La alarma suena con su electro-vals, suave, delicado. No me despierta; ya llevo despierto casi dos horas. Los sueños ya no son seguros.
Me levanto, sabiendo que no puedo engañar a mi auto-gestor, ese amable tirano que me acosará en unos pocos segundos hasta que no me levante. En unos pocos más empezará a darme la descarga ocasional, sólo para que me ponga a trabajar.
Durante un minuto, mi parte rebelde se pregunta… bueno, ¿y por qué no? Déjale, que te fría el cerebro. Será algo más duro para todo el mundo. ¿O es que no te has cansado de esta vida, de poner fachadas? ¿De verdad te parece bien el plan?
No. Pero ningún individuo importa.
El impulso rebelde se desvanece, como de costumbre. Mientras recorro mi dormitorio, un hábitat espartano excavado de roca lunar y cubierta en hormigón frío, le echo un vistazo a aquello tan especial que una vez contuvimos.
Bajo el Sol hay un nido que brilla con su propia luz. Es una maraña de filamentos finos y oscuros, enredados en innumerables manos. En su centro, una diosa se abraza a sus piernas y su rostro delata el esfuerzo de su corazón. Caen diminutas lágrimas doradas desde su rostro, empujadas por el aliento de la estrella a sus pies.
Se pregunta si dolerá.
La muerte. El final, tras miles de años. De verdad. Para siempre. Por última vez.
Tiembla, y miles de brazos se estiran desde su espalda, con más y más manos emergiendo de ellos y dedos de más que señalan prácticamente a todas partes; ya no le importan. Hubo un tiempo en que dolían, pero ahora ya ni los nota. Tienen voluntades propias e inescrutables que los dirigen en todas direcciones; un árbol hecho de manos cuyas ramas se estirasen, creciendo las unas en las otras y ocultándole. Ya ha estado cubierto en una espesa nube de su cabello negro durante años.
Nunca había sido tan difícil. Siente que todo un universo cae sobre la Tierra. Y aún así, décadas después de aceptar sus súplicas, se pregunta… ¿debería haberse fiado de la Fundación? ¿Había alguna opción mejor?
Y por un momento, cuando sus aparatos la aferran, siente que su hermano llora por ella, por su familia y por toda la realidad… y sólo entonces empieza su agonía.
Dura horas. Y días. Y semanas. Y no cesa, aunque su cuerpo se disuelve y no quedan de ella más que cenizas bajo el Sol; es ahora que ya no existe. No muerta, no, pero tan cerca como puede estarlo.
Y, a pesar de este infinito dolor, se alegra: está satisfecha. Su misión ha terminado.
Las anclas la hacen pedazos.
El ancla de anclas.
Contemplo el flote, la pantalla de nanogel ultraligero en la que muere una diosa, y en la que seguirá muriendo; ha ido muriendo ya durante unas horas. Es el cimiento central de la Frontera, y debe serlo. Nada más aguantará esta tensión. Nada más tan real pretendió ayudarnos a hacer lo que debía hacerse.
Empiezo a vestirme. Me percato de lo inútil que ha sido durante los últimos doce años que emplee ropa.
Mientras pudimos, nos hicimos con anomalías. Cuando ya no pudimos hacerlo, por lo menos contuvimos las que ya teníamos y extrajimos las minucias que pudimos para aprender de ellas. Cuando ya no pudimos hacer ni eso, escogimos hacer lo que se esperaba de nosotros. Lo único que, en nuestro fuero interno, sabíamos que era lo correcto.
Les protegimos a todos.
No sólo de las anomalías, también de la verdad. Y de las mentiras que contábamos. Y de las mentiras por omisión que seguimos contando a quienes trabajaban para nosotros, esperando que no curiosearan. Esperando que no alzasen la mirada a las estrellas.
Lo hicieron.
Y así fue que un puñado de esos curiosos descubrieron que el universo se moría.
- ¡Mira, mami!
Risa Volyanova le echa un vistazo a lo que señala su preciosa hija de seis años. No es más que otro juguete soso, un osito de peluche con pelo blanco y negro con el dibujo de las flechas y el escudo de la Federación sobre el corazón. Risa suspira; ya no se hacen Wondertoys como antes.
Pero sabe que el Día de la Federación está al caer, y Risa lo coge y mira el precio; demasiados méritos para sus nimias pagas. Y desde luego es demasiado para semejante desgracia, un juguete meméticamente patriótico. No es un buen regalo, ni siquiera para una fiesta así.
