Ocho Veladoras

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La noche helada entraba por la ventana rota de un apartamento abandonado donde un joven veinteañero había hecho su hogar y estudio de arte. Un anartista un tanto vistoso estaba terminando su última pequeña obra. Se escuchaban múltiples piececillos golpeando la madera podrida del piso; pareciera que el dueño de estos sonidos era una criatura acorazada, similar a una cochinilla gigante con grandes ojos triangulares y muchas patas.

Esta criatura, sin embargo, era un tanto especial. A diferencia de sus familiares que viven en el profundo abismo del mar, esta tenía un comportamiento similar al de un perro, sin mencionar que de su cabeza brotaban dos orejas peludas de color gris.

—Ah, bueno, este ejercicio de técnica pudo salir mejor. —El anartista dejaba salir un suspiro mientras observaba a su creación.

La criatura se levantaba y daba varias vueltas en sí, intentando escapar mientras Denis lo retenía en su lugar.

—Ahora sólo falta ponerte nombre. ¿Ensor? ¿Munch? —El anartista gruñía un poco en frustración—. Definitivamente unas mejoras vendrían bien, pero… —Dijo mientras hojeaba su cuaderno fabriano, con sólo 8 hojas antes de completarlo.

Denis sabía que necesitaba más materiales, su cuaderno a punto de terminarse, su lápiz tan corto que le unió una rama a él para poder sostenerlo con facilidad y su goma tan pequeña que apenas y podía borrar una hormiga.

Sin mencionar que la falta de comida también se hacía presente cada vez más. Aún le quedaban un par de manzanas que compró en el tianguis a 2x1.

—… Existir cuesta mucho dinero. —Denis se quejaba con cierto desgano.

El híbrido de isópodo se acercaba a Denis para reconfortarlo un poco mientras zapateaba con sus múltiples patas. La última obra del anartista en México había sido un desastre. Nada salió como debió y un bloqueo creativo lo atosigaba. Estaba estancado, recordaba el caos que fue su obra en el recinto cultural; las criaturas habían salido defectuosas y bastantes personas salieron afectadas por haber apresurado el proceso creativo solo para presentar la obra a tiempo.

Denis sacudió la cabeza, para poder hacer a un lado el recuerdo que lo atormentaba de aquel fatal error.

—El bestiario tuvo su momento de esplendor pero no puedo depender de solo esa obra para hacerme de renombre. ¿Verdad, Kandinsky? —se dirigió a la criatura con cierta duda del nombre.

El pequeño isópodo había sido un éxito a la hora de hacer algo más amigable con las personas, más personal incluso. Aun así, no encontraba un sentido artístico para darle y un mensaje escénico, eso lo frustraba aún más.

Es entonces que un cántico, similar a un coro de niños un poco desentonado, llegó a los oídos del joven. Con curiosidad, éste se asomaba por su ventana, rota y cubierta de polvo. Un grupo de niños, que cargaba una calabaza verde hueca con una vela que iluminaba su camino, pedían comida para su calaverita.

—Señora bonita, ¿me da mi calaverita? Es para mi abuelo y mi tía.

Un niño le pidió a la mujer mientras cantaba y ésta le dio, en una bolsa aparte, dinero y comida que Denis no supo nombrar. Los niños pasaban uno a uno para repetir el proceso, nombrando familiares distintos y obteniendo distintas comidas y dulces.

—Ah… Es cierto, es día de todos los santos —se decía a sí mismo con algo de nostalgia—. Ah, lo que daría por un Hefezopf.

Denis observaba ver a los niños pasar con sus bolsas llenas de comida y dulces típicos, y cómo si fuera un rayo de inspiración, se alejó rápidamente de la ventana, tomó los sobrantes de telas viejas y de su mochila agarró una máscara.

La máscara de porcelana se torció de una manera imposible para tal material, de modo que se formaba un gran corte de la barbilla a la mejilla izquierda. Denis se puso la máscara y ató las telas rotas a forma de capa, dándole un aspecto similar al personaje principal de aquella popular obra, El fantasma de la ópera.

