Al Inframundo Y De Regreso
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Sueños Nacientes


Al inframundo y de regreso


—A todos los presentes les agradezco infinitamente por venir a la apertura de la exposición titulada "Papalotlán". Soy el artista responsable de la obra y de su dirección, mi nombre es Canek Yoltik, morí y regresé a la vida para traerles esta pieza.

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Frente al público se hallaba un hombre de lentes delgados, su cabello era largo atado en un moño alto y aparentaba estar en sus treinta. Se hallaban en la entrada de una gran cueva llena de prismas cristalinos. Los relieves tallados en las paredes reflejan el color azul de los focos artificiales, causando un efecto de distorsión gracias a los cristales. En las afueras, la caverna lucía infinita, iluminando tenuemente las estalactitas.

Se encontraban en Xochititlán, en la cercanía de un río que desembocaba en varias cuevas subterráneas, la brisa la brisa era cómoda, y los interiores naturalmente decorados por bellas flores blancas y hongos bioluminiscentes ayudaban a mejorar la experiencia.

Es entonces que el anartista habló de nuevo mientras miraba a su compañero, un hombre en sus años cuarenta, de canas visibles que además portaba un traje negro. Dicho hombre tenía una expresión que denotaba confianza al estar frente al público.

—Este es el curador Icniuhtli, quien amablemente me permitió montar la exposición aquí misma. Aunque claro, después de gastar todo lo de mi obra anterior para apartar este lugar y exponer, me tuvo que conceder el espacio—. Canek rascó su nuca para luego reír un poco, el público lo siguió.

Los espectadores se estaban ajustando los cascos de minería, mientras que otros tenían su vista en la profunda cueva a la vez que Canek hablaba.

—Antes que nada quiero disculparme con ustedes, mi público —dijo calmado y mirándolos—, debió ser pesada la caminata hasta esta cueva. Sin embargo era importante la ubicación —volteó a ver a sus espaldas— ya que la instalación y las pinturas se encuentran aquí dentro. Recuerden usar su casco en todo momento y no se preocupen por las linternas, no las necesitarán. Pero más importante que todo —mencionó con firmeza—, no se separen del grupo ni desciendan más allá de la gran estatua de Papalotecuhtli.

Canek tomó una antorcha que resplandecía en un verde jade; empezó a caminar y volvió a hablar mientras descendían por la cueva.

—Como algunos sabrán, mi madre y yo somos originarios de Xochititlán, pero eso no significa que no estemos al tanto de lo que sucede en pueblos vecinos. Me llamó la atención el hecho de que varios lugares alrededor no conocieran las historias sobre el Papalotlán —señaló a la gran estatua a su espalda con cierta inquietud—. Si bien, hay escritos sobre el dios que vive ahí, nadie realmente se ha aventurado a escribir una crónica sobre Papalotlán y el señor Papalotecuhtli, aún después de estar tan apegados a los cuatro divinos dragones Tonatiuh.

Al caminar más profundo por la caverna, las escaleras se iban desvaneciendo hasta llegar a un ojo de agua, donde la luz ahora turquesa se reflejaba en el agua cristalina. Debajo de esta, se encontraba un gran símbolo que contenía 3 círculos de distintos colores, mientras que en el centro se encontraba un relieve de un rostro humano, la mitad de este era una calavera tallada de jadeíta. A los costados de este gran símbolo se encontraban dos pilares de obsidiana dorada, de los cuales corría agua que escurría de las estalactitas.

No obstante lo más notorio de entre estos objetos era una gran estatua de una figura de un híbrido entre hombre e insecto, se destacaban largas alas de mariposa que parecían una capa larga que cubría su cuerpo, llegando hasta sus pies. Un gran penacho de plumas de pavorreal descansaba sobre un cráneo alargado similar a la cabeza de un insecto con grandes ojos huecos.

Canek detuvo a los presentes frente a este escenario y comenzó a desabrochar sus zapatos para ponerlos al lado de las escaleras, después arremangó sus pantalones y logró meter sus pies dentro del agua, era baja pero llegaba al menos hasta las rodillas. Caminó frente a los pilares de obsidiana y se sentó en una roca alta que parecía más bien una mesa con calaveras talladas similares a los tzompantlis.

