Elena y su familia, tenían la suerte de ser siempre invitados a las orillas exclusivas de los gobernantes, sacerdotes y un puñado de guerreros. Las dos mujeres estaban maquilladas con pintura blanca en el rostro, formando patrones con líneas rectas, portaban aretes hechos de cristales grises, aunque los de Erandi eran más vistosos, e iban peinadas en trenzas. Ambas llevaban vestidos largos, de azules y blancos, con brazaletes en los pies y manos, hechos de un metal negro. Adicionalmente, Elena llevaba una diadema azul celeste. Kinich portaba una armadura que cubría toda su piel, visualmente se veía suave, pero confería una gran protección, junto con una máscara con elementos de animales marinos, como crustáceos y peces.

Ya cuando el Sol había desaparecido, comenzó la festividad. Primero, los sacerdotes creaban pequeñas bolas de fuego blanco que servían como iluminación, alzándose algunos metros sobre la tierra y las orillas del mar. La música de los sonidos de viento llenaban el ambiente, de ritmo energizante, transmitiendo el ímpetu de la celebración. Criadores de pequeños organismos vaciaban enormes cubetas al océano desde pequeñas embarcaciones, dando como resultado un espectáculo de bioluminiscencia extraordinario al horizonte. Los niños se limitaban al sentarse en la arena, viendo el baile de sus padres, en ocasiones acompañando el ritmo con un pandero, este era el caso de Elena, sonriendo y tocando su pequeño instrumento.

Conforme pasaba el tiempo, los niños podían dejar a sus padres seguir bailando, mientras ellos se juntaban en grupos para convivir y jugar en la arena. Algunos dibujaban, otros trataban de construir y varios acompañaban a los adultos para pescar. Elena estaba en su propia búsqueda de conchitas y piedritas, luego la acompañaron más niñas.

—¡Hey! ¡La de pelo blanco! —se acercó otra niña, salpicando debido a las pequeñas olas— ¿Te gustan mucho las cositas de la playa?

—Un poco… —Elena estaba agachada, enajenada en su búsqueda.

—¿Piensas regalárselas a tu mamá durante esta ceremonia? —la niña se puso junto a Elena.

—Sí, pero… ¿Quieres ver algo extraordinario? —Elena tembló un poco, aunque se veía feliz.

—¡A ver!

—Bien, aquí vamos.

Elena tomo una de las conchas y la cerró en su puño junto con un poco de agua marina. Su brazo tembló incluso más, dejando salir un poco de vapor. Abrió su mano y ahora la concha se había transformado en un pendiente, con todo y una cadena.

—¡Genial! ¡Magia! —la niña le aplaudió—, pero… ¿No solo los adultos pueden realizarlo? Mi papá lo usa para construir casas y suele regresar con algunas heridas…

—Eso dicen… —Elena sintió un líquido caliente saliendo de sus manos— ¡Ah mira! ¡Acaban de poner el puesto de pescados! ¡Mejor vamos antes de que se lleven los más deliciosos!

—¡Vamos! —la niña se fue corriendo tan rápido que no se percató como Elena no la seguía.

Ella abrió su mano. Vio como la sangre no dejaba de salir, ardiéndole más que una quemadura provocada por el fuego. Asimismo, el collar estaba comenzando a convertirse en polvo. Una parte de ella quería salir corriendo y llorando con su mamá, aunque se odiaría por eso, como nunca antes. Sumergió sus manos en el mar, a pesar de que esto incrementaba el ardor, ya que está era la única manera para detener el sangrado según lo aprendido con Erandi.

—¡Ey! ¿Estás bien? —la niña había regresado.

Elena le respondió sin verla de frente y fingiendo una voz tranquila.

—Sí… Es que —cada vez le costaba mantener la calma—. Se me perdió una piedrita.

—Oh… Si quieres puedo ayudarte a buscar más. ¡Es más! ¡Como ya estuviste aquí, me iré al otro lado de la orilla para encontrarte incluso una mejor!

Elena solo asintió con la cabeza. La niña volvió a correr, aunque deteniéndose abruptamente y regresó un poco.

—Ah, se me olvidó… ¿Cómo te llamas?

—Elena.

—Vale, ¡Nos vemos Elena!

