¡Las Aventuras del Detective Azulado!: El Caso de la otra Nadie
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—Qué calor —dije saliendo del edificio quejándome del calor del verano, el cual era empeorado por mi gabardina pesada—. ¿A quién se le ocurrió que tengo que vestir de este modo siempre?

Decidí quitarme la gabardina para refrescarme, pero eso dejaba al descubierto mi revolver. Me la volví a poner y seguir sufriendo de calor. Pare en un quiosco que había en la calle y le pedí al vendedor una botella de agua mientras intentaba soplarme aire con mi sombrero.

—Ah… Me están siguiendo —dije en voz baja para mí misma. Un hombre llevaba caminando detrás de mí por al menos unas cuatro cuadras.

Seguí caminando mientras tomaba el agua, el hombre aun me perseguía. Decidí confrontarlo. Doble en una esquina y me oculte rápidamente tras un árbol grande cercano. Desenfunde mi revolver. Si me estaba siguiendo como creía, iba a aprovechar que estaba oculta para llegarle por la espalda, amenazarlo e interrogarlo. Espere tras el árbol, pero el hombre no apareció. Salí de mi escondite y revisé la calle. No había nadie.

—¿Me habré equivocado?

Al bajar la vista, note algo en el suelo. Era un cangrejo. Un cangrejo de color azul con un sombrero y saco. El cangrejo levantó una de sus pinzas y la movió de un lado a otro como saludando. Sin entender mucho, le devolví el saludo. Tras eso, el cangrejo se fue por la esquina por la cual yo había venido. Me sentí intrigada, así que decidí guardar mi revolver en mi bolsillo, seguirlo e investigar. De pronto me encontré con el cañón de un arma en mi cara.

—Hola, señora —me habló un hombre de treinta y tantos años, vestido con una camisa sudada, corbata, sombrero y portando un revolver similar al mío—. Saca tu arma y tírala al suelo.

—Sí, hazlo lento —dijo el cangrejo de antes a sus pies con un pobre intento de que su voz infantil sonara grave.

Saque mi revolver del bolsillo lentamente.

—Ahora tírala para mí —demandó el hombre.

Obedecí y tiré el arma a sus pies, él la pateó lejos de mi alcance.

—Okey, esto es lo que vamos a hacer… —dijo ese hombre.

Escuchamos como una puerta se abría. Un chico con ropa deportiva había salido de la casa frente a la cual estábamos parados nosotros dos. El chico abrió mucho los ojos al ver la situación en la cual me encontraba. Ese hombre levantó la mano, seguramente para tranquilizar al muchacho y que no gritara por ayuda. No desaproveche la oportunidad. Tome el brazo con el que sostenía el arma y lo estampe contra la pared. Logre que soltara el revolver con otro golpe. Antes de que pudiera decidir mi siguiente movimiento, el cangrejo liberó una especie de gas desde sus pinzas que termine aspirando. Casi inmediatamente, sentí como mis músculos se contraían y caía al suelo, paralizada.

—¡Ay! —soltó el hombre, sobándose el brazo.

—¿Estás bien? —le preguntó el cangrejo.

—Sí, estoy bien. ¡Carajo! ¡Ya nos vieron! —se quejó él y recogió su revolver.

El chico ya no estaba, se habrá refugiado en su casa y tal vez estará llamando a la policía en estos momentos.

—Tenemos que irnos de aquí, ¡rápido! —dijo el hombre y luego fijó su mirada en mí—, y tú vienes conmigo, perra ¡A dormir!

El hombre me pisó la cabeza y todo se volvió negro.

Me desperté de golpe al sentir el agua que me salpicaba la cara. Intente moverme, pero estaba esposada a una silla. Tenía un dolor muy fuerte en la cabeza. Frente mío estaban mis captores. El hombre de antes, el cual sostenía una botella de agua en la mano y ese cangrejo azul con sombrero, que se encontraba encima de unas cajas para estar a la altura de mis ojos. Estábamos en una habitación oscura y no podía ver mucho más de lo que iluminaba el foco encima de mí.

—Hola, buenos días —Dijo el hombre dejando la botella a un lado—. Seamos rápidos porque estoy cansado de haber cargado tu cuerpo tieso hasta aquí a plena luz del día. Dime quién eres.

Nadie —le respondí tras dedicarle una mirada de odio.

—Complicado, porque yo soy Nadie —dijo el hombre, desconcertándome—, pero no importa. Quiero que me digas lo que sea que hayas descubierto.

—¿Descubierto de qué?

—Sobre, ya sabes, ese posible ataque paraterrorista que va a ocurrir dentro de poco.

—No sé de qué hablas.

—No, sí sabes, porque llegaste antes que yo a esa constructora y te llevaste los papeles que quería para saber dónde está la bomba, el arma o lo que sea que vayan a usar para el ataque.

—Estás loco, no tengo ni idea de lo que hablas.

—Mmm… Okey, Parches. Si es cierto que eres quien dices ser, Nadie, significa que eres una versión mía alterna, de otra dimensión, ya que solo puede haber un Nadie en este mundo. Por lo que, ¿qué hace otro Nadie en mi territorio?

—No tengo ni puta idea de lo que hablas, y si alguien está invadiendo terrenos ajenos ese eres tú. Esta es mi tierra.

—Cangre, ¿te parece que cambiamos de dimensión?

—No creo —respondió el cangrejo intentando sonar más maduro de lo que parecía.

—¿Ves? Ahora, si eres Nadie y yo soy Nadie, significa que buscamos lo mismo, detener este atentado. Por lo que, ¿por qué no colaboramos?

—No, gracias. No sé quién eres, ni si me estás mintiendo, además de que me secuestraste. Así que —cruce mis piernas de manera provocadora— te puedes ir a la mierda junto con tu mascota.

—Bien. Bien —dijo el hombre alzando las manos—. Lo intenté hacer por las buenas. Señor Azulado, toda suya.

Tras decir eso, el cangrejo avanzó hasta el borde de las cajas, acercándose lo más posible hasta mí, luego levantó sus pinzas y ¿se puso a bailar? Movía sus pinzas de un lado a otro y sus patas en un balanceo. Mire con incredulidad al hombre sin entender que carajo significaba eso. Tras un minuto de baile, el cangrejo terminó y bajó sus pinzas.

—A ella —dijo la criatura con suspenso— le gusta que le peguen.

—¿Ah? —solté inconscientemente.

—¿En serio? —preguntó el hombre con satisfacción.

—Sí, en la colita.

Cuando entendí que estaba diciendo ese cangrejo, el rojo de la vergüenza subió a mi cara mientras intentaba tartamudear una respuesta.

—Oh, interesante, ¿qué más?

—Pues, también le gustan las chicas.

—¿En serio? ¡A mí también!

—También que sean duros con ella.

—¿“Duros”?

—Sí, duros.

—Oh… duros. Eres una chica mala, ¿no?

—¡ALTO, ALTO! ¿CÓMO ES QUE-? —grite desesperada ante tal situación.

—Mi compañero, el detective Azulado, tiene la capacidad de leer mentes, saber cosas de las personas. No puede decirte que número estás pensando, pero puede saber tus gustos: que te gusta, que no te gusta, y algunos “secretitos”.

—¿Qué? —pregunte con apenas voz.

—Sí, secretitos —dijo el hombre tomando al cangrejo en su mano y acercándose a mi oído—. Secretitos íntimos —dijo susurrando a mi oído.

—Sé cosas, señorita. Muchas cosas vergonzosas —dijo el cangrejo susurrándome en el otro oído.

No podía creer lo que estaba pasando.

—¡Ahora, o me dices lo que sabes o seguiremos hablando como programa de chismes sobre lo que te gusta hacer en la cama!

—¡Vete a la mierda, degenerado!

—¡Cangre!

