Una Lección de Poder

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Con su mano derecha presionada contra el frío acero, la Dra. Kowalski se guió a si misma por la oscuridad. Sus pasos hacía adelante eran arrastrados. Tenía un antifaz para dormir sobre sus ojos, pero se encontró deseando haber traído una máscara de gas también. Nadie le había dicho como olía esta cosa. Pero nadie que se hubiera acercado así vivió para contarlo.

Una vez, cuando Danielle Kowalski era una niña pequeña, tuvo miedo de ir al océano. Su madre le había advertido de las mantarrayas y el miedo de pisar una la había alejado de la natación por más de unos años. Su padre, sin embargo, creía que la gente debería ser forzada a enfrentarse a sus miedos. Le enseño como arrastrar sus pies. "Entonces las mantarrayas sabrán que vienes y simplemente se irán nadando." La Dra. Kowalski se preguntó si su padre se arrepentiría de enseñarle a ser valiente si hubiera sabido el camino laboral que la valentía le había abierto. La Fundación mató lo último de esa niña titubeante.

Ella podía oírlo ahora, su respiración trabajosa que parecía una mezcla de quejido y golpeteo de muerte. Esperaba no tocarlo. Otro paso adelante. O la Dra. Kowalski estaba lo suficientemente cerca para sentir el calor de su aliento o la tensión le estaba poniendo la sangre en llamas. La cámara instantánea en su mano izquierda no era ergonómica. Esperaba no tirarla porque no se atrevería a tratar de levantarla. Snap. Pero sin flash. Si pudiera ver el flash entonces estaría en verdadero peligro. Este tipo de mantarraya no se va nadando.

El proceso era dolorosamente lento. Un paso adelante, un paso atrás. Mueve la cámara arriba, muevela abajo. Una por una, colocó cada fotografía que la cámara escupía en su bolsillo. Si pudiera haberse quitado su antifaz para ver la hora se habría dado cuenta de que cuarenta y ocho minutos habían pasado desde que entró en la cámara de contención y hasta que gasto lo último de su rollo.

Estadísticamente, una solo foto bastaría, pero la Dra. Kowalski no tenía manera segura de verificarlo.
Los colegas de Kowlaski habrían pensado que estaba loca si supieran lo que estaba haciendo.

Afortunadamente, su tiempo estaba ocupado. En este día, este sitio en particular estaba recibiendo su primera visita oficial de la Oficina Federal de Investigaciones1. Después de Corea del Norte, después de lo que la Dieta en Tokio había expuesto, después de que la Fundación cayera bajo el reflector de cada periodista en el planeta - el mundo estaba seguramente a punto de cambiar. Todos, pensó Kowalski, necesitaran algo para protegerse ahora. Sin ninguna esperanza de alguna vez tener algo tan útil como el amuleto del Dr. Bright, las fotografías tendrían que bastar.

15 Meses después

"Ya has gastado una hora de mi tiempo, Dra. Kowalski. Por tu antigua línea laboral, estoy seguro de que sabes cual es la siguiente parte de un interrogatorio. Así que pensaría que es de tu interés que dejaras de fingir ignorancia y me digas donde fueron almacenados los especímenes de SCP-610. Eras la investigadora jefe en ese proyecto - sabes."

El hombre no invitado que dijo estas palabras estaba dentro del departamento de la Dra. Kowalski y había quemado tres cigarrillos desde que el interrogatorio había empezado. Sí, su vida estaba en peligro pero no podía evitar sentirse molesta por el hecho de que el olor de sus cigarros iba a hundirse directamente en sus muebles y alfombra. Sus ojos habían estado mirando abajo durante la mayor parte de esto; no era que no pudiera mirar a un hombre a los ojos y mentir - era bastante efectiva haciéndolo. Simplemente no pensaba que se lo merecía.

Este hombre, quien se presentó como el Agente O'Brien, le gustaba sonreír. Tenía el porte de un general curtido en batalla y lo parecía: cabello gris corto, quijada cuadrada y de corte alto. Su paciencia para la antigua investigadora de la Fundación también estaba flaqueando - aunque los dos lacayos que había traído seguían quietos como estatuas, esperando y observando.

"Déjame preguntarte, Agente O'Brien," empezó Kowalski, su mirada aún fija en el suelo. "¿Has estado tan ocupado tratando de encontrarme que no te has mantenido al día con las noticias? ¿Te suenan "Los Acuerdos de Berlín Contra Anomalías Armamentizadas", cabrón?" Kowalski fue la encuentro sus ojos para la última frase, su joven cara haciendo muecas en firme desafío.