Denis se dispuso a salir cuando el híbrido de isópodo y perro mordió su capa para detenerlo, insinuaba que quería ir con él.

—Casi te olvido… No puedo sacarte así como así Klee. —Denis tomó otra manta blanca con un par de agujeros y lo cubre con ella para que parezca un fantasma perro.

Denis asintió y abrió la puerta para que la criatura saliera primero. Llevando consigo una bolsa, Denis salió de su apartamento buscando casas donde la luz esté encendida.

Así, llegó a la primera casa decorada con flores naranjas, los mexicanos las llaman cempasúchil, se da en estas épocas del año al parecer; esto es todo lo que Denis sabía de la flora local de otoño.

El joven tocó 3 veces en la puerta de la casa y recordó los cánticos de aquellos niños en su poco conocimiento del español.

—¡Buenas noches! ¿Me da para mi calaverita por favor?

La puerta se abrió y un señor alto, de camisa de manta y una barba larga, se asomó para ver a Denis. El señor rio un poco, cargaba un par de calaveritas de azúcar, mandarinas y una caña en un tazón.

—Vaya esto sí que es nuevo, jovencito. ¿Qué es lo que traes puesto? —El señor respondió con alegría.

—¡E-Es de la obra El Fantasma de la ópera, señor! —Denis replicó con nerviosismo.

El hombre bigotudo rió de nuevo y le dio una fuerte palmada a la espalda del joven, el cual casi se cae por la fuerza.

—Que niño tan culto, es raro ver a jóvenes como tú vestidos así para estas fechas y menos con sus mascotas por ahí. Ten, para tu muertito y tu perro por si acaso le da hambre, jajaja. ¿Cómo se llama?

—Mondrian, Señor. —Denis dijo con duda ante el nombre de nuevo.

—Jajaja que peculiar, ten, para ambos.

El hombre le dio un par de monedas y un billete pequeño. Se despidió de Denis y le deseó buena suerte. El isópodo dio un par de vueltas para mostrar felicidad, con ganas de ver la bolsa.

Denis aún incrédulo de su interacción con el sujeto, observaba su botín.

La criatura dio un par de ladridos para pedirle un premio al artista, a lo que él respondió con un pedazo de mandarina.

—Bueno eso salió bastante bien, vamos a un par de casas más para-

—¡AH! ¡QUÉ LINDO! —Un grito de emoción sacó de concentración a Denis.

Un grupo de 8 niños se acercaba con gran emoción a Denis y al isópodo.

—¡Qué bonito! ¿Cómo se llama? —Una niña de alrededor de 7 años se aproximaba para intentar acariciar a la criatura.

—No me decido por el nombre aún. —Denis dijo algo amargado, se quiso apartar para evitar a los niños, pero se encontró con un total de cinco más que lo rodeaban. No es que odie a los niños, simplemente no sabe cómo tratar con ellos.

—Tiene cara de Bobalay —un niño de alrededor de 10 años exclamó.

Otro niño se acercó y trató de llamar la atención de ambos.

—No le hagas caso, ponle El Wiwi —el niño replicaba.

—¡No, no, no! ¡Ponle Alberto! —Una niña más, de moño blanco, salta con emoción.

La aplastante cantidad de nombres que los niños lanzaban abrumaba el cerebro de Denis, por lo que decidió poner un alto a todo esto.

—¡Basta! ¡Basta! Bien, se llamará, uhhh, Bobalay Alberto Wiwisopod Primero —Denis soltó para calmar la emoción de los niños.

Todos los niños se quedaron quietos y luego dejaron salir un grito celebrando su victoria.

La niña de moño blanco caminó en dirección a Bobalay y le dio unas palmaditas. Éste mismo respondió con ladridos contentos.

La niña levantó su mirada y le sonrió a Denis.

—¿Tú también estás pidiendo calaverita para alguien? —Preguntaba al levantarse.

Denis pensó un poco en su respuesta. No sabía que había que juntar la comida para alguien en específico. Tampoco estaba seguro para qué eran aquellas calaveras de azúcar, eran demasiado dulces para comer.

El joven asintió, para que no pareciera que se aprovechaba de la festividad. Aunque, claramente es lo que está haciendo.