—Ella tiene un tatuaje en-

—¡NOOOOOOO! ¡NO HABLES DE ESO! —grité al borde de las lágrimas.

—¡¿Ya vas a cooperar?!

—¡SÍ, SÍ! ¡Voy a hablar, voy a hablar, pero, por favor, no hables de eso! —terminé cediendo ante tal tortura psicológica.

Ese miserable sonrió con satisfacción ante mi rendición.

—Genial, ahora empecemos ¿Qué descubriste?

—Quienes están tramando el ataque tienen una empresa fantasma con la cual compraron varios depósitos en diferentes partes. Uno de ellos está en esta ciudad. Yo iba para allá hasta que ustedes me secuestraron, hijos de puta.

—Ya veo, ya veo ¿Tienes idea de quiénes son?

—No. Quienes sean son buenos cubriendo sus huellas. Imaginó que un gobierno o una organización oculta como la Insurgencia está detrás de esto.

—Entiendo, ¿algo más?

—Me siento violada.

—Siéntete como quieras, pero ¿nos ayudarías a detener esto?

Mire con duda al hombre.

—Chica, escucha. Yo soy realmente Nadie y puedo reconocer que tú también eres Nadie. Lo mejor es trabajar juntos para detener esto, evitar que muchos mueran y que el Velo caiga ¿Qué dices? ¿Equipo?

Me tomé un minuto para analizar mis posibilidades de escape, mi capacidad para frenar el ataque sola y mi deseo de matar a esos dos hijos de puta por la humillación que me provocaron.

—Está bien. Voy a trabajar contigo —cedi—, pero nada de hablar de mis cosas ¡¿Escuchaste, cangrejo?! ¡Ni una palabra sobre "eso"!

—Mis labios están sellados, señorita —dijo el crustáceo.

—Bien, ¿me quitas las esposas?

—Claro, pero —dijo el hombre parándose frente mío— me prometes que no me vas a pegar.

—¿Perdón?

—O sea, por lo de recién. Sin rencor, solo era para completar la misión y salvar vidas. Nada personal, ¿entiendes?

—Sí, entiendo. No hay problemas, sin rencores —le dije sonriendo.

Cuando me sacó las esposas ese hombre, o ese otro Nadie, lo primero que hice fue darle una cachetada tan fuerte que lo dejo tambaleando.

—¡Hija de puta! ¡Lo prometiste!

—¡Vete a la mierda tú y tu mascota!

—¡Por favor! ¡Cálmese!

—Ya vas… —dijo ese otro Nadie levantando los puños.

Yo me puse en guardia, preparada para matar a ese bastardo, hasta que el cangrejo gritó:

—¡CÁLMENSE!

Alzó sus pinzas y volvió a liberar el gas paralizante. Ambos quedamos tiesos en el suelo.

—¡No peleen, por favor! —pidió el cangrejo.

Estuvimos como una hora paralizados, tiempo en que nuestras emociones se calmaron mientras que el cangrejo intentaba razonar con nosotros como lo haría un niño. Cuando terminó la parálisis, ambos tomamos nuestras cosas (ese sujeto me prestó otro revolver), al cangrejo y nos fuimos en el auto del otro Nadie hasta el almacén que teníamos que revisar. Fue un viaje muy tenso, con un silencio de muerte entre yo y ese hombre.

—Señorita, ¿por qué usa un parche? —me preguntó el cangrejito desde la consola del auto.

—Mmm… Por cosas —llegué a soltar—. Termine lastimándome el ojo mientras solucionaba algunos problemas personales ¿No revisaste eso también cuando entraste en mi mente?

—No, señorita. No puedo ver recuerdos.

—Ya veo —eso significaba que no revisó mi pasado, aunque eso no lo salva de entrar sin permiso en mi mente y contar "esas cosas” a ese tipo.

—¿Perdió el ojo?

—No, no. Sigo teniendo un ojo, pero ya no me sirve de mucho —le respondí. No sabía por qué seguía hablando con ese animalito, pero resultaba fácil— ¿Quieres ver? —le pregunte, sorprendiéndome a mí misma.

El cangrejito subió y bajó su cuerpo, intentando asentir. Yo me quité el parche y dejé que viera mi ojo enrojecido y con la pupila blanca.

—¡Uy! ¡Asqueroso! —soltó ese pequeño ser.

—Sí, lo es —me puse de nuevo el parche—. A veces me pica, pero en general no me molesta.

—¿Por qué no te pones uno biónico en su lugar? —me soltó el otro Nadie mientras conducía— ¿Acaso no tienes fondos para comprarle uno a Anderson o del mercado negro?

—No, no es cosa de dinero. Es solo que no quiero.

—¿Por qué?

—Que te importa.

—Solo intentaba conversar.

—Conduce y no me hables.

Volvimos a nuestro silencio de muerte, ahora con el cangrejito algo incómodo en la consola, bajo los rayos del sol ¿Cómo es que aguantaba el calor ese animalito con ese saco puesto? Llegamos a nuestro destino, unos depósitos y almacenes. Revisamos nuestro equipo antes de bajar. Ese otro Nadie sugirió que pusiera mi arma en parte de atrás del pantalón y dejara la gabardina.

—No, prefiero ir con la gabardina, aun con el calor —le respondí—. Es de una tela especial. No se puede cortar y detiene proyectiles pequeños.

—¿En serio? Debería conseguirme una —dijo mientras ponía balas en los bolsillos de su pantalón.

—Es cara, pero de calidad — revisé mis bolsillos, tenía dos cargadores rápidos para mi revolver. Esperaba que no tuviera que disparar de igual modo.

—Entiendo —el otro Nadie enfundó su propio revolver y tomó al cangrejo para dejarlo en su hombro.

—¿Vas a llevar al cangrejo?

—Sí, ¿por qué no? Es mi compañero, además, ya te derribó dos veces.

No pude discutir contra eso. Bajamos del auto y fuimos hacia los almacenes. El que nos interesaba estaba cerrado con candado. No era mucho problema, usando un pequeño aparatito que se consigue en el catálogo de MC&D lo abrimos fácilmente. Adentro del almacén había una gran cantidad de materiales de construcción, bolsas de cemento y arena, maquinaria y chatarra.

—¿Qué deberíamos buscar? —me preguntó el otro Nadie mientras entrabamos.

—No sé, pero —miré la carrocería oxidada de tres autos— qué hace esto aquí.

Antes de que pudiéramos hacer una inspección del lugar, una voz nos gritó desde la entrada.

O que fazem aqui?!

Al girarnos, vimos a tres hombres grandes y de tez oscura, con machetes en mano.

—¡Ey! ¡Hola! Solo… Estamos viendo el lugar —dijo ese otro Nadie sin buscar disimular ni un poco, bajando al cangrejito de su hombro.

Esos hombres siguieron avanzando directo hacia nosotros, empuñando sus armas. El otro Nadie actuó rápido y apuntó con su revolver al que encabezaba la marcha; yo desenfunde también.

—Escúchame, amigo. Tira esa cosa y ponte boca abajo o te meto cinco balazos en la cara.

Ese hombre levantó su machete y lo agitó frente suyo, cortando el aire. Parecía una acción sin sentido, pero el cuello del otro Nadie empezó a sangrar. Una gran cascada roja empezó a correr desde su cuello que inútilmente intentaba frenar con una mano. Antes de desplomarse, el otro Nadie levantó su arma y la descargo sobre su asesino, llevándoselo con él a la tumba. Yo también disparé hacia los otros sujetos y estos agitaron sus armas hacia mi dirección. Sentí como si dos grandes hojas golpearan mi torso, intentando cortarme. Me cubrí con unas bolsas de cemento, disparando las últimas balas del tambor.

—¡Carajo! —exclamé mientras intentaba recargar mi revolver.

