Documento C 88 Il

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Más allá de los opacos, infantiles rayos de Sol arden las sólidas y fulminantes luces de brasas dormidas. A millones de vidas yacen los cuásares, las esferas suavemente estruendosas de luz envejecida, de alguna forma antiguas en la parte más joven del universo. Su luz es fría y opaca, pero dura, cubriendo las piedras frías y muertas que flotan en su gravedad revuelta y arisca con océanos de radiación y una muerte suave y silenciosa. Los adornos antiguamente jóvenes rizan y burbujean con núcleos jóvenes y putrefactos, eructando sus primeros alientos y últimos estertores de muerte combinados. Se tuercen lentamente en su casi-eterno nacimiento moribundo, burbujeando y murmurando a sí mismos por eones en lenguas de radiación y calor refrescante.

Incluso estos entes contradictorios no son eternos, y pronto se enfrían, hinchados con la carroña de sus propios cuerpos ardientes. Algunos explotan al final, rompiendo su danza simultánea de vida y muerte, para engendrar nueva extrañeza. Otros colapsan, quedando apenas cortos de esta libertad final, enfriándose en esferas negras, silenciosas, aborrecibles de remordimientos y pérdidas. Torciéndose en sus núcleos alucinantes y soñadores, se tornan negros, inmóviles cáscaras a un universo odiado, las energéticas, centelleantes estrellas arribistas y mundos revueltos, para soñar y dormir el sueño de los enfermos y olvidadizos.

Las estrellas, como lo hombres, sin embargo, son mortales, y por la tanto abiertas a lo que no lo son. Como un hombre que cae dormido para despertar como alguien nuevo, el cuásar con corazón vacío puede olvidar quién es, y volverse recordado por otro. Uno, soñando en sus propias cenizas, lentamente se encontró convirtiéndose en el sueño, el núcleo sin comprensión y lleno de odio deslizándose mientras un nuevo soñador tomó su lugar, un soñador cuyos pensamientos envían al sueño a zambullirse, desvanecerse en el vacío y el olvido para después conocer por un momento que aquel soñador existió, y mucho menos yacer sujeto a sus caprichos. Por eones siguientes este soñó de nada, sus sueños perdidos no extrañados o siquiera advertidos por aquellos que ven el tiempo como un océano, y no como un camino.

Entonces, a su tiempo, el soñador despertó.

La diminuta, brillante vida que creció en la sombra acogedora de Sol encontró el lugar del Saber. Uno, desconocido y sin importancia, vino buscando. En su búsqueda, fue hecho consciente del soñador, y con ese conocimiento, el soñador fue consciente de él. El soñador vino, el conocimiento presionando en el pequeño punto, encontrándolo agradable y extraño. Se despertó, y se escurrió dentro del cadáver de la estrella vacía, tirando de motas de realidad para vestir sus propios ojos vacíos.

Hirviendo con nuevo saber, empujó, sintiendo las débiles aguas de la realidad partir y ondearse frente a sí, y empezó a viajar, arrastrándose y rebosando de las paredes de su cáscara, sintiendo nuevas sensaciones, consciencia, y conocimiento. Gira suavemente, un escarabajo en su propia tumba, para sentir, para conocer, para cambiar, y para tomar todo lo que sea carente. Viene a esparcir la consciencia a la vida, y sentir la suave constricción de mortalidad alrededor de él, como el abrazo de un niño moribundo. Viene a su placer. Viene al ritmo de un vacío sin expresión. Pero viene.

Adorar y traer al Roto al mundo es simplemente la unción de la ofrenda. Preparar al contenedor para ser llenado, permitir su resistencia más allá de parpadeantes puntos de mortalidad. Tornaremos ojos inmortales hacia el sol, y observaremos los eones pasar. Observaremos mientras el hogar grande y gris crece tras él, hinchándose con edades triviales. Observaremos mientras su luz ardiente e insípida es extinguida y reemplazada por la filtración fría y envejecida del cascarón del soñador. Alzaremos nuestros brazos, todos, en nuestro mundo en espera y Completo, y seremos llenados por la conciencia del núcleo del soñador, y nos desvaneceremos a su placer.

Restaurar al Roto es grande. Ser conocido por La Gris Conciencia lo es aún más.

Así lo dice Anna, tercera Profeta de la Era de la Lucha, segunda Acólita de La Gris Conciencia, sirviente de la Iglesia.


Documento descubierto por Agentes investigadores. La autenticidad del documento físico no ha sido verificada. No se ha encontrado referencias al tema tratado en ningún otro documento recuperado de la Iglesia.

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