—Para quienes no estén al tanto, para esta presentación he puesto mi cuerpo y alma a merced de la muerte. He logrado descender hasta el Papalotlán solo para compartir con ustedes mi arte y mi experiencia. Llegué y tuve contacto con el mismísimo señor del inframundo Papalotecuhtli, pero lo importante no fue la llegada si no el viaje.

Canek ilumina con la antorcha de color verde los dos pilares, mostrando cuerdas y tejidos de henequén que unen ambas columnas, formando un arco.

—Y ese viaje empieza aquí mismo, atravesando estos pilares de obsidiana dorada. Llevé a cabo una forma de mantener mi cuerpo completamente conservado con ayuda de la tecnología que Radiosol nos proporcionó en el pasado, pero por las cláusulas de privacidad y de seguridad no puedo compartir con ustedes demasiados detalles —el castaño sacó de su bolsa un pequeño brazalete de latón, con dos piedras de cinabrio en cada extremo.

Luego le hizo una seña a Icniuhtli para que sacara un brazalete similar.

El humo y las cenizas de la antorcha comienzan a formar figuras en medio de los pilares, haciendo que la obsidiana dorada brille cada vez más, creando proyecciones de dos personas.

—Mi amigo y curador que tienen frente a ustedes se quedó para vigilar mi cuerpo inerte, confíe mi vida en él, fue quien me empujó hacia adelante y me cuidó hasta mi retorno, además que el ritual consistía en la utilización del Tlanextia por lo que su ayuda fue esencial para hacer uso del poder que nos otorga el dragón Tonatiuhpipiyoli —Canek señaló la mano de Icniuhtli para mostrarle al público un brazalete similar al que sostiene en su otra mano—. Gracias a este brazalete que creó, logró anclar mi cuerpo sin vida a este plano antes de descender al Papalotlán —bajó su mano para luego aplaudir una vez con emoción y luego frotar ambas palmas—. Aquí es donde comienza el viaje.

Las luces de la caverna se apagaron, en su lugar el fuego se esparció alrededor del público, pero este no quemaba, no se sentía el calor abrasador de un sol, de hecho era incluso hasta húmedo, el humo formaba lo que asimilaba ser una mariposa. Es entonces que el humo empezó a tomar distintos colores hasta crear una proyección exacta de lo que vio Canek después de morir, he aquí sus memorias de aquel sublime lugar.

Las estatuas y templos al dios de la muerte están cercanas a cuevas y lugares fríos, asociándose al frío que se siente en el inframundo al entrar.

Plic.

Plac.

El anartista abrió sus ojos.

El agua ahora cubría un poco más arriba de sus pantorrillas, gotas resbalaban por las rocas y caían sobre su cabeza, frío y húmedo era lo que podía sentir. De hecho pareciera que jamás había sentido nada con tal intensidad, el agua helada, un olor a humedad fuerte, reflejos brillantes en el techo y aleteos de mariposas que resonaban en la profundidad de la cueva. Aún así, sentía un alivio en el cuerpo, todo el dolor de espalda y manos después de incansables horas de trabajo, la inflamación, mareos e incluso su vista borrosa se desvanecieron como si nunca hubieran estado ahí.

Al darse vuelta estaba la entrada que ambos pilares de obsidiana sostenían, Icniuhtli cuidando del cuerpo inerte de Canek, tomando su mano adornada con el brazalete, manteniéndolo en un estado perfecto de conservación para cuando regrese.

Comenzó a caminar, atravesando el ojo de agua, dejando una estela de ondas que se iluminaban con el movimiento de sus piernas, al igual que en esas playas bioluminiscentes cerca de Xochititlán. Llegó al final del ojo de agua, el cual terminaba bajo un arco de piedra, dando entrada al lugar más bajo del Papalotlán.

Canek levantó la cabeza para ver el escenario que lo rodeaba, montañas subterráneas, cascadas de agua que caían desde tres islas flotantes a la lejanía. Cada isla alejándose más del espeleotema y abriéndose camino a través de un gran ojo formado de piedra que dejaba pasar la luz del sol e iluminaba la cara del castaño.

