Rindiéndose

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Howard estaba muerto.

Pamela sabía que pasaría tarde o temprano - es por eso que su madre desaprobaba que se involucrara con él, y parecía que finalmente tuvo razón. Incluso su romántica visión de un futuro junto a él comenzaba a desvanecerse y desdibujarse, con ella siempre preocupada por su seguridad. La ropa, los zapatos, y el perfume caro llegaban junto a un invisible asterisco que parecía posarse sobre Howard cada vez que ella lo veía.

Así que, así es como termina, pensó para si misma mientras sostenía la carta final de Howard entre el silencio de una casa vacía interrumpido solo por un zumbido leve del aire acondicionado. Desearía que Howard no hubiera sido tan… dramático. ¿Se supone que esta tonta carta me servirá para recordarlo?

Recuerdo las pequeñas peleas en las que nos enojábamos por dónde poner los muebles, o los nombres que les pondríamos a nuestros hijos.

Howard siempre tuvo ese hábito de romantizar el pasado. Ella no había querido tener hijos, y sus innumerables discusiones sobre el tema eran una de las muchas, muchas razones por las que había estado preocupada por lo que pasaría cuando él decidiera hacer que su relación fuera permanente. Supongo que ahora ya no importa…

Trabajé duro para poder darte un anillo como este. Por favor, úsalo. De tal forma, podremos estar juntos siempre no importa que tan lejos estemos.

Y tampoco parecía haber sacado nunca su mente las novelas románticas de las tiendas de todo a centavo que inexplicablemente tanto le gustaban. Un anillo de boda podría haber significado algo para una viuda anciana, pero se sentía carente de significado sin el peso de los años atado a este. Era bonito y caro, pero así eran también sus pendientes.

¿Te casarías con un hombre muerto?

No puedo, maldito romántico. Pero, ¿lo haría?

Ella no estaba segura.


Finalmente estaba hecho.

Cuando se fue por primera vez del plano de existencia de Pamela a la pequeña dimensión de bolsillo a la que había llegado con el par de anillos, le preocupaba lo que pasaría si ella hubiera venido a verlo antes de que la casa que él había pasado años construyendo hubiera sido terminada. Después de todo, despertarse en un claro vacío rodeado de herramientas de construcción después de saltar a su muerte le costó más que solo un poco de tiempo para acostumbrarse y aceptar. La mística a la que le compró el anillo le aseguró que no sucedería - // El tiempo se detendrá hasta que la morada de los portadores de los anillos esté completa //, sus palabras habían sido - pero él no podía mantener la preocupación fuera de su mente a pesar de todo.

Ahora, sin embargo, estaba en un punto discutible. La casa era una cosa simple, hecha de piedra y paja, pero protegería a su amaba de las estaciones y los mantendría más tibios que su tienda de campaña en aquellos oscuros días de invierno. Colocó la última piedra sobre el cemento mojado, maravillado por completar tan brava tarea en soledad. Dio algunas pasos atrás y recitó el encantamiento que la misteriosa mujer mística le dijo hace mucho tiempo atrás.

"Casa de piedra, construidas con esfuerzo y amor,
Escucha mi llamado hasta los cielos más allá del calor.
Dame lo que hace a una casa un hogar,
Y cosas que mantener negro para nuestra soledad ahogar".

Camino devuelta a la casa, tomó un gran respiro, y abrió la puerta principal.

Era hermosa. Estanterías de caoba junto a la chimenea talladas en la pared, a su lado un conjunto de sillas de sala de estar exquisitamente hechas a mano. Una cama que había aparecido en el extremo opuesto que claramente estaba hecha para dos, y parecía tan atractiva como cualquier cosa que pudiera recordar haber visto en su vida después de haber vivido al aire libre durante tanto tiempo. La cocina era primitiva, pero tenía suficiente para que Pam hiciera algo delicioso (y él mismo; recordó la promesa que le había hecho a ella de intentar aprender a cocinar).