Suspira. Quedan tan pocas fiestas así…
Risa intenta recordar alguno de los juguetes (algo, lo que fuera) que hacía el viejo Doctor. No puede; años de recetas de amnésticos y un condicionamiento temprano han vuelto a su mente dócil frente a la mnemoterapia. Y, si sabías algo de los memes que podía encontrarse una, ¿quién era ella para culpar a la Federación? Su caso es de los graves, es lo que le han dicho siempre. Un problema de familia, mental… y puede que algo peor.
Agita la cabeza. No soporta darle a Caricia malas noticias, y este año la pobre niña va a tener las manos llenas con las primeras sesiones de mnemoterapia…
… y es entonces cuando se percata de que la niña le ha soltado la mano. Risa siente el miedo de una madre a la que le falta una hija, se gira, buscando a su hija por todo el bulevar comercial. Caricia se queda al lado de las inmensas ventanas en un lado del arco-mercado, contemplando el firmamento con ojo crítico.
- Mamá, ¿las estrellas siempre han estado tan lejos?
Y las alarmas chillan.
En un principio, este plan consistía en esperar y mantener nuestro mundo tan a salvo como se pudiera de amenazas, atrapando y encerrando anomalías del más allá o del aquí mismo por el bien de la gente; y, cuando llegara el momento, pues llegaría, sin peleas, sin jaleo. Si se acababa la realidad, acabaría y nosotros con ella.
Hubo quienes tuvieron ideas para resolver el problema y contactaron con sus superiores o esperaron un ascenso. Y al final, estuvieron en posiciones que les permitían afectar el plan inicial, y lo hicieron.
La secuencia final de activación de este plan va a activarse. La fase dos ya está activa, a punto de acabar. Le llevará unos minutos, así que puedo permitirme reflexionar sobre mis sentimientos.
Mi escritorio es de madera. Madera de verdad, terránea. Un recuerdo de mi predecesora, un anacronismo lleno de recuerdos; sean emoción o respeto, no me veo tirándolos. Siempre me descubro con ellos ya en las manos. No puedo evitar observarlos y estudiarlos, elucubrar sobre reliquias diminutas y prohibidas y sobre cómo llegaron a sus manos. Y aprecio mucho uno de ellos, que saco del cajón de más arriba.
Miro el modelo de proteínas de un Útero Estelar. Es algo magnífico, inmenso, titánico. Y cabe en la palma de mi mano. La mente me hace sentir que no puede ser cierto; ¿cómo puede ser tan pequeño si abarca mundos?
Solía entrar en las salas de proyección de nanogel y pedirle al ordenador que me modelase algunos, rodeando a la Tierra. Sí, sé que a esa distancia su mutua gravedad los desintegraría y destrozaría a la Tierra. Pero me asombraban, me fascinaban su increíble tamaño, su majestad infinita e inspiradora. Me marcaron.
Miro a la pantalla. Anuncia que la fase dos alcanzará a la Tierra en minutos. Ya no queda nada.
El comedor rebosaba de carcajadas y de formas multicolores de aves nanogelificadas, como luces de neon, mientras la Hora Recreativa entraba en su último cuarto de hora. Todo el mundo nadaba en ritmos, quims y amor.
Reyes bailaba sus pasos más ridículos, con los que esperaba atraer la atención de alguna de las monadas de aquella noche. Le gustaban un par de esos Mineros altos y gentiles de la pista de baile, pero sus amplificadores ortéticos eran de los que les hacían falta a quienes pasaban demasiado en gravedades bajas. Le preocupaba que un Terrícola les asustara, y no les culpaba. Un brazo roto o una pelvis dislocada serían un desastre. A la Federación no le interesaba cuidar de productos defectuosos si podía reemplazarlos y hacer nuevos en los tanques de proteínas.
También eran guapas algunas de las camareras; había un ce medio desnudo ahí mismo, un varón de los de siempre, que flirteaba con un grupo de chavales. Reyes se sonrió; ¿y por qué no? El Distrito Recreativo estaba abierto a todo el mundo durante una hora, y con el nanogel que llenaba el aire nadie temía por su seguridad. ¡Y era bien guapo, sí señora!
Pero las ces podían meterte en problemas si oías demasiado; a Reyes no le apetecía otra purga cerebral. Pasarse otros tres meses de babeo para poder empezar a hablar no aparecía en su lista de prioridades; Reyes se alejó bailando.
A lo mejor podría llevarse a alguna de sus viejas amigas al camastro. O a alguna de los otros Distritos, de las que visitaban.
Pero vio a la chica. Cuando Reyes le miró, reconoció las señales y tuvo que dejar de baila; era una de esas pobres desgraciadas.