—Los que murieron por suicidio se encuentran en el pasillo subiendo las escaleras a la derecha y tomando el barco—. Una voz desconocida, penetrante y aguda, se escuchó a través de la cueva.

Una mariposa voló en su dirección, del suelo unas piedras y lodo formaron un remolino alrededor de la mariposa que pronto tomó una forma humanoide, similar a las figurillas de barro que se encontraban en los entierros y templos para adorar a los dioses. El dueño de aquella voz era un sirviente de Papalotecuhtli.

—Bienvenido al Papalotlán, yo soy tu guía designado a partir de aquí. Felicidades por haber muerto pero creo que llegaste algo temprano, tu fecha de entrada estaba calculada para-

—Lo sé. Vine por voluntad propia debido a que estoy montando una obra de arte —interrumpió Canek.

El guía queda completamente en silencio, con una mirada confundida y pensativa.

—Si todavía no terminabas tus asuntos en vida… ¿Qué sentido tenía viajar hasta aquí solo por arte? —cuestionó el guía mientras ladeaba la cabeza.

—Ese es un asunto que me gustaría tratar con el Señor Papalotecuhtli —respondió Canek con firmeza.

El guía negó con la cabeza y rio algo nervioso.

—Así no funciona esto, mira hacia arriba, para tener una audiencia con nuestro Señor, debes estar dispuesto a ascender a una de las islas de los divinos dragones Tonatiuh. La gente que llega aquí al Papalotlán es por diversas razones, el quitarse la vida también ocasiona que termines en un sitio algo recóndito del lugar —el guía alzó un dedo antes de afirmar—. Sin embargo, ningún alma está exenta de tratar de ascender a las islas para purificarse y volverse energía para renacer como otro ser.

Si había algo que sabía Canek era que las reglas de los dioses estaban para seguirlas, más el saber usarlas a su favor también era un punto válido. No perdía más de lo que había apostado.

—Entonces háblame de las islas de los dragones, ¿cómo puedo ascender hasta ellas?– cuestionó el hombre cruzándose de brazos.

—Bueno, la gente que suele llegar al Papalotlán primero son gente que muere por causas naturales o enfermedades, también los que se quitan la vida —la figurilla se queda pensativo un momento y pone su pulgar en su barbilla—. En realidad llegan una gran variedad de almas a diferencia de los que arriban a las islas. Si quieres ascender a alguna de ellas, debes ver primero al Señor Papalotecuhtli, él te dará derecho a una sola pregunta antes de poder partir. Ven sígueme— replicó la estatuilla con emoción.

El guía caminó hasta una orilla de las cuevas donde comenzaban unas escaleras que parecían no tener fin, Canek suspiro en frustración, jamás fue un tipo muy atlético. El guía dio el primer paso en las escaleras formadas por cristales de ámbar, cada pisada dejaba ver algunos objetos congelados en el tiempo. Al subir las escaleras el guía volteaba a ver a la isla de Tonatiuhpipiyoli, el enjambre dragón de abejas rubí.

—Ese es el campo de flores donde las almas de los niños y sus madres residen, son almas que eventualmente se les dará la oportunidad de estar juntos una vez más en el suelo terrenal. Mientras se preparan, las madres y sus hijos pueden esperar tranquilos para pasar un rato juntos. Los niños que llegan aquí solos tienen tiempo para jugar y pasar el tiempo hasta volver a nacer. Aquel que se encarga de las almas es un dios menor llamado Tajtsin.

Canek se detiene un momento a ver un gran árbol en el centro de esa isla, es difícil de ver lo que lo rodea por la lejanía pero este árbol es lo más vistoso. Sus hojas son moradas con ligeros tonos rojos, como ningún árbol que haya reconocido en vida. Habían chozas y prados extensos donde las flores más bellas crecían, siempre dejando ver al gran árbol.

—Si decides ascender a este lugar, estarás trabajando para Tajtsin, ayudando a cuidar el gran árbol que alimenta a las almas de los niños —el guía suelta una leve risa—. Pero no te ves del tipo que le gusta cuidar niños ¿cierto?

—Tuve suficiente con intentar cuidar a una niña pequeña por un tiempo, no creo que funcione bien —Canek responde con algo de tristeza e inseguridad en su voz.

