El Dia Cuando Dios Pidio Ayuda
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El día cuando Dios pidió ayuda


Dentro de una iglesia llena de vapores y maquinarias, una de las mismas se activa, dejando escapar chirridos junto a dos papeles.

Para: El santo sacerdote de la Iglesia Ortodoxa de la Obra Dentada, Rufino Ferguson.

Mi estimado hermano de acero y bronce, es de mi placer informarle que, en nombre de toda la gente de la iglesia de Tepozneltococa, lo invitamos a usted y a sus hermanos de la Iglesia de la Obra Dentada a formar parte de nuestra celebración anual de nuestra llegada a las tierras de Tlaneyanco hace ya varias décadas.

El festejo será el 12 de diciembre de este año, adjunto al fax se encuentra un mapa para llegar a las tierras de Tlaneyanco, tanto vía terrestre como por mar. La soberana de esas tierras, la reina Teresa Bárbara, aprobó su entrada, así que no deberían tener ninguna dificultad para venir.

Por la interacción entre dos grupos guiados por la misma luz de Tepostliteutl, a quienes ustedes llaman Mekhane, le pido cordialmente que acepte esta invitación. Que Tepostliteutl los guíe en su viaje.

De: El sacerdote de la Iglesia Tepozneltococa, Antonio Cedeño
Fecha: 29 de octubre de 2010


Hoy: 12 de diciembre de 2010

En las inmensidades del mar, un barco compuesto por piezas de bronce y motores de vapor surcaba las olas en camino a una tierra desconocida. En el interior del barco se encontraba el sacerdote Rufino Ferguson, discutiendo con uno de sus discípulos de bronce.

Rufino Ferguson llevaba puesto un chaleco marrón, debajo del cual llevaba una camiseta blanca arremangada, lo que dejaba a la vista sus implantes mecánicos en las manos. Aunque ambas manos estaban completamente mecanizadas, su brazo derecho poseía varios relojes incrustados, cada reloj con una hora diferente.

Esto lo hacía resaltar de sus demás discípulos que lo acompañaban, los cuales llevaban ropas simples.

—Llegaremos en un aproximado de 2 horas, señor —dijo el hermano Francis.

Rufino asintió, mientras miraba el fax que le había llegado hace tiempo.

—Señor, si me permite preguntar, ¿por qué aceptó la invitación de los "perdidos"?

Rufino se volteó, dejando las hojas del fax en una pequeña mesa que tenía cerca.

—Desde que la tal Bárbara tomó el poder, varias de las facciones herejes de nuestro dios, junto a nosotros, hemos estado recibiendo información sobre Tlaneyanco y la iglesia Tepozneltococa. Me interesa el cómo se compone esa iglesia, además que podría ser la oportunidad perfecta para expandir nuestros terrenos.

—Así que es eso. ¿No cree que es raro que lo hayan invitado específicamente a usted?

—Seguramente será por mi puesto en los Patriarcas, tal vez quieran pedirme algo.

Rufino decidió salir de la habitación del barco, yendo a la inmensa proa. Fijó su mirada hacia una tierra que desde la distancia parecía solo una mancha negra.


22:30

Las enormes ventanas del Palacio Real de Tlaneyanco dejaban extender los potentes y últimos rayos del sol por todo el extenso pasillo durante el atardecer. Esto alimentaba a las plantas que decoraban los pasillos, y a las máquinas en el cuerpo de Antonio Cedeño.

Antonio vestía su atuendo tradicional, una túnica compuesta con telas originarias de Tlaneyanco, que fueron tejidas de tal manera que se asemejaba a un complejo plano de construcción de algún artefacto sagrado.

Su atuendo no ocultaba, ni disimulaba, sus partes mecánicas, que iban desde leves modificaciones en sus brazos y hombros, hasta los conjuntos de cables y tuercas sellados por una placa de metal ubicado en la parte posterior de su cráneo.

Antonio ya casi terminaba de cruzar el interminable pasillo con retratos de gobernadores, monarcas, y una cara familiar a la cual le tenía aprecio.

Al final del pasillo se encontraba una gran puerta con tallados de un dragón de tres cabezas. Al cruzar las puertas se encontró con una mujer de apariencia joven, que estaba abriendo un regalo hecho por los costureros de la iglesia Tepozneltococa.

—Reina Bárbara, veo que le gustó el atuendo —dijo Antonio, tomando la atención de la soberana.

Teresa se acercó con calma al sacerdote, mientras que él mantenía la mirada fija. A Antonio siempre le había parecido fascinante el cómo, sin importar cuántas máquinas se le fueran instalando con los años, no podía replicar la longevidad en la carne de los Tlaneyancanos. Siendo así que, aunque ellos solo tenían diez años de diferencia, Antonio se veía mucho más desgastado en sus partes de carne que Teresa.

—Antonio, siembre es un gusto verte. ¿Qué tal le fueron las invitaciones?