—Yo lo estoy juntando para mí mamá y mi abuela, mis amigos me están ayudando para poder juntar para las dos. —La niña, al decir esto, sacó unas hierbas incendiarias y una calaverita de azúcar. —Ten esto para la persona que quieras recordar.

La niña puso el incienso y la calaverita en la bolsita de Denis. Le sonrió y le dio una última palmadita a Bobalay antes de irse.

Los demás niños se despiden de Bobalay y de Denis para irse a pedir calaverita a más casas. Denis quedó algo confundido, pero observaba el incienso, aún inseguro de su utilidad, tal vez pueda usarlo en una obra más adelante.

«¿Merezco toda esta amabilidad?» pensó Denis al ver su bolsa. «Bueno, igual puedo seguir con este acto un poco más»

Denis y la criatura ahora bautizada Bobalay siguieron su camino, buscando, tocando en más casas y recibiendo dinero, fruta y flores incluso. Denis se presentaba, Bobalay hacía un par de trucos y las personas les daban un extra de comida o dinero. Repitiendo este ciclo una y otra vez hasta tener una bolsa llena, suficiente para sobrevivir un par de días más, o al menos comer algo el día de hoy.

Viendo el final de la calle, Denis suspiró al no ver más casas encendidas, era tarde y la gente ya estaba cansada. Sin embargo, un olor particular a comida recién hecha llamó la atención del artista.

Al seguir el rastro hipnotizante, se encontró frente a una pequeña casa, iluminada por unas velas tenues que inundaban de naranja la oscuridad.

Un camino de más pétalos de aquella flor de cempasúchil lo guió a una puerta y una ventana abierta por la que se veía un pequeño altar; chocolate caliente y pan recién calentado adornaban la escena. Varias velas, vasos, frutas y un ramo de cempasúchil morado resaltaban en la mesa.

Denis se mostraba impaciente por tomar una de esas charolas con comida caliente; unas hojas de plátano envolvían el olor de maíz y comino. Se quitó su máscara para poder comer plácidamente, sin embargo, una foto al frente de todo lo detuvo.

Era un muchacho de al menos unos 20 años, de pelo rizado y sonriente sosteniendo un diploma. Denis tomó la foto para ver más de cerca la fecha entre toda la oscuridad. Abril de 1936.

«¿Será el dueño de la casa?» Se preguntó.

Es entonces que unos pasos y una luz de una vela iluminó toda la habitación, ésta sacó de sus pensamientos a Denis.

—¿Carlos? ¿Eres tú? Viniste a visitarme hoy, ¿cierto? —Una anciana cuestionaba dirigiéndose a Denis. Pareciera que tenía una vista pobre a juzgar por sus ojos grises y acristalados.

El anartista se quedó congelado, viendo a la señora sin mover un músculo, como si no moverse lo fuera a sacar de esta incómoda situación.

Cuando Denis estaba a punto de contestarle a la señora que no se llamaba Carlos. La anciana se acercó a darle un abrazo, llorando de felicidad.

—Realmente viniste a visitarme, hijo mío. Después de tanto tiempo. —La mujer canosa sollozaba en el abrazo.

Denis quedó mudo, sin saber cómo responder, si responder siquiera o seguirle el acto a la señora. Este definitivamente era un papel actoral que no quería aceptar. «Ay no, ay no, ay no» pensó Denis mientras entraba en un pánico silencioso.

La señora lo suelta y procede a prender la luz y a adentrarse en la cocina. Unas ollas se escuchan chocar, platos y cubiertos resuenan entre sí para indicar apuro.

—Por favor siéntate y quédate cómodo. Calenté unos tamales y un poco de champurrado.

Denis no tenía idea qué significaba ninguna de esas palabras. Estaba en una disputa interna, acababa de meterse a la casa de una persona sin ser invitado y peor aún de una señora casi ciega. Pero las cosas que mencionó sonaban a comida, por lo que se sentó como indicó la señora.