—Sabes, hay algunas almas que no quisieron ascender y se quedan aquí abajo para ser guías como yo. Si no te funcionara llegar a alguna isla puedes quedarte-

—Pienso salir de aquí, no hay más —respondió con frialdad ante la insinuación del guía mientras se apresuraba en seguir subiendo.

—Como gustes.

Cuando regresó su vista a las escaleras, se tambaleo un poco esperando pisar un escalón más, después de analizarlo ya había llegado a la cima, donde un río de fuego y una barcaza lo esperaban. El guía hizo una seña para que se subiera en esta y una vez ambos dentro, comenzó a avanzar.

Las olas de fuego se movían con tal brutalidad que pareciera que volcaría el barco, haciendo sonidos similares a ventiscas fuertes. Después de un rato, las olas los llevaron cuesta arriba, una cascada simulando las tormentas solares. Canek se sostiene firmemente de las orillas del barco, cerrando los ojos un momento hasta darse cuenta que la cascada se convierte en un río flotante, pasando al lado de la isla del dragón Tonatiuhcóatl, la sabia serpiente de escamas anaranjadas.

El guía se acomoda en el barco, con una posición más despreocupada y relajada que denota costumbre.

—La isla de Tonatiuhcóatl es el lugar a donde llegan adolescentes que murieron antes de llegar a la adultez. Da un poco de miedo la cantidad de gente que llega a esta isla pero en su mayoría son chicos aún jóvenes que estaban estudiando o trabajando que han muerto por accidentes o enfermedades —las palabras del guía comunicaron un poco de apatía—. La diosa menor Izelmixtli se encarga de acoger a estas almas y darles un lugar de descanso, es lo más parecido a un paraíso de entre todas las islas.

De repente, Canek sintió una presión en su pecho al escucharlo, por lo que se dirige al guía.

—Las almas que llegan ahí, ¿tardan mucho tiempo en irse? —cuestionó Canek sin quitar la vista del pedazo de tierra flotante.

—Depende del tiempo que les tome aceptar que al renacer van a dejar su identidad y sus recuerdos. ¿Te interesa ver si alguien conocido está ahí? —el guía preguntó con mucha curiosidad.

—Ya llegamos al parecer —mencionó con un nudo en la garganta, Canek señaló la orilla del río donde finalmente había tierra firme y un lugar para descender.

El guía hizo una mueca ante la respuesta de Canek. Después, ambos bajaron de la barcaza y dejaron que ésta se fuera de regreso por el río flameante. Habían llegado a un páramo, de arena y tierra tan árida que era difícil no respirar el polvo de los alrededores.

Árboles de ramas secas y bajas, con unos cuantos arbustos con flores pequeñas, pero con miles de mariposas que revoloteaban alrededor de una gran puerta que se encontraba al final de este erial. La luz del sol estaba cubierta por un gran pedazo de tierra flotando por encima, dejando caer flamas como si fuera agua, las cuales se convierten de a poco en el río que Canek y el guía cruzaron hace unos momentos.

—La isla de arriba es la que está más próxima a nuestra tierra, es el dominio de Tonatiuhtcipactli, el reptil bélico de aliento ámbar. Es la isla en donde residen adultos que murieron por accidentes, guerras, desastres naturales o crímenes violentos; siendo el lugar más poblado después del Papalotlán —el guía menciona esto mientras voltea su rostro al cielo—. Es un lugar que da descanso a almas en apuro y asuntos sin terminar, el más pacífico de entre todas las islas, sin embargo eso significa que es la isla más grande y la que más sombra crea debajo de ella —extiende su mano como si intentara tocar el pedazo de tierra, teniendo una mirada algo perdida—. El que rige el lugar es un dios menor llamado Tlamatiniyolotl, un viejo que cree saber todo —el guía ríe un poco y regresa su atención a Canek.

La figura de arcilla camina mientras observa la isla flotante hasta detenerse frente al gran portón, decorado con jade, obsidiana y turquesas, era una puerta imponente, con un tallado de calavera y motivos de mariposa que adornaban la fachada de la puerta. Las mariposas del páramo revoloteaban alrededor, algunas pasando a través de ella como si de fantasmas se tratasen.

