Sobre Abel

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El viento era duro y frio, remolinos de nieve ondulaban alrededor de la pequeña silueta del hombre, manchando su obscura capa como estrellas en el cielo nocturno. Él tiró de su rasgada ropa, absorbiendo el poco de calor que quedaba en su armadura. Su aliento se cristalizaba a frente de su rostro como el humo de las fauces de un dragón. Su cabello azotaba su rostro como si poseyera vida propia. Golpeando sin sentido contra sus heladas mejillas y labios sin parar.

Aun así, a pesar de todo, el permaneció quieto, observando sobre su alta posición en la nevada montaña, observando las largas planicies enfrente de él, sus ojos, dos fragmentos de envejecido y sucio hielo gris, mucho más helados que cualquier cosa con lo que esa frígida cima pudiera sorprenderle.

Copos dispersos se pegaban en sus pestañas, y él parpadeaba para quitarlas, rodando por su cara, lagrimas que no eran reales. El apretó la empuñadura forrada en cuero de su espada, el material gimió en consecuencia, las manchas de sangre seca se agrietaban y caían de sus delgados dedos.

Él no podía recordar cuanto tiempo paso allí, observando. Los momentos se transformaron en días, y las horas en segundos. Él pudo haber permanecido allí por mil eternidades, o por escasos instantes.

Todo lo que él sabia era que eventualmente, él regresaría una vez más.

Y él pelearía.

Los ojos de Abel parpadearon mientras se abrían lentamente. Echando un vistazo al reloj clavado en la pared bruscamente con un cuchillo de carnicero. Se dio cuenta que solo había dormido unas cuantas horas.

Él realmente no necesitaba dormir de verdad, y no ha tenido la necesidad de hacerlo por un largo tiempo. Pero eso no significa que no disfrutara de hacerlo de vez en cuando. Aun así, han pasado siglos desde que el soñó por última vez, una acción que él de verdad disfrutó a fondo en las raras ocasiones que sucedió.

Se levanto de la simple cama de metal, sus músculos y articulaciones permanecían flexibles como si no hubiera pasado varias horas inerte y sin movimiento. Él camino hacia la pesada puerta blindada, una losa de metal gigantesco de dos pies de espesor que pesaba tres toneladas. La arranco con facilidad provocando un fuerte quejido por parte de sus ruedas, el peso de la barrera era un disuasor más efectivo que cualquier seguro. Nadie más que él podría abrirla, mientras rasgaba los seguros hidráulicos de sus encajes, la fuerza fugaz de las pequeñas personas no era rival para la carga que suponía la puerta de su habitación.

Aun así, ellos insistían con sus inútiles reglas y regulaciones, dos guardias fuertemente armados vigilaban la entrada. Ellos no se movían mientras él se iba, los polarizados escudos de su equipo y casco antidisturbios escondían sus emociones de Abel, como si a él le hubiera importado mirar.

Mientras caminaba por los pasillos, una joven, casi diminuta mujer, luchaba para alcanzarlo, el sonido de sus zapatos de tacón alto resonaba detrás de él.

“¡Setenta y seis!” lo llamo con esfuerzo.

“¡Setenta y seis! Por favor, espera un momento. Tengo que hablar contigo” grito mientras corría, casi sin aliento, Con sus mejillas enrojecidas debido al cansancio.

Abel se detuvo, girando su rostro lentamente.

Ella lo alcanzo rápidamente, hincándose un momento para recuperar su aliento.

Abel la estudio con disgusto mientras ella recuperaba la respiración.

Era una mujer joven, a la mitad de sus veintes, sus ojos estaban casi escondidos detrás de unos cuadrados y delgados anteojos de marco. Su cabello grueso, rizado, a la altura del hombro tapaba sus pequeñas facciones. Ella era delgada, pero no demasiado, sin embargo, todo sobre ella hablaba de cierta delicadeza, como si fuera realmente más pequeña de lo que aparentaba. Sus ropas eran formales, blusa blanca, falda negra y medias, ella agarro un viejo portapapeles café, y un bolígrafo con la otra mano.

“¿Sí?” Pregunto Abel, diciendo la palabra lo más lánguidamente posible. Casi sonó como un insulto para la mujer. Uno que sonaba con apatía e indiferencia.

“Tengo que hablar contigo”, respondió seriamente.

“¿Sobre?” Nuevamente, una cantidad de insultos en una sola palabra.