Mientras esperaba, Denis observaba el mantel sin moverse o decir una palabra. Para distraer un poco su mente, miraba el bordado de flores de aquella mesa, colores claros predominaban y unos colibríes adornaban las esquinas. Observó también que la silla frente a él se veía muy usada, las demás se veían bastante nuevas y sin marcas o suciedad, incluso el mantel estaba manchado en esa esquina.

La anciana regresó de nuevo al comedor con una charola de la comida que había visto antes, al parecer esos eran los tamales. También colocó una taza de lo que parecía ser chocolate, pero con un olor peculiar a maíz.

—'Ira mijo, estos son de rajas y estos de dulce. Prueba los dos. —Dijo al colocar su plato de comida.

Denis observa todo lo servido: No podía creer que la señora realmente le estuviera dando todo esto; sentía culpa, pero el hambre le ganaba. La comida que reunió apenas y le durará unos días antes de que pudiera encontrar un trabajo de medio tiempo.

—Ándale, qué se enfría. —La señora procedió a comer también, sirviéndose un par de tamales verdes y dándole un sorbo a su champurrado.

«¿Esto esta bien? La comida se ve deliciosa y esta abuela se dedico a calentar todo esto pero… ¿y si esta comida es para su hijo?» Denis debatía y le daba vueltas en su cabeza. La sensación le era similar, la amabilidad de un completo extraño.

Denis comenzó a comer, los tamales tenían un sabor fuerte, manteca y algo de carne de puerco. Lo que más resaltaba eran los trozos de chiles, no picaba tanto como creía, pero sin duda era un sabor al que no estaba acostumbrado, por lo que tomó un sorbo de la bebida, el champurrado.

Este tenía un sabor dulce, pero contenía un montón de migajas o masa de lo que parecía ser maíz también. A esta gente verdaderamente le gusta el maíz. Aun así, el sabor de todo era increíblemente bueno, una sazón de casa y hechura a mano tan presente. Completamente distinto a la comida de su lugar de origen, probablemente lo más parecido a una salsa así de fuerte sea un chucrut.

Es entonces que de reojo ve a Bobalay escalando la ventana para poder acceder a la casa. Lo había olvidado por completo, el shock y el susto hizo que lo dejara afuera. Bobalay trepó las paredes y finalmente llegó a los pies de Denis y ladró.

El joven entró en pánico de nuevo, rogándole a Dios o cualquier otra entidad superior, que la señora no haya visto eso.

—Uish, se metió un chucho a la casa. Seguro que olió la comida también. —Se voltea a buscarlo y le da un pedazo de la carne de pollo dentro de los tamales—. Ándale, come también. Sirve que acompañas a mi hijo.

Bobalay acepta la ofrenda, gustoso, y comienza a comer junto a ellos. Denis deja salir un suspiro de alivio y procede a seguir comiendo.

«Bobalay maldita sea, disimula un poco» Denis suspiró en alivio y siguió comiendo mientras sonreía. Tenia mucho tiempo, que no compartía mesa con alguien más.

Los tres gozaron de una cena llenadora y variada en sabores.

Al terminar, la señora tomó una bolsa de mercado para hacer mandados y tomó un par de tamales, pan de muerto y demás manjares. Se levantó y agarró su abrigo para luego dirigirse a Denis.

—Mijo, vente, deja que te acompañe al panteón, sirve que dejo unas flores y un poquito más de copal para el regreso. —La señora recogió sus cosas y su bolsa de mandados mientras hablaba.

Denis estuvo a punto de hablar para indicarle a la señora que no era necesario y que no se trataba de su hijo, pero la mujer ya había salido de la casa en dirección al panteón. El joven de pelo corto se levantó rápidamente y corrió detrás de ella, seguido por Bobalay, quien corría mientras masticaba aún la comida.

Denis acompañó a la anciana a un panteón amplio, la sensación de aquel ambiente era distinta a lo que se esperaba de un lugar donde los difuntos descansan. Era cálido, lleno de luz naranja; las familias cenaban al lado de las tumbas y compartían historias de aquellos seres queridos.

La mujer se detuvo frente a una tumba llena de flores, unas hierbas quemadas ya húmedas por el clima fresco yacían frente al epitafio. En el grabado en piedra se leía: Juan Carlos Ramírez Meneses, amado hijo que nos dejó muy pronto.