Tenían armas anómalas, pero eran unas que requerían que se expusieran demasiado. Pero el problema era que sus ataques eran amplios y si me daban en las manos o en la cara estaba muerta. Además, ya podía escuchar cómo se me acababan las bolsas de cemento que recibieran los ataques de esos tipos.

Un grito inundó el lugar. Al levantar la cabeza, pude ver como uno de esos hombres huía desesperadamente del almacén.

Onde diabos você está indo?! —gritó su compañero.

Aprovechando la distracción, le metí tres balas en el pecho.

—¡Mierda! —solo pude decir eso al ver todo ese desastre.

Me acerqué al cadáver de ese otro Nadie. Tenía los ojos aún abiertos, muertos, un charco de sangre se formaba debajo de él y en su mano aún sostenía su revolver. Mientras admiraba ese cadáver, el cangrejito salió de un costado y se acercó al cuerpo.

—Hola —dije sin saber que decir— ¿Eso —refiriéndome al hombre que huyó— fue obra tuya?

El cangrejito asintió a su manera.

—Okey… Mira, lamento lo que paso, yo… —intentaba hablar, pero era como explicarle a un niño porque su padre estaba muerto— Estas son cosas que pasan, sabes.

—Sí, lo sé, señorita —me dijo ese pequeñín—, pero, descuide, ya se va a levantar.

—Cariño —no sabía claramente como afrontar esta situación—, tu amigo ya no se va a levantar. Mira, él… ¡AH!

Mi grito se debía a que el cadáver de ese otro Nadie se levantó soltando un quejido que helaba la sangre.

—¡¿Qué mierda!? —grité atónita.

—¿Cómo estás? —le preguntó el cangrejito.

—Bien —respondió frotándose el cuello, ya sin herida—, gracias por preguntar ¿Los mataste?

Me tomó un minuto darme cuenta de que me hizo la pregunta a mí.

—Eh… Sí. Mate a uno, pero el otro huyó.

—¡Yo me hice cargo de él con mi técnica de eliminación definitiva: el gas del terror! —declaró con orgullo el cangrejo.

—Bien hecho, compañero —dijo mientras se levantaba el muerto.

—¿Cómo?

—¿“Cómo” qué?

—¿Cómo estas vivo? Eres… ¿Inmortal?

—Casi, pero no. Puedo curarme de casi cualquier cosa, pero un tiro en la cabeza o que me la corten sería el game over para mí. Pero, de momento, aún no ha pasado. Ahora, lo importante ¿Quiénes son estos? —dijo pateando el cadáver de la que persona que lo mató hace un minuto.

—Ni idea, pero creo que hablan portugués —declare.

—Portugués… Eso no me gusta —dijo él con muy mala cara.

Ese otro Nadie fue directo hacia una de las carrocerías oxidadas. Él, sabiendo exactamente donde buscar, sacó un artefacto raro de esa chatarra.

—¿Qué es eso? —le pregunte.

—Un regulador de realidad, una de las porquerías que hace funcionar a las anclas de realidad —me tiró el artefacto extraño y lo atrape. Era un cilindro metálico que cuando lo agitabas, algo sonaba adentro—. Normalmente, esta cosa es inútil por si sola, pero si la combinas con ciertas cosas, puedes volverla una bomba.

—¿Como qué?

—Como esto —dijo el otro Nadie y sacó de otra carrocería una piedra brillante—, piedras rúnicas, cargadas con mucho EVE. Con un poco de ingenio y conocimientos arcanos puedes crear una bomba que destruya el tejido de la realidad y que mande una ciudad entera a la no-existencia.

—¿Cómo estos tipos consiguieron estas cosas? ¿Y cómo es que sabes dónde buscar?

—Ah, porque no es la primera vez que lidio con ellos —dijo el otro Nadie, con pesar—. El truco de ocultar cosas en chatarra con magia es un truco de una banda criminal conocida como el Brazo de la Ley. Eran traficantes de armas de alto nivel en América del Sur. Eran un gran dolor de cabeza dentro y fuera del Velo, hasta que los desmantele.

—¡Guau! ¡Increíble señor! —dijo el cangrejito con emoción— ¿Cómo lo hizo?

—¿No te acuerdas, Cangre? Vos estuviste allí.

El cangrejo se quedó callado y luego soltó un “Oh” muy sombrío.

—Sí, “oh”. No sé si son los mismos tipos de antes, herederos suyos o imitadores. Lo que sé es que tan usando sus conocimientos y trucos una vez más, y hay que detenerlos. Pensé que esto quedaría enterrado en el pasado, pero parece que tendré que volver allí una vez más.

—¿Volver a dónde? —le pregunte.

Una nube tapó el sol en ese momento, cubriendo el ambiente con una sombra profunda.

—Brasil. Tenemos que ir a Brasil.


—¡Qué calor! —exclamó el otro Nadie mientras salimos del aeropuerto.

Allí el verano era incluso más intenso, ni yo lo aguantaba. Íbamos con nuestras gabardinas en la mano mientras caminábamos hacia alguno de los autos estacionados en el lugar. Íbamos a usar nuestro fiable aparatito abre-cerraduras para tomar uno prestado. Caminamos hasta que vimos un auto que nos gustó y nos subimos. Los asientos quemaron nuestras espaldas.

—¿Ahora a dónde? —pregunte a ese otro Nadie tras ventilar un poco el auto con las ventanas bajas.

—Vamos a por un contacto mío de por acá. Necesitamos información antes de atacar.

—Está bien —le dije apoyada en la ventana baja. El cielo estaba despejado y el sol estaba a su máxima potencia, pero aun así todo el paisaje parecía haber pasado por un filtro gris como de película de miedo—. Qué clima raro.

—Brasil sabe que llegamos —declaró el otro Nadie.

—Que bien —le respondí sarcásticamente.

Ese otro Nadie estuvo una hora conduciendo por la ciudad hasta que él vio a su contacto. Era un hombre con camisa arremangada de tez morena que iba caminando por la calle.

—Okey —dijo el otro Nadie estacionando el auto cerca de ese hombre—. Ponte en el asiento del conductor y estate lista.

—¿Lista para qué?

El otro Nadie no me respondió, solo bajo del auto y abrió la puerta de los asientos de atrás. Me pasé del asiento del copiloto al del conductor. El otro Nadie llamó por detrás a su contacto, este se giró y vi como ese otro Nadie le dio un puñetazo en la cara, derribándolo. Luego empezó a darle más golpes en el rostro en el suelo para después arrastrarlo hasta el auto.

—¡ARRANCA! —me gritó mientras subía a la parte de atrás con el hombre.

Yo pisé el acelerador y empecé a conducir.

—¡¿QUÉ MIERDA?! ¡¿NO DIJISTE QUE ERA TU CONTACTO?!

—¡Sí! ¡Pero no dije que iba a hablar por las buenas! —me respondió mientras sujetaba al hombre que acababa de secuestrar.

Conduje bastante rápido, pasando semáforos en rojo y casi provocando algún accidente hasta que encontré un terreno baldío en el cual entrar y estacionar.

Quem são vocês?! Me deixar ir! —gritaba ese hombre mientras luchaba contra el agarre del otro Nadie.

—¡Yo no hablo brasilero! ¡Habla español, macaco! —gritó ese otro Nadie.

—¿Qué quieren? —dijo en español ese hombre.

—Queremos saber todo lo que la Fundación sabe de alguna banda paracriminal que ha aparecido en los últimos tiempos en el país.

—¡Claro, tenía que ser de la Fundación! —me dije a mi misma al ver en que situación de mierda estaba.

Foda-se!

—¡Te dije que en español! —le dijo y luego le rompió la nariz ese otro Nadie— Si no hablas por las buenas —sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo metió en la boca —, será por las malas. ¡Nadie, sostenle las piernas!