“Es una evaluación psicológica” Respondió ella, ahora comenzaba a sonar un poco arrogante.

Él simplemente se dio la vuelta y continuo su camino, pero ella rápidamente lo alcanzo.

“Los superiores quieren otra evaluación psicológica por lo que le hiciste al profesor Liham” Continuó, apresuradamente tratando de mantener la inmisericorde distancia, retrocediendo unos cuantos pasos.

“Como esta Liham?” Rio Abel, mostrando a la mujer una horrible sonrisa. Ella de manera casi perceptible retrocedió en desagrado al ver sus dientes. Eran delgados y angulares, la mayoría cubrían la parte delantera, y ellos apiñaban su boca, empujándose por espacio, casi saliéndose de ella.

Aun así, ella siguió, determinada a no parecer débil ante esta monstruosidad que poseía forma humana.

“Sigue en el hospital. Sus doctores están sorprendidos que aun muestre actividad cerebral”

Abel murmuro algo inteligible, y por la fea expresión que hizo, ella pudo ver que no era nada placentero.

“Soy la doctora Angela Langley, y te estaré evaluando a través de tus acciones el día de hoy. ¿Sería posible para mí, hacerte unas cuantas preguntas?

Él la miro de manera fría y comenzó hablar de manera animada en una lengua que ciertamente no sonaba como español. De hecho, ella nunca había escuchado algo como eso antes. Mientras hablaba, él movía sus manos similares a garras en extrañas estratagemas, hablando en una manera física bizarra.

Él continuo por varios minutos, los gestos que el hacía eran más y más extraños, hasta que, al fin, se detuvo, hubo un rápido silencio bajando hasta que volvió a hablar nuevamente, esta vez en español.

“Y esa seria toda mi historia, desde el punto cuando nací, hasta este momento. Por supuesto que eliminé algunas de las cosas sin importancia, pero la mayoría de ellas estaba allí" le dijo con calma.

“Pero… Pero, no pude entender nada“ Respondió ella con preocupación.

“No… No puedes” respondió él, aumentando su paso exponencialmente y dejándola muy atrás.

Él continuo con ese paso hasta llegar al estadio donde entrenaba con La Caja de Pandora. Todos ellos ya estaban allí, esperando por él. Mientras Abel les había dado un tiempo estricto para llegar allí, él llegaba muchas veces por sí mismo de manera arbitraria. O demasiado temprano o demasiado tarde, esperando que ellos hicieran lo mismo, y ay de aquellos que no lo hacían, se convertían en sus “Chicos para golpear” por el resto de la sesión.

Ellos comenzaban con ejercicios simples, una hora de dura labor física y muchos encuentros de lucha. Él no peleaba en ninguno de ellos, prefiriendo mirar. Pelear contra oponentes tan inferiores, especialmente estando desarmados serviría solo para aumentar su ira, y lo pondría de mal humor.

El tiempo paso, y pronto él decreto que había forzado sus pequeños cuerpos al límite, despidiéndoles con un apático movimiento de su mano.

Él camino lentamente por la instalación, retorciéndose en su aburrimiento. No había nada que hacer.

No había nada que hacer. Las personas allí habían demostrado que en el mejor de los casos serian un reto mediocre, y allí no había nada más que lo llevara a sus límites. No como cuando el mundo era joven… En ese entonces había-

“¡Setenta y seis!” llego una lastimosa llamada detrás de él, causando que Abel rodara sus ojos con molestia.

“¡Setenta y seis! ¡Por favor! Todavía tengo que hablar contigo” Ella gritó, intentando alcanzarle.

“Que?” gruño, claramente perdiendo su paciencia.

"U-uh, Bueno-" tartamudeo ella, aterrada que ahora mostraba su enojo claramente.

Angela tomo un profundo respiro, calmando sus nervios antes de continuar.

"El alto mando ha dicho que debes realizar un-" interrumpió ella con un gruñido mientras era elevada del suelo, levantada en aire por una horripilante burla de mano humana, agarrándola estrechamente alrededor de la garganta.

"Escúchame gusano de carne," siseó Abel fríamente.

“He sido paciente contigo porque no vales mi tiempo, pero si continuas, me desharé de ti, simplemente para acabar con tu incesante parloteo. Dile esto a tus superiores,” le dijo con una mueca.