Cada vez le costaba más trabajo mantener las manos bajo el agua, sus músculos perdían fuerza y su visión se comenzaba a ser borrosa. Se repetía a si misma lo patética que se iba ver si perdía el conocimiento. Más allá de preocuparse por si se desmayaba y ahogaba o si la corriente se la llevaba. Si algo la mantuvo despierta, fue ese sentimiento de debilidad sumando con una gran ira. Para lo que Elena sintió como una eternidad, fueron en realidad solo par de minutos, pero lo había logrado, la herida había sanado completamente y el collar estaba intacto.

Orgullosa de su pequeña proeza, guardó el collar y volvió con su nueva amiga, quién a su vez estaba con más niñas buscando piedritas.

—¿Es ella? —preguntó otra pequeña— ¿La niña que sabe hacer magia?

—¡Sí, sí! Es ella, se llama Elena.

—Hola —Elena sacó el collar y lo puso en sus manos—. Sí, soy yo.

El grupo dejó de buscar más objetos en la playa, y fueron a pedir un gran pescado para comerlo en conjunto. Se sentaron en la arena y su tema de conversación fueron preguntas sobre como Elena había logrado utilizar una magia que según ellos, solo sus papás podían realizar e incluso no todos. Elena se limitó a mencionar todos los aspectos positivos, omitiendo el evento de vida o muerte que había pasado. Entre los niños, se encontraba uno vistiendo un atuendo particular de los gobernantes, siendo posiblemente el príncipe. Este se acercó a Elena.

—Si de verdad puedes realizar utilizar la magia, ¿podría ver cómo lo haces?

Elena no dudó de sus capacidades, pero le preocupo que está vez no pudiera sanar su herida. Sin embargo, sintió apreció por el niño. De la arena agarró una piedrita oscura.

—Verán, no solo soy hija de una curandera —apretó la piedra con un puño y con el otro recogió un poco de agua de mar con arena—. También soy la hija de un gran guerrero, mi papá.

Junto ambas manos y las alzó al cielo. Una pequeña gota roja cayó sobre sobre su frente, bajo las manos y de un solo movimiento con el brazo, logró manifestar una espada con apariencia líquida, adornada con piedras de diferentes colores en sus hoja y mango. Los niños le aplaudieron, en especial quién había pedido la demostración. Elena empezaba a tener dificultades para respirar, y su frente se empavaba en sudor. Por lo menos no le dolía nada.

—Muy bien, ¿cómo te llamas? —cuestionó el niño, mientras veía la espada.

—Elena, ¿y tú? —los temblores en su brazo comenzaban.

—Kante, príncipe de Alitza. Sé que pronto debemos regresar con nuestros padres, así que, ¿podríamos vernos luego? Quizás me puedas enseñar algo de lo que sabes.

—¡Por supuesto! —Elena le sonrió, soltando la espada, la cual al caer al mar se volvió arena y agua.

—Oh, no te preocupes por la espada —contestó Kante, viendo que Elena se veía avergonzada— Aún queda tiempo para hablar y jugar en la playa, ¿quieres pasar este rato junto a mí?

—Vamos.

Elena sintió como el tiempo volaba junto con Kante. Ambos parecían llevarse bien, sintiéndose cómodos uno junto al otro. El tiempo de su caminata llegó a su fin y las niñas volvieron con sus madres. El primer acto de cierre de la celebración estaba por dar inicio.

Los papás se mantenían en la arena seca con sus hijos, en el caso de los sacerdotes, oraban y realizaban rituales. Los guerreros veían que tanto habían avanzado sus hijos en las tácticas de combate. Los gobernantes les daban consejos sobre cómo debían dirigir a su pueblo según sucesos actuales. Las mamás iban con sus hijas justo a la orilla de la playa, dónde las olas rozaban sus rodillas. A manera de regalo, las hijas llevaban comida, adornos, dibujos, vasijas y demás, hechas por sí mismas. Luego platicaban de temas íntimos o que de gran preocupación, si a los ojos de sus madres eran buenas o malas hijas.

Elena se acercó con más confianza que nunca a su madre, quien la estaba esperando con alegría. Se sentó frente a ella y le dio el collar, que había mejorado al agregarle otras piedritas más a manera de incrustaciones. La única manera de lograr esto era mediante algún encantamiento de joyería. Erandi estaba confundida, y vio que Elena estaba escondiendo su mano derecha.

