María

Puntuación: +25+x


"Dr. Anthony Lancaster, ¿no es así?", Christopher Raleigh se paró junto a la mesa

"No esperaba encontrarme con alguien. Han sido semanas difíciles y quería beber solo un momento. Dios salve a la Reina y mi trabajo".

"Y que la Reina salve a Dios", se sentaba frente a Anthony.

"Buena tarde, Christopher. Disculpa, pero lo de beber solo no es algo que me inventé para sacarte la contraseña. Necesito unos momentos para pensar".

"Buena tarde, Doc. Me temo que va a tener que agendar su tiempo de reflexión para otro día porque me han encomendado entregarle una nueva misión importante".

"Christopher, es mi día libre. Ya hice los papeles para pedirlo y me lo confirmaron en el campamento. Hoy no trabajo. Me caes bien, pero déjame en paz", comenzó a beber de su botella.

"Creen que podrían saber donde está María".

"Ma—", se atragantó con el alcohol de su botella, tosiendo trece veces antes de volver a entablar palabra.

"¿Estás bien?", Christopher se preocupó.

"Lo estaré cuando sepa quién es el zopenco que intenta darme falsas esperanzas. Pobre diablo, no se imagina lo adolorida que tendrá la nariz cuando se la rompa".

"Me dijeron que el tema te podría molestar un po—"

"No, poco no. Solo Dios y la Reina podrían medir qué tan enojado estoy ahora, pero te aseguro que no es poco".

"Como decía, sabían que te molestarías, así que me hicieron traerte esto", sacó un sobre con el sello oficial del campamento de investigación al que pertenecen y lo dejó caer sobre la mesa.

"¿Qué es esto?", decía mientras comenzaba a abrir el sobre utilizando un cuchillo que llevaba en su cinturón.

"Pruebas: Fotografías, páginas arrancadas y desechadas de su diario y—"

"Y el collar que le regalé", decía mientras lo sostenía frente de sí, atónito. "No puedo creerlo, está viva", colocaba el collar sobre su pecho mientras colocaba su otra mano por sobre su frente, aún impactado por tal revelación.

"Eso parece. Dijeron que te explicarían más en detalle todo en el campamento".

"Pero no puede ser, María prometió jamás quitárselo", sacó un collar similar desde debajo de su camisa, "así como yo también lo prometí".

"Tal vez lo perdió".

"No, Christopher, ella jamás ha roto una promesa ni lo haría. Mi María murió esa noche haciendo lo que más amaba. Lloramos por ella, celebramos su vida y conmemoramos su muerte. Esta chica no es María".

"Anthony, mira las fotografías. Así lucía ella. Lee las páginas. Así escribía ella. Observa el collar. Nadie más que los aborígenes tienen acceso a oro mágico. Los aborígenes y ustedes dos".

"Nunca olvidaré aquel día en que nos ganamos la confianza de esa tribu. Nos unimos como eternos aliados a ojos de Dios y de la tribu el mismo día. Y Dios sabrá que esta no es mi María. Ella murió".

"Este mundo es extraño, Anthony", decía un anciano que se acercaba a la mesa.

"Dios salve a la Reina", decían al unísono Anthony y Christopher.

"Y que la Reina salve a Dios", respondió el anciano. "Caballeros, disculpen la interrupción, pero es menester que ambos me acompañen. Atacaron el campamento de Elisa y nuestros vigías dicen que vienen en dirección al campamento de Fynes. Tenemos que ayudarlos a empaquetar y mover todo lo antes posible".

"Pero, ¿qué hay de la investigación de María?"

"Esa no es Ma—"

"Cancelada. Esa zona se está volviendo demasiado peligrosa. Los aborígenes no dan tregua y expanden su territorio. Exactamente donde creemos que puede estar María. Es muy arriesgado, y no vamos a perder a más gente hoy".

"Bien, ya escuchaste, Christopher. Ve y ayuda a los Fynes con el campamento. Mándales mis saludos", se levantaba de su asiento Anthony.