Me pasé para los asientos de atrás y le sostuve las piernas a ese hombre en una postura algo incomoda.

—Detective Azulado, haz tu magia.

—¡Sí! —exclamó en cangrejo.

El cangrejo saltó de la consola del auto, subí sobre mí hasta llegar hasta la cara del hombre. Me pregunté qué haría ¿Leerle la mente y extorsionarlo con cosas vergonzosas también? Vi que apuntó una de sus pinzas contra el hombre, gritó “BANG” y libero un gas directamente contra su cara. Pude observar cómo su rostro se tornaba en una expresión de terror absoluto y se empezó a agitar con una gran violencia. Ese otro Nadie y yo tuvimos que luchar para evitar que ese hombre no se nos escapara mientras sus gritos de horror eran amortiguados por el pañuelo. Desde de largos minutos de rodeo, el hombre se cansó y ese otro Nadie le quitó el pañuelo.

—¡¿Ya vas a hablar?!

Por quê?! —gritó llorando el hombre y apartando la cabeza.

—¡Para salvar el mundo!

Psicopatas. Yire essa coisa de mim!

—¡Habla y te dejamos ir, sino el cangrejo y tú se van a conocer mejor!

—¡BUUU! —soltó el cangrejo.

El agente de la Fundación gritó con el mayor de los miedos. Tras unos minutos, empezó hablar entre sollozos.

—Hay, hay unos tipos. Se hacen llamar “Los Lobos”. Han estado muy activos en los últimos meses.

—¿Tienen relación con el Brazo de la Ley?

—¿Qué?

—¡Responde!

—¡Creemos que su jefe estaba relacionado Brazo de la Ley, pero no estamos seguros!

—¡No sabemos! ¡El capo nunca dice su nombre! ¡Solo se refieren a el como “el Jefe” o “ese sujeto”!

—¿O “Alguien”? —preguntó ese Nadie con preocupación en su rostro

—Ahh… Sí, sí, también.

La cara de ese otro Nadie palideció.

—¿Dónde está su guarida? —preguntó friamente.

El hombre empezó a decir de manera apresurada la dirección de una villa cercana donde creían que están ocultos Los Lobos. También la localización de una cueva donde suponen que ocultan material. El otro Nadie escuchaba con una cara dura como una piedra.

—Muchas gracias por la información.

El otro Nadie procedió a asfixiar al hombre hasta que este perdió el conocimiento cuando este término de hablar. Una vez que terminó esa locura, abrí la puerta del auto y me caí al suelo.

—¡QUÉ —tomé un respiró exhausta— MIERDA!

—¡¿Qué?! —me gritó el otro Nadie desde dentro del auto.

—¡TE ODIO!

—¡PERDÓN POR QUERER TERMINAR ESTE TRABAJO LO ANTES POSIBLE Y DEJAR ESTE BASURERO! —me gritó mientras salía del auto— ¡Abrí el maletero, hay que guardar a este!

—¡AH! —grité y le di una patada a la puerta trasera, dejándole una gran abolladura. Luego abrí el maletero.

Ese otro Nadie arrastró al agente de la Fundación hasta el maletero y lo tiró dentro.

—Eres un hijo de puta —le dije.

—Y tú eres una zorra y de las baratas —me respondió, cerrando el maletero con fuerza.

—¡Estás LOCO!

—¡¿Tienes algún problema con mis métodos?!

La situación parecía que iba a terminar con la sangre de alguno de los dos en el suelo, hasta que apareció el cangrejito…

—¡Ey! ¡Cálmense o los roció con mi gas congelante!

Y la empeoró.

—¡Tú me hables, cangrejo de mierda!

—¡No le hables con ese modo a Cangre!

—¡Yo le habló como quiero! ¡¿Y qué fue eso?! ¡¿Qué le rociaste?!

—Señorita, ese fue mi gas especial del miedo ¡Capaz de hacer que todo el mundo huya del miedo de mí! —me explicó el cangrejo.

Me estaba volviendo loca. Me alejé del auto y me puse a dar un par de vueltas en círculos, dar patadas a piedras y gritar por unos diez minutos, creo, hasta que me logre tranquilizar.

—Ya sabemos dónde están ¿Nos infiltramos en su base? —le pregunte al otro Nadie tras calmarme.

—No, vamos a asaltarlos. Tengo un lugar donde guarde armas por si acaso.

—¿Atacar de frente? Eso no es muy propio de nosotros.

—Bueno, con esta gente, la única forma de lidiar con ellos es con plomo.

Nos fuimos de ese terreno baldío hasta una casa en una zona residencial. Usamos nuestro abre-puertas universal para entrar.

Meu Deus! —gritó una señora cuando nos vio entrar

—Azulado, encárgate de los civiles.

—¡Sí!

El cangrejo rápidamente fue hacia la mujer y la roció con su gas paralizante. La señora cayó al suelo con una expresión de terror grabada en su cara. Se escuchó a alguien llamar a la señora a unas habitaciones de distancia. El cangrejo fue rápidamente a encargarse de esa persona.

—Por aquí —me dijo ese otro Nadie, pasando por arriba del cuerpo de esa mujer.

Para ese punto ya nada me importaba. Lo seguí hasta la cocina donde un joven sin camisa se encontraba tirado paralizado en una posición algo incómoda. Con mi ayuda, el otro Nadie movió el refrigerador, presionó un botón oculto tras el mismo y una compuerta se abrió en el centro de la cocina revelando unas escaleras y echando la mesa que estaba arriba. Bajamos a una habitación oculta. Había un armario donde estaban exhibidos varios rifles de asalto, escopetas de bombeo y rifles de precisión. No era experta en armas, así que ni idea de qué modelos serían, pero notaba que eran un poco viejos. También había varias cajas de munición repartidas por el suelo.

—Toma y agarra lo que necesites —me dijo el otro Nadie tirándome un bolso de deporte viejo—. En alguna de las cajas de allí debe haber granadas y chalecos aprueba de balas.

Empecé a armarme. Agarre un rifle de asalto del armario y lo guarde en el bolso. El bolso era más pequeño que el arma, así que sobresalía. También tomé una pistola semiautomática, una M1911 si no me equivocaba. No me gustaban las escopetas así que las deje. Tome un rifle de cerrojo. Tenía buen peso y la mira parecía en buen estado. Recuerdos de cuando Claudia me llevo con Sofía a una expedición de caza vinieron a mi mente. Sofía no quería saber nada de eso, le parecía repugnante la caza, pero a mí me gusto como se sentía el arma en mi mano. Me hacía sentir poderosa, aunque cuando apreté el gatillo y el animal cayó, una mezcla de asco y excitación me invadió. No sabía cuál emoción era la correcta tras matar algo, tras acabar con una vida. Ahora empuñó armas y mató personas sin sentir nada. Ni asco, ni culpa, ni felicidad, ni excitación. Nada. Me pregunté cuando fue que perdí esa capacidad de sentir algo al apretar el gatillo. Tire el rifle de cerrojo en la bolsa.

Busque municiones en las cajas. No había cargadores preparados, tenía que cargar todos los cartuchos a mano. Deje eso para después. Seguí revisando. Encontré las granadas y tiré un par en el bolso. También hallé la caja con los chalecos. Había los más simples que eran solo de kevlar y otros con placas. Le ofrecí uno al otro Nadie y este lo tomó, luego continúo guardando cartuchos de escopeta en su bolso. Agarre uno de los chalecos con placa y me lo puse. No era muy pesado, las placas no eran muy gruesa, pero junto con la gabardina especial tendría una buena protección cuando iniciara el combate.