—Mi nombre es Tlacaélel, por cierto, deberías ser un poco más cortés al conocer a gente nueva. Si me necesitas llama mi nombre, estaré aquí mismo —el hombre de barro se sentó en una columna en cuclillas.

—Espera un segundo, creí que me llevarías ante el señor Papalotecuhtli, qué se supone que debo hacer aquí? —Canek entró un momento en pánico hasta que Tlacaélel lo detuvo con una seña de su mano.

—Mi señor se encuentra del otro lado de estas puertas, es tu deber abrirlas si realmente deseas ascender y hablar con él —Tlacaélel señala las puertas con su cabeza—. Los que se quitan la vida deben probar que están seguros de querer seguir adelante, te sorprendería la cantidad de almas que se quedan aquí mismo. Solo tienes una tarea.

Al sentarse, Tlacaélel extendió sus manos, cerró sus ojos y cesó de todo movimiento, volviéndose una estatua frente a las grandes puertas. Aun así su voz se escuchó una última vez.

—El inframundo nos despoja del ancla que es nuestro cuerpo para dejar solo nuestra mente y esencia, si deseas seguir este camino, debes crear la llave que abre ambas puertas y para hacerlo debes representar la ley por la que se rige el Papalotlán.

Tlacaélel no habló más. Canek quedó inmóvil frente a las grandes puertas, suspiró y dio una vuelta atrás para merodear en el páramo, sin estar seguro de cuánto tiempo pasó caminando sin rumbo. Observando el cielo, la tierra y las mariposas revoloteantes, Canek se detuvo un momento para pensar en sus acciones, en lo que ha logrado en vida y en lo dejado para llegar aquí.

No fue mucho, de regreso en vida, sólo había dos personas que le importaban, Icniuhtli y su hermana Xóchitl. Icniuhtli, un amigo que lo ha acompañado durante toda su carrera artística y quién lo apoyó más que su propia familia en su momento, lo animaba como nadie lo hacía.

Sin embargo, la segunda persona es seguro que habría llegado al Papalotlán mucho antes que él. Vivía al límite todo el tiempo, estudiante de periodismo, se la vivía investigando casos peligrosos a pesar de ser novata, su excusa siempre fue que la gente merecía saber lo que sucedía a su alrededor. Tal vez por eso llegó aquí tan pronto, aun así Canek nunca fue así. No hasta ahora que vio la oportunidad de arriesgarlo todo o nada. Xóchitl se hubiera burlado de él por haberlo intentado en primer lugar, pero después de molestarlo un poco lo hubiera animado a seguir adelante si estaba seguro de poder volver, de otra forma le reclamaría por haber hecho algo tan peligroso. Se supone que el hermano mayor debía vigilar a la menor.

En estos momentos desearía escuchar un “muévete y aprende” de su hermana. Estaba en un callejón sin salida, sin nada más que hacer. Su vida siempre ha dejado que las cosas le ocurran, que otros se acerquen a él, pero con Xóchitl siempre fue distinto, fue quien lo empujaba a hacer lo que amaba y lo que amaba era el arte.

Un gruñido animal lo despertó de sus pensamientos, un reflejo deslumbrante lo cegó unos momentos y sintió un viento fugaz a su lado. Al pestañear un poco y fijar su vista en el origen de aquel bestial sonido, un felino de gran tamaño compuesto del mineral que lograba ubicar como crocidolita u ojo de tigre, devoraba mariposas que se encontraban revoloteando bajo. Al parecer ignoraba la presencia de Canek y solo se limitaba a comer mariposas en el suelo o lejos de la puerta principal. Luego dio una vuelta y desapareció entre algunas dunas de tierra y arbustos secos.

Entonces se percató que no estaba del todo solo, además de aquel gran felino, estaba rodeado de gente víctima de inmolación. Las mariposas surcando el páramo no eran más que almas intentando pasar la prueba de la puerta o simplemente almas rendidas, siendo estas devoradas por el jaguar.

Era imposible que la prueba fuera la misma para cada alma, todos son distintos y tienen maneras distintas de afrontar su realidad, por lo que rápidamente reconoció su misión para seguir avanzando.