Había visto demasiado, sabía demasiado. Bailaba para olvidar, para vaciar una cabeza demasiado llena de conocimiento que preferiría no conocer. Se tragó una pastilla de risitas-y-canciones con un cóctel de luz solar. No llevaba ningún cinturón ciudadano (lo que era antirreglamentario), se moría por olvidarse de quién era, pero a ojos de Reyes, podría llevar "be" escrito en la frente o en cinturones.
Se dirió a la chica. Casi todo el mundo pensaba que era parte de una subcultura de estúpidas y vagas por defecto, la escoria de la tierra; desertoras, cobardes, degenes y criminales. Y algunas de ellas eran así, tal y como las veían, pero Reyes tenía cabeza y principios.
Alcanzó a la chica, apartando a manotazos una bandada de colibríes de nanogel rosa, y le gritó para imponerse a su melodía sintética. "¡Eh! ¡Estás bien!"
Y devolvió la mirada a Reyes, sus ojos llenos de lágrimas y saber.
Y supo que se había metido en problemas en el mismo momento en que la chica empezó a abrir su boquita de be mema para decir:
- Y-ya no puedo oír cantar a las estre…
Y las alarmas se dispararon y las ventanas de los miradores por los que se veía una luna acechante se polarizaron; cada ciudadana de su clase, elle incluide, se quedó desencajado y obediente. La voz retumbante y sin rostro hizo que el Distrito temblara entero, ya sin música, con la iluminación volviéndose blanca e intensa y con las filigranas de nanogel disolviéndose en flotes llenos de avisos y advertencias.
La voz, poderosa, imperiosa, declaró:
- Atención, Ciudadanos de Clase-D. Se ha declarado una Situación de Amenaza Menor en esta Arcología. No se aproximen al exterior ni traten de abrir ventanas. Ciudadanos de Clase C y B, vuelvan a sus áreas de emergencia predesignadas. Se ha declarado una Situación de Amenaza Menor en esta Arcología…
Claro está, la grandiosidad de anomalías como esta no se me escapa. No se nos escapa a muchos. Habrán historias de más allá de nuestra luz que quedarán ignotas para siempre, relatos de supervivientes de otros soles sobre otros mundos, y a veces tan sólo trazos, pistas de un universo mayor… y perdido. Decidimos que olvidarlo es mejor que la alternativa.
"Decidimos." Nadie más. Nosotros lo hicimos.
Quiero llorar. Si cierro los ojos, veré a la Hermana del Sol marchitándose y muriendo, retorciéndose, el rostro helado de agonía mientras se parte en pedazos; por eso no lo hago.
Medio salto y medio camino por el salón de mi casa (un pequeño búnker lunar, bien equipado, pero en realidad poco más que funcional) hasta mi terminal. Tiene una magnífica pantalla hemisférica capaz de reproducir en tiempo real y perfecta tridimensionalidad cada evento del que debo saber en toda la inmensidad del Sistema Solar.
Pero durante estos últimos diez años, hemos estado sometiendo a cada anomalía conocida a eutanasia. No quedan muchas alertas a las que prestarles atención. Y teníamos un buen motivo: no queríamos que sufriesen lo que la Hermana ha sufrido.
O lo que tantas otras cosas, tanto monstruos como maravillas, que matamos. Matamos a tantas… sólo para seguir ocultos.
No sólo nosotros, la Fundación; si siquiera la humanidad; todo Sol.
El Viejo del Sol cayó, su cuerpo mecanizado agotándose al fin. Sonaba una alarma de contención cerca, pero no tenía oídos para ella. Y al final, su cerebro murió del todo.
Sólo entonces despertó.
- Bueno, te ha llevado un buen rato -dijo el Viejo del Sueño.
El Viejo del Sol abrió los ojos. Sí, ahí estaba el cielo, pero no habían estrellas. Ninguna estrella.
- Espera -dijo-, mis ojos…
Se tocó las manos, la cara, las orejas. El Viejo del Sol podía hablar, el Viejo del Sol podía oír, el Viejo del Sol podía ver. Miró en derredor.
La luna aún brillaba sobre su frente, intocable. Bajo ella, las interminables ciudades de la Federación pasaban a Modo Omnicensor, sus Arcología se blindaban y cerraban capa tras capa de metal y cerámica sobre vigías y cámaras. Él estaba en pie sobre una cima más alta que ninguna de los inmensos salones de la humanidad.