De pronto me sentí asfixiada en ese cuarto. Ese chaleco me empezó a apretar mucho el pecho. Me lo quité casi con desesperación y subí las escaleras. En la cocina intenté respirar. Hacía mucho calor, demasiado calor allí. Necesitaba aire fresco. Fui hasta una ventana y me apoyé sobre el marco intentando refrescarme con la brisa. El aire seco que entraba no me ayudó, pero tampoco lo haría el aire más frío del mundo. No podía calmarme, tenía mucha sed. Volví a la cocina y abrí el refrigerador. Tomé una botella de gaseosa de dos litros y me serví su contenido en un vaso. El líquido calmó un poco mi sed, pero no mis nervios. Vi que había un paquete de cigarros y un encendedor sobre la mesada.

—No debería, pero…

Tome el paquete y el encendedor. Saqué un cigarrillo y lo encendí. Aspiré el humo del tabaco y lo solté en una ráfaga apoyándome sobre la mesada. Eso calmo un poco mi estado.

—Señorita —una vocecita me llamó. Al revisar vi al cangrejito a mis pies—, ¿me da uno?

—¿Fumas?

—No, pero me gusta tener el cigarrillo en la pinza.

Me agaché y dejé que el cangrejo subiera a mi mano. Lo puse en la mesada y le di un cigarro que sostuvo en su pinza, luego se lo encendí.

—Gracias, señorita.

—No hay de qué.

Nos quedamos los dos allí, en silencio. Yo fumando mi cigarro y él fingiendo que fumaba el suyo.

—Creo que vamos a morir —solté de repente.

—¿Por qué dices eso?

—Porque vamos a ir de frente contra una banda criminal paratecnológica como si fuéramos Rambo. Es un suicidio.

—No se preocupe ¡Vamos a lograrlo!

—¿En serio lo crees? Tu compañero a cada momento que pasa se pone más demente, imprudente. Va a ir a que lo maten de forma permanente y nos va a arrastrar a nosotros con él.

—Bueno… él normalmente no es así.

—Ah, ¿no?

—No. Es que… este lugar no le trae buenos recuerdos.

—¿Qué paso?

—Él me hizo prometer que no hablaría de eso.

—Pero fue malo, ¿verdad?

—Sí, señorita. Malo.

—Genial. Problemas personales.

—¿De qué están hablando? —preguntó ese otro Nadie subiendo por las escaleras cargando dos bolsas llenas de armas y municiones.

—De nada —le respondí.

—¿Me das uno? —me preguntó sentándose en el borde de la compuerta.

Yo apagué mi cigarrillo tirándolo al fregadero y le pasé el paquete y el encendedor. Él encendió su cigarrillo y se puso a fumar allí, mientras ponía los cartuchos en los cargadores. Estuvimos un rato en silencio, cada uno en sus pensamientos, hasta que decidí hablar.

—¿Esto es personal?

—¿Perdón? —dijo el otro Nadie.

—Que si es personal esta misión. Por como actúas, parece que es personal.

El otro Nadie se me quedó mirando fijamente por un largo tiempo, yo mantuve mi mirada. Él fue el que terminó desviándola primero.

—Sí, es personal.

Me senté el borde de la compuerta, frente al otro Nadie.

—Dime, antes de que arriesgue mi vida, el tipo que menciona el de la Fundación, lo conoces ¿no?

El otro Nadie suspiro.

—Sí, no es importante.

—Tu cara me dice lo contrario. ¿Quién es?

—Alguien.

—Puedes ser más claro.

—No.

—Si no me respondes, me voy.

—Si eso quieres, puedes irte, no te obligo a ir.

Esta en una encrucijada, y la opción correcta era irme y planear con cabeza fría que hacer como detener el ataque paraterrorista. Pero…

—Respóndeme esto antes: ¿qué tan importante es esto? Y no refiero a lo de evitar el ataque terrorista, sino para ti ¿Qué tan importante es? —le hice una última pregunta.

—Mucho. Tanto que si perdiera el ojo no lo reemplazaría con uno falso y andaría con un parche en la cara.

Asentí ante esa afirmación. Termine tomando la decisión equivocada y me quede. Lamentablemente, lo entendía. Aunque no me dijese nada, sabia lo que le ocurría, porque pase por lo mismo y, lamentablemente, empatice con él.

—Supongo que cada Nadie tiene sus propios demonios personales. —extendí mi mano.

—Sí, demonios personales en toda norma —el otro Nadie me entregó una de las bolsas.

—Una cosa más.

—¿Qué?

—Si me termino muriendo, voy a resucitar solo para matarte y llevarte conmigo al infierno.

—Como diga, madam.

Empezamos a cargar los cargadores en silencio. Cuando terminamos, ya estaba anocheciendo. El cangrejito había tenido que hacer una segunda rociada a los dueños de esa casa para que no hicieran problemas. Tuvimos que poner todo de vuelta en su lugar y suministrarles amnesticos a esas personas aún paralizadas para que no recordaran esta experiencia.

—¿Quieres comer algo? Tengo un hambre impresionante —le sugerí al otro Nadie mientras cargábamos las cosas en el auto.

—Sí, yo también tengo una lija.

Fuimos hasta una cadena de comida rápida local y allí, con un poco de ayuda del traductor de Google, pedimos unas hamburguesas con papas fritas. Nos pusimos a hablar de diferentes cosas mientras comíamos. Les conté de algunos de mis viajes y esa vez de que una chica de gelatina me invitó un trago. Ellos me contaron como se volvieron compañeros y volaron una instalación de la Fundación con una bomba nuclear. Pasó el tiempo mientras hablábamos y una noche profunda se hizo presente.

—¿Atacamos esta noche o mejor lo hacemos mañana? —pregunte.

—Mejor hacerlo ya y detener lo que sea que estén haciendo. Además de que la noche nos dará ventaja para entrar en la cueva.

—¿La cueva? Pensé que atacaríamos la villa.

—No. Es en la cueva donde está lo importante.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo sé.

No me dijo mucho más que eso. Salimos del establecimiento y pusimos rumbo hasta esa cueva. Estaba a tres horas en auto, así que aproveche para tomar una siesta y digerir tal vez lo que fue mi última cena. Me despertaron cuando llegamos. Estábamos a la mitad de la ruta, sin más iluminación que las luces del auto. Allí nos preparamos. Cada uno tomó sus armas, nos pusimos nuestros chalecos aprueba de balas, nuestras gabardinas, sombreros y guardamos toda la munición posible en nuestros bolsillos. Una vez terminados los preparativos, dejamos el auto y nos adentramos en el cerro mientras los mosquitos nos comían.

Caminamos por casi una hora hasta que notamos una luz a lo lejos. El otro Nadie me indicó que nos agachásemos y que avanzáramos con cuidado. Nos acercamos lo máximo posible para tener clara la visión de la situación. Había unos tres tipos, dos sentados en una mesa y uno parado, hablando frente a la entrada de una cueva y estaban armados con ametralladoras.

—Voy por el costado, espera unos minutos para que me ponga en posición. Te voy a mandar a Cangre a avisarte cuando esté listo. Cuando te avise, dispárale al que este más atrás, yo me encargo de los otros dos.

Tras decir eso, el otro Nadie se fue con el pecho a tierra hasta su nueva posición. Yo me quedé en ese lugar, apuntando con mi rifle de cerrojo con supresor a uno de los que estaba sentado, intentando ignorar a los mosquitos que volaban a mi alrededor y el calor asfixiante de la noche. Pasaron minutos enteros hasta que el cangrejito volvió, diciéndome que ese otro Nadie estaba listo para disparar.

Puse el ojo en la mira que apuntaba directamente al pecho de ese hombre.

“Respira profundo y relaja tu cuerpo. Deja de pensar en el resto de cosas. Que solo existan tú y tu blanco”, recordé las palabras de Claudia en esa casería, cuando me enseñó a usar un rifle. “Cuando te sientas lista, dispara”.

Así lo hice.