Hacer arte

Árboles secos albergaban crisálidas, probablemente simbolizando las almas que han logrado dejar aquel solitario páramo, detrás de ellas dejaban cristales dentro, de cuatro colores distintos. Recolectó varios de estos cristales y comenzó a formar un círculo gigante frente a la puerta, agrupando los cristales por colores, formando figuras parecidas a los dragones con cada una. Las citrinas amarillas las colocó al norte, los ámbares apuntando al sureste y los rubíes en el suroeste. Tomó arena de estos mismos colores, un poco más pasteles y unió las figuras de los dragones por medio de círculos.

Terminó la pieza adornando el borde de los círculos con flores y plantas que encontró en algunos arbustos aún con vida. Colocó algunas semillas alrededor del círculo rubí, capullos en el círculo ámbar y una en plena adultez para el círculo amarillo.

Lo más importante fue la base de la composición, arena verde turquesa debajo de la figura del dragón Mixtonatiuhtéotl, el dragón de tres cabezas de la dualidad verde, hecho con jade nefrita que recolectó de las crisálidas más antiguas. Luego para el borde, colocó hojas y flores secas intercaladas con semillas.

Es bien sabido que el arte nace de rituales, desde los tiempos antiguos, nació con la misión de adorar a las deidades y comunicarse con ellas.

Y Canek, él estaba decidido a hablar con el dios de la muerte.

Esparció arena verde por el aire en dirección a la puerta y se dirigió a la figura del guía que había quedado inerte hace un buen rato.

—Tlacaélel, la ley por la que se rige el Papalotlán es la dualidad y la decisión. Esta es la tierra del dragón Mixtonatiuhtéotl, por lo que la libertad de escoger lo que sucede con uno es lo que define quien asciende y a donde —Canek respira hondo y afirma en voz alta—. Es poder escoger si seguir adelante o quedarte como el resto de almas que el jaguar de crocidolita devora.

Tlacaélel abrió los ojos y sonrió ante la respuesta del artista, se levantó para tomar uno de los jades del círculo dibujado en el suelo y lo colocó en una pequeña ranura donde debería haber una cerradura. La puerta se iluminó de un gradiente de un elegante verde turquesa a un ácido verde lima. Canek acercó la mano para empujar la puerta, pero para su sorpresa su mano atravesó lo que pensaba sería un material sólido. Al notar esta peculiaridad, decidió traspasar la puerta con todo su cuerpo, donde del otro lado se encontraba un gran pasillo oscuro.

La voz de Tlacaélel se escuchó de nuevo.

—El Señor Papalotecuhtli es el encargado de este inframundo después de que el dragón Mixtonatiuhtéotl lo abandonó, sin embargo dejó a la deidad más capaz de dirigir y organizar almas de personas que mueren por condiciones naturales o enfermedades. Es por eso que yo también le debo amabilidad a nuestro señor, quien cuidó de mí cuando decidí quedarme.

Del suelo, un haz de luz atravesó todo el oscuro pasillo, iluminado de colores dorados y verdes para crear un puente de luz, le recordó un poco al río de tormentas solares. Dio un paso y luego otro, hasta encontrarse caminando a la par que el puente se formaba a sus pies hasta llegar a tierra firme. Un arco de piedra con dos antorchas a los lados adornaban la entrada a la morada de Papalotecuhtli.

El lugar se asimilaba a una mansión, donde los pasillos y paredes eran decoradas con flores de cempasúchil de un naranja intenso que crecían de cráneos y huesos mayoritariamente humanos. Al final del pasillo central se encontraba él.

El señor del lugar de las mariposas, Papalotecuhtli.

La deidad se encontraba sentada en un icpalli, un alto trono de piedra con relieves de colores exquisitos; incrustaciones de jade, rubí, oro y más piedras preciosas que adornaban los grabados.

Papalotecuhtli era la inmensidad misma, Canek se sintió tan diminuto en ese momento que escalofríos recorrieron hasta su cuerpo de regreso con Icniuhtli. De igual forma, sintió una sensación de paz que jamás había logrado conseguir antes, esto le dio la confianza de hacer un movimiento de reverencia hacia la divinidad.

