Hojas oscuras de una existencia condenada
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La página inicial del último libro en mi posesión y el recuerdo de un brío peculiar recorre mi ser entero. Si dicha energía fuera capaz de abandonar mi mente podría oscurecer la bóveda celeste en más de un mundo. Me muestra un tramo del pasado, cuando aquellos seres tan antiguos como la primera estrella en vencer la lobreguez del cosmos, buscaban cumplir con deseos de redención tan profundos como un abismo infinito.

A su vez también revela lo extraviado en el tiempo, historias perdidas y opacadas por las incontables confrontaciones en nuestro universo. Entre las maravillas se encuentran los grandiosos tejedores, veneradores de una deidad arácnida, usando los secretos de su seda en una infinidad de situaciones. Tejieron en su mundo y más allá, conectando primero planetas y luego sistemas hasta crear una telaraña digna de ser usada por su máxima deidad.

O los arquitectos del metal, aunque nacidos de la carne, con el paso del tiempo lograron llevar a cabo su propia evolución. Por su propia voluntad decidieron despojarse de su piel para relucir con orgullo el frío y fuerte metal, todo en nombre de un dios roto, con sus piezas perdidas en la inmensidad del espacio. Su tarea principal fue la búsqueda de dichas piezas para traer de vuelta a su divinidad, pero en el camino lograron inculcar sus ideales en diferentes mundos, esparciendo el conocimiento de la tecnología y la repulsión a la carne. Puede que su auge se haya perdido ya hace mucho, sin embargo, sus magníficas construcciones siguen en pie y la búsqueda no ha terminado.

O los seguidores de la carne, abrazando el camino de la vida orgánica, maravillados con todas sus diversas manifestaciones a través de los mundos. Me esfuerzo por ver una sola corriente de los artesanos de la carne, pero sus ramificaciones se extienden como un enorme y antiguo árbol con millones de ramas. Entre sus más grandes hazañas se encuentran los planetas vivientes formados enteramente de tejidos y sangre, en lugar de ser calentados por un núcleo metálico, un corazón en el centro los mantiene con vida. Por desgracia el árbol perdió muchas de sus ramas y la mayoría de corazones dejaron de latir; aun así, la carne se regenera a cada instante, persistiendo en el universo.

O los incomprensibles lugares dominados por la Estrella: Sistemas solares compuestos de cinco, diez o quince planetas con una atmósfera tan espesa como el humo producido por un fuego trascendental e incomprensible; donde las calientes esferas de plasma tienen en su superficie teselados pentagonales y los seres vivos habitantes de dichos lugares evolucionan únicamente en planos quíntuples. Aunque escasos, dichos paraísos quintistas siguen esperando encontrar a sus seguidores.

Y los legendarios e imponentes guerreros Orthonianos, conocidos por ser los encargados de salvaguardar la existencia de enemigos extrauniversales. Así, cuando la Gran Penumbra azotó con más fuerza, demostraron ser capaces de cumplir sus ideales hasta el final, protegiendo grandes cuadrantes del universo a costa de su sangre.

Luego estaban ellos, los hijos primogénitos de una madre encariñada con la vida, ellos quienes despojaron el alma a su propia matrona. Antes de separarse en tres estirpes, los vidnepas vivieron como pastores de su sistema solar, diseñadores del cosmos, pintores de la realidad, dadores de lenguas en sus mundos. Hasta que el deseo imprudente en busca de la perfección puso fin a ese legado para siempre, llevándolos a su primera temible guerra. Debido a ese evento, nació la divina trinidad.

Más allá de seguir ciega mente a un dios llamado Arneb, sus seguidores velan por la supervivencia de la vida. Pocas veces han intervenido directamente con culturas de otros mundos, aspirando por ver el desarrollo natural de los seres con conciencia y la capacidad de superar sus propios instintos. En el fondo su más grande meta es volver a los tiempos donde no eran guerreros entre las estrellas, sino maestros de la creación, siendo su lienzo en blanco todos esos mundos sin vida.

Aunque aspirar es para los débiles, incapaces de tomar acciones en un ambiente desalmado. O esos son los pensamientos de aquellos capaces de seguir la palabra de Nihal, un camino en su mayoría solitario y guerrillero. A simple vista parecieran poseer una furia ciega e insaciable y eso no es del todo acertado, sienten que deben pagarle una gran deuda al universo por las faltas de su gente; por ello no descansaran en paz hasta asegurar el final de la oscuridad.

Quien no pueda proteger ni pelear por sí mismo o para otros está condenado a vagar solo en la existencia, esperando una muerte silenciosa. Nunca faltará el huérfano perdido entre ruinas, con una sentencia de muerte casi asegurada y de no ser por Gliese sería así. Sin caminos a seguir ni ideales por los cuales luchar, los infantes son recogidos por esta diosa viuda buscando rellenar un hueco en su existencia; esperando la luz para sanar y crecer.