Un silbido se escuchó cuando la bala surcó el aire y atravesó el corazón de ese hombre. Sus otros dos compañeros se alarmaron, pero el otro Nadie rápidamente los eliminó con disparos certeros. Me levanté de mi lugar y fui rápidamente hasta la entrada de la cueva. El otro Nadie salió también de la oscuridad y me entregó su rifle de asalto mientras empuñaba su escopeta. Tome su rifle mientras ponía el mío en la espalda. Ingresamos en la cueva.

El lugar estaba iluminado por algunas lámparas. Avanzamos lentamente pegados a la pared hasta notar un espacio amplio más adelante donde había unas cajas grandes de madera, como también guardias armados. El otro Nadie me agarró para que me agachara. Me dijo en voz baja que me cubriera y me tapase los oídos, ya que iba a arrojar una granada. Así lo hice, me eché boca abajo y me cubrí los oídos. Los gritos de los hombres y la explosión de la granada hicieron eco en la cueva, dejándome con un zumbido leve en los oídos. Me levanté y avancé.

El tiroteo había comenzado.

La granada había eliminado a algunos guardias, pero no a todos. Los que estaban más al fondo de esa cueva nos empezaron a disparar. Nos cubríamos con las cajas o con algunas rocas para avanzar. Ese otro Nadie enviaba a ese cangrejito como un perro de combate para hacer que los guardias huyeran aterrados o cayeran paralizados.

Aunque sabía disparar, no era una experta en combate cercano. Me costó horrores intentar recargar el arma. No lograba encontrar el botón para liberar el cargador y no podía hacer que el nuevo encastrase en un arma que nunca antes había tocado. Cuando escuchaba los silbidos de las balas pasar cerca de mí, me desconcentraba y me costaba apuntar correctamente. Y cuando cambié de coberturas lo hice tan mal que dos disparos me dieron, por suerte la gabardina y el chaleco los detuvieron, pero me dejaron sin aire por un minuto. Ese otro Nadie manejaba mejor esa situación, se notaba que tenía más experiencia en este tipo de enfrentamientos. Solo faltaba que él fuera tan manco como yo en este lío en que me metió.

No sé si ese tiroteo duró minutos u horas, pero cuando terminó, me sentía muy, pero que muy cansada. Mis piernas apenas podían soportar mi peso, mi corazón quería salir de mi pecho y mi cara estaba tan cubierta de sudor que parecía que me hubieran tirado un balde de agua encima. Pude notar en la cara del otro Nadie que estaba tan cansado como yo, pero lo disimulaba bien. Iba mirando todo el lugar, como buscando a alguien.

Yo me levanté y revisé una de las cajas que se habían roto durante el tiroteo. Adentro había piezas de una máquina oxidada. En otra, una metálica y más pequeña, halle en su interior un par de esos reguladores de realidad. Allí debían de tener los materiales para hacer las bombas de realidad y los medios para esconderlas.

—¿Ahora qué hacemos? —le pregunte al otro Nadie.

—Sí, ¿qué vas a hacer ahora, “Nadie”? —respondió otra voz desde la oscuridad.

Rápidamente volvimos a poner nuestras armas en alto.

—¡¿Dónde estás, hijo de puta?! —gritó ese otro Nadie.

—Pensé que una crisis mundial no sería suficiente para traerte aquí una vez más. Qué bueno que me equivoque.

—¡¿Quién eres?! —grite. No sabía de dónde venía esa voz.

—Alguien —dijo esa voz—. Alguien que va a matarte.

Desde la oscuridad, alguien lanzó una granada hacia nosotros. El otro Nadie y yo corrimos para buscar refugio. Yo me tiré detrás de las cajas más cercanas boca abajo y me cubrí la cabeza. La explosión me reventó los oídos. Un zumbido estridente me ensordecía, y el humo y polvo levantado limitaba mi visión. Intente pararme, pero había perdido el sentido del equilibrio, teniendo que sostenerme por la caja para no caer. Llame a gritos a ese otro Nadie, pero no lograba escuchar mi propia voz. Estuve desorientada, pero logré ver a una figura acercarse a mí. Me dieron un puñetazo en la cara que no pude ver venir y caí al suelo. Un sabor metálico invadió mi boca.

—¡Hijo de puta!

—Dime, Nadie, ¿qué se siente volver a donde vos demostraste lo que realmente eres?

Escuchaba las voces, pero se oían tan distantes y tan opacadas por ese zumbido que no las comprendía. Al levantar la cabeza, pude ver como ese otro Nadie y otro sujeto peleaban mano a mano. El extraño estaba dominando la pelea. Haciendo todo el esfuerzo posible me levanté e intenté ir a ayudarlo. Me abalancé sobre ese sujeto cuando este intentaba estrangular al otro Nadie y lo tiré al suelo. Intente someterlo en el suelo con una llave, pero el tipo era bueno e intentaba darle la vuelta y hacerme la llave a mí. Nos retorcimos como serpientes en el piso, parecía que estaba recuperando el control cuando sentí un dolor punzante en un costado. Ese hombre saco y me apuñalo otra vez en el mismo lugar. Grite. Mi agarre cedió y ese sujeto me quitó de encima como si nada. Un terrible dolor invadió mi cuerpo que no me dejaba respirar. Me llevé las manos a la herida para contener el dolor.

Al ver a ese extraño pude ver la hoja larga ensangrentada que tenía en una mano. Esa hoja había atravesado mi gabardina que era incortable y la zona poco protegida del chaleco.

—Nadie, ¿ves lo que causas?

Tenía que pensar en una solución o me iba a morir.

—¡Malparido!

Me desabroché la gabardina.

—¿En serio? ¿No me vas a dedicar más palabras que no sean insultos?

Me llevé las manos a la cintura y me saqué el cinturón. Cada movimiento era muy difícil, el dolor me entumecía.

—¡Ataque letal definitivo: gas combinado de la perdición!

Una nube de gas cubrió al extraño. Este no pareció verse afectado. Luego dio una patada que mandó algo a volar.

—¡CANGREEEE!

Tenía que poner el cinturón detrás de mi espalda.

—¿Cuánta gente más harás sufrir por tus errores, Nadie?

Ese otro Nadie y ese sujeto volvieron a pelear. Aguantando mis ganas de gritar y usando toda la fuerza de mi cadera, levante la parte baja de mi tronco para poder pasar el cinturón. Lo ajusté lo máximo posible en la parte de la herida para que hiciera presión junto con el chaleco. Al hacer eso ya no pude contener mi grito.

Intente soportar el dolor, pero era tanto que me hacía llorar. Escuchaba los gritos de la pelea del otro Nadie y disparos sueltos. No podía ponerme de pie y ayudarlo ¿Qué podía hacer en esa situación? Mientras hacía presión con mis manos, sentí mi pistola en su funda. Haciendo el máximo esfuerzo, saque el arma de la funda y me apoye en un brazo para poder levantarme un poco, lo suficiente como para poder apuntar. Vi como ese otro Nadie y ese extraño luchaban por el revolver en el suelo, el primero abajo y el segundo arriba. Ese sujeto estaba cerca de colocarlo debajo de la mandíbula del otro Nadie. Disparé un par de veces y al menos un tiro acerté. Esa persona cayó al piso y el otro Nadie se levantó rápidamente con el arma en mano. El extraño aún se movía.

—¡Mátalo! —le grité.

El otro Nadie apuntó su arma para ejecutar al extraño.

—¡Hazlo! ¡Sabes que esto solo puede terminar, o con tu muerte o con la mía por tus manos! —declaró esa persona.

El otro Nadie se quedó un minuto sin hacer nada y luego bajó su arma.

—¡Increíble! ¿Tanto miedo tienes? —dijo el extraño.

El otro Nadie no respondió. Le dio una patada en la cara que lo noqueó.

—¡¿Qué haces?! ¡Mátalo! — supliqué.