"¿De qué hablas? ¿No vas a venir?".

"No. Alguien está usurpando la identidad de María, y Dios me perdone, pero no voy a permitir que los responsables queden sin castigo. Dios les desee un buen día", tomó un último trago de su botella, colocó el chaleco que reposa sobre el respaldo de su silla en su hombro, y comenzó a retirarse.

"Y que la Reina le desee un buen día a Dios", respondieron los otros dos caballeros.


"Salvajes", decía para sí mismo Anthony al encontrarse con los cráneos aún sangrantes de dientes de sable gigantes americanos, atados con tendones entre sí alrededor de un árbol. Suspiró, luego miró al cielo. "María, no permitiré que usurpen tu imagen. Lo prometo". Unos segundos de silencio, y se adentró en el bosque.

Los cráneos rieron cuando se perdió de vista entre los árboles.

El bosque era espeso. Había un mar de árboles, todos tan altos y con hojas lo suficientemente grandes como para que apenas le fuera posible al Sol infiltrase dentro de tales oscuros dominios en algunos agujeros entre el follaje cerca de la entrada. Cuando la oscuridad ya le hacía imposible ver el suelo que pisaba, Anthony sacó su collar de oro mágico y raspó un palo del suelo con uno de sus lados. Rápidamente, este se encendió en un fuego dorado, uno que solo se posaba en la zona raspada y no parecía consumir la madera. Anthony guardó su collar nuevamente bajo su camisa y siguió su camino.

Conforme se adentraba en el bosque, más pesado y húmedo se sentía el aire. Esto no tenía ningún sentido. Habían tantos árboles gigantes con hojas enormes como para generar oxígeno suficiente para siglos de vida en tan solo minutos, asimismo, la cantidad de raíces que incluso se encontraban por sobre la tierra absorbiendo toda el agua posible debería tener este lugar mucho más seco. Pero no era el caso, y Anthony comenzaba a sospechar de los aborígenes.

Unas horas más tardes, ya sin saber si era el Sol o la Luna lo que se encontraba por sobre la copa de los árboles, Anthony divisó una luz a su lejanía. Una dorada.

"Oro mágico", dijo para sí mismo, "deben ser los salvajes. No puedo permitir que me vean, o no podré encontrar a Mar—", se detuvo, una vez más, atónito. La usurpadora de la imagen de María se encontraba frente a él, mirándole, con un brazo por detrás de su espalda sujetando el codo de su otra brazo. Ella le miraba fijamente con su característica gran sonrisa. Una que no hacía más que derretir el corazón de Anthony como el calor al cristal. Una que le inspiraba deseos de protección y miedo a su lejanía. Incluso con el horrible suceso de su muerte inyectado en los ojos de Anthony, sabiendo que no era la real, no pudo evitar estos sentimientos. Se llegó a imaginar por un segundo que quizá sí era María, y que todo volvería a ser como en aquellos tiempos donde la aventura solo era una excusa para estar con ella y el tiempo un recurso que no importaba gastar si era por ella, porque si era así, no había coste que fuera alto.

Pero no, esa no era María. María murió. María no rompe promesas. Ella no es María. Y con esa conclusión en mente, comenzó a hablar.

"Escúch—"

"Te extrañé, Anthony", su voz dulce, suave, y un poco patosa. La voz de la que se había enamorado le interrumpía. "¿Me extrañaste tú a mi?"

"Yo…"

Quien lucía como María comenzó a correr.

"¡Espera! ¡Detente, por favor!", Anthony comenzó a correr tras ella. "¡Necesito hablar con usted!"

"¿'Usted'? Que extraña forma de referirse a una vieja colega, Anthony", reía mientras corría entre los árboles.

"¡Usted no es una vieja colega! ¡Usted es una mentira! ¡Usted no es María!", decía entre cansadas respiraciones Anthony.

"Si no soy María, ¿entonces a quién persigues, tontito?"

Anthony se detuvo. Quien se parece a María lo hizo poco después, y se dio la vuelta, nunca dejando de sonreír.