Quedé deslumbrada por dicho conocimiento, pero se empieza a perder entre más me adentro en la lectura. Esa misma Oscuridad estaba tratando de alejarme del legado universal de la vida, pero no puedo permitirlo. La belleza de tal historia no debe ser borrada ni negada y yo intentaré buscar sus restos mientras aún tenga aliento.


Las hojas se tornan negras mientras el tiempo avanza.
Las oraciones dejan de tener sentido y me atrapan.
Así, una cruel profecía me ataca.


Me repetía a mí misma mientras leía el final del libro tercero, di un recorrido final en el lugar donde fui criada con tanta dedicación. Una habitación empapada de recuerdos rojos, la cocina donde se servía misericordia y falsedad, un jardín trasero descuidado lleno de pequeños huesos, puertas capaces de denegar la entrada a la prosperidad. Estoy harta, paso por la salida y me encuentro con una noche peculiar.

He pasado gran parte de mi tiempo mirando el cielo negro, preguntándome porque no debo dejar ir mis motivaciones o memorias. Tantas veces he sentido miedo, preocupación, pena, rencor al momento de plasmar un intento de sentimiento. Siento el tiempo detenerse en tan solo un instante por un pensamiento cruel y vacío.

He perdido incontables veces y ni siquiera llevo la cuenta de todas mis batallas. La legendaria espada portada en la batalla decisiva ha extraviado su filo y las manos que la blanden trepidan ante la verdad de la situación. ¿Acaso no me he dado cuenta de lo fútil de todo esto?

El pasto verde se ha marchitado para jamás volver a crecer, todos los pétalos fueron arrancados de las flores por ese vendaval provocado por sus gritos. Las últimas mariposas dieron un aleteo sutil para luego desplomarse en plena primavera, pues sus alas habían sido arrancadas. Los cimientos de mi casa se han colapsado por la presión de su ira, dejando un montón de escombros inservibles.

Voy lentamente hacia adelante sin rumbo alguno, los caminos dejaron de existir hace pocos minutos. La luz de las estrellas ilumina mi caminata por unos segundos, las veo con tanta curiosidad preguntándome si aún hay alguien ahí afuera tratando de navegar en las corrientes mortuorias del cosmos. Cada pequeño puntito luminoso se ahoga en sus propias lágrimas de perdón y sus disculpas son aceptadas en completo silencio.

Luego se oye una, no, dos, tres grandes explosiones y el radiante fuego vuelve a iluminar el panorama. Esperaría oír alaridos desesperados, ver los cuerpos apilarse en hileras infinitas y escuchar los himnos de beligerancia una vez más. Sin embargo, aquellas promesas nunca se presentaron, limitándose a pelear con sosiego. A diferencia de la luz estelar, pulcra y divina, la luminiscencia de las flamas es blasfema y horrorosa; sigo dando pasos hacia adelante con un semblante melancólico.

Mientras las llamas arden con intensidad y los soldados caen, mi recorrido no se detiene. Las flores bordadas en mi vestido gris desaparecen del mismo y se torna negro, se extiende hasta cubrir mis pies y dos mangas largas cubren mis brazos; mi pulsera de tela se convierte en metal negro con varias inscripciones; finalmente una tiara formada con el mismo metal se materializa en mi cabeza. El filo plateado de la espada es cubierto por ese mismo metal y recupera su resplandor perdido en el tiempo.

Me freno. Enfrente de mí se encuentran varios seres arrodillados ante una pared de completa oscuridad y ni siquiera el fulgor de la batalla puede iluminar. Parecieran ser solo estatuas debido a sus nulos movientes hasta que uno levanta su mano para darme una vaina. Envaino mi espada. Todos se levantan en un instante y se arrojan a ese abismo para finalizar sus vidas.

El fuego se ha extinguido y ninguna luz se presenta. La vida y la muerte se sumergen en el olvido para perderse por siempre. Siento una terneza en el pelo, seguido de un abrazo duradero y un vehemente beso en medio del último pedazo de existencia. Se me invita a dar el paseo final, y así soy guiada de la mano en mi ida. Me detengo. A pesar de no poder escuchar ninguna palabra, comprendo el mensaje de mi acompañante y le niego sus deseos.

Mientras doy la media vuelta puedo sentir sus primorosas alas acariciando mi espalda y se despide de mí. Corro en dirección opuesta, negando esa visión ennegrecida de la realidad, negando el pasado de una princesa cruenta y su relación con el final. Regreso en mi propia mente, por el mismo camino de antes hasta encontrar entre los escombros mis textos.

Regreso a mi preciado mundo, alejado de ese futuro incierto y me dispongo a mirar el último renglón del libro; lo cierro y salgo a ver el cielo. Así veo, que las estrellas aún no han muerto.

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