—Los Maxwellistas rechazaron la invitación y la Iglesia Rota ni siquiera me mandó una respuesta, pero sorprendentemente los Ortodoxos contestaron que vendrán casi al inicio de las celebraciones.

—Excelente —dijo Teresa, regresando a ver el atuendo que tendría que usar esta noche.

—Me alegra ver que está conforme con la noticia.

—¿Por qué no lo estaría?

—Pues, sé que ha estado esperando la oportunidad de reunirse con Bumaro, y que él no esté presente… —Balbuceaba Antonio.

—Oh, vamos, eso puede esperar. Bumaro es una persona difícil de encontrar, pero este es tu momento —exclamó Teresa, apuntando a su antiguo camarada—. Estuviste esperando las reacciones de las otras iglesias a tú… —Teresa se detuvo un minuto—. Nuestra cultura por décadas.

Antonio no pudo evitar esbozar una sonrisa ante esa idea. Desde pequeño, lo único que sabía de las otras iglesias es que estaban en conflicto constante por saber quién tiene la verdad sobre su gran dios máquina. Él siempre supo que, si lograba reunir a todas las iglesias bajo un solo techo, les mostraría que pueden convivir en armonía y así podrían cumplir el legado de Tepostliteutl.

—Oh, vamos, reina, no me emocione más de lo que ya estoy. He planeado por semanas la conversación que tendré con el sacerdote Rufino.

—Genial, genial —Teresa dejó todo preparado para esta noche, cuando terminó cambió su tono amable por uno más serio—. ¿Planeas hablarle sobre lo que tienes detrás del cráneo?

Antonio respiró y exhalo, este ha sido el tema más complicado de tratar desde que propuso la idea de invitar a las otras iglesias al festival.

—Me temo que tendré que decírselo, aunque se lo oculte, él notará rápidamente lo que eso les hace a nuestros hermanos de la iglesia. Sí, quiero crear una buena relación, no deberé ocultarles nada —Antonio habló con firmeza ante Teresa, no como su camarada, sino como su aliado, afirmando la estrategia que tomará.

—Bien —afirmó Teresa acercándose nuevamente a Antonio, respondiéndole con la misma firmeza—. Pero recuerda que no todos están dispuestos a colaborar como tú. Si hay algún incidente, yo en persona me encargaré de que no se vayan con eso.

—Confía en mí, reina.

Teresa le dio suaves golpes en la espalda a Antonio, el cual se mantuvo tranquilo ante el cambio de humor en Teresa.

—Tú sabes que confió en ti —dijo Teresa, recuperando su actitud amigable—. Solo me aseguro de que entiendas lo que estás a punto de hacer.

Teresa le sonrió a su mecánico amigo, para luego salir de la habitación como si nada hubiera pasado. Antonio también salió de la habitación a paso lento, repitiendo los temas que tocaría con el sacerdote.

En mitad del pasillo se detuvo, observó por una de las inmensas ventanas una pequeña cosa que se acercaba a las costas de Tlaneyanco. Era un barco.


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23:30, falta poco.

Varios niños con implantes mecánicos jugaban a las orillas de los puertos de Tlaneyanco. Detrás de ellos se encontraban sus padres, también con los mismos implantes en distintas partes de su cuerpo, que cuidaban de sus pequeños mientras sostenían velas artesanales para ver en la oscuridad. Ante tales momentos de diversión familiar, era fácil distinguir el semblante calmado y serio que era el sacerdote Antonio Cedeño, aunque por dentro era una máquina de emoción.

El barco ya casi llegaba a la orilla, podía sentir los vapores que expulsaba en el ambiente. No era demasiado grande, así que no tardaron mucho en desbordar: El primero en salir fue uno de los discípulos de Rufino, el cual se aseguró que no hubiera ningún peligro en la zona, para posteriormente ayudar al sacerdote a bajar.

Lo primero que hizo Rufino Ferguson al bajar del barco fue mirar hacia sus alrededores, tenía mecanismos en las pupilas que le permitían ver perfectamente en la oscuridad de la noche. Él mantuvo en todo momento su expresión seria, pero por dentro sentía curiosidad por lo que veía.

Luego sintió algo de incomodidad. Aunque todos los presentes tenían implantes mecánicos, los de ellos no se parecían, ni se acercaban, a los implantes de relojería y tecnología antigua. Algunos tenían cables y placas, pero la mayoría era más como si el metal estuviese adherido a la piel, como una segunda capa y no un remplazo.

Con paso firme se acercó al grupo frente a él, Antonio hizo lo mismo. Cuando ambos se encontraron, se saludaron con una pequeña reverencia. Atrás de Rufino estaban sus cinco discípulos, otros dos discípulos se quedaron cuidando el barco.

—Es un verdadero placer al fin conocerlo —dijo Antonio.

—Sí, un gusto —dijo inexpresivo Rufino.