"Persigo a una impostora", respondió, "una que va a pagar por usurpar la imagen de María".

Ella comenzó a acercarse a Anthony, lentamente, mientras él sentía su respiración agitarse más con cada paso que ella daba. Su corazón se aceleraba, sus manos no dejaban de sudar; estaba nervioso, muy nervioso. Él sabía que era una impostora, de eso no tenía ni una duda. La había visto morir, había atestiguado todo, pero sus sentimientos eran inevitables. Le era imposible no pensar que pudiera tratarse de la verdadera María, sentía que—

María le abrazó.

Se acurrucó en su pecho, con un brazo rodeando su cintura y el otro que se extendía hasta su mano tocar su hombro. Con ambos pies pisando los de él. Con lentos y suaves movimientos de cabeza que acariciaban su pecho con su pelo. Respirando tranquila, porque sabía que no estaba en peligro. Pero con su corazón latiendo tan rápido como el de él. Solo María abrazaba así.

Toda la lógica dentro de su mente le decía que era imposible. Que no podía ser María. Pero todo lo demás no dejaba de evidenciarle que estaba junto a ella.

Traicionando todo lo que creía conocer, dejó caer el palo con el fuego dorado al suelo, comenzando a quemar la zona a su alrededor, y abrazó a María. La abrazó fuerte. Como nunca había tenido el valor de hacerlo antes.

"María, eres tú…", decía en tonos bajos, casi susurros, a María mientras los alrededores se comenzaba a iluminar de un color dorado tenue.

"Soy yo, Anthony", respondía en tonos aún más suaves.

"¿Tú lo sabías?"

"Siempre lo supe, Anthony. Desde nuestra primera aventura juntos".

"Lo siento, María. Debí decírtelo. Debí decir que te amaba".

"A veces, el corazón sabe más que el cerebro. Necesitaba que entendieras eso antes de poder acercarme a ti".

"Pero, ¿qué sucedió? ¿cómo es que estás viva? ¿por qué te quitaste el collar? Prometiste jamás hacerlo, y yo—"

"Y tú nunca lo hiciste, y yo tampoco".

Anthony miró detrás de sí. Con el fuego dorado quemando el bosque, ahora era capaz de verlo. Estaba donde María murió. Y a pesar de todos los años que habían pasado, sus restos se negaban a dejar de lado el collar. Anthony sacó el collar de su bolsillo, sin interrumpir el brazo, pero tan pronto como lo sostuvo, se deshizo entre sus manos como si estuviera hecho de polvo.

"Lo siento, Anthony. Lo siento mucho por todo. Siento haber roto mi promesa de volver".

"No la rompiste, estás aquí ahora. Tu nunca rompes tus promesas".

"Y tú tampoco. Es por eso que necesito que me prometas algo".

"Lo que sea".

"Acéptalo".

"¿Aceptarlo?"

"Acepta que el pasado no volverá. Acepta que morí".

"Pero, yo sé que lo estás, siempre lo he sabido".

"No, Anthony. Dices aceptarlo, pero no es así. Lo puedo sentir", posaba su mano sobre el corazón de Anthony, "aquí".

"Yo… te extraño demasiado".

"Prométemelo".

"Deseaba estar contigo mucho más".

"Prométemelo".

"Tal vez hasta dejar las aventuras y—"

"Prométemelo".

"Yo…", suspiró profundamente, "lo prometo".

"Sabía que lo harías", lo abrazó más fuerte, se puso de puntas, e intentó conectar sus labios con los de él.

Anthony cerró los ojos, e intentó conectar los labios con los de ella, pero cuando los abrió, ya no estaba. Entre el fuego dorado que cubría sus alrededores. Entre el cadáver de María y de sus asesinos. Entre el cuchillo de Anthony que no pudo salvarla. Él colapsó de rodillas al piso, y dejó caer una lágrima.

Si no se indica lo contrario, el contenido de esta página se ofrece bajo Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 License