El dios, a diferencia de la estatua que yacía en la cueva de la superficie, era mucho más imponente, sus alas llegaban hasta el piso y resplandecían de un azul eléctrico con verde oliva intenso que terminaban en un degradado de color negro. Usaba un collar largo de oro que cubría casi todo su torso, también tenía incrustaciones de piedras preciosas, además de unirse con una prenda de tela afelpada alrededor de sus hombros y brazos. Su cabeza estaba cubierta con un penacho que se unía a una máscara de cráneo alargado para cubrir sus redondos ojos de insecto.

Es entonces que Papalotecuhtli empezó a hablar, levantando su delgada mano para dirigirse a Canek.

—Tu eres el humano que aún tiene atado su cuerpo al mundo terrenal ¿qué es lo que estás buscando en este recinto de paz? —cuestionó Papalotecuhtli con una voz vibrante que resonaba por todo el lugar.

—Señor, vengo muy humildemente a su morada para hacerle una pregunta ¿es posible que me devuelva de regreso a mi cuerpo? Tengo intenciones de compartir este viaje con aquellos que aún residen en vida —Canek expresó su deseo con una voz temblorosa.

—¿Estás consciente que solo has bajado hasta aquí solo por querer probar al mundo algo? ¿Tu razón para estar aquí tu deseo narcisista?

—Si lo estoy Señor, sé que así suena, pero es solo que después de pasar por aquella puerta entendí lo que debía cuestionar. Si el Papalotlán se trata de elección yo debería tener la elección de regresar a mi cuerpo. —Canek respira hondo y se arma de valor para verlo a los ojos.

El hombre saca uno de los cristales verdes que tomó del páramo.

—El arte es la forma en que nosotros como humanos podemos estar más cerca los unos con los otros. Es a lo que le he dedicado mi vida, no me imagino morir de otra forma que no sea haciendo arte y que deje un mensaje duradero, algo que pueda trascender más allá de mi. Mi cuerpo puede decaer pero mis pensamientos y acciones jamás serán olvidados.

Papalotecuhtli se quedó unos momentos en silencio, pensativo y solemne.

—Muchos han querido regresar y me temo que jamás ha sido posible para aquellos que su alma y cuerpo ya les pertenecen al Papalotlán, pero han habido algunas excepciones —el dios abrió sus brazos para mostrar dos mariposas en ambas palmas de sus manos—. Algunos que buscan la inmortalidad solo encuentran dolor y aquellos que regresan a su cuerpo después de minutos en la muerte es porque su tiempo aún no llegaba. ¿Lo que me dices ahora mismo es realmente lo que quieres hacer?

—Señor, yo no busco inmortalidad o desafiarlo, mi única misión aquí es ofrecerle un intercambio. La gente necesita conocer lo que sucede después de la muerte, todos le temen porque no saben lo que realmente sucede —el anartista señala a sus alrededores con una expresión de preocupación—. Todo esto es algo completamente extraño para esas personas, todos deben dejar de temerle pero no dejarse tentar por terminar aquí demasiado temprano. Estando en ambas posiciones le pido que haga una excepción para poder presentar mi obra al público —Canek se arrodilló y suplicó una vez más.

Papalotecuhtli abrió su boca antes de dictar un veredicto.

(…)

(…)

Originalmente, el inframundo ponía a prueba el alma de los recién llegados por igual, sin embargo estas pruebas eran más crueles y duraban 4 años. No se le permitía a la gente común ascender a ningún otro lado que no sea el descanso eterno.

Pero la voluntad del dragón Mixtonatiuhtéotl y el Señor Papalotecuhtli era distinta a los demás dioses y decidieron revelarse ante la decisión que los otros dragones habían impuesto para el inframundo antes llamado Mixtonatiuhpan, dando lugar al Papalotlán que hoy conocemos.

—Y como pueden ver, gracias al brazalete amuleto que aún unía mi alma con el cuerpo, Papalotecuhtli fue capaz de regresarme aquí con ustedes con la condición de que al regresar se me trate como a cualquier alma recién llegada al Papalotlán —Canek expresó con mucha emotividad.

La proyección y el fuego se desvanecieron en el momento que Canek dejó de hablar. Las luces artificiales de nuevo se encendieron para que un amarillo ámbar llenara la cueva. El público quedó en un silencio sepulcral. Canek salió del ojo de agua de nuevo para reunirse con el público y agradecer por su asistencia a la exhibición.