"La única razón por la cual acepte este encarcelamiento es porque, por unos breves momentos, pensé que ustedes podrían llevarme a algo que valiera la pena para sorprenderme. si todos ustedes continúan irritándome con estas pruebas triviales sin valor, Yo encontrare cada miembro de esta organización, y cualquiera que se haya asociado con ella, localizare a cada uno de ellos, y los desgarrare miembro por miembro."

"Estoy siendo claro… Angela?" Susurro él, Con la cara presionada contra su mejilla.

"S-s-sí," ella tartamudeo, con sus ojos ampliamente abiertos por el miedo.

"Bien," escupió con crueldad, soltándola bruscamente en el piso, dejándola tumbada sobre sus miembros en el suelo.

Él podía escucharla jadeando para recuperar el aliento mientras se alejaba, un sonido que él había escuchado incontables veces, de incontables otros, a menudo antes de su muerte.

Jadeando por respirar mientras sus pulmones se llenaban de sangre, sus cuerpos rasgados y destruidos, manos entumecidas tomando su arma con dedos que ya no respondían.

Y todavía, se levantaban una vez más…

Levantaron una vez más…

Como lo había hecho…

Él se levantó una vez más…

Él podía recordar el sonido que hacia ese cuervo…

rasguño

Los sonidos que hacía mientras rasgaba el suelo sobre él…

rasguño, rasguño

Como deseo que se detuviera…

rasguño,rasguño,rasguño,rasguño,rasguño,rasguño,rasguño,rasguño

Como deseo que los sonidos se detuvieran…

Así que él se levantó…

Él se levantó una vez más…

Él se levantó y lo haría muchas veces más…

Él se levantó como lo había hecho muchas veces antes…

Él se levantó, frio y jadeando por aliento, Sus manos seguían manchadas de suciedad e inmundicia y sangre, su sangre, y él sintió…

Él sintió…

Rabia

Angela miraba como Abel repentinamente comenzaba a arrancar segmentos de metal del muro mientras pasaba al lado de ellos, destruyendo el metal más duro con sus dedos como un niño lo haría con la tela de una araña, y arrojándolos a un lado con lanzamientos errantes y despreocupados.

Ella podía ver los músculos de sus hombros contraerse y estirase contra su nuca, tensándose tan estrechamente como si fueran a romper libres de su cuerpo.

Y entonces él se detuvo. Él giro su cabeza, lentamente, lo suficiente para ver a Angela con un demente, funesto, ojo inyectado en sangre y él hablo en el tono más escalofriante que jamás había escuchado.

"Que?"

Ella se dio la vuelta y huyo.

Él dio la vuelta, mirando sus temblorosas y rasgadas manos, trozos de su carne ahora decorando el metal que él tan tranquilamente había arrojado. Su sangre salpicando el suelo con gruesos y húmedos charcos, un mórbido rastro para ser seguido por otros.

Él los dejo caer a su lado, y continúo caminando, su frente surcada en irritación y disgusto hacia un mundo que lo había aburrido hasta lo más profundo de su ser.

Él odiaba estar aburrido.

Entonces, tenía la intención de hacer algo al respecto.

Sacando una espada de la nada, él observo su agudo y serrado filo, casi amando la forma como se enrollaban en la superficie, antes de darle a su arma unos cuantos movimientos experimentales y enterrarla en el ahora expuesto muro de concreto.

Entonces, lento, siempre tan despacio, él deslizo sus manos debajo del collar en su cuello, parcialmente aplastando su garganta en su determinación por no dañar la frágil banda de metal.

Confiado en que tenía suficiente protección, él lo rompió lo más rápido que le fue posible.

Exploto violentamente, una volátil ráfaga solar que diezmo sus ya sangrantes manos, fragmentos de metralla rebanaron su cara, cuello y torso.

Él no le dio importancia al daño, estirando sus brazos mientras intentaba arreglar algo de la pulpa de huesos y músculos en su mano. Allí sonaron una pequeña serie de chasquidos, y él recupero algo de movilidad en sus masacrados dedos, pero no mucho.

No importaba, pensó él, retirando una delgada cadena espinada de la oscuridad, tardando varios minutos para enrollarla en su mano, apretando la empuñadura de la espada enterrada.

Unos cuantos tirones de practica para asegurase que estaba sujeta, sin darle importancia a la forma en la que la cadena rasgaba su ya demacrada carne, el delgado hombre saco la espada de la pared, y se preparó para hacer su propio entretenimiento.