- Sí que han llegado lejos, eh -dijo el Viejo del Sueño. El Viejo del Sol le devolvió la mirada, contemplando su extraño sombrero y ropas como las de aquellos más grandes de la Fundación-. Pese a nuestros consejos.
- ¿Qué ha pasado? -preguntó el Viejo del Sol. El otro sacudió la cabeza.
- Han vislumbrado una amenaza que no podrán derrotar y huyen de ella. Vamos a morir todos.
- … pero, ¿y tú..?
- Estás soñando. Es normal que no me reconozcas, cambia mucho de una encarnación a la siguiente.
- ¿Soñador?
- Amo del Sol.
- Me muero, ¿verdad?
- Ya lo creo. Se acabó lo de la pelotita. Los jovenzuelos lo apañarán. No es que me guste que lo hagan así, pero ya es tarde para que sea de otra forma.
El Viejo del Sol contempló la escena.
- Me muero…
Cogió un aliento que no existía y contempló las Ciudades de los Hijos del Polvo mientras enmudecían y se oscurecían. Más allá del horizonte, el Sol rodaba solo, calentando al hormigón frío y a todo el mundo.
Lo contempló todo mientras su yo onírico temblaba y rompía a llorar.
- Puedo seguir adelante… puedo reunirme con mis hijos.
El Viejo del Sueño se le acercó y puso una mano en su hombro.
- Ve. Te esperan.
El Viejo del Sol asintió, nervioso.
- ¿Y tú?
- Supongo que nos veremos pronto. Sólo me queda hacer una visita a una vieja amiga.
- Ve, pues… te veré pro-
- SCP-499-55 ha caído, repito, SCP-499-55 ha caído.
- Enviando a SCP-499-56. Dios, no sé qué haremos cuando se nos acaben los clones…
Porque hubo una época en la que la Fundación casi lo perdió todo.
Una época interminable en la que hicimos concesiones. Tuvimos que caer muy bajo, hasta apoyar a fascistas, y luego tomar las riendas hasta crear la farsa más grande del mundo; Fundación, Federación, marcas de un mismo producto. Y, con las masas ciegas de nepente, nos cargamos el mundo a los hombros y vimos que se hacía más pesado; así que nos expandimos.
Hoy, la humanidad es la Fundación. La Fundación es la humanidad. Separar la una de la otra dejaría a una tullida en su lecho de muerte y a la otra inútil.
Divago. Compruebo el progreso de la Fase Dos mediante un flote conectado a una cámara en la superficie. La última oleada de luz estelar real ha pasado la Tierra, y me la he perdido. Las estrellas pierden brillo y la mayoría desaparecen del todo mientras las contemplo. Me entretengo pensando si cierta estrella todavía nos ve y si sabemos lo que piensa de todo esto.
Abro otro flote asociado al despliegue de dispositivos que la monitorizan. Sonrío. Desafiante hasta el final.
Lo cierro y sé que esa estrella ha muerto. Todas las estrellas han muerto.
Tiene buena pinta. Y no la tuvo, durante un tiempo; nuestros predecesores temían que lo perdiésemos todo frente a fanáticos o a anomalías… pero vencimos. Reyes del hormiguero que es la Tierra. Y aún habiendo ganado, no era suficiente.
Los recursos eran escasos, aún bajo nuestro gobierno. Absorbimos a cada grupo, a cada corporación, a cada nación; y seguía sin ser suficiente. Así que nos expandimos aún más.
Por supuesto, y como parte de un esfuerzo continuado para garantizar el secreto de nuestro proyecto, informamos a las masas de que el viaje interestelar era imposible y experimentar con él peligroso. Solía serlo, pero los desarrollamos hace ciento doce años. Lo empleamos para recolectar lo necesario para poner en marcha el plan, casi todo de origen extrasolar.
El populacho cree que la física subyacente del universo es sólida, fiable y absoluta. He ahí otra dulce mentira; que C es una barrera tanto como una muralla. Pero no lo es.
La verdad es mucho más complicada. Lanzamos miles de naves autorreplicantes ya en los primeros días del proyecto, cuando la sombra apenas había empezado a manifestarse. No agotamos los recursos de nuestro sistema estelar porque predijimos con certeza lo mucho que la Humanidad los necesitaría una vez lo completásemos. Aquellas naves viajaron más rápido que la luz a sus colonias cargadas de tres cosas: maquinaria automatizada, calendarios estrictos y obreros motivados, inspirados por una religión artificial. Miles de millones de ellos. Una civilización floreciente por derecho propio.
La mayoría de la humanidad se compone, en realidad, de los que llamamos Ciudadanos de Clase-E, que en realidad se llaman a sí mismos "Exiliados." El personal de Clase-E, según he oído, manejaba la captura de anomalías en su época.