—¡Ya me encargó! ¡Espérame! —me respondió.

Vi como tomaba al extraño y lo arrastraba fuera de la cueva.

—¡¿Qué haces?! ¡No te vayas! ¡Ahh!

Cerré los ojos y caí llevando mis manos a la herida por el insoportable dolor. Respiraba entrecortadamente y, lo peor, sentía frío.

Escuche unos pasos cerca de mí. Al abrir los ojos vi una figura alta vestida de manera extravagante.

—Hola —me dijo el Rey Nadie— ¿Cómo has estado?

—¿Qué? ¿Cómo?

—Alucinación. Visión. Fantasma. Llámame como quieras, pero ahora yo estoy aquí —me respondió poniéndose de cuclillas.

—¿Voy a morir? —le pregunté mientras las lágrimas cruzaban mi cara.

—Tal vez. La hoja se enterró profundamente, casi de lado a lado, te daño varios órganos y tienes una hemorragia interna muy grave. Pero todavía tienes una chance de salvarte —me señaló algo detrás de mí—, pero el tiempo se te está acabando.

Al revisar con la periferia del ojo que me quedaba, vi unos cristales que brillaban con luz propia. Piedras rúnicas que se habían caído durante el tiroteo.

“Este es un hechizo de curación, de los potentes, pero necesita de mucha preparación y energía para hacerlo. Con un catalizador sería más fácil de hacer”, las palabras de Claudia en una de las muchas noches estudiando magia en la Biblioteca resonaron en mi mente.

Empecé a arrastrarme literalmente por mi vida hasta uno de esos cristales. Cuando tomé uno, lo puse sobre mi herida y empecé a recitar el hechizo que había aprendido ya hace mucho tiempo con desesperación. Repetía las palabras con gran fervor para no morir. Después de un rato, el dolor fue disminuyendo hasta desaparecer. Tire el cristal ahora sin poder mágico y revise mi cuerpo. Toda mi ropa estaba manchada y pegajosa por mi sangre. Con esfuerzo me quité mi gabardina y ese chaleco que ya me parecían muy pesados. La mitad inferior de mi camisa se había teñido de rojo. Toque la zona de la herida, ahora cerrada.

Revise el lugar con la mirada, el Rey ya no estaba. Habrá sido una alucinación febril de muerte. Mi vista se fijó en algo a unos pocos metros de mí. Tenía media docena de patas apuntando hacia arriba y era de color azul.

—¡Cangre!

Me arrastré hasta el animalito con otra piedra rúnica en la mano. Estaba boca abajo y no sabía si estaba vivo o no. Me daba miedo tocarlo para comprobar su estado y terminar rompiéndolo más. Puse la piedra sobre él y empecé a recitar el mismo hechizo que usé en mí, rezándole a cualquier dios que me escuchara que no se llevara a esa pequeña criatura.

—Ahhh… ¿Señorita? —dijo el cangrejito con una voz fina.

—¡Cangre! ¡Estás bien!

—¿Señorita, me puede ayudar?

Le ayudé a ponerse de pie. Vi como la parte superior de su caparazón parecía haber sido soldada en muchas partes. Me alegré de no haberlo tocado.

—Señorita, ¿dónde está el Señor Sin-nombre?

—Él… —estaba buscando las palabras para explicarle lo que había pasado cuando sentí que perdía el control de mi cuerpo y caía una vez más al suelo.

—¡Señorita, está muy pálida!

La pérdida de sangre y el tener que hacer dos hechizos potentes pasaron factura.

—¡Señorita, no se duerma! ¡No se duerma, por favor!

Su vocecita se iba apagando mientras mi conciencia se difuminaba y todo se volvía negro.

Me encontraba sentada leyendo un libro en el cual solo estaba escrita la letra Q infinitamente. Al levantar la vista del libro, vi que me encontraba en una biblioteca que me parecía conocida, pero en la cual nunca había estado, cuyas estanterías se extendían hacia el infinito. Alguien golpeó la mesa que siempre estuvo y que no estaba allí frente mío. Era el Administrador, el cual tenía un rostro radiante y el cabello arreglado, pero su traje arrugado y sucio. Él me preguntó que me parecía el libro. Le respondí que podía ser mejor. Entonces me dijo que buscara otro. Yo le respondí que no sabía cuál buscar. Me dijo que no importaba cuál escogiera, solo que buscara otro, y que ayudase a ese sujeto que llevaba mucho tiempo mirando las estanterías sin tomar ningún libro. Me señaló a un sujeto con uno de sus muchos brazos. Era un joven mojado que miraba fijamente los libros en las estanterías a unos metros de mí. Me levanté y caminé hacia el joven. Di muchos pasos para llegar hasta esa persona, pero nunca llegué hasta él.

Me desperté tosiendo, escupiendo el agua que entró en mi garganta. Mi vista estaba borrosa, pero pude ver una figura arriba mío. También me sentía muy cansada y adolorida, como si hubiera corrido una maratón y luego me hubieran dado una paliza.

—¡Señorita! ¡Está bien! —escuché una vocecita a mi lado.

Al girar la cabeza, vi a un pequeño cangrejito azul con saco cuando mi vista se aclaró.

—Hola, chiquitín —dije con una sonrisa.

Al levantar la vista, vi a ese otro Nadie arriba mío.

—Ten, toma agua —me dijo ofreciéndome una botella de agua.

No sé de dónde la habrá sacado, pero tenía una gran sed. Agarré la botella y me senté con esfuerzo.

—¿Quién era ese? —le pregunte tras tomar un largo trago de agua, refiriéndome a ese hombre que nos atacó.

—Alguien. No importa —me respondió de manera indiferente.

—Yo creo que sí importa, porque casi me mata a mí y al cangrejo —le respondí agresivamente.

Ese otro Nadie desvió la vista.

—¿Por qué no lo mataste? —pregunte tras vaciar la botella.

No me respondió.

—Te lo preguntaré de nuevo ¿Quién era ese tipo?

—Ya te dije, Alguien, se llama así ¿Recuerdas cuando hablamos que cada Nadie tiene su demonio personal? Ese es el mío.

—¿Y qué quería?

—Mejor hablemos de otra cosa ¿Cómo están tus heridas?

—No me cambies la conversación ¿Qué quería?

—¡Yo qué sé! ¡Matarme, destruir el mundo, llamar la atención! ¡Yo qué sé! —dijo el otro Nadie parándose y levantando la voz.

—¡¿Y por qué no lo mataste?! —dije también levantando la voz.

—¡Mira! ¡Yo manejo mis problemas a mi modo y tú a los tuyos! ¡No hay nada más que hablar!

—¡Lo hay si tus problemas intentan matar a otros!

—¡¿Y a ti que te importa?!

Volvimos a discutir nosotros dos. Parecía que esa iba a ser la discusión que nos haría matarnos entre nosotros. Hasta que el cangrejo intervino.

—¡Damián, para de gritar, por favor! —suplicó el cangrejito.

El otro Nadie tuvo un conflicto de emociones que se reflejó en su rostro. Dio un par de vueltas en la cueva hasta que se calmó.

—Mira, perdón por ponerme así. Yo ya me encargué de Alguien. Ya no será un problema.

—Entonces, ¿lo mataste?

—No… Lo enterré.

—¿Lo enterraste vivo? —le pregunté intentando comprender lo que dijo.

Él asintió.

—Se va a morir solo allí debajo de igual manera, así que todo está bien.

—No, no lo hará.

—¿Qué dijiste?

—Si ese “Alguien” es lo que creo que es, no se va a morir solo. Solo lo dejas que allí para que vuelva algún día. Pero eso ya lo sabes porque ya lo hiciste, ¿no es así? Por eso querías venir esta cueva. Aquí fue donde lo encerraste antes, ¿no?