Denis, al leer esto, sintió un peso y una culpa aplastante.

—Señora… yo no soy… —El joven mencionó tímidamente antes de ser interrumpido por la mujer.

—Lo sé, me di cuenta desde que te abracé, mijo. Reconocería un abrazo de mi niño con los ojos cerrados. —La señora dejó salir un par de lágrimas que secaba con su rebozo.

Denis quedó mudo, este acto que había montado en su mente había llegado a un inesperado desarrollo. Era hora de improvisar, suponía.

—Lo lamento señora, no quise irrumpir en su casa junto con mi perro, se veía solo y abandonado, no sabía si…

—Está bien, mijo, llámame Loreto. Supe que no tenías malas intenciones, te quedaste a cenar conmigo y me acompañaste hasta aquí. No tienes por qué preocuparte. —La señora Loreto le dio unas palmaditas en la cabeza a Denis—. Solo trata de no hacerlo, no todos en el pueblo son tan amables.

Denis rió un poco incómodo y regresa la mirada a la tumba.

—Entonces su hijo… —Cuestionó el anartista sin poder llegar a terminar la frase.

—Unos maleantes estaban buscando a un joven que les debía mucho dinero, le dispararon y cuando se dieron cuenta que se habían equivocado de persona, se fueron y lo dejaron ahí. Estoy segura que otra madre perdió a su hijo ese mismo día. —la mujer contaba mientras arreglaba las flores y quitaba el polvo de la tumba.

El joven de pelo aduraznado, quedó hundido en un sentimiento de indignación, pena y tal vez incluso ira. Sin embargo, no podía decir que no haya causado sentimientos similares en otras familias desde su última obra. La culpa se iría arrastrando y acumulando aún cada vez más.

—Mi esposo nos dejó hace ya mucho tiempo también, desde que Carlos era pequeñito, por eso aprecie que me hayas acompañado esta noche, mijo. Eres una buena persona.

Denis sentía esa última frase como una farsa.

—Pero… Señora Loreto, le mentí. Y también a esos niños, e incluso estuve a punto de robar comida de la ofrenda para su hijo. La verdad es que apenas puedo sobrevivir estos días, pero yo… —La voz de Denis se quebró un poco.

La señora Loreto negó con su cabeza y puso su mano en el hombro de Denis, y le entregó la bolsa de mandado que venía cargando.

—Lo sé, mijo, por eso me traje esto para ti. Seguro que te durará un rato, para ti y tu chucho. Escucho por tu acento que no eres de este país, debió ser difícil salir, por la guerra al otro lado del charco. Además, deja te cuento un secreto: cuando yo era pequeña también me robaba tamales de la ofrenda, no te apenes.

Denis no entendía cómo esta mujer era tan amable, le gustaría poder explicarle lo que sucede y lo que es. Pero estaba de más, se conforma a con poder haber conseguido comida y un alma bondadosa que no mire debajo de la máscara que trae puesta siempre.

—Además, estoy segura que, al igual que yo, hubo personas a las que te gustaría ponerles una ofrenda. —La señora Loreto sacó un par de barras de incienso y copal para dárselas a Denis.

Las barras tenían un olor particular a hierba dulce, casi azucarado, pero también pesaba un poco. Era como si la nariz se empalagara de este olor que esperaba a ser envuelto en llamas.

—El día de muertos es para recordar a los que se fueron, cada año vienen con nosotros, mascotas, niños y adultos, e incluso aquellos que fueron olvidados. ¿Hay alguien a quien te gustaría recordar? Tal vez a tus padres.

Denis recordó un par de nombres.

—Mi maestra y mis compañeros.

Doña Loreto sonrió con calidez.

—Ya veo, entonces ándale, toma este incienso y enciéndelo, prende una veladora por cada persona que quieras recordar, pon unos vasos de agua, la comida y un camino de flores, después pones una foto de ellos en el centro.

—Pero, no tengo fotos de ellos. —Denis pensó un momento, otra solución se le vino a la cabeza—. Cualquier imagen cuenta, ¿cierto?