Y ahora, yo y otros doce accionamos un interruptor y mueren. Distribuidos a través de un cosmos fracturado de mundos a los que han vaciado de materiales útiles… sólo para asegurarnos de que la Fundación tendría una oportunidad. Su exilio, y las historias, las leyendas que lo rodean, ha terminado. Un siglo de tradición oral, adoración a la máquina y misticismo astronómico, un delicado memeplejo diseñado en tiempo real durante un siglo, que arde en un segundo sin que nadie pueda recordarlo jamás.
Salvo los Supervisores.
Todo es una mentira. Ahora lo ve.
Las flotas de los Exiliados contemplan, sumidas en el pánico, el asombro y un súbito entendimiento conforme la Frontera Infinita se activa. Es una máquina que conocen bien, puesto que sus madres, y sus madres antes que ellas, y las suyas antes que ellas, la hicieron con los huesos de cada roca de polvo helado a una docena de años luz. Ninguno de los suyos se atrevió jamás a entrar el santo espacio que lo rodeaba.
Pues había sido prohibido.
Y ahora, el Gran Timonel Roderick ve la Frontera, cómo corta el espacio con fuego imaginario y el universo pierde luz en torno a ellos. Oye a su gente, confusa, incrédula, triste, gritar "¿por qué?"
Pues había sido prohibido.
Roderick se gira y baja la mirada al pequeño relicario de su cabina, donde levita una esfera perfecta: el símbolo de Aquella Que Es Uno (Una Mente, Un Mundo, Un Propósito) que le ha dado fuerzas todos estos años. Los herejes habían estado en lo cierto. Las promesas y esperanzas de su gente jamás se cumplirían.
Pues, de nuevo, había sido prohibido. ¿Quién lo prohibió?
Y coge lo más sagrado que jamás ha considerado propio y lo revienta contra su panel de control con lágrimas de vergüenza. Se encara a los rostros aterrados de otros Exiliados criados en tanques, y siente furia.
Porque sabe la verdad, y la grita.
- ¡Aquella Que Es nunca fue Una!
Y Sol, y todas sus promesas, desaparece en un torrente de espacio retorcido que se tensa y desaparece. En su lugar, el universo se vuelve oscuro, tan oscuro como los mundos que conocieron los Exiliados, los mundos que el Enemigo devoró primero. Oscuro, como una sombra que a ellos fuera…
Siempre estuvo en camino. Y había llegado. El final del universo. El engendro que no soltaría a su presa.
La desesperación inunda la flota conforme las estrellas se apagan y la energía de la Vigía Bajo el Sol va a la Frontera. Ya no queda nada, piensa el Timonel, salvo rezar.
Y lo hace. Conecta el grueso tubo de comunicación a su boca y canta, a pesar del final del universo.
- Rezad por vuestras almas, hermanas mías -dice Roderick, buscando entereza sin hallarla en sí mismo. En su lugar, busca esperanza-. Sea que Aquella nos alcance y todas seamos Una.
Y merecían la pena, todas las mentiras merecían la pena. Por la primera vez en nuestra historia, un Supervisor puede contemplar nuestras obras y dijo "Sí, estamos a salvo. Sí, la Humanidad está a salvo. Sí, la Tierra está a salvo. La misión de la Fundación está completa."
La Tierra vivirá. La humanidad se desarrollará, y se marchitará, y al final morirá con nuestro Sol… a no ser que encontremos alguna forma de sobrevivir a eso también, claro.
Porque la Fundación perseverará. Perseveramos durante las décadas pasadas, y tuvimos éxito. A cambio de tan sólo todo el resto del universo, huimos de una amenaza que ahora devora todo el espacio conocido… quizá todo aquello que, a falta de una palabra mejor, es "real."
No sabemos cuánto durarán nuestras contramedidas. Pero hasta eso hemos tenido en cuenta, claro. Hay docenas de sumideros temporales más allá de la Nube de Oort, cada uno más grande que la Luna, que sisan tiempo a un universo al que ya no le queda. Drenan cuantos eones pueden rescatar… mis colegas dicen que acortamos su agonía. Creo que matarlo sin preguntar sigue siendo un asesinato.
Terminar las Anclas que hemos colocado nos llevó casi un siglo de trabajo ininterrumpido. Cierran el paso al sencillo horror de un depredador para el que nosotros, eximia presa, no estamos lo bastante evolucionados ni tan siquiera para huir de él. Todo el conjunto exige una matriz de estatitas Dyson que a duras penas lo mantienen activo. Y, aún así, lo sabemos — yo lo sé. Es lo correcto.