Las risas de los niños se detuvieron, ellos se habían ido al lado de sus padres apenas vieron a Rufino, sus padres también guardaban silencio. Ambos grupos eran distintos en todo sentido, su actuar, sus ropajes, la única cosa que compartían era su religión, pero incluso en eso eran diferentes.

—¿Vamos a quedarnos parados aquí toda la noche? —dijo Rufino mientras miraba sus relojes.

—Claro que no, mi estimado sacerdote —Antonio se dirigió a la multitud de padres—. Muy bien hermanos, gracias por venir aquí esta bella noche, doy por iniciada la caminata del origen.

Todos, menos los ortodoxos recién llegados, aplaudieron energéticamente.

Tanto los niños como los padres empezaron a caminar tranquilamente por un camino marcado por rocas a los costados. Cuando Antonio se preparaba para seguirlos fue interrumpido por una voz.

—Disculpe, sacerdote, ¿en dónde está el transporte que usaremos? —Preguntó Rufino, quien no se había movido de su lugar.

—Lo siento, pero la primera parte es a pie.

Rufino se quedó callado unos segundos. Levantó una mano dándole la señal a sus discípulos para que lo siguieran, mientras él empezaba a caminar por donde pasaba el grupo de padres. Antonio se mantuvo caminando a la par de Rufino.

—No sé cómo son los modales aquí, pero en lo personal me parece muy descortés no explicarme en qué trata esta festividad antes de invitarme.

—Me vuelvo a disculpar, pensé que sería mejor darle una sorpresa.

—Las sorpresas no son algo de mi agrado, pero hice una excepción con usted por mera curiosidad.

—Es muy amable, señor —Antonio dejó escapar un pequeño suspiro, esta noche sería larga.

Rufino centró su mirada en las personas que estaban a delante de él, algunas cantaban canciones en un idioma que aún no entendía por completo. Algo en lo que se fijó detenidamente es que todos tenían una pequeña placa metálica detrás del cráneo.

—Hermoso, ¿verdad? —Dijo Antonio—. No modificamos las cuerdas vocales, para mantener este canto tan natural y vivo.

Las palabras de Antonio le parecieron raras a Rufino.

Es como si siguieran teniendo algo de esa pasión que caracteriza a la carne, aunque tengan varias partes mecánicas en su cuerpo, pensó Rufino.

—Supongo que sería más encantadora si supiera lo que dice —dijo Rufino.

—Oh, pues, lo hubiera dicho antes: "Nosotros vinimos desde el mar a estas tierras, con miedo por lo que nos acechaba, estuvimos dispuestos a lo que sea, el sol nos dio calor, nos dio fuerza, toda la carne se quemó con la llegada del dragón del sol".

—Es… una encantadora canción —dijo Rufino, con sarcasmo evidente.

—Rima mejor en su idioma de origen.

Siguieron caminando por algunos minutos más, en ningún momento se habían separado de la vista al mar, el cual brillaba intensamente con la luz de la luna. Ambos sacerdotes no hablaban demasiado durante este recorrido, algunas palabras o algunos comentarios y nada más. Antonio pensaba que era demasiado pronto para sacar el tema de la unificación de las iglesias, y claramente Rufino no iba a perder tiempo tratando de convencer a un sacerdote de unirse a su religión, iría primero por algunos de sus seguidores para poco a poco ir introduciendo su iglesia ortodoxa en Tlaneyanco.

Al pasar una hora de la extensa caminata, llegaron a una zona que estaba muy iluminada. La zona en sí era un gran campo abierto con fogatas y muchas personas de Tlaneyanco que celebraban la llegada de la iglesia. Lo que más resaltaba en esta zona era el gran escenario de madera.

Cuando se acercaron lo suficiente, Rufino pudo ver claramente que las personas que los esperaban ahí no tenían ninguna modificación visible.

—¿Qué significa esto? —Preguntó Rufino.

—La siguiente parte de la festividad es que celebremos con los Tlaneyancanos que no pertenezcan a la iglesia —respondió Antonio.

—¿Pero por…?

Rufino fue interrumpido debido a una voz proveniente del gran escenario de madera.

—¡Muy bien, ahora que nuestros amigos llegaron de su caminata, es momento de recibirlos como lo hicieron nuestros ancestros hace años! —La voz que sonaba a través de un megáfono era la reina Teresa Bárbara—. ¡Doy por iniciada la gran celebración del huallathui1!

Todos los pequeños de la Iglesia Tepozneltococa salieron corriendo, emocionados por su parte favorita de la celebración. El grupo de padres los siguieron, ellos también estaban emocionados por pasar la noche con sus compañeros.

—Perdón si esto es muy repentino para usted, pero le ruego que vea la convivencia que compartimos aquí —dijo Antonio con una voz calmada, luego se dirigió con sus compañeros para empezar a celebrar.

Rufino no sabía qué hacer, no esperaba este comportamiento. Para él, la relación que tenían con Tlaneyanco era meramente política. Repensó su plan, aún tenía tiempo para irse al barco, pero entonces todo esto hubiera sido una pérdida de tiempo… No, no, esto aún puede funcionar.