—Por supuesto, con que tengas una imagen de ellos, incluso solo en tu memoria, cuenta. Muchacho, olvidé preguntarte tu nombre.

—Mi nombre es Denis Ignatz… Está bien, realmente no hablamos mucho al inicio, señora Loreto. Gracias por todo esto. —Denis levantó la bolsa llena de cosas que la mujer le dio—. Haré una ofrenda para ellos, estoy seguro que lo agradecerán, supongo que por eso los niños pedían calaverita.

—Si… Los niños de menos recursos suelen pedir calaverita para conseguir armar una ofrenda.

Bobalay se acercó a oler la comida y a ladrar. Denis lo observó y pensó un poco.

—Señora Loreto, me gustaría que usted se quede con Bobalay Alberto Wiwisopod Primero. El nombre lo eligieron los niños de la cuadra, no se ría.

Doña Loreto no pudo evitarlo, echó una carcajada al escuchar el nombre y negó con la cabeza.

—No podría, Ignacio, es tu compañero, seguro que te tiene cariño. —Dijo la señora Loreto, confundiendo un poco el segundo nombre de Denis sin que a éste le importara tanto.

—Pero, yo viajo mucho, seguro no me dejaran tenerlo aquí y alimentarnos a ambos será pesado, me gustaría que se quede con usted y le haga compañía. Usted hizo mucho, acéptelo por favor.

Denis se agachó con cuidado para no tirar sus cosas, le dio una palmadita a Bobalay debajo de la tela que portaba, que a este punto ya estaba rasgada. Al tocarlo, la coraza dura del animal se transforma en un pelaje suave, como tocar pétalos de flores. Color naranja brillante como aquellos cempasúchiles que vio en la casa.

La mujer no podría distinguir el pelo de un perro real contra el de este, será solo un perro más y al menos se quedarán juntos hasta que doña Loreto pueda ver a su hijo nuevamente.

—Quédate con la señora Loreto, Bobalay. Pórtate bien. —Denis al decir esto, Bobalay ladró y dio un par de brincos.

—De acuerdo, cuidaré de él entonces.

Denis agradeció de nuevo a la señora. Tomó la bolsa con su comida y demás cosas que consiguió cuando pidió calaverita.

—Nos vemos, señora Loreto, gracias por todo. —Denis hizo una pequeña reverencia, el acto terminó, pero aún queda un epílogo para la obra.

Al llegar a su apartamento abandonado, se quitó todo el disfraz que traía puesto, excepto su máscara, la cual regresó a su forma original. Blanca porcelana en una mitad, la otra un amarillo claro como el hueso y con detalles azules en los párpados, además de unas mejillas rojas carmesí.

Denis comenzó a quitar polvo y telarañas de una esquina del apartamento. Comenzó a mover tablas viejas de madera para simular pequeñas mesas. De los materiales que le quedaban, tomó unos frascos de pintura acrílica y comenzó a pintar con las manos, un arco de flores de cempasúchil, un puente y calaveras. Todos hechos con una mezcla de arrepentimiento, ira, tristeza y nostalgia.

Después comenzó a pintar marcos decorados con más delicadeza, amor y amabilidad. Comenzó a bosquejar los rostros de 8 personas distintas. Una mujer, con un tocado de flores y una máscara veneciana que adornaban el costado de su cabeza, estaba al centro de todo.

Denis había terminado el color base, y comenzó a resaltar con carboncillo los recuerdos de aquellos rostros de su infancia y adolescencia.

Cuando terminó puso todo lo que la señora Loreto le había dicho en ese mismo orden. Tenía varias veladoras que consiguió durante la noche. Escogió las 8 veladoras más blancas y comenzó a pintar símbolos distintos. Una nota musical, un par de zapatos de ballet, un pincel, un par de máscaras de teatro y una pluma de escritura resaltan más. Más en el fondo se encontraban velas con una gema pintada, una cámara y un Partenón miniatura.

Al final de todo, una obra colorida quedó en la pared, muralismo característico de México pero con un toque propio. Las personas yacen plasmadas en los recuerdos y en su influencia sobre uno. La vida de estas personas solo queda en la mente de Denis.

Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

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