A continuación murmullos y aplausos comenzaron a resonar en las paredes de la cueva. Comentarios como “Increíble” o “La divina comedia de Tlaneyaco” se lograban distinguir, Canek indicó a la gente que siguieran a un trabajador del staff para que lo escoltara fuera de la cueva y de regreso al recinto cultural más cercano.

Canek e Icniuhtli se quedaron solos para recoger algunos materiales antes de desmontar completamente la exposición al día siguiente. Mientras Canek se secaba los pies, el curador se sentó un momento sobre una piedra y expresó una duda que lo molestaba desde la última parte del relato del anartista.

—¿Por qué cambiarías lo último que Papalotecuhtli te dijo? ¿Qué fue lo que pasó realmente? —vociferó Icniuhtli mientras miraba a Canek tender la toalla sobre dos estalagmitas.

—Diría que fue una decisión creativa para esa última parte… —respondió el otro hombre mientras se recargaba en la pared rocosa de la cueva—. No quería asustar de más a la gente con lo que me respondió Papalotecuhtli. De igual forma, era parte del trato no exhibirlo al público.

Icniuhtli levantó la ceja, cruzado de brazos con una expresión entre duda y tristeza.

—Es por el tlanex, ¿cierto? —preguntó el curador.

—No soy el primer caso pero sí de los pocos. Los doctores dijeron que es deteriorante para el cuerpo, podrías compararlo con una enfermedad autoinmune por una exposición prolongada —respondió Canek con frialdad en sus palabras—. Pero la verdad, es algo que siempre se ha sabido si alguien utiliza demasiado el fuego sagrado sin saber cuándo parar —cerró sus ojos por un momento para reflexionar consigo mismo.

—¿Y cuánto te…?

—Una semana. Me dijeron 9 meses hace 8 y medio.

Ambos quedaron en un silencio solemne unos momentos.

—Igualmente no estoy triste, una vez que baje al Papalotlán pude calmar todas las inquietudes que tenía. Puede decirse que me siento en paz al no dejar a nadie atrás.

Icniuhtli le dio un ligero zape a Canek.

—Al parecer soy nadie ahora —dijo el hombre encorbatado con un tono irritado.

Canek rió ante la molestia de su compañero. Luego miró un momento al techo de la caverna y sonrió.

—Papalotecuhtli me dejó regresar para montar mi exposición sobre el Papalotlán con la condición de regresar eventualmente, una vez ahí abajo de nuevo ya no podré ascender a las islas de los dragones. Ese es el precio a pagar por un boleto de regreso a la vida.

De su bolsillo, sacó un cigarro suelto, de aquellos que se venden a 5 coztics individuales y lo encendió con un mechero adornado de flores blancas. Aspiró hondo y luego exhalo el humo, recreando pequeñas proyecciones con el mismo, se lograba ver a Papalotecuhtli y a él mismo en su morada.

—Supuestamente seré el único al que dejará regresar tanto tiempo de aquí en adelante, fue una excepción hecha para que tuviera a alguien cuente la realidad sobre el Papalotlán de una forma que se pase de generación en generación. No sé si mi arte logre tal impacto, dios ni siquiera sé porque a mí me lo permitió de entre tantas almas de artistas probablemente de mucho más talento que yo. Pero ahora que lo veo no había otro mejor que pudiera exponer sobre vivir al máximo que alguien que no lo hizo—. Canek habló con un nudo en la garganta.

Icniuhtli puso su mano sobre el hombro del apesadumbrado artista y se sentó a su lado.
Una sombría mariposa se posó sobre uno de los pilares de obsidiana dorada, Canek la vió con cierto dramatismo. Su mirada mostraba un cúmulo de sensaciones y emociones que peleaban por su atención pero entonces, la mariposa voló alto, saliendo por un hueco que dejaba pasar un rayo de sol. En ese momento el cúmulo desapareció y volvió a sentir esa paz, como si una carga se hubiera ido volando junto con ella. Y así lo comprendió: su final en este mundo solo significa el comienzo de una tarea importante que solo pudo conseguir con el arte.

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