—Escuchen, esto también me desagrada, pero tenemos que seguir, no podemos dejar que estos herejes sigan bajo esta ignorancia. Quiero que vayan y hablen con todos, ya sea de esa iglesia o una persona sin máquinas en su cuerpo, saquen el tema de unirse a nuestra iglesia cuando vean la oportunidad.

—Sí, mi sacerdote —dijeron al unísono sus discípulos.

—No me fallen —respondió Rufino.


Antonio vio cómo los ortodoxos se acercaban, la alegría pasó por sus circuitos cuando unos golpecitos en el brazo tomaron su atención.

—Sí que lo estás consiguiendo —dijo Teresa, la cual iba acompañada de dos de sus guardias personales.

—Mi reina, no lo puedo creer, esto puede funcionar.

Teresa dejó escapar una risa.

—¿Ves? Te dije que confiaba en ti para esto, aunque, ¿ya le mencionaste algo?

—Será después del show, quiero que sepan más de mi cultura antes de enseñarles —dijo Antonio.

—Perfecto. Mantenme al tanto de la situación —respondió Teresa.

Antonio asintió, cuando quiso dirigirse a donde estaba el sacerdote Rufino, fue detenido por uno de los niños de su iglesia.

—Señor sacerdote, ¿puede ayudarme con mi muñeco? Se me complica usar los engranajes.

Una de las partes de la festividad consistía en que los niños construyeran pequeños muñecos con base en personajes de héroes de sus leyendas. Los de Tlaneyanco hacían sus muñecos con paja y telas, mientras que los de la iglesia los hacían con engranajes y piezas de metal.

Antonio no sabía qué responderle al muchacho, no podía negarse a ayudarlo, pero tampoco podía dejar a Rufino solo.

—Lo siento, pero… —Antonio fue interrumpido por Teresa con un movimiento de su mano.

—No te preocupes pequeño, el gran sacerdote Antonio te ayudará —dijo Teresa.

El niño feliz, por la respuesta, agarró la mano de Antonio para llevarlo a donde se construían los muñecos.

—Pero mi reina, tengo que encargarme de nuestros visitantes —dijo Antonio ante la situación.

—Tu tranquilo y yo nerviosa, una buena reina debe estar al lado de sus invitados durante un festejo —respondió Teresa guiñándole el ojo a Antonio.

Antonio, por su parte, se dejó llevar por el pequeño, confiando en que su reina mantuviera entretenido a Rufino hasta que vuolviera.


Cuando Rufino estaba a las puertas de la celebración que se estaba produciendo ante sus ojos, levantó una mano en señal de que sus discípulos podían separarse e interactuar con la gente según el plan.

Francis era uno de sus discípulos que había obtenido sus implantes mecánicos recientemente. En su iglesia, la edad establecida para empezar con este proceso era a los 19 años, donde el cuerpo es capaz de soportar la cirugía. Hasta entonces, los niños y adolescentes se mantendrían alejados del resto, por eso Rufino aceptó que él viniera aquí para probar su devoción.

Él vio un grupo de hombres que cocinaban un tipo de pez, al parecer eran dos personas de Tlaneyanco y otra de la iglesia. Respiró y se acercó con paso calmado hacia ellos.

—Y después yo le dije "porque estaba oxidado". —El grupo de hombres rieron al unísono.

—Se ve como un buen pescado —dijo Francis, tratando de meterse en la conversación.

—Pues sí, extranjero, este tipo de peces son únicos en esta región —dijo uno de los Tlaneyancanos.

—Estos amigos te ocupan toda la parrilla, pero saben riquísimos —respondió el miembro de la iglesia—. ¿Quieres probarlo, jovencito?

—Espera, ¿puedo comer? —preguntó Francis.

—Sí, a menos que te hayan hecho alguna modificación en el estómago.

—No, solo en las piernas y partes de mis manos.

—Entonces no hay problema.

El hombre de la iglesia de Tepozneltococa jaló una palanca en su brazo, lo que reemplazó su mano con un cuchillo de cocina. Cortó cuatro tiras de pescado para compartir con sus colegas y el extranjero.

Francis no tenía ningún problema para consumir pescado, los ayunos obligatorios para empezar a dejar de depender de la comida empezaban a los 28 años. Lo que lo sorprendió fue que el hombre en frente de él, que claramente estaba lleno de implantes mecánicos, pudo comer el pescado sin ningún problema.

—¿Cómo puedes comer? —Preguntó Francis.

—Por la boca, mijo —dijo el tipo de la iglesia.

—Sí, pero ya para tu edad y tus implantes, deberías haber dejado de necesitar comer hace tiempo.

—¿En tu iglesia no comen? Eso suena algo triste.

—Claro que no, dejamos de comer para que nuestro dios nos dé la única energía que necesitamos para vivir —respondió Francis.

—Oh, cálmate jovencito, no quise ofenderte —dijo el tipo de la iglesia.