—No, no lo encerré aquí. Lo había dejado en un sótano encadenado en Ninguna Parte. Aquí… —el otro Nadie no lograba encontrar las palabras para terminar su oración— Aquí hice algo de lo que no estoy orgulloso.

—No voy a preguntar qué fue lo que hiciste, sé que no me lo vas a decir. Pero tienes que hablarlo. Si no tienes la fuerza como para matar a ese tipo ahora, va a volver. Puedes ignorarlo todo lo que quieras, pero va a volver un día y tal vez no puedas pararlo de nuevo.

El otro Nadie no me respondió, solo tomó el rifle de asalto que habíamos traído del piso y empezó a revisar el lugar.

—Recoge nuestras cosas y lo que sea que quieras llevarte de aquí. Hay mochilas y bolsas de estos tipos en la parte de atrás. También más agua si quieres allí —me dijo con una voz cansada.

A mi pesar, decidí dejar el tema para después. Busque el rifle de cerrojo que se me cayó durante el tiroteo y mi pistola. Recogí mi gabardina rota y manchada de sangre. Agarre una de las mochilas que me mencionó antes y en ella guardé todas las piedras rúnicas que encontré y la gabardina enrollándola. Esas cosas podían serme útiles alguna vez. Antes de salir de la cueva, le di un vistazo al otro Nadie. Se encontraba agachado viendo a la nada con la escopeta apoyada en su hombro. Agarré mi sombrero que estaba tirado, me lo puse y salí de la cueva.

Ya había amanecido. El día estaba radiante, sin ningún filtro gris como el día anterior. Agarre una silla de plástico que había allí y la aleje de los cadáveres de los hombres que matamos la noche anterior.

—Qué calor —dije bebiendo otra botella de agua.

—Señorita —me dijo el cangrejito a lado mío.

—Hola cariño, ¿qué pasa?

—Sé que es raro, pero ¿me puedo comer tu piel muerta? Es que tengo hambre después de todo esto.

—Está bien —dije ante tal extraña petición.

—¡Muchas gracias!

El cangrejito escaló por mi pierna hasta mi cabeza y empezó a aspirar con sus pinzas mi piel muerta y cabellos. Se sentían raras las patitas de esa criatura sobre mi piel. Estuvimos unos minutos en silencio, él comiendo y yo admirando el paisaje.

—¿Cómo está él? —le pregunte de repente.

—No sé —me respondió tras unos segundos de silencio—, pero parecía que lo mejor era dejarlo solo de momento.

—Tú eres su amigo y sabes lo que pasó aquí. Yo no puedo ayudarlo, no me dejará. Pero puede que tengas mejor suerte.

—¿Y cómo lo ayudo? —me preguntó con mucha tristeza—. No sé cómo ayudarlo.

—Solo escúchalo si él quiere hablar. Y quédate junto a él. Con solo saber que estás allí puede que lo estés ayudando más de lo que crees.

—¿En serio lo crees?

—Sí, te lo digo con algo de experiencia —suspiré—. También soy una Nadie, y estar solo con tus remordimientos es parte de todos los días.

Estuvimos unos minutos más allí hasta que ese otro Nadie salió de la cueva cargando con sus armas y una bolsa negra.

—Vámonos. Llamemos a la Fundación y que ellos limpien este lugar —nos dijo al vernos.

—Claro. Siempre es divertido dejar que la Fundación limpie los desastres —dije. Tras un segundo, me llegó una revelación— ¡Olvidamos al tipo en la cajuela!

—¡Oh, mierda! —dijo el otro Nadie abriendo mucho los ojos.

El otro Nadie regreso corriendo al auto, yo lo sigue detrás tan rápido como podía en mi estado, con Cangre en mi hombre. Al llegar, vi a ese otro Nadie parado a lado del baúl.

—¿Está muerto?

—No, tiene pulso. Pero está deshidratado —me respondió cuando se me acerco al verme llegar.

Me acerque al maletero. Allí observe al agente de la Fundación, atado, amordazado, extremadamente débil y sin sudor a pesar del calor que hacía.

—Bien. Bien ¿Ahora qué hacemos?

—No sé ¿Tienes agua?

—No, no traje nada.

—Carajo… Okey, recuerdo que había una estación de servicio de camino hasta aquí. Lo dejamos de allí y nos largamos rápido.

—Me parece bien.

—De acuerdo —dijo ese otro Nadie cerrando el baúl con el agente de la Fundación aun adentro.

Subimos al auto y el otro Nadie condujo hasta esa estación de servicio. Allí sacamos al agente del maletero y lo llevamos cargando hasta el interior de la minitienda que tenía ese lugar. Lo dejamos en la entrada y corrimos. Luego de eso fuimos a la ciudad y el otro Nadie bajó a comprar ropa que no estuviera manchada de sangre como la nuestra (la suya tenía menos manchas). Yo tenía la mochila en el regazo esperando que nadie se diera cuenta de que estaba cubierta de sangre. Tras conseguir la ropa, paramos en un motel que permitía el ingreso de autos y nos cambiamos.

—¡¿En serio compraste esto?! —le dije desde el otro lado del auto al ver que la remera que me compró era muy ajustada.

—¡Bueno, la mía tampoco me entra! —se defendió.

—¡Maldita sea! —exclame para mí misma.

El short no me quedaba chico, pero era como tres tallas mayor a la mía.

—¡Acaso no viste lo que compraste!

—¡No, no lo hice! ¡Estaba muy apurado!

—Creo que se ve bien, señorita —me dijo el cangrejo.

—Gracias, cariño —le dije intentando dar mi mejor sonrisa— ¿Qué estás haciendo?

—Desarmando las armas para que entren en el bolso —me respondió el otro Nadie mientras trabajaba.

—¿Me puedo quedar con la pistola? Me gusta más que mi revolver.

—Claro, te la regalo.

—Gracias.

Cuando terminamos de cambiarnos, salimos del lugar, abandonando ese auto y nuestras ropas manchadas.

—Parecemos ridículos —dije por nuestro vestuario. Una camisa ajustada, unos shorts demasiado grandes que se volvían pantalones, zapatos de vestir y sombrero.

—Qué le vamos a hacer —dijo el otro Nadie resignado— ¿Nos vamos? —me preguntó abriendo la puerta de un auto estacionado cerca con nuestro abre-puertas mágico.

—No, me voy por mi lado —dije acomodando mi mochila.

—Okey, fue un gusto trabajar contigo —me dijo subiendo al auto y tirando su bolso en la parte de atrás.

—Igualmente —le respondí— ¡Oh! Me llamó Cinderella.

—¿Qué?

—Cinderalla, ese es mi nombre.

—Mmm… Damián.

—Okey. Adiós Damián.

—Adiós Cinderella.

—¡Adiós Cindereja! —me gritó el cangrejito desde el hombro de ese otro Nadie.

Tras despedirme, me dispuse a marcharme, pero ese otro Nadie me llamó.

—¡Ey! ¡¿En serio te pusiste un corazón “allí”?! —me dijo con una sonrisa pícara.

Me tomó un segundo entender a lo que se refería. Eso fue la gota que colmó el vaso de mi sentido común. Sin pensarlo, saqué mi pistola y empecé a dispararle. El malnacido huyó con su mascota gritando como un cobarde.

—¡Hijo de puta! ¡Vuelve aquí y muere! —grité roja de ira luego de que se me acabasen las balas.

Al darme cuenta de lo que había hecho, empecé a correr desesperada del lugar.

—¡NADA DE LO QUE DIJO ES CANON! —grite sin saber muy bien el motivo.


—Loca de mierda ¡Nos disparó!

—¿Por qué lo hizo?

—¡Yo qué sé! ¡Está loca!

—Guau.

—Ey, Cangre.

—¿Sí?

—¿Te molesta si hablo de unas cosas contigo?

—No, claro que no.

—Okey, gracias.

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