—Hija —sonaba preocupada—. ¿Qué te hiciste?

—¡Nada! Solo te quería dar un collar, porque sé que te encantan —trataba de seguir escondiendo su brazo.

—Déjame verlo —apuntó a su brazo.

Derrotada, Elena no tuvo más opción que obedecerle. Erandi tocó con delicadeza la piel, pero incluso de esta forma, le causó un gran dolor a su hija.

—No… No me duele —sus ojos estaban llorosos—. Lo juro.

—Vamos a tener que hablar con tu padre. No está bien lo que hiciste.

—Pero…

Erandi le dio una cachetada a Elena.

—Elena, mírame —la agarró de la barbilla—. Me he esforzado todo lo posible por cuidarte, ¿sabes por qué he aprendido y sigo estudiando para curar heridas? ¡¿Lo sabes?!

—Para cuidarme —seguía aguantando el llanto.

—¡Sí! ¿Y qué haces tú? ¿Ponerte en riesgo solo para demostrarme que has crecido? Hoy pude haber perdido a mi única hija —entre el enojo, una lagrima recorrió la mejilla de Erandi.

—No, mamá. Yo sabía que no iba morir, he estado…

—¿Mintiéndome? Porque esa es la única manera de aprender lo que hiciste, ¿qué más has hecho? ¿¡Qué has leído!?

Elena estaba totalmente confundida, las palabras se quedaban atoradas en su garganta mientras buscaba una respuesta. Erandi estaba a nada de darle otra cachetada, pero Elena la detuvo con su mano adolorida.

—No me pegues… Perd… on…—Elena se desmayó por el sobresfuerzo.

La escena había llamado la atención de Kante, sintiendo pena y preocupación. Escuchó un poco de la conversación con su madre, generándole un interés mayor en ella. Estaba decidido en seguir conociéndola.

Erandi y Kinich se llevaron cargando a su hija de la celebración y regresaron a casa. Su madre se dio cuenta de que solo necesitaba dejarla descansar. Sabiendo lo importante de la celebración, Kinich le ofreció quedarse al cuidado de Elena para que Erandi pudiera representar a su familia al momento de cierre de la ceremonia. Sabiendo que dejaba a su hija en manos más que excelentes, regresó a la playa. Pocos minutos más tarde, Elena se despertó, golpeando el suelo con su puño tan pronto como pudo.

—¡Por qué! —dio otro golpe— ¡Soy tan! —y otro más— ¡Inútil!

—¡Hey! Deja de lastimarte —Kinich la detuvo antes de que pudiera golpear de nuevo—. No te enseñé a hacer berrinches y mucho menos en un día tan especial.

—Tampoco me enseñaste a desmayarme y quedar en ridículo —Elena cerró sus ojos y volvió acostarse—. Lo siento.

—No tienes por qué disculparte. De cierto modo —se acercó a su hija y la tomó en sus brazos—, me has sorprendido.

—¿En serio? ¿Por qué? —puso su cabeza en el pecho de su padre.

—Porque mi hija, por su propia cuenta —acarició la espalda de Elena—, ya sabe utilizar encantos. Solo que, debes ser más precavida. Fuiste muy insensata en está ocasión.


Mi padre tenía razón, siempre he sido así. Él pudo haberme advertido de dejar ese camino. A vivir una vida más simple, como la suya o la de mi mamá. Hubiera muerto junto con Alitza. No tendría que preocuparme por como el tiempo se acaba para mí y para mi hija. No importa ya, es demasiado tarde para arrepentirse. Tampoco lo puedo culpar por mis acciones. Ni por el pasado de nuestra gente.


ojos%20a%20la%20mar_1.png

Elena intentó dormir, aun con su brazo adolorido. Daba vueltas rodando en su cama, preocupada por la reacción de su madre. ¿Le había fallado o incluso traicionado? Trataba de cerrar los ojos en vano, siendo atrapada por sus pensamientos. En medio de la madrugada, Erandi volvió de la celebración, con una canasta llena de flores y otros regalos que recibió. Elena se paró a verla.