Francis recordó su objetivo, debía calmarse, no podía echar esto a perder.

—Yo también me disculpo, no debí responder así.

Uno de los hombres de Tlaneyanco le arrojó una lata de cerveza local

—Si puedes comer, puedes beber, relájate y ven a conocer a nuestros compañeros, veo que algunos de tus amigos también hablan con ellos.

—Sí, claro —dijo Francis.

Cuando los dos hombres de Tlaneyanco se fueron, el tipo de la iglesia detuvo a Francis para contarle algo.

—Sabes, hace muchos años antes también pensábamos lo mismo que tú, pero cuando sentimos el calor de nuestro dios, nos dimos cuenta de que él estaría más feliz si disfrutamos de estos momentos, la comida, los amigos, la familia, todo lo que se comparte en esta celebración hace feliz a Tepostliteutl. —Cuando el tipo de la iglesia terminó de hablar, se fue a acompañar a sus compañeros.
Francis sabía que lo que decía era herejía, que Mekhane no permitiría tales lujos de la carne, pero a la vez no pudo evitar pensar que era bonito, que su dios se alegrara con su felicidad. Francis solo sonrió y se fue a acompañar a aquellos hombres.

Los demás discípulos de Rufino también encontraron gente con la quien hablar, hubo risas, algunas discusiones religiosas, pero se podría decir que esa noche los ortodoxos, Tlaneyancanos, y los Tepozneltococa pasaron una noche de unidad que nunca se hubiera visto antes.


Cuando Rufino estaba a las puertas de la celebración que se estaba produciendo ante sus ojos, levantó una mano en señal de que sus discípulos podían separarse e interactuar con la gente según el plan.

Cada uno tomó su camino. Por su parte, Rufino se dispuso a buscar al sacerdote Antonio, pero una mujer que llevaba ropas grises con toques dorados se puso delante de él.

—Muy buenas, señor Rufino, aún no he tenido el honor de presentarme hacia usted, mi nombre es Teresa Bárbara y soy la gobernante de estas tierras —Teresa realizó una reverencia, la cual fue respondida por Rufino.

—Es un placer —Rufino pensó la situación, tal vez podría hablar con la reina para que les dejase la entrada a más de su iglesia, pero debía proceder con calma.

—¿Disfruta de la fiesta?

—Sí, aunque debo decir que me tomaron por sorpresa muchas cosas.

—Ya veo, espero que la presencia de mi gente no sea una molestia —dijo Teresa.

—No se preocupe, no estamos acostumbrados a tratar con gente fuera de nuestra iglesia, pero me gustaría ver más de Tlaneyanco.

—Si las cosas salen bien, podríamos intentar organizar reuniones más seguidas, tal vez invitar a más gente, como el tal Bumaro.

A diferencia de Rufino, que intentaba sacar el tema de a poco, Teresa iba directamente al grano.

—El señor Bumaro pertenece a otra iglesia. Aun considerando mi cargo, sería difícil hablar con él para invitarlo —respondió Rufino, no iba a dejar que otra iglesia metiera sus narices en esto.

—Oh, es una pena, pero entiendo que hacer todos los procesos para hablar con alguien muy importante son complicados, tan complicados como dejar entrar una religión a un país —respondió Teresa, dejando la amenaza en el aire.

—Sí, pero agradecería que hiciera ese esfuerzo, y estoy seguro de que el sacerdote Antonio también estaría muy agradecido.

—Antonio también estaría agradecido de que sus esfuerzos no terminen opacados por la codicia de algún loco que se pueda meter por ahí.

—Reina, no me confunda con alguien de la iglesia rota, yo solo vengo a ayudar aquí, ayudar a los que no siguen la luz de Mekhane.

—Qué amable es, estoy segura de que Antonio no le molestaría que compartiera su luz, pero en lo personal me molestaría que forzara a los demás.

Mientras esta discusión pasiva-agresiva sucedía, Antonio había terminado de ayudar al pequeño con su muñeco. El pequeño se lo agradeció mucho y fue a mostrarles el muñeco, que tenía una forma de dragón, a sus padres. Antonio vio a su alrededor como todos los niños ya tenían listos sus juguetes.

Eso fue rápido, pensó Antonio.

Sacó su reloj de bolsillo para darse cuenta de que ya eran las 4:50 de la mañana, la noche se le pasó volando y el show ya debía estar listo para comenzar. Fue rápido a buscar a Rufino, lo vio hablando con Teresa.

—Señor y reina, lamento interrumpir su charla, pero debemos ir a buscar un asiento para el show —dijo Antonio, algo apurado.

—¿Ahora? —Respondió Teresa sorprendida.

—¿Show? —Preguntó Rufino.

—Es la parte final de la celebración, señor —respondió Antonio.

—Pues, pueden acompañarme a la mesa que está reservada para mí, podríamos continuar nuestra conversación ahí —dijo Teresa.

—Muchas gracias, mi reina —respondió Antonio.