Al introducir la autorización de la secuencia de activación final y veo que los otros doce hacen lo mismo, me pregunto si quedaba algo correcto por hacer.
Claro, sé que lo hay, lo hemos hecho. Juramos proteger a la humanidad. El intelecto me dice lo miope que suena todo esto, moralmente hablando, porque sacrificamos el universo como cebo para crear nuestras defensas, nuestra Frontera Infinita. Pero os lo ruego, juzgadnos con gentileza.
Es demasiado grande para verlo. Y hemos visto a nuestros hijos. Conocido a nuestros amantes. Abrazado a nuestros hermanos. Rebelado contra los ancianos. Somos humanos, egoístas, egocéntricos, y en última instancia, asustados.
Queremos vivir.
Un hombre sin nombre vaga solo por las llanuras de Mercurio.
Su traje es antiguo, lo ha reparado muchas veces. Se deshizo de su equipo hace mucho. Su ordenador de abordo insiste en que debería ir a un refugio, o al menos apartar los ojos de un cielo cuya visión misma teme la Fundación. Y aún peor, ni tan siquiera puede sentir ya el Sueño. El Colectivo, su última resistencia, se ha acabado… y acabados están sus amigos con ellos. Inmortales aplastados, dioses sacrificados… sus hermanos inmolados. Y él, perdido, y lo sabe.
En cierto modo, y es irónico, se perdió hace mucho y no necesitó la ayuda de nadie.
Piensa en las cosas que sabe. En las cosas que ha visto y hecho; a través de la historia, antes de ella, más allá de ella… tras ella. Más temprano, vió morir a una diosa y a las estrellas desvanecerse.
Suficiente. Ya ha hecho suficiente.
Sí, falló; pero la suya siempre fue una tarea titánica para él solo. Aún con tantos como convenció para detener a la Fundación mientras quedaba tiempo, a los santos y a los soldados, a los comerciantes y a los voluntarios y todos fallaron.
Todos fallaron porque la humanidad tenía miedo, porque la humanidad no quería luchar a su lado… sino al de la Fundación. La opción más comfortable, sentarse y dejar que los amos les arrastrasen… y olvidarse de todo un vez se terminase.
Nunca les ha culpado por eso; no importa lo poco que les conoce en realidad, sabe cómo es el darse por perdido.
Bueno… ahora lo sabe.
Lo comprueba de nuevo; se acabará el oxígeno en unos pocos minutos. ¿Por qué posponerlo más? No es que ni un alma viva vaya a saber de él o de su final, o a dedicarle una oración. Y no importaba. Nadie lo sabría.
Oigo los llantos y plegarias (¡plegarias! ¡Cobardes! ¿A quién deberíamos rezar? ¿Serían dignas de consideración, viniendo de nosotros?) de mis iguales conforme el sistema se activa. La Frontera se ha cerrado. Para siempre.
Miro a través del flote de la cámara externa, sabiendo lo que veré: un firmamento negro, sin estrellas. Toda la luz de otros soles que dominaban otros mundos, para siempre atrapada más allá de la Frontera y en su lugar un vacío muerto que nos devuelve la mirada. Por suerte, y gracias a los sistemas globales de alertas, sólo unos pocos seres humanos lo estarán viendo. Sólo el personal de clase B y unos pocos de clase C tienen que mirar, y son lo bastante leales como para tomar sus amnésticos y dejarlo estar.
Si decimos que pueden vivir sin ello, es que pueden vivir sin ello. Al fin y al cabo, los recuerdos suelen ser una carga.
La fase tres es la parte más poética y, lo sé, también la más innecesaria… pero los demás dijeron que traería una paz a las masas que ningún agente Ennui podría darles. Sólo el personal de Clase-B dedicado a astrofísica sabrá, jamás, la verdad sobre los estatitas, y a ellos se les dirá que la Frontera es un sistema protector que rodea al Sol; no un velo.
Conforme sus sistemas principales se activan, los inmensos receptores de microondas recolectan la energía de los estatitas. Miles de millones de satélites se despliegan, dando energía a la Frontera Infinita y desviando energía a espejos y reflectores y a falta de una palabra mejor, inmensas estrellas micronizadas, muy bien contenidas. Son reactores de fusión sellados magnéticamente, cada uno del tamaño de un país pequeño, y hay miles.