—Mamá —Elena miraba al suelo—. Yo no… Quería…

—No, es mi culpa —Erandi se acercó a Elena y la tomó de la temblorosa mano de Elena—. Salgamos un rato.

Madre e hija se dirigieron un una pequeña colina cerca de su casa. Ambas se sentaron, viendo a los lejos como las luces de la celebración se apagaban. Erandi creó una pequeña bola luminosa blanca para iluminar su oscura morada.

—¿Crees que soy débil? —Erandi le preguntó con una voz tenue.

—No… —Elena tardó en responder.

—¿Entonces por qué prácticas en secreto?

—No lo sé… Solo es… Interesante.

Erandi agarró con fuerza el brazo lastimado de Elena.

—¡Agh! —Elena gritó.

—¿Esto es interesante? —Erandi siguió apretando su brazo.

—¡No! Ugh…

—No me gusta que me mientas, hija. Una vez más —soltó su brazo—. ¿Crees que soy d-

—¡No! Yo… —Elena jadeaba— Yo me siento débil.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Le tengo miedo —Elena volteó a ver a su madre y levantó su mano, apuntando al cielo estrellado— a eso.

—Ya veo, realmente no quisiera que hubieras sabido sobre eso tan pronto. Después de todo —Erandi soltó el brazo de Elena— eres la cosa más preciada para mí en esta existencia, y te protegeré incluso de la oscuridad entre las estrellas.

—¿Entonces por qué me lastimas? — sobó su brazo.

—Porque has elegido ser fuerte, —señaló con el dedo índice el pecho de Elena— ¿no es así?

Erandi pasó el resto de la noche interrogando a Elena. Ese día la niña conoció que tan lejos podía llegar una madre en pos de proteger a su familia. Y así una visión retorcida del amor maternal comenzó a plantarse dentro de ella. Al finalizar, Erandi curó las heridas de su hija, dejándola en su cama para que pudiera dormir tras aquella movida noche. Aun quedaban muchas noches más antes de que Elena conociera de frente la causa del miedo primordial en su alma. Aun le quedaba tiempo para conocer a su última hija y conocer el significado de la eternidad.


Mis padres me dieron lo que ningún otro padre pudo haber dado y por eso soy la única madre superviviente de Alitza.

Gracias por darme las razones y fuerza para cuidarme a mí misma y a quienes amo, madre.

Cierro con cuidado este libro, devolviéndolo al estante y tomo otro para continuar estudiando las artes ocultas del universo. Solo soy capaz de pasar mis ojos sobre las letras, poniéndoles poca o nula atención. Dejo el libro sobre mi mesa. Una vez más me pongo a dar vueltas caminando en mi propia habitación. Decido salir de mi casa, junto con mi preciado libro.

Me doy cuenta de que hoy es el día de la Ceremonia a la Marea Durmiente. Una celebración del pueblo donde conocí a mi esposo, a mis primeras hijas, mi verdadero hogar, ya destruido hace milenios. Ahora Alitza ni siquiera es un mal recuerdo, en este mundo actual en decadencia.

Estoy tan lejos del mar, de la playa que tanto deseo volver a ver y posiblemente jamás veré de nuevo. Estoy en el jardín dónde mi hija ve flores y juega. He traído su comida preferida, junto con unas frituras que ella ama. Traigo fotos de sus hermanos difuntos, que yo misma he sacrificado para su bienestar, y este libro que contiene gran parte del pasado de mi vida. La noche está carente de la rencorosa luna. La escena es perfecta para mi intención.

Ella poco sabe quién soy en verdad. Ni lo que significa ser una sobreviviente de Alitza. Ahora está en su recamara, preguntándose por qué la trato así. Podría ir por ella, explicarle todas las razones. Aun así, dudo que esto sea suficiente para justificar todo lo que le he hecho. Y a pesar de todo, estoy tan lejos de salvarla.

Un día, eso será diferente. Iremos a las orillas del mar. Nos sentaremos como lo hizo mi madre conmigo. Sobrepasaremos el dolor y la pena. La inmortalidad será nuestro escudo y cobija. Y quizás, ella pueda perdonarme si lo desea.

Así que hoy, no celebraré con ella. Sería una deshonra a mi linaje. Y no le daré ese gusto a esta existencia maldita.


Si no se indica lo contrario, el contenido de esta página se ofrece bajo Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 License