Rufino asintió en señal de agradecimiento, aunque seguía algo molesto por la reciente conversación con la reina. Los tres se dirigieron a una mesa de madera que estaba adornada con un fino mantel, había dos guardias a cada lado de la mesa, y tenía una gran vista al escenario donde se realizaría el show.

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5:00, ya es hora.

Hubo silencio.

Una mujer con implantes mecánicos y que lucía ropas ceremoniales iguales a las de Antonio se puso en el centro del escenario, siendo iluminada por una brillante luz. Ella es la sacerdotisa encargada de narrar la obra este año, al frente suyo se encontraba un micrófono.

—Gracias por su presencia, hoy contaremos una historia que se ha pasado de generación en generación, y que es pieza importante de nuestra historia —dijo la sacerdotisa, quien fue respondida con aplausos del público—. Empecemos ya, nuestros dioses ya debieron despertar con la salida del sol.

Ella se movió a uno de los costados del escenario, llevando el micrófono consigo.

—Hace mucho tiempo, en una fecha borrada por el tiempo, un imperio cayó, un imperio que adoraba a las máquinas fue convertido en cenizas por la voluntad y fuerza de un reino guiado por sus deseos más primitivos.

Detrás de la sacerdotisa se mostró una imagen dibujada a mano de un vasto océano, sobre la imagen se proyectó una sombra, la de un barco.

—Pero un grupo de leales y fieles pudo escapar de los horrores de la carne. Navegaron sin rumbo por muchos años. Muchas almas se perdieron durante el camino. Su fe fue puesta a prueba y fue destrozada. Pero, como su gran dios que fue destrozado y un día será reforjado, ellos reforjaron su fuerza, su espíritu, su fe hacia el dios quebrantado.

Desde arriba del gran escenario bajó una marioneta en forma de serpiente alada, la cual se sostenía y movía con los hilos que tenía en su cuerpo.

—Un día, desde el cielo, Mekhane apareció, guió a los pocos sobrevivientes hacia una extraña tierra que rebosaba de un poder misterioso y acogedor como la luz del sol. El nombre de esa tierra era Tlaneyanco.

La imagen cambió, la sombra del barco desapareció junto a la marioneta, en su lugar ahora la imagen detrás de la sacerdotisa era la de un barco en una orilla de una playa, tanto en el barco como en la playa se veían personas. Las personas en la playa usaban ropas de tonos cálidos, mientras que las personas que estaban en el barco usaban ropas con tonos fríos.

—Los habitantes de esta tierra no les permitían el acceso a los sobrevivientes. ¿Cómo iban a permitir que estos seres de piel dura y gris se mezclaran con los suyos? Decepcionados, los sobrevivientes se prepararon para volver a iniciar su viaje, hasta que desde el cielo surgieron extrañas criaturas.

Desde arriba del escenario se mostraron cuatro figuras, cada una distinta e indistinguible para los ortodoxos, pero no para el resto del público.

—Quienes se alzaban sobre todos eran los dioses dragones protectores de Tlaneyanco. Ellos al unísono dijeron: "Ellos son hijos de nuestro hermano, al igual que nosotros los hemos protegido, ustedes los protegerán, ya que un gran mal se acerca a nuestras tierras y será deber de ustedes trabajar en conjunto para proteger a Tlaneyanco". —La sacerdotisa había dicho la última frase con un modificador de voz que tenía implantado en su garganta, permitiendo replicar cuatro voces al mismo tiempo.

La imagen cambia a una en donde se representa a Mekhane mirando al sol.

—Se dice que ese día, Mekhane voló lo más alto posible, llegando hasta el sol, ahí fue donde guardaría sus energías para la gran batalla.

La imagen ahora representa a dos hombres que estrechan sus manos, siendo uno de ellos el rey de Tlaneyanco y el otro un antiguo sacerdote.

—Y así, por encargo de los dioses, el grupo de leales fueron recibidos en las tierras por el mismísimo rey de Tlaneyanco en ese entonces. Los primeros años no interactuaron mucho los pueblos, pero con el tiempo se fueron uniendo.

La imagen cambia, mostrando un cielo rojizo y a una extraña figura que sale desde el mar.

—Cuando el tan esperado y temido día llegó, todo era un caos, el mal que predijeron los dragones no era otro que el mismo reino que había acabado con el imperio de los adoradores de Mekhane. La batalla duró meses, gran parte del territorio de Tlaneyanco fue destruido y consumido, junto a sus habitantes, por la carne.

La imagen cambia a un cielo iluminado, la marioneta con forma de serpiente alada vuelve aparecer, pero esta vez se desprende de sus hilos y vuela para el asombro del público.

—El último día de la batalla apareció Mekhane, el cual se encargó de acabar con las fuerzas enemigas. Esto hizo que el reino de la carne casi fuese destruido, pero su rey, el rey de la carne, le rogó ayuda a su propio dios, la diosa conocida como la madre de la carne, ella le prestó su poder para combatir a Mekhane.