En veinte minutos, él se había abierto camino en una legión de guardias en pánico, llegando a una de las mayores áreas de contención.

En treinta minutos, habían enjambres de criaturas similares a cangrejos caminando por toda el área, destruyendo la carne de todos en su camino, Dejando nada más que huesos roídos en su camino. Uno de los corredores se había convertido en las fauces de una tremenda bestia, atrayendo a los incautos y aplastándolos con sus enormes mandíbulas, escupiendo los restos con un eructo. Ocasionalmente, una extraña mano humana esquelética saldría debajo de algunos restos caídos, por una salida de aire, o incluso grietas en el suelo, y agarraría a alguien, moliéndolos en una pasta sangrienta cuando intentaba llevárselos a su escondite.

Personal que huía en horror, guardias intentado contener una amenaza, pero fallando debido a otra. Algunos se volvieron locos, disparándole a todo, tanto amigos como enemigos. Otros perdieron la cabeza ante fuerzas mucho más siniestras, enloqueciendo, torciéndose por dentro, o simplemente muriendo donde estaban.

Y en el centro de este caos, estaba Abel, riendo y gritando como un desquiciado, peleando con todo y cualquier cosa en su camino. Todo a su alrededor, la sangre se sintió como Lluvia abundante, los destellos de las armas como relámpagos, y el granizo del fuego de las armas, los gritos y rugidos eran truenos en la tormenta de locura que había creado.

El monstruo reía maniáticamente mientras bailaba en la movediza alfombra de evasivas criaturas arácnidas, Aplastándolos bajo el peso de sus errantes pisotones, sus armas cortaban amplias franjas entre sus filas y las salpicaba en las paredes.

Las pocas personas que tropezaban en su camino muchas veces caían de nuevo, a menudo en pedazos si se acercaban demasiado, pero él no los perseguía activamente. Incluso los guardias eran en gran medida ignorados, a menos que intentaran dispararle, en ese caso la retribución era rápida, brutal y mortal.

Pronto, el corredor estaba libre de todo movimiento, con la excepción del extraño cuerpo tembloroso.

Abel bufo en burla, disgustado por la debilidad de sus oponentes, y cuan breve fue su “entretenimiento”.

Preparándose para irse, él se detuvo mientras escuchaba el sonido de los escombros bajo sus pies, y el sonido de un matillo siendo accionado detrás.

girándose para ver que tonto había venido para intentar detenerlo, él rodo sus ojos en frustración hasta ver exactamente quien había llegado.

Una sangrienta, temblante Señorita Langley, con ojos abiertos por el terror, unas manos delgadas agarrando una pistola demasiado grande para que sus dedos la agarren apropiadamente, apoyada sobre su rodilla intentando hacer su camino por la desolación, tambaleando involuntariamente la mirilla.

Ella se levantó, cuando vio a Abel mirándola desde el fondo del corredor, su expresión no mostraba sorpresa, mientras la de ella estaba llena de terror.

Su cuerpo entero se tensó, sus labios temblando, un tic suave en un ojo. Lentamente, Ella levanto el arma, tambaleo espasmódicamente mientras intentaba apuntarle al hombre que enfrente de ella.

"A… A-Alto…," dijo casi llorando, mitad murmurando, lágrimas de terror comenzaban correr por sus mejillas, aclarando los caminos entre la suciedad y el polvo.

El hombre la miro, este descaro hizo crecer su furia. Los otros que había llegado antes eran debiluchos, pero al menos eran guerreros de algún tipo.

Pero esto… esto era desagradable. También podrían estar mandando gusanos para defenderse de él.

Él comenzó a caminar hacia ella, con la espada levantada en una mano para terminar el terrible trabajo.

"Pateti-"

Su insulto fue interrumpido por el tumultuoso crujido del disparo de un arma, la porción superior de su cráneo voló en una gran cantidad de trozos de hueso y carne. En lo que quedo de su rostro, Yacía el inicio de una expresión de sorpresa.

Langley soltó la humeante arma en estado de shock, observando con sorpresa e incrédulas nauseas como los reflejos del delgado cuerpo del hombre lo hacían tambalearse unos cuantos y extraños pasos antes de colapsar. Tembló unas cuantas veces, sus escuálidos miembros tendidos y enredados mientras se desplomaba como una pila sin movimiento sobre el suelo.

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