O'Brien miró a través de sus lente, a través de sus fríos ojos azules; miró justo a través de ella.
"Sostén su brazo," le ordenó a uno de sus lacayos. El hombre enmascarado se movió al frente y agarró la muñeca de Kowlaski. O’Brien tomó el dedo medio de su mano derecha por la base y paso el cuchillo más delgado que tenía por debajo de su uña. Kowalski se retorció un poco, tratando de no gritar. Pero lo hizo y su corazón corrió pues sabía que se pondría mucho, mucho peor.

"El Kremlin no lo ha ratificado aún - así que no creo que el Senado esté muy ansioso de hacerlo también," O´Brien dijo con una risilla. La sangre de la investigadora goteo hacía el guante de cuero negro de O´Brien. Déjame ser claro - los Rusos tienen todo lo que necesitan para andar jodiendo con esa enfermedad de la piel alrededor del Lago Baikal. ¿No crees que es razonable que el gobierno de los Estados Unidos quiera entender lo que podría ser usado en nuestra contra?. Demonios, no me importa lo que creas que vamos a hacer con ellos. Quiero esos especímenes."

Cuando Kowalski finalmente había recuperado el aliento y calló su necesidad de gritar de dolor de nuevo, apuntó a su habitación con su mano intacta y dijo "Cajón izquierdo inferior, el sobre manila. Algo que conserve desde que deje la Fundación. Estoy segura que lo encontrarás interesante."
"Vayan a ver," ordenó O'Brien a sus hombres quienes en menos de un minuto había saqueado la habitación ruidosamente. O´Brien agarró el sobre para mirar adentro. Su satisfacción se desvaneció rápidamente.

"¿Que mierda es esto?" preguntó mientras empezó a llenar el suelo con fotografías. Ahora Kowalski definitivamente mantendría sus ojos hacía arriba. O'Brien pauso antes de descartar uno, lo suficiente para poder tener una buena y larga mirada antes de decir "No creo que este cabrón feo con la mandíbula jodida tenga algo que ver con lo que te pedí." Enojado, apago su cigarrillo en el cuello de Kowalski. Ella gimió mientras la quemadura agonizante la dejó momentáneamente sin aliento.

"Déjame contarte una historia," dijo O'Brien. "Porque creo que tu Fundación seguro pensó que eran poderosos ocultándose en las sombras. Pero me gustaría explicarte porque estaban mal."
Sacó una silla de su cocina y se sentó enfrente de ella. Kowalski soportaría todo lo que este desgraciado tuviera que escupir - ahora ella solo tenía que esperar.

"Cuando era jovencito, era un agente de la DEA en Colombia durante finales de los ochenta, parte del equipo cazando a Pablo Escobar. Tenía un narco en custodia, y este pequeño sudaca era tan poco cooperativo como tu lo eres ahora. Se la pasaba repitiendo '¿Sabes con quien estas jodiendo?"
"Pensaba que su cartel era la última mierda. Insistía que todas las fuerzas de la ley en Colombia les pertenecían, que eran los que controlaban Medellin. Así que le pregunte '¿Si controlas esta ciudad, por qué entierras tu dinero? ¿Por qué tienen que contrabandear su coca? Seguramente' le dije' 'si están a cargo, venderían su coca abiertamente. No esconderían sus armas.' Saque la mía y le disparé en la rodilla. 'Esto es poder. No oculto mi arma, esta justo ahí para que la veas,' dije mientras él sangraba por todo el piso de la estación de policía."

"Tu Fundación se escondía en las sombras, doctora. Pero déjame ponerlo especialmente claro para tí. El poder siempre fue nuestro. Tu vida nos pertenece y si así me place tu trasero me pertenece antes de que termine contigo. Así que una vez más, te voy a preguntar qué hicieron con los especímenes de seis diez porque al siguiente dedo tuyo al que vaya mi cuchillo se cae."

"Señor," dijo uno de los lacayos de O'Brien. "Creo que hay algo afuera."

Kowalski cerró sus ojos tan pronto como vió un largo brazo con piel como la de un cadáver atravesar la pared como si ni siquiera estuviera.

Los disparos sonaron en sucesión rápida. El olor de la pólvora llenó sus fosas nasales mientras sus oídos pitaban y miraba la oscuridad. Escucho gritos. Escucho huesos quebrarse. Incluso oyó el enfermizo sonido de succión del cual no quería ver la fuente, incluso si no la matara. Después de unos minutos de estrépito, agonía, todo estaba callado de nuevo; salvo por la misma respiración horrible que recordaba.

Con los ojos aún cerrados, palpó un camino hacia la puerta delantera. Tanta sangre había empapado su alfombra que cada paso que tomaba hacía un ruido mojado. El olor de lo que acaba de ocurrir tampoco saldría nunca.

"Corre ahora, Cero Nueve Seis," le dijo Kowalski a su salvador. "Hay peores monstruos en este mundo que tú."

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