Una gran sombra se proyecta en el escenario, los más pequeños parecen asustarse.

—La batalla entre estos dos seres fue igualada, Mekhane no era un ser de guerra, él no estaba preparado para este tipo de batallas. En vista de que Mekhane podría caer, lo que condenaría a Tlaneyanco, los cuatro dragones le dieron su fuerza a Mekhane, el cual fue envuelto en una intensa luz color rojo.

La marioneta en pleno vuelo comienza a emitir una luz de ese mismo color, la imagen detrás de la sacerdotisa muestra a Mekhane con una apariencia distinta, el metal que cubría su cuerpo ahora era rojo y se asemejaba más a los otros dragones.

—Con este nuevo poder que emanaba, Mekhane destruyó al rey, dando la victoria a Tlaneyanco. Desde ese día, Mekhane dejaría su antiguo ser para convertirse en el gran Tepostliteutl.

Los espectadores aplaudieron.

—Después de esto, Tepostliteutl devolvió el poder en agradecimiento a sus hermanos. Se dice que Tepostliteutl se fue de Tlaneyanco para derrotar a la madre de la carne y así ponerle un fin al terror de la carne. Pero desde ese día celebramos el huallathui para recordar la unión de estas dos civilizaciones.

Todos aplaudieron, los niños y los padres, Antonio y Teresa también. Cuando todo se calmó, Antonio se dio cuenta de algo importante, Rufino había desaparecido de su lugar.


Rufino no podía creer lo que escuchaba en la obra, Mekhane necesitó ayuda, hay más dioses, Mekhane no pudo él solo contra un sirviente de la carne. Apenas vio la oportunidad de escapar cuando la marioneta del dragón emitió la luz. No quería estar ni un momento más en esas tierras.

Ahora mismo estaba en una zona un poco alejada de donde se realizaba el festival, alejado de esos gritos que alababan esa atrocidad. Cuando la cosa se calmara, regresaría para tomar a sus discípulos y largarse de aquí.

—¡Señor Rufino!

Era Antonio, el cual corría hacia Rufino con cara de preocupación.

—Señor, ¿está bien? Desapareció de repente y no sabía qué le había pasado —dijo Antonio.

—Tú.

—¿Cómo, señor?

—Tú eres lo que pasó, me trajiste aquí para escuchar esta herejía, te burlaste de mí, de mis creencias, de mi Dios —dijo Rufino. No lo dijo gritando, se notaba la ira contenida en sus frías palabras.

—Pero señor, entienda, es esto lo que le quería mostrar, si nosotros pudimos unirnos con los Tlaneyancanos, las otras iglesias de Mekhane también pueden —dijo Antonio, aunque trataba de mantenerse firme, la idea que la más mínima palabra mal elegida causaría el fin de su meta lo desconcentraba.

—Unirnos, ¿por eso me trajiste a aquí? ¿Para fingir que nuestras creencias pueden funcionar si están juntas? ¿O es acaso toda una farsa para que esa soberana tuya tenga más poder?

—¡No insulte a Teresa, hago esto para ayudar a tu gente!

—Mi gente ya está salvada.

—No, no lo están, cada vez pierden más su humanidad, Tepostliteutl nunca hubiera querido que pierdan eso —dijo Antonio, el cual procedió a darse la vuelta y abrió lo que tenía detrás del cráneo. Desde ahí salió una luz roja—. Esta es la salvación.


26 de febrero de 1939

Aunque nuestras historias trataban de unidad, la verdad es que siempre estuvimos separados.

Durante el reinado de Ana Bárbara, mi gente no era ni discriminada ni aceptada, nosotros mismos nos alejamos de la gente de Tlaneyanco por nuestras creencias.

Ahora que lo pienso, no éramos tan diferentes a los ortodoxos, tratamos de hacernos a imagen y semejanza de nuestro dios, usábamos un método antiguo, un método que nos quitaba el alma.

Usábamos metal fundido en nuestro cuerpo. Los antiguos sacerdotes, que también eran considerados herreros con grandes habilidades, creían que nuestro dios había perdido su cuerpo físico en una gran batalla, por lo que su objetivo era recrear a dios a partir de un nuevo cuerpo.

Crearon muchos prototipos, las más grandes armaduras y estatuas jamás vistas, pero ninguna era él. También decidieron usar el mismo método para nosotros, para alcanzar la divinidad.

Primero se nos implantaba una máquina detrás del cráneo que suprime nuestro dolor, pero a la vez nuestras emociones. Eso era a temprana edad, por lo que se podría decir que desde pequeños perdíamos nuestro ser.

Según ellos, al perder nuestras emociones impredecibles y erráticas podemos mejorar nuestra mente, deshaciéndonos de la contaminación que crea la carne en nuestro ser.

Luego se nos exponía al ardiente magma mientras un herrero empezaba a forjar nuestra nueva piel, nosotros no sentíamos nada durante el proceso, pero creo que esa era la peor parte.