Y por último, mientras las ataduras de curvatura cierran la Frontera sangrante sobre sí misma y la cosen con billones de arcos fractales en torno a los límites más lejanos del Sistema, con toda la luz sobrante recogida e invertida de nuevo para dar energía a la Frontera Infinita.
Su nombre ya es legítimo: unos pocos de estos puentes de vacío doblan la luz hasta que parecen el tenue camino luminoso de la Vía Láctea, y el espacio Solar es una botella de Klein completamente cerrada. La Frontera irradia el Sistema Solar con una noche estrellada llena de estrellas falsas.
Mientras la luz, que ya no las estrellas, nos alcanza desde los estatitas, intento imaginar una burbuja de apenas unas horas-luz de tamaño. Intento imaginarme una lágrima mientras se desprende del rostro del universo, a la deriva.
Segura. Confinada. Protegida.
Atención, ciudadanos; ArControl tiene el placer de informarles de que la Situación de Amenaza Menor se ha resuelto sin bajas.
Sola en su habitación pequeña y oscura, la ciudadana de Clase-B Tessa Lee, Especialista en Investigación Dimensional, se limita a susurrarse a sí misma.
- Las Estrellas están muertas. Las Estrellas ya no hablan. ¿C-cómo he podido permitirlo? ¿Cómo he…?
Ya no hay sensaciones, con lo que está sola de verdad por primera vez en semanas; el Quinto se ha roto. El Quinto se ha acabado.
- ¡El Quinto s-se ha acabado! -murmura, con sus ojos abiertos como platos; le resulta obsceno, blasfemo… trágico.
Pero no puede negarlo.
El Estado de Emergencia Administrativa será revocado en toda la Jurisdicción Arcológica, dice la voz lejana de ArControl. Diseñada para ser maternal, confortable; para Tessa, es un chirrido estridente. Está mal. Todo está mal.
Se coge las cabeza y tiembla como una quimadicta abstinente. Los últimos restos de su mente lógica le hacen percatarse de esto, de que ha estado demasiado tiempo dependiendo de las Señales, de que ha llegado demasiado lejos.
A Tessa no le importa. Ya no siente nada. Pensaba que el club, la música, la gente, la sobrecarga sensorial… incluso hasta el sexo impulsivo le traería de vuelta a su yo anterior, a la necia tímida y callada que sólo quería ser útil. Lo que fuese, menos el vacío creciente dentro de sí.
Las órdenes de bloqueo serán rescindidas en breve. Por favor, espere. Se abre la única ventana de su habitación, con una noche preciosa… llena de estrellas.
Y no eran estrellas.
- ¡P-pero es todo, todo lo que hay! -grita, lanzándose al vidrio de la ventana-. ¡Todas las estrellas! ¡Finadas! ¿Quiénes sois? ¿Quiénes sois? ¿¡Quién os habéis creído que sois!? ¡Falsas! ¡Falsas! ¡Mentiras! ¡¡Sois mentira!!
Corre por el apartamento.
Tessa sabía lo que hacía la semana pasada, cuando terminaba los últimos toques de las ataduras espaciales de la Frontera Infinita, buscando ese empujoncito que cualquier científica sometida a presión necesitaba de tanto en cuanto… y ahora tendrá que ocultarse. ¡Todo porque se esperaba de ella que tomase los amnésticos! ¡Porque se esperaba de ella que se olvidase del último mes! ¿Cómo podían pedirle algo así, después de lo que había aprendido? ¿Con lo que había crecido?
La alarma silenciosa improvisada que había conectado al auto-gestor de su planta le avisa: hay un Destacamento de Supresión de Sectas de la Federación fuera, en el pasillo, uniformados de gris sobre gris y rodeados de flotes y armas dron. Desesperada, busca una salida.
Las órdenes de bloqueo serán rescindidas en breve. Por favor, espere.
No la hay.
Desesperada, Tessa busca su transcripción de las Señales, un viejo fajo de folios amarillentos que había encontrado en su Área de Investigación Esotérica. Siempre había pensado que quería guiarla, primero a sí mismo y después a la iluminación, hasta liberarla de la Federación. Le había mostrado a Tessa una vida en las grietas del universo gris que había tenido que soportar cada día, le había prometido que guiaría a la humanidad a una verdad mejor, a una Iglesia mejor… quizá pueda mostrarle una escapatoria.
Y se acuerda. Se acuerda de que la Frontera ha estado cerrada ya horas. Ya no quedan Señales. Los cielos están vacíos.
Y vacías se vuelven las propias páginas frente a sus ojos. Al principio, Tessa sólo puede mirarlas boquiabierta; empieza a pasarlas, incrédula.