Tomó un libro al azar de uno de las estanterías y se sentó en una silla. El tiempo de trabajar había llegado, quedado por un rato, y finalmente retirado. Ahora el lugar en el que incansablemente había trabajado estaba listo para el amor de su vida.

Era hora de esperar.


"Quinientos dólares."

El dueño de la casa de empeño miró a Pamela con escepticismo, con la esperanza de obtener una pequeña ganancia de la supuesta ignorancia de la mujer. No tuvo tal suerte. Pamela contrarrestó subiendo el precio de venta a $600.

"¿Seiscientos? Se está pasando de la raya, dama. El anillo es bonito y todo, pero he visto mejores. Y algo me dice que te quieres deshacer rápidamente de él".

Se movió incómoda y rápidamente cedió su poder de negociación con la esperanza de encontrar simpatía. "Era de mi… socio. Iba a proponerme matrimonio antes de morir".

"Oh, ¿en serio? ¿Y qué le respondiste?"

"Disculpe, pero no creo que eso sea de su incumbencia".

"Fue un 'No', entonces". Continuó examinando el anillo, como si darle la vuelta con los dedos le hiciera apreciar su valor. "Te diré qué haremos. Eres una buena chica, así que me quedo con 550. Ni un dólar más, ni un dólar menos".

"Bien". Sacó su tarjeta de débito de su bolso y trató de introducirla en el lector de chips, dándose cuenta de que lo hizo demasiado rápido al ver la X roja en la pantalla.

"Hey, tranquila, nena, no es una carrera. Dame un minuto para encenderlo". A medida que lo hacía, ella miró al anillo por una última vez. ¿Qué pensaría Howard de que ella estuviera haciendo esto? ¿Por qué algo tan pequeño le hacía sentir tan incómoda al punto en que tuvo que empeñarla?

"Te recuerda a él, ¿no es así?" El dueño de la tienda de nuevo interrumpió el corriente de la consciencia de la chica. "Entiendo. Tenía un amigo cuya prometida murió justo después de que hiciera la pregunta. No pudo deshacerse de ese anillo por casi una década".

"Es más que eso", ella respondió, poniendo la tarjeta en el lector una vez más mientras el hombre asentía en confirmación. "Él escribió una carta tonta antes de morir, acerca de que los anillos nos mantendrían siempre juntos. Se siente como una parte de él, de algún modo".

"Está todo en tu cabeza. Como dicen por allí, no puedes llevarte a los muertos contigo".


Ella no llega.

Él acababa de terminar el último libro de la segunda estantería. Los años habían dejado de tener continuidad en su mente; el tiempo se había desdibujado y retorcido en sí mismo a medida que esperaba por Pamela. No quería admitir la verdad que temía cada vez más, pero el volumen final que había digerido - La Odisea de Homero - se lo explicó en detalle.

Tras una incierta pero dolorosa cantidad de tiempo, había hecho un pacto consigo mismo. Leería cada libro en la estantería, pero leería la Odisea en último lugar. Como Penelope esperado por Odiseo, él esperaría por Pamela en el silencio de su cómodo camarote, junto a los suaves sonidos de la dimensión de bolsillo en una eterna primavera. Los árboles más allá de su casa se volvieron sus Pretendientes, llamándolo a perderse entre su abrazo a la vez que su corazón le demandaba quedarse quieto. Esperando.

Pero la última página acababa de ser dada vuelta. Ítaca yacía en en paz, y Penélope y Odiseo se reunieron una vez más. Sin embargo, aquí se encontraba él sentado.

"Lo siento, Pam", dijo a nadie. "Pero no puedo esperar más".

Caminó fuera de la puerta de casa, y cerró la puerta detrás de sí. Dio la vuelta para mirar a su inútil creación una última vez, mientras lágrimas comenzaba a deslizarse por sus mejillas.

Todo lo que ella debía hacer, era ponerse el anillo.

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