En una noche tranquila
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Edgar abrió la puerta con un suspiro. Su oficina estaba iluminada ligeramente por las luces de los edificios de afuera. Era suficiente. Se acercó a su escritorio, tomando asiento con otro suspiro; había sido un día largo, después de todo. Sacó su caja de cigarrillos y prendió uno, sin importarle las normas respecto a fumar dentro del edificio.

—Malditos chupapollas —susurró mientras habría una carpeta para garabatear algunos datos. Casi quinientas desapariciones sin ningún culpable a la vista. Ninguno además de él, porque sería sobre sus hombros donde recaería la culpa si sus superiores no veían avances con la investigación—. Ni siquiera hay pistas, ¿cómo mierda esperan que lo tenga hecho para el fin de semana?

Se recargó en el respaldo de su asiento, frustrado. Su mente estaba en blanco, pero al mismo tiempo era un laberinto de ideas, como un bosque en un día nevado. Trataba de encontrar el camino, sabía que había una manera, pero lo único a la distancia era una cortina de copos de nieve.

Volteó hacia la ventana intentando poder ver las cosas de otra manera. Los coches pasaban, las personas avanzaban. Una noche tranquila, debía admitirlo. Pero en alguna parte de allá afuera, en un callejón, en un departamento, en una cloaca incluso, se encontraba aquello o aquel a quien buscaba.

Edgar decidió que no iba a lograr nada si se la pasaba sentado en su oficina.

— - —

La habitación de Henry estaba totalmente oscura. No importaba. Caminó a tientas hasta dar con su cama, donde se recostó con un gruñido. Las cosas se complicaban; su juego se cerraba poco a poco. Estaba consciente que no podría mantenerlo más tiempo, pero debía intentarlo. Con algo de remordimiento, se volvió a levantar, se agachó para mirar bajo la cama, y la oscuridad le regresó la mirada.

Alargó su mano para sacar una pequeña caja de cartón; la grabación donde se miraba cómo una pareja desaparecía en el aire. Era la única prueba existente de las desapariciones. Con ella, la UdII habría tomado un curso diferente de acción. Habría asignado a algún agente especializado, habría empezado a usar algún tipo de tecnología para poder buscar a esa cosa.

Henry la sacó, la sostuvo entre sus manos por un breve momento, y la dejó caer al piso. La pisoteó varias veces, hasta asegurarse que ya no podría ser reproducida nunca más.

Tomó una bolsa negra, guardó los trozos, y salió a buscar un bote de basura público, que no pudiese incriminarlo. Si no resolvían el caso, seguirían siendo la misma organización inútil de siempre, y eso era lo que más necesitaba en ese momento.

— - —

—¿Jefe? ¿Qué hace aquí a estas horas?

—¿Agente Edgar? Usted debería estar resolviendo el caso de las desapariciones, no dando malditos paseos nocturnos.

—Estoy tratando de refrescar mi mente. Además, no respondió mi pregunta.

—No tengo que responderle nada. Usted dedíquese a lo suyo y yo me dedicaré a lo mío.

—¿Qué lleva en la bolsa?

—No es de su incumbencia, Agente, pero si tanto le interesa, sepa que estoy tirando la basura que se me juntó en la semana.

—¿A estas horas? ¿No era mejor hacerlo por la mañana?

—¿Y a qué viene esta interrogación, Agente? ¿Cree que llevo un cuerpo en la bolsa. Adelante, revísela usted mismo.

—No… no. Le creo, jefe. Es solo que… en estos días ya no se puede confiar en nadie. ¿Recuerda lo que pasó el martes, no? Cuando atraparon a Rogers recibiendo un soborno. Yo solía pensar que era un agente fiel…

—Hace bien en no confiar en nadie. El mundo es una mierda, y la UdII entera está llena de gente mierdera. Se esconden como ratas, observando desde las sombras, interfiriendo con las operaciones cada vez que pueden. Ahora, si me lo permite, yo debo continuar mi camino, y usted su investigación.

—Por supuesto. Buenas noches, jefe.

—Buenas noches.

Se alejaron el uno del otro. Después de unos pasos, Henry maldijo para sí mismo. Edgar declararía haberlo encontrado a mitad de la noche. Necesitaría alejarse aún más de la zona antes de deshacerse de la evidencia.

—Ya veremos qué resulta de este caso, Agente Edgar. Maldita sea, ya veremos —susurró, y continuó su camino.

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