- Pero… l-las señales… ¡sé que existieron! -grita, mientras caen al suelo las hojas del fajo; al principio, siente pánico, y después certeza, y por último, tristeza-. ¡Sé que también me querían! ¡Sé que todo tenía un sentido, que todo tenía un signif-
Bloqueo anulado. Puede volver a sus actividades programadas.
Al entrar en su apartamento, las armas dron de los especialistas anti-sectarios altamente entrenados del DSS vuelan sus ojos, su corazón y sus manos antes de que pueda entender siquiera lo que ocurre. Sus autocensores informan con diligencia a sus usuarios de que no deben mirar a las páginas de las Señales Estelares…
Que poco a poco se empapan de la sangre de la última Quintista, y por tanto se vuelven inocuos a los ojos de los programas de reconocimiento de patrones.
Las quemarán más tarde, y serán otro misterio que caerá donde se dejan los misterios hoy en día: el olvido.
Gracias por su paciencia.
Por ahora, los soldados del DSS meten el cadáver de Tessa en una bolsa, poniendo buen cuidado de etiquetar cada víscera.
Las pocas amenazas que quedan son meras marionetas, hombres del saco montados en cadena para mantener a la gente asustada, cándida… los cebos y las operaciones de bandera falsa están a la orden del día. Mentiras que tienen su razón de ser, como la tiene el ejercicio de la fuerza bruta para asegurarse de que las marionetas no se corten los hilos.
Y funciona. Esta noche, el universo murió, y la humanidad no lo sabrá jamás.
Uno a uno, mis homólogos, de los que se poco más allá de número y rango, suenan incómodos en sus mutuas felicitaciones, en sus felicitaciones a la humanidad por este logro. Algunos, puede que hartos de sus gilipolleces, callan; no sé si se han suicidado o se han ido a la cama, a descansar, no lo sé. No es que me importe.
Uno de ellos se ríe de un mal chiste que hace otro. Idiotas. Acabamos de matar al universo. No hay faltas de respeto que se puedan comparar con el crimen cometido, así que no tiene sentido que les diga nada… de nuevo, todo esto se me escapa.
¿Cómo lo entiendes? ¿Con qué se compara? ¿Qué audiencia del Comité de Ética juzgaría esto, por mucho que ellos mismos apoyasen el programa?
Le pido a la impresora alimentaria algo de vino frío. Un vino cualquiera, y cantidades suficientes. El auto-gestor me contesta que sólo puede proporcionarme cantidades que no me produzcan embriaguez. Tales son los deberes de la Asamblea de Supervisión que en todo momento debo estar lúcido, despierto y cuerdo.
En su lugar, sugiere un poco de leche de soja fresca.
Pateo a la estúpida máquina.
Le grito.
Uso cada objeto a mi alcance, incluyendo mi cuerpo, para aporrearla, le aúllo. Mis músculos son débiles porque he vivido aquí años, y no me doy ni cuenta de que no estoy causando ningún daño pese a todos mis esfuerzos. El sistema interno de seguridad avisa a mi memeticista, que se asegura de que el miembro anónimo del personal de Clase-A que vive en este búnker modular sin marcas no ha heredado la locura de un millar de dioses oscuros. De que sólo es furia.
¿Que por qué? Bueno, eso no les importa.
Y sigo golpeando y golpeando. Cojo el teclado de la pantalla y lo estampo contra la máquina, mellándolo un poco con cada golpe. Sigo haciéndolo, salvaje, cabreado, triste.
Vacío.
Ya sé por qué la Fase tres era necesaria. Envidio a las masas. Envidio a aquellos que sin duda preferirán olvidar esta noche y vivir sus vidas en paz. Envidio a mis camaradas de Supervisión, que se ríen y cantan y bailan y rezan.
Rezar. Mis rezos son manos ensangrentadas y un rostro lívido. Oh, y necesito rezar.
Unas horas más tarde, la alarma vuelve a sonar; estrellita del lugar, empieza. Gruño. Me queda trabajo por hacer, y muy poco tiempo para hacerlo.
Decido despertarme y pedirle a la máquina una comida completa. La vida sigue, me digo.
Pero hay que arreglarlo. Hay que arreglarle a ella. Y si no hay forma de hacerlo, debo al menos asegurarme de que haya algo más que la humanidad pueda descubrir, algo más de lo que la humanidad pueda maravillarse.
No soporto pensar que no quedan otros soles bajo los que yazgan cosas nuevas, sólo estrellas de pega.
No soporto que, en nuestro celo por proteger a la humanidad, la pusiéramos en una caja.
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