Cuando llegó mi turno estaba aterrado, no quería terminar sin alma como mis padres. Cuando el momento llegó no sentí el frío metal, sentí calor.

Un calor que me abrazaba, que me daba seguridad, yo lo llame el corazón de mi dios, pero mi salvadora me dijo que su nombre era tlanextlitetl.

El de tlanextlitetl de Tepostliteutl.

O al menos eso dijo mi salvadora, Ana Bárbara. Ella trató de unir a nuestros pueblos, investigó y descubrió una nueva forma de usar su magia.

Tepostliteutl la había guiado, no solo me salvó de ese destino, sino que pudo ayudar a mis padres y al resto de la iglesia. Algunos lo vieron como herejía, lo que causó varios conflictos.

Después de varios siglos me volví sacerdote, y a través de mi diplomacia pude convencer a los antiguos herreros de aceptar esta nueva forma de vida.

Fue difícil, pero lo logré, bajo la tutela de la reina Ana, pudimos crear este nuevo paraíso, esta nueva festividad, nuevas formas de unirnos con nuestro dios, mejorando no solo nuestros cuerpos con herramientas, sino con una nueva alma.


Ahora

Abrió lo que tenía detrás del cráneo, desde ahí salió una luz roja.

Rufino quedó asombrado por tal luz que emanaba una potente energía.

—Esta es la salvación —dijo Antonio, quien rápidamente cerró la placa donde se ocultaba esta luz y se volvió a voltear hacia Rufino.

—¿Qué es eso? —Dijo desconcertado Rufino.

—Es lo que nos da vida, alma, es lo que nos hace estar cerca de nuestro dios, pero a la vez mantener nuestras emociones.

Rufino se quedó en silencio, con la mirada clavada en Antonio.

—Nuestro dios nos dio esto, nos salvó, me salvo, me dio la fuerza suficiente no solo para imponerme ante una creencia que nos destruía, sino que me ayudó a unir a estos pueblos, a comprender que las máquinas no deben opacar los sentimientos de la carne, sino coexistir en armonía —dijo Antonio—. Creé esta festividad hace mucho para expresar ese mensaje que da esta luz, logrando unir a mi gente con los tlaneyancanos uniendo nuestras creencias. Si esta fuerza en forma de llama pudo hacer eso, estoy seguro de que lo hará otra vez.

Rufino no sabía que responder, lo pensó, lo analizó, hasta que por fin tuvo una respuesta clara.

—Aceptas que hay más de un dios, aceptas que tus hermanos de la iglesia se junten con gente de un reino que claramente no sigue a Mekhane, y aun así vas con la cabeza en alto diciendo que él te dio esta bendición —dijo Rufino, preparando una daga detrás de su espalda, acercándose lentamente a Antonio—. No permitiré que alguien con tal arrogancia siga envenenando las mentes de verdaderos seguidores de Mekhane.

Rufino se abalanzó contra Antonio, forcejearon por un rato hasta que un hombre con ropa militar tomó a Rufino y lo inmovilizó.

—Es una pena —dijo Teresa, la cual se acercaba caminando a Antonio, que yacía en el suelo lastimado.

—Perdón mi reina, pensé que podría convencerlo —dijo Antonio.

—No te preocupes, hiciste lo que pudiste —dijo Teresa, la cual pasó a clavar su mirada en Rufino—. Escuché la conversación, creo que usted ya entenderá que deberá irse.

—Iba a hacerlo de todos modos —dijo Rufino, en el suelo.

—Guardia, acompaña a nuestro invitado a su barco. No te preocupes, enviaré a alguien para que vaya por tus amigos.

—Suerte buscando el contacto de Bumaro ahora —dijo Rufino mientras lo arrastraban hacia su barco.

—Prefiero un contacto menos a un amigo menos. Hablando de eso, ¿cómo te encuentras, Antonio? —Dijo Teresa.

—Estoy bien, solo me tomó por sorpresa —dijo Antonio, mientras se levantaba del suelo—. Esto sí que fue un fracaso.

—Ya tendremos otra oportunidad.

—Creo que es mejor no seguir, las iglesias tienen creencias muy diferentes para unirse.

Teresa se acercó a Antonio, dándole dos golpes suaves en el hombro, los cuales Antonio casi ignoró.

—Si te hace sentir mejor, los amigos de ese loco y nuestra gente se la pasaron riendo toda la noche. No se unieron las creencias exactamente, pero pudieron convivir —dijo Teresa.

Antonio pensó un poco, tal vez haya esperanza, tal vez hay otra forma de crear la unidad.

—Tal vez solo necesitas distraerte un poco. Vamos, te invito el desayuno —dijo Teresa.

¿Desayuno?, pensó Antonio, el cual levantó su cabeza hacia arriba, no se había percatado de los rayos del sol.

Se sentía muy cálido.

—Sí, tienes razón —dijo Antonio mirando a Teresa.

